ATRÁS QUEDARON LOS CANTOS
Nada tiene sentido a esta hora.
Ebria la noche en mi cerebro,
trastocada mi razón te busca
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .¡oh, muerte!
Compañera nuestra de cada día.
Cómo te escondes, hermana,
cómo te disfrazas, hermana.
¿Cuándo darás la cara?
¿Cuándo avisarás tu llegada,
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . tu regreso?
Allí estás acechando, nublando
la respiración de mis hijos.
Allí te ocultas madre, hermana, amiga,
lejana voz que coarta y que persigna,
en un perrimontun[1] no deseado,
a toda una estirpe de hijos
huérfanos de sueños.
Dime: ¿dónde ocultas tus secretos?
¿Por qué callas ahora que te llamo?
¿Por qué no señalas el cielo con tus manos?
¿Por qué no eliminas las palabras?
Esas que huyen de mis sienes
y aquellas que retuercen mi cerebro.
Atrás quedaron los cantos,
el vértigo y el vacío,
la mirada fija en sí misma
las huellas del retorno
y del exilio.
El bosque no es más que un recuerdo
del Edén que nunca nos fue prometido.
¡Tú lo sabes, hermana!
¡Tú lo callas, hermana!
Ya no existe el origen
y sólo existe el origen
hasta que se acabe
el impulso
de Gnechen[2]
en el
infinito.
SUEÑOS EN EL VALLE
Heme aquí, apartada de mis muertos,
perdida en el Valle del Águila,
olvidada del pehuén[3] y la montaña.
En sueños he visto
que brota sangre en mi costado
y nacen aves rapaces de mis sienes
que devoran mis manos y mi lengua.
Mas, me nacen otras manos
y otra lengua
que son devoradas nuevamente
y luego nacen otras
que oculto cuidadosa
entre metawes[4].
Pero también son alcanzados
los metawes
y sus restos dispersados
por el valle.
Entonces me levanto y me rehago,
la misma cara, el mismo cuerpo
y el mismo corazón acongojado.
No es la muerte
quien me espanta a esta hora,
sino la distancia con las montañas.
No son los rapaces centinelas
—aúllo a los cuatro vientos—
sino el inútil deseo
del retorno a las quebradas.
Mas, heme aquí. cuerpo y sueño
sobre este suelo baldío.
CANTO A MI MADRE
¿Qué extrañas raíces
te engendraron, madre,
qué prodigio en el cielo
dio origen a tus días?
Todo fue grandes cantos,
aves en el horizonte,
flores blancas en los cerros
y en los valles, interminables
surcos escribiendo tu futuro.
Entonces en el bosque
habitaron las lechuzas[5],
agoreras del Wenu Mapu[6]
ocultando, indescifrables,
los amorosos designios.
Mañana serás del mundo,
ahora vuela con nosotros
danos tu impulso de cielo.
Nada nos detiene,
en tus brazos no caemos,
el universo es nuestro
colchón de estrellas.
Más arriba iremos,
más arriba.
Chao Gnechén
nos espera.
El perrimontun
no es más que eso,
una breve estadía
en el cielo.
Madre, estamos lejos ahora,
hagamos aquí nuestras tiendas
¡Este es el valle elegido!
Aquí pasaremos la noche
como cada vez que partimos.
¡Cuánta sangre disgregada. madre!
Habrá quién vendrá a recibirnos.
¿Cómo vivirán las nubes
-te pregunto-
cuando agobiados
cierres tus ojos?
¿Cómo abrirá el cielo
sin tus cantos?
¿Quién soñará nuestros días?
Nada vive, madre
si no vives,
la flor roja te reclama,
la blanca flor del canelo,
mariposas en la hierba
oteando en el horizonte.
Vuelve en ti, madre, vuelve en ti
alza tus dos manos hacia Oriente,
que no te encadenen temores,
fuera del tiempo la muerte
no tiene ningún sentido.
ATARDECER EN EL RÍO
Una garza blanca
desafía la tarde.
Su figura inmóvil
desborda el horizonte.
El último rayo de luz
huye sigiloso por el río.
La tierra respira hondo
para seguir viviendo.
EL AMANECER OCURRE TRAS LOS CRISTALES
Desde lo alto del follaje
una loica solitaria me mira
y me compadece.
¡A mí! tan protegida
en estas cuatro paredes.
EN LA PENUMBRA
Un tiuque viejo y cojo
se asoma a mi ventana.
Me mira con sigilo,
gobierna la lejanía.
De fondo la tristeza
del ave que no canta.
A gotas se desangra
un cielo gris de otoño.
PAISAJE
Cada tarde
El mismo árbol
Espera en el camino
La misma bandada de tordos.
PERRIMONTUN
Bebí la angustia de la tierra
lentamente,
hundí mi savia en el azul
y mi impulso fue sangre.
Mi voz oculta entre malezas
se perdió entre laderas y valles.
La luna que de niña saludaba
vino a besar anhelos
que se deshacían en la nada.
Hija mía
— me dijo—
no brotes de crepúsculos
cubrirán tus huesos las flores del alba.
Parirán tus sueños.
No temas a las horas marcadas
tu signo no es de muertos,
brotaste con las lluvias
anhelante
tu paso alumbrará la noche
y tu huella será el camino.
Hija mía
el grito de la aurora abrió tus ojos
y te abandoné en el valle,
pero guardo los sueños
que de niña sembraste.
No temas
ya brotan de tus manos
parirán ahora las flores del alba.
HUIDA
I
.
Llovía oscuro y el mundo era un inmenso lago. La
luna se ocultaba
a nuestros ojos y los abuelos hablaban
de antiguos designios. Nadie
dudaba entonces de sus
palabras, ni lo hacemos ahora, olvidados
en el Valle del Águila[7],
alejados de la huella que con furia y saña
abrieron en la cordillera
Ignacio y Belarmino Chiguay[8].
La misma ruta que perdió a sus hermanos y que Margarita
abandonó con premura. Llueve hoy como entonces, oscuro ante nuestros ojos.
II.
Ajena yo
remonté por el camino claro.
Mañana volveré
—me dije—
y sembraré nuevos cantos.
Cerré los ojos para recordarlo.
Allí dejaba el sol,
la nieve,
los besos,
y las placentas aún calientes
de los últimos partos,
las oraciones que dije
y las que no dije,
en la montaña,
el silbido agudo
del viento
y las culebras,
la ruta abierta en las quebradas.
La noche no es más
que una inmensa roca
azul como la melancolía
de la luna nueva.
TUWIN MALEN[9]
Porque yo desciendo del alba
instinto soy y delirio,
impulso de sueños
perdidos en la materia,
silencio dormido
en el mar del inicio,
yo la luz de la noche
que inunda tu sangre.
Ven, atraviesa
los siglos de la luz
y acércame la dulzura de tu lengua,
estallido de pétalos y llamaradas
mariposas huyendo de la niebla
y el eco,
oscuridad de selvas
aguardando la estrella del presagio.
Acércate,
pero no profanes
ni una nota de susurro
en mis abismos has de tocar,
allá en el fondo ocultaré mis temores.
Cada horizonte guarda una alborada.
Cada enigma las venas del origen.
Porque viento soy y peñasco
y ola blanca y fría que roe las certezas
y perfume de miel y manzano soy,
florido y fecundo cielo de luna
y estrellas desperdigadas
en la tierra de los sueños.
Ven, mira la oscuridad
en mis ojos
y bebe con lentitud
el misterio en mis cabellos
desnudo el saber de mis labios
mira el sello de mi cuerpo
pero no levantes el velo
de mi soledad sin memoria.
MALOS SUEÑOS
I.
. . . . . . . . Con la marca de los despreciados o los
elegidos,
que para el caso da igual, crecí bajo el designio
de mi sangre.
. . . . . . . . Mi abuelo, Manuel Curriao, me acogió en su casa
y vertió en mi espíritu el tormento de las estirpes que luchan
ferozmente por no extinguirse.
. . . . . . . . Su madre Margarita se vio alejada tempranamente
de las tierras del Pehuén. Con los hijos vivos a cuestas y a cargo
de un patrón de fundo, emprendió el éxodo hacia la Frontera.
. . . . . . . . "Dormíamos sobre la viruta de la madera, en una
bodega, cubiertos con unos sacos..." dice mi abuelo y se le
llenan
los ojos de recuerdos. Yo evoco con ternura los relatos que de
niños nos prodigaba a mí y a mis hermanos, mientras curtía y
cortaba cuero para la confección de riendas que le encargaban
de fundos vecinos.
. . . . . . . . Su recuerdo pehuenche inundó mi infancia. Desfilaban
ante mis ojos los personajes de sus cuentos: vilu, ñirre, pangui, a diestra
y siniestra vocablos del mapudungun, su lengua, que precariamente
nos entregaba.
. . . . . . . . En sus sueños circulaban todos los parientes y los amigos
— vivos y difuntos— para contarle de sus vidas: sus temores, sus
carencias y de su propia partida, siempre lejana. Margarita,
omnipresente en ese mundo, le habla de los tíos, los abuelos, el padre.
Pregunta por sus hijos. A
veces pide alimentos, a veces llora... a veces
no habla. Se aleja, llevándose en silencio los ansiados presagios.
. . . . . . . . Mucha vida ha pasado ya por sus manos, pero la soledad
de las montañas se ha negado a abandonarlo.
. . . . . . . . Nieve y fuego han sido sus pasos por estos alejados valles.
II.
Como quilas florecidas
o graznidos nocturnos
pasan los sueños
que formaron mi costado
amargos vaticinios
en la memoria de la noche.
Triste fue el sueño de mi abuelo
soledad de nieve
en las quebradas y en los huesos.
Triste el sueño de mi madre
oscura torcaza aleteando
contra el viento.
Pero más triste aún
el sueño de mis hijos
de los hijos de mis hijos
en territorio de nadie.
Mañana poblarán la tierra
las grandes sierpes de antaño
Treng Treng, Kai Kai[10]
y rugirá el cielo
sobre nuestras cabezas.
Y luego
habrá brotes de cerezo
entonces luna nueva
nuevos sueños habrá
mariposas en el horizonte.
Por ahora nada somos
ni siquiera paja
en el ojo de Dios
que nos olvida.