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EL JUEGO DE LA ANALOGÍA



Por Manuel Espinoza Orellana


Dice Octavio Paz que la alegoría es parte de la analogía (1), pero no vamos a intentar confirmarlo. Sólo entraremos en el juego del movimiento analógico que por fuerza se proyecta en toda obra literaria y diríamos que en el arte en general.

La analogía como igualdad de relaciones o empleo de semejanzas genéricas para obtener un posible conocimiento esta en el desarrollo del pensar, posibilidad que permite las asociaciones alegóricas por las que un determinado mundo puede representarse. Digamos respecto de la alegoría que Filón nacido poco antes de Cristo en Alejandría, aplica el método alegórico en sus comentarios del Génesis descartando el sentido de su mensaje literal y llamando la atención del carácter representativo del discurso sagrado. Podemos decir entonces que la alegoría se nos propone como una superficie condicionante: debemos descubrir en ella un intramundo, significado descifrable en la red de elementos que conforman una trama y que por fuerza es un sistema de relaciones. Esta forma de enfocar la traducción de los lenguajes está determinada por la esencia semántica de los signos. Todo signo es representación, no tiene valor por sí mismo sino por lo que sugiere, por aludir, nominar una forma expresiva del ser. La analogía es el modo de hacer evidentes las relaciones por semejanzas y desemejanzas y el orden de sus combinatorias tiene el límite de los recursos que la lengua muestra en el esquema relacional de sus arbitrariedades. Si el signo no lleva en sí la esencia del objeto, si no es el objeto inalienablemente puede ingresar en un campo de alegorías múltiples en que la representación depende únicamente de la imaginación y la fantasía de quien administra el discurso.

El lenguaje se muestra entonces como forma que duplica, conforma, revela, cambia, unifica y sintetiza y al fin antagoniza elocuentemente las certezas que el ser humano obtiene de lo cotidiano y las convierte en verdades absolutas. Con el lenguaje lo denominado real comienza retirarse de la mirada y lo concreto se convierte en abstracto erigiéndose la imagen en ser alegórico. He allí la representación de lo que el ser humano ve, pero la mirada se comienza a transminar de lenguaje y el reflejo se hace forma de la tendencia o la tendencia ilumina el reflejo de tal modo que el paisaje se transforma en mundo que niega en sí sus elementos constitutivos: el árbol, la línea del horizonte, el cielo azul manchado de motas de algodón, la brisa que penetra suavemente entre las ramas y pone el movimiento y aquel pájaro que cruza en aparente silencio el espacio y abre un eje fugaz que la mirada alcanza a percibir y aun cuando desaparece en el aire queda en la conciencia que remite a dos partes en el cielo como si el pájaro continuara allí dibujando su trazo diferenciador que nos obliga a estar en uno u otro lado asignando una dudosa simetría por la que el árbol queda en una situación de equidistancia en función de aquella línea imaginaria y podría constituir quizá con su respectivo contorno un ángulo del paisaje que en sí mismo sería ya un panorama singular, parte desgajada por esa separación invisible que nuestra mente prolonga hasta hacerla morir más allá de la línea del horizonte donde se piensa que estaría la meta de su desaparecimiento natural. Y esto que las palabras organizan es lo que la mirada pone sobre el mundo, y este "sobre" es un modo de expresar, graficar la ilusión acerca del mundo como realidad en la que a buen seguro estamos proyectando un acto de existir que no es más que representación . Así la conciencia, aportadora de
lenguaje se hace a sí misma alegoría de los espacios y las formas, en tanto es reflejo pero no realidad, reflejo que en sí es otra visión y en ella impera un orden que sólo el lenguaje puede traducir.

Y sin la analogía no podría efectuarse ese movimiento Ella está en la esencia de las articulaciones descriptivas y su poder reside en la atracción de pensar el mundo sometiéndolo a un sistema de relaciones en el que por fuerza se construye la diferencia mediante el acoso de la comparación. "La divina comedia" dice Paz (2) es una alegoría de alegorías. Podríamos decir nosotros que también lo es "El Ulises" de James Joyce, pero una alegoría que refundamenta su concepto. Y si al decir de Ezra Pound hay en esta obra un exacto y exhaustivo realismo, definición que podríamos considerar más bien especulativa, deberíamos quizás coincidir también en que ese realismo es la representación de una imagen del Dublín de los años anteriores a la primera guerra mundial: una ciudad religiosamente conflictiva y socialmente turbulenta en el acontecer cotidiano de una jornada, en la que Bloom es el arquetipo de una mirada escéptica que traduce el detalle más que el sentido de las cosas. El lenguaje al transcurrir muestra su propia dimensión representativa, y mostrar en la hazaña de una jornada la ciudad de Dublín no se refleja como una intención fundamental del autor, aquel referente no se constituye en sentido, más bien el lenguaje se estructura en él como una apariencia para organizar y dar al lector la posibilidad de un soporte hecho imagen por la que discurrirá la mirada en la ilusión de un adentramiento que el ludismo de la escritura permite a la vez que hace innecesario. Y así es como nos encontramos con un juego alegórico que es la desalegorización del sentido, una alegoría que plantea no una búsqueda al interior de la representación sino un juego lineal de analogizaciones sobre la exterioridad de la escritura, y ésta representa el devenir perpetuo de la conciencia en su afán suplantador del existir objetivo del mundo. El lenguaje sustrato esencial de lo consciente muestra la epopeya de su desplazamiento errabundez "odiseica" que lo constituye en una permanente invención del paisaje humano, rosario interminable de máscaras en que se pierde abisalmente la identidad del existir. Su destino es proyectarse siempre en alegorías de alegorías pues el lenguaje es en tanto lo humano es y el ser humano es en cuanto el mundo le reclama su acción. El lenguaje es acción, afán relacionador que labra entre las cosas el vacío de la diferencia y establece los límites en que el ser se multiplica indefinidamente como acto universal. La analogía es una función del lenguaje no una realidad del mundo y para que haya términos analógicos tiene que haber diferencias susceptibles de una prospección por el espíritu humano.

II

"Ulises" entrega no un aporte analógico por el que sea reconocible el mundo en el lenguaje, sino el carácter de lo analógico en las relaciones intrínsecas de la lengua. Es una fría mirada convertida en escritura, nada palpita en ese texto que pueda inducir a introducciones emotivas, la emoción no penetra la concepción de las imágenes, lo consciente se traduce en lenguaje y la diferencia entre el sentimiento y el instinto reside en que el primero se condensa en una acción que es esencialmente una estructura verbal que lo define, lo cualifica y lo aprisiona. El sentimiento como el deseo son acciones instigadas por factores externos, se originan en un circuito de relaciones que nos hacen pensar que su estructura interna es un movimiento operado e incentivado por presencias de potencialidad reactiva diversa. Y esa estructura verbal en que se define el sentir es lo que ULISES muestra como epopeya del lenguaje. Marion Bloom no está sintiendo, su conciencia está figuradamente generando un reprisamiento de actos, de formas de sentir que constituyen en el instante de su monólogo un devenir de lenguaje que es un devenir de la escritura, es decir lo analógico como representación, alegoría del tiempo que no se detiene y que no tiene otro modo de ser en la conciencia que un devenir de las palabras que en silencio elabora el orden de su percepción.

De "La divina comedia" al "Ulises" es denotable el desplazamiento de la conciencia humana. El conocimiento acumulado empuja los límites del entendimiento y la imagen del mundo se triza reiteradas veces. La conciencia cristiana se fragmenta en Europa y esa fragmentación repercute de diferentes maneras en Iberoamérica. Para Dante el acontecer del ser humano y su relación con la divinidad es trazado de un modo esencial por la Biblia. Si se la discute en un espacio doctrinal, las discusiones no afectan fundamentalmente sus enseñanzas y si había interpretaciones era cuestión de tomar partido frente a ellas pero no negar la esencialidad del libro santo. Todo modelo de vida es pertinente extraerlo de él y si el escritor habla a menudo de la vida es lícito hacerlo de idéntico modo sobre la muerte. De esta relación surcada de fantasías, de fe, de temores y esperanzas surge "La divina comedia". Es plausible y no dificultoso el encuentro con su carácter alegórico, pues el lenguaje imperante dibujaba una muy ceñida mascara de cierta realidad, confundida notoriamente con lo irreal de un trasmundo que la conciencia llevaba consigo como una semilla nutriente y cotidiana.

Lo analógico es una acción vital que en el arte proyecta hacia lo alegórico y en la Edad Media o en el Renacimiento el ser humano europeo se representaba como una estadía en tránsito hacia un trasmundo que encerraba el cielo o el infierno. El pobre siervo de la gleba, el artesano y aún el incipiente mercader llevaban sobre sí el peso imponderable de aquella creencia que de algún modo ayudaba a constituir la unidad del mundo cristiano. Esa unidad se rompería en el siglo XVI con el advenimiento del principio de las nacionalidades y con la irrupción de los nuevos conocimientos científicos, procesos de fragmentación que se agudiza en los siglos XVIII y XIX, y en el siglo XX el desmoronamiento de las unidades universales como concepciones del mundo e imágenes de la vida se hace irreversible, si bien emerge poderosamente el concepto de "orden económico mundial" que divide verticalmente a los seres humanos entre ricos muy ricos y pobres muy pobres con la consiguiente propagación de una ideología mercantil que conforma la conciencia social de las mayorías, imponiendo el colectivismo objetivo que genera la tecnocracia, lo que no impide la fragmentidad en el espíritu de lo humano.

Dante deja una obra tras sí, es un campo alegórico, un sistema de analogías, un referente susceptible de una amplia y más o menos exacta interpretación hermenéutica, Los elementos de la reflexión ético-estética del Dante estaban acotados por un horizonte visiblemente diseñado, la pertinencia ideológica de sus puntos de vista ahondados por el estudio de Platón y de Aristóteles y que pasaban por el fermento discursivo de la Patrística conformaba una red que el catolicismo homogenizaba como partículas reflexivas dentro de la fe. He allí entonces la imaginación y la fantasía del poeta singularizando una estructura literaria sin transformar ni lesionar esas partículas doctrinarias, por el contrario, ahonda su credo desentrañando el sentido bíblico del mito y alegorizando su lenguaje en visiones de relativo acceso para el lector (si el lector informado de hoy puede establecer consecuencias del tenor de las expresadas por O.P en su ensayo de l967(3), es visible que el sentido general de "La divina comedia" es pesquisable con escaso margen de especulación hermenéutica) ¿ qué queda de ella traspasando los siglos? Una estructura verbal gravitando en un mundo asaz diferente. No es raro entonces el revertimiento de la mirada, ese modo de enfocar la obra para un requerimiento de su presencia "física", investigación de vestigio concepcional que denota su enlazamiento ético-estético. Denotamos una evidente reflexión filosófica transminada de sentido moral, inspirada por una poderosa sustentación religiosa. Y si la unidad a la que alude Paz es notoria, también es posible descubrir el matiz de una ácida fermentación herética, que por otra parte fragmentaba en la época el pensamiento cristiano sin romper la universalidad esencial de la imagen del ser humano y del mundo.

En el espacio de la historia literaria "La divina comedia" es valorizable hoy como estructura estética, su situación importa como representación de una época, pero lo prevaleciente es que la obra se nos propone como una hazaña de elaboración técnica: perfección estructural cuyo cuidado se destinó a cumplir la función de constituir una irreprochable unidad interna, reflejo armónico de un sistema de símbolos, universo en que se pone a prueba circunstancialmente el conocimiento global de la época: gramática, filosofía, retórica, informaciones científicas y religiosas, es decir una sabia y erudita comprensión del universo que en los albores del siglo XIV singularizaba el nivel cultural de artistas y pensadores, añadido el hecho de que la obra se escribe no en latín, idioma imperante en los círculos culturales, sino en el idioma que prevalecía en las relaciones generales de la más extensa sociedad. Tanto estos detalles como los grandes referentes religiosos enunciados en la atmósfera de una poderosa fantasía reviven el interés permanente por indagar en la estructura de "La divina comedia"desde distintos ángulos, profundizando su sistema analógico en busca de evidencias comparativas en el desplazamiento de sus formas alegóricas y precisando el carácter de su simbología.

III

Y en el campo de las proposiciones sobre el carácter de la analogía en el ludismo literario nos permitimos paralelizar con el "Ulises" de J. Joyce mostrándolo como lo que es: una obra inaugural. La mirada de Joyce refleja una manera de concebir que no es de cierta unidad esencial del mundo, sino de un todo en fermentación infinita. El cambio, el devenir es lo esencial, y el eje virtual de toda imagen es el lenguaje, por el que adquiere orientación todo sistema de relaciones. El sistema es la estructura en tanto forma sin la cual es imposible enfatizar sus elementos integradores ni reflejar el método preexistente en toda elaboración. Lo consciente se nos da entonces no como un fenómeno tan inexplicable sino como una función que revela a través del lenguaje una imagen del mundo y de la naturaleza, que hace del ser humano un permanente "doble del universo". Con esta imagen aludimos al sentido de una acción relativa: La imagen que los seres humanos puedan tener del universo no puede emerger íntegramente de la experiencia. Tal experiencia no la puede tener jamás el individuo. El construye su visión con los elementos que fragmentariamente le otorga el conocimiento, aunque éste sea producto de una acción colectiva. En su perspectiva unipersonal se impone siempre una visión limitada y ésta debe completarse con el sistema de informaciones que el nivel de los conocimientos le puede entregar en un determinado instante de la historia. Es una imagen deducida, condensada en un lenguaje que desencializa la experiencia directa e introduce un ajuste: la representación parcial se constituye en forma, totalidad diseñada por la materia abstracta del lenguaje, es una actividad consciente que sólo existe por el ser humano, y si éste es el doble del universo, lo es de modo demiúrgico: el sentido es que al reflejarlo lo construye, y siempre es un acto de reconstrucción.

"Ulises" es la expresión de este acto de descubrimiento del lenguaje. Si las palabras y las imágenes pueden transformarse en símbolos, Joyce propone un lenguaje esencialmente nominativo, fríamente punzante, desnudo hasta la crueldad de toda doble referencia. La palabra como el escalpelo del cirujano va dejando a la vista no una imagen del mundo sino el conjunto disperso de sus fragmentos en descomposición, pero ni siquiera esto es un sentido, más bien es el modo de mostrar cómo el lenguaje es una corriente de la conciencia que el desplazamiento de la mirada convierte en forma. La analogía parece perder aquí sus efectos y sin embargo es reconocible en la estructura general de la obra. "Ulises" alude a su antiguo homónimo, pero no es la reiteración singular de un significado, sino la negación de la aventura odiseica como símbolo de la vida humana. Es la aventura del lenguaje en que se dibuja el concepto y se hace él mismo devenir que la conciencia proyecta organizando un orden, pero este orden es convertido por la abstracción en sueño y espejismo. Contra el sueño y el espejismo el lenguaje de "Ulises"opone la frialdad rigurosa de una superficie intraspasable: allí es inútil buscar un trasmundo, la alegoría consiste en su negación, su esencia es la de ser en sí una transparencia, vacío inútil de convertir en misterio. Es alegoría de alegorías en el sentido de que con ella las despoja de significado. El significado es un juego, falsa imagen en que la fantasía ha puesto su aporte de ludismo. La analogía es el acto por el cual el lenguaje formula una posibilidad de conocer por aproximación de semejanzas, es un juego e implica el reclamo de convertir lo concreto en abstracto, hacer del mundo una variada red de formas estructurales cuyos sistemas reclaman a su vez el estatuto de una conexión lógica que los defina y justifique.

El "Ulises" no es un complejo de significaciones, es una estructura lingüística que al analogizar con el homónimo de la antigüedad lo niega en tanto símbolo anteponiendo el vacío del signo, su carácter instrumental en cuando condensador abstracto de la imagen del mundo, es decir, suplantador permanente de lo concreto y realizador de superficies tras las cuales no hay soporte posible, trasmundo que incite al desdoblamiento de la escritura. El mundo es lo que vemos, sentimos y palpamos, materialidad que la energía provoca en su constante movimiento y que la acción humana convierte en tal. Ver, sentir, palpar, etc. constituyen formas de acción que caracterizan lo humano en el proceso de su desarrollo y evolución hasta el momento actual de la humanidad. La materia está en movimiento constante, y los humanos pertenecen ante todo a una especie animal que ha evolucionado en su desarrollo convirtiéndose en una individualidad pensante que asciende del nivel de las biosfera al de la cultura, nivel creado por la acción pensante de su existir, sensibilidad que le ha permitido el desarrollo de su comunicación por el lenguaje, invento que la necesidad de subsistir en la complejidad de su medio natural lo ha transformado en un ser consciente, es decir histórico, de tal manera que la historia es lo que los individuos hacen con la vida que realizan en comunidad. La vida es un hacer deshaciéndose y la historia es la conciencia que los individuos tienen de ese hacer que, al deshacerse, queda a través del lenguaje como memoria del pasado susceptible de crear un espacio de reflexión, es decir, de repensar lo realizado. Todo esto es actividad de la conciencia privada y pública que los individuos ejecutan manteniendo la acción de lo real, es decir, la realidad es siempre en acto porque es parte de lo humano mismo, todo está en acción y reacción, la energía es el todo de los cambios, de los equilibrios momentáneos aparentes de la materia, el existir se hace entre Eros y Thanatos, existir, vivir, morir, haciendo una realidad de la cual somos responsables ante nosotros mismos, somos la presencia y la base de ella, lo real nos pertenece y nosotros pertenecemos a lo real, así detrás de nuestro lenguaje no hay nada, ese detrás no existe, somos culpables de lo que hacemos y de lo que no hacemos para remediarlo. El lenguaje es lo que es en el momento en que sus signos reflejan la superficie de las cosas y acotan sus fronteras.

Las diferencias esenciales entre las obras de Dante y Joyce están en que sus conciencias conforman diferentes concepciones del mundo y de ellos derivan sus sentidos de relación con la escritura. Para Dante escribir fue situarse en el contexto de una determinada actitud moral, ineludible fundamento del signo que debía realzarse en el juego retórico de una superficie estética. En Joyce en cambio, la escritura adquiere independencia de todo juicio ético, su autonomía consiste en que el lenguaje se muestra como una materialidad para edificar una estructura que si bien es una presencia analogizable, lo es desde su evidente consistir estético. El texto no sucumbe a una sujeción mensajista, no se hace portador de una configuración moral, y si ésta es deducible, solamente constituye responsabilidad del lector.

"La ruptura de la analogía es el comienzo de la subjetividad" dice O.P (4). Si estimamos lo subjetivo como lo profundamente personal, lo que es deducible unilateralmente desde el sujeto y representado como esencia de verdad, la analogía acaso pierde su poder, y sin embargo lo subjetivo, podríamos decir, adolece de precisión. Nada hay en lo humano susceptible de constituir una verdad por sí misma, lo humano es la realización de un poder de lo consciente que se hace a través de la exterioridad. Todo conocimiento mana de la relación del ser humano con las cosas y del intercambio de esa relación con la comunidad. Lo abstracto emerge de la conversión de la experiencia en lenguaje. Es un proceso de esencia eminentemente analógica, y por lo mismo, en el individuo consciente se introniza lo analógico en el acontecer interno de su reflexividad como una manera de poner en movimiento el residual de sus experiencias: si la subjetividad se alimenta de significado, lo subjetivo es lo objetivo transmutado en lenguaje.La conciencia promueve relaciones entre las cosas en tanto éstas se representan en su conceptualidad, es decir han accedido a una transferencia esencial de la apariencia al lenguaje. De ese modo el descubrimiento del lenguaje como objeto cultural hace de la subjetividad una manera de ser de la conciencia. Digamos que es la autocomplacencia por la cual lo consciente entra en una recreación de sí mismo utilizando su poder analógico. Y estas visiones tienen variadas formas de expresión: históricas, filosóficas, científicas, artísticas, etc., y si hablamos específicamente de la escritura, digamos que es un lugar de abstracciones que se pretende colonizar, convertir en volumen su superficie, continente de pretendidas resonancias tras las que se adivina lo que el escritor "desea" revelar y que la lubricidad de su espíritu lo hace esconder tras el drama de una máscara.

Lo procedente es atraer la atención hacia el reconocimiento de que la escritura es su forma textual, y en ella sujeto y predicado pueden confundirse en una sola presencia, lo que de hecho es así: lo que se dice del sujeto está comprendido en él, si el signo se define en el significado, su esencia de arbitrariedad sólo se diluye en la exacta correspondencia que su ubicación en el texto le asigna. El escritor sólo se refiere a esto y no tiene porque disfrazarlo lo estético no consiste en un disfraz sino en una singular forma de relación, es un juego de ruptura de las formas, de reelaboración de sus fragmentos, de armonizar los antagonismos y hacer antagónicas las armonías, tal cual procede el universo en su eterno devenir.

Lo analógico es el modo de establecer relaciones dentro de la dispersión que una superficie propone y quizás en esa acción se descubra el sentido como una singularidad de la imagen, mundo estético proyectado en su propia lógica, estructura simultánea de elementos y referente del cambio y de la inestabilidad, de los cuales lo cotidiano es una fugaz representación.

 




Citas:

"La nueva analogía" O. Paz Edit. Madrid Alianza Edit. l97l
(1) pág. 253
(2) "
(3) " la obra
(4) " 256

 
 

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