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FEDERICO NIETZSCHE


Por Manuel Espinoza Orellana



A la edad de 28 años Federico Nietzsche publica su primera obra "El nacimiento de la tragedia", con la que se manifiesta su singular enfoque del problema esencial de la filosofía: el ser humano y su conjunto de relaciones. Con posterioridad va entregando el resto de su obra en la que el tema central continúa perfilándose desde distintos ángulos. Con Nietzsche, la filosofía vuelve o refuerza quizá su preocupación fundamental: la problemática del ser humano como producto resultado de su acción en la exterioridad denominada naturaleza. Esta, se transforma en mundo mediante la acción humana y si la praxis natural impulsada por la necesidad de subsistir instauró la tragedia, el desciframiento posterior de ésta llevó a la invención de los dioses y más tarde a la filosofía, forma de una variada proyección de contestaciones que da de sí y continúa dando una diversidad de interrogantes. Si, en su filosofía está el esclarecimiento de las preguntas en su origen, pero no siempre de las contestaciones, la presencia de su pensamiento es un legado fundamental para quienes tienen la vocación de mantener una crítica honesta del estado de cosas a que llegó la humanidad en los últimos años del siglo XX.

El conocimiento científico ha tenido un avance acelerado después de la muerte de Nietzsche y muchas de las que fueron interrogaciones, es posible que hoy, se encuentren disipadas. Y una pregunta que en la alborada del pasado siglo era tal vez tímida aún, se ha ido haciendo más notoria en la expresión o en el silencio de muchos lectores lúcidos, incluyendo pensadores europeos de innegable importancia: ¿Para qué sirve el lenguaje de la filosofía en un mundo cada vez más adverso para el sector mayoritario de la población mundial?

Sectores europeos de las ciencias humanas se comenzaron a plantear esta duda, tal vez más en nombre del conocimiento concreto, que del estado de pobreza en que vive gran parte de la humanidad, pero es una duda que amerita realmente ser tenida en cuenta. Planteos anticipados acerca de esta "vacilación" pueden encontrarse involucrados y argumentados, acaso indirectamente, en la obra de este filósofo y nos referimos a su certera revisión del sistema de creencias denunciables en las más "racionalizantes" postulaciones científicas y filosóficas.

En el sentido esencialmente crítico de su trabajo, se introduce su análisis de lo que para él es una deformación elemental: la relación del hombre con "su" mundo y el proceso de su conocimiento. Y el hecho de que el filósofo en la grandeza de su obra pueda haber disentido profundamente, no invalida el carácter general de sus hipótesis que por el contrario estarán siendo de algún modo justificadas por el nivel actual del conocimiento expresado en las ciencias humanas.

El filósofo opina que no existe el "sujeto individual" en tanto referido a la "cosa en sí", que sólo hay pluralidad de formas interrelacionadas, elementos de cuya combinatoria emergen diferencias en un espectro universalizado del existir. De tal modo, no existirían las cosas en tanto entidades específicamente individualizadas y opuestas tajantemente unas a otras. La variedad no implica lo "en sí" del ser sino el movimiento por el cual éste manifiesta la constante inestabilidad de la relación de sus elementos. Lo dionisiaco oponiéndose a lo apolíneo, todo está en todo, en múltiples combinaciones energéticas y el pensamiento en tanto racionalidad lógica es parte consecuente de este movimiento. Nietzsche opera un replanteo fundamental de los términos de relación desarrollados históricamente a nivel consciente.

Pensar la naturaleza, el arte, la religión, la historia en general, los volúmenes y las formas, los conceptos que el lenguaje ha diseñado, a partir de supuestos que se apoyan en el rigor de una metafísica consagrada, está en el centro de su rechazo elemental y es inútil encubrir el orden de sus planteamientos parcializando sus argumentaciones para extraer consecuencias fuera de contexto. El corpus global de su filosofía lleva siempre a esta idea central que hiere profundamente el sentido de la tradición, reflejada en cualquier temática parcial del conocimiento. Nietzsche se aparta del camino trazado por un régimen académico férreo y lucha contra el egiptismo, noción según la cual, se hace de un valor cultural algo inmóvil, sólido, momificado, punto referencial del que se parte y al que se regresa haciendo de la variedad una trayectoria condicionada.

El ser no es, el ser es un estado en devenir, y este concepto heracliteano no entra en él, en contradicción con su proposición del "eterno retorno". El hombre como género es hijo de la tierra, su producto, y ésta le impone su circularidad. Lo universal es una noción proyectada desde el planeta. El universo es la inmensidad dimensionada desde la tierra, calculada en términos matemáticos, que el ser humano ha logrado expresar y convertir en un método basado en un sistema de signos. El devenir en el planeta es el devenir en el universo que la conciencia humana palpa y del que sólo ella puede dar cuenta, y el eterno retorno no es lo contrario del devenir, sino la ocasión para su infinitud. La problemática humana se prolonga y se repite a través del cambio. El devenir le niega al sujeto individual su regreso, pero éste se realiza en el género a través de sucesivas e idénticas problemáticas.

Para el pensar nietzscheano, la complicación deriva del hecho de creer que el conocimiento es conocimiento de lo estático, en tanto esencia primera o sustancia hecha a sí misma, por sí misma. He allí la irrealidad de la causa encausada, pues sólo hay o puede haber simultaneidad de efectos que son causas y causas que son a su vez efectos, formas que se hacen y deshacen, se reiteran confirmándose para regresar una vez más a un origen que es siempre un estado de gestación en devenir universal.

El concepto de causa es revisado por Nietzsche y puesto en tela de juicio en su desciframiento tradicional que da margen a la polaridad "causa-efecto". Si la causa es efecto y el efecto es causa, se da una interpenetración elemental que el pensar interviene, no de otro modo que, dialécticamente.

Así es notable, para él también, la inocencia de la formulación kantiana de la moral. Ella no puede mayuscularse, fluye de los actos y tiene que ver con la realización de la vida y su necesidad de expresión: " los hombres se proponen fines económicos que abarcan toda la tierra. Al menos deben proponérselo. La vieja moral, la de Kant, reclama de cada individuo acciones que desearía en todos los hombres. Tiene esto algo de bella ingenuidad, como si cada uno supiera qué género de acción asegura el bienestar del conjunto de la humanidad, y, por consiguiente, cuales fueran las acciones que, de un modo general, merecieran ser deseadas; es una teoría análoga a la del libre cambio, al establecer en principio que la armonía debe producirse por sí misma, conforme a las leyes innatas del mejoramiento." (humano demasiado humano, cita 25).

Ser hombre moral significa, en lo más elemental, reconocer el derecho integral del género a existir y subsistir y se implícita en ello el "no matarás", ni por la violencia directa ni por la indirecta de intronizar en la sociedad la pobreza y la miseria que llevan a la desintegración del género humano hasta la muerte, lo que de suyo es vulnerado básicamente a través de la historia y estaría demostrando el fracaso de toda formulación doctrinaria, apoyada en principios inamovibles. Nietzsche tocó profundamente el tema al objetar la falacia de toda argumentación metafísica.

Pensar, es una acción del hombre biológico, función que emerge de la necesidad, hasta llegar a fundar una cultura como dimensión de mundo unificado, lugar en que la conciencia realiza, expone, hace notable el ejercicio de su libertad. Y si hay relación intersubjetiva, ésta es realizable en la exterioridad en tanto comunicación de formas de lenguaje, reflectantes de estructuras mentales individualizadas en la abstracción. El pensamiento es un "tráfico" de ideas y éstas constituyen estructuras abstractas de un mundo que al hacerse en la conciencia particulariza la representación de la exterioridad, único lugar de residencia de lo humano y cuya comprensión es acto realizable en ella y por ella, es movimiento, corriente indetenible de un intercambio que llamamos vida. Y no es arriesgado decir que esto es deducible de gran parte de las proposiciones filosóficas de Nietzsche.

Nietzche desahucia lo metafísico, ese modo místico de la operación mental que reacciona en el claustro de la creencia y que se empeña en interpelar el rostro de dios, lo estático, lo que es en sí mismo presencia no creada, causa del orden o del caos, imagen sin tiempo y sin espacio, esencia absoluta de intuiciones, sustancia secreta que funda la unidad, que sostiene la presencia individual a la vez que sus variaciones. Es el nervio más sensible de la tradición que ha mantenido y mantiene las orientaciones en el desarrollo de la civilización y de la cultura a nivel planetario. Todas las ideologías y doctrinas fueron inspiradas por la creencia, la creencia adolece de sociabilidad, es comunicante en grado superlativo y su circularidad autodefensiva pasa por grados de luz y sombra, aún el libre pensamiento surgido en el seno de una acción cultural altamente tolerante, lleva en sí la carga de una sospecha: algo inaprensible se alza como un suceso trascendente en el centro de una indeterminación, en la contingencia de una opción de lenguaje hacia la configuración de una certeza. Está lo que resta o el añadido que escapa a la voluntad y entonces entre el ser y el consistir surge la duda que elabora un pensar metafísico.

Esa invención aristotélica referida a lo no conocido, a la intangibilidad de unas dimensiones sospechables, más allá de la comprobación sensible, ese ser situado en sí mismo, por sí mismo, de cuya inmovilidad emana el movimiento, lo que provoca el temor, la esperanza y el anhelo, cumplimiento de finalidades que la voluntad y la razón no pueden realizar por sí mismas. Nietzsche pone sobre esta temática la fina acidez de su crítica, si bien es posible que en la fuerza avasalladora de su rechazo de la metafísica está una imagen de ésta que la tradición imponía. Hoy puede aceptársela quizá como un juego de la inteligencia destinado a formular instancias de razones hipotéticas en un espacio determinado en que el conocimiento abre incitaciones conjeturales.
En su apartado del "Crepúsculo de los ídolos" "La razón en la filosofía" dice en el párrafo 2: "Pongo a un lado con gran reverencia el nombre de Heráclito. Mientras que el resto del pueblo de los filósofos rechazaba el testimonio de los sentidos, porque estos mostraban pluralidad y modificación, él rechazó su testimonio porque mostraban las cosas como si tuviesen duración y unidad. También Heráclito fue injusto con los sentidos. Estos no miente ni del modo como creen los eleatas ni del modo como creía él, no mienten de ninguna manera. Lo que nosotros hacemos de su testimonio, eso es lo que introduce la mentira, por ejemplo la mentira de la unidad, la mentira de la coseidad, de la sustancia, de la duración. La "razón" es la causa de que nosotros falseemos el testimonio de los sentidos. Mostrando el devenir, el perecer, el cambio, los sentidos no mienten. Pero Heráclito tendrá eternamente razón al decir que el ser es una ficción vacía.

La filosofía es pensamiento pero también es escritura, por lo mismo es lenguaje. La conciencia es lenguaje, comunicación de la exterioridad consigo misma, orden que el entendimiento se impone, así todo está en el lenguaje, el hecho y su comunicación, la superabundancia de la escritura filosófica, hace de la filosofía un juego para el entendimiento, gimnasia que no reedita beneficios sociales al conjunto de la comunidad, cuando se insiste en abordar secretos inexistentes. Su más loable función, en cambio, pareciera estar en poner a los seres humanos frente a sus alternativas de existencia, en promover la reflexión, abrir caminos hacia las certezas transitorias, cuya validez de un momento puede destruir la permanencia de valores engañosos que atan la conciencia, que enajenan la libre disposición del pensar y acaso esto es en el fondo lo rescatable del pensamiento de Nietzsche, esa auténtica y sencilla promoción del pensamiento humano, hacia la pureza del instinto vital, a no apartarse de la naturaleza y ver en ella la orientación de un poder analógico por el cual cada sentido es capaz de otorgar a la inteligencia la posibilidad de un pensar que privilegie las grandes armonías universales, que dan a la vida la posibilidad de un devenir prolongándose en el eterno retorno de una problemática inacabable.

 

 


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