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Jesús Sepúlveda, Sergio Ojeda y Domingo Díaz:
Poesía del desasosiego.

Por María José Jara Barquín
Productora Literaria MAGO Editores
http://www.magoeditores.cl

Es todo un desafío escribir sobre poesía chilena contemporánea, tanto por una negación a clasificar ésta desde un punto de vista «generacional», así como por la poca difusión que implica el movimiento editorial, la experiencia de lectura y el hermetismo del «círculo literario» con respecto al quehacer poético. Quizás por esto resulta atractiva la idea de esbozar un cuadro que resuma los matices poéticos que me parecen significativos a la hora de leer estas escrituras.

Más allá de fijarse en sus motivos, incluso en su temple, la poesía de Sepúlveda, Ojeda y Díaz se mueve. Dinamismo que parte del hartazgo y se convierte, en algunos casos, en violencia y resistencia ante la misma escritura y en otros, en impaciencia ante la posibilidad de decir, de significar. El gesto de escritura es una permanente búsqueda de identidad no sólo a nivel existencial sino escritural, constante pregunta del por qué de la escritura en un guiño solapado al escenario en el que nos encontramos, en el que la memoria literaria se disputa un sitio respetado. Las voces oficiales se enfrentan a la marginalidad en la palabra («ghettos en la palabra» dice Ojeda), donde estas últimas buscan su límite, al otro lado del espejo de la sociedad.

En este transitar se plantean ciertas miradas: la ciudad, el hastío, el tiempo, la soledad, la sensualidad. Y no puedo dejar de pensar en Pessoa y robarle un término y pensar esta poesía como una poesía del desasosiego. 

El gesto de escritura

Existe un sentimiento encontrado frente a la página en blanco, que desde siempre es una instancia a la reflexión poética, como si de un espejo se tratara. La página en blanco seduce, comunica, el silencio canta (ya Martínez lo ha expuesto de manera notable) y a la vez otorga la complicidad tácita de los referentes póstumos. El problema se genera cuando no es posible separar voluntad e impotencia, libertad y disputa, dominio y fracaso. Hay en Díaz algo de esa conexión entre escritura y negación lihneanos, en los que la poesía queda homologada al sujeto, no tanto como una finalidad sino como un medio de existencia, precaria, pero existencia al final. Se condena a la poesía, pero a la vez se la ve como el modo de subsistir en el mundo. Talvez a lo único que podemos dar vida es a la materialización de nuestro anhelo en una página, que por blanca nos da más esperanzas –o nos frustra por su vacío intenso– en la que podemos escribirnos a nosotros mismos y rescatar, de algún modo, lo perdido. Lo que ya no existe. Es decir, re-crear. Díaz lo plantea así: Las teclas de la máquina apuntan /hacia mis ojos («4 A.M.») o Escribo, no hay nada que hacer («Similar»). En su poema «El dolor de los años» da más claves sobre este proceso escritural: pienso /en la última línea de mi poema/en el ducto por el que todos vamos a pasar/un libro que creí leer; para luego concluir en «Insomnio»: Poema para ser tirado a la basura /para levantar el ánimo a las hormigas […]sólo mirar la pantalla en blanco/imagina lo que quiere ver /es la violencia del silencio […]Escribir y caminar /tranquiliza a esta alma rota. 

Ojeda plasma esta situación poética desde un enfoque diferente, quizás menos desilusionado, en el que la palabra es un medio procurado para redimir la realidad. La página se convierte en un cuerpo que se enuncia como el espacio de reconstrucción de un medio y de la imposibilidad de la palabra para hacerlo. Tardanza del fuego da cuenta del dolor que habita en la palabra poética, de los materiales arruinados con los que construimos nuestro escenario: Cubro miedos en esta convención de frases /finalmente encontramos el sitio /la tierra deshabitada /y las tardes de papel /que nos recordaban el cuerpo. Esto queda registrado melancólicamente en «Las estaciones»: Nuestros registros /están disponibles /en fotocopia a baja resolución. […]descienden de los escombros /(son los cielos que habitamos). […]Nada acontece /en el habitar de las palabras […]Vamos de las manos /entretejiendo discursos /ausentes de destino. La palabra sólo sirve para comunicar esta otra clase de impotencia frente a la memoria. 

Sepúlveda, por otro lado, es quizás el más confiado en los medios poéticos para denunciar desde el mismo poema y usar la violencia para sus fines: desconstrucción y recreación de un espacio. Esta vista del sujeto es más alegórica y se instala en la realidad más cruda para sacar de ahí las fuerzas para la utopía: Figúrate […]que los cristales que te separan del arte se trizan y borran lentamente […]ser libre /sin número ni fronteras ni archivos /que te despojan del peso y brotan tus ojos /que abandonas el trabajo el domo la nada /que desaprendes tu nombre, nos dice en «Utopía». Hay un afán de contestarle a la vida: La imaginación remata el poema /Hueso de hormigas que carcomen la agonía de sí /No nos obligarán a cortarnos la lengua /sordomuda del suicidio («Escrivania»).

Se rescata el espacio poético en un movimiento de resistencia ante la mirada y la palabra. Lo que nos vemos obligados a contemplar y a decir. Pero la materia para hacerlo es parte también de esa misma escena que no queremos mirar, por lo que es imposible no irse en contra de los mismos medios para enunciar. La identidad se va conformando así de manera contradictoria, es una identidad que también se ve arruinada, en trozos frente a una multitud que nos hace sentirnos más solos, más vacíos y más impotentes. Se rescatan ciertos recuerdos. Hay en Sepúlveda un gesto hacia lo lárico, en busca de ese pasado para reivindicarlo. En «Escrivania»: Volver al terruño y partir de nuevo /como si los nudos del tronco del árbol /de la casa de mis padres /ya no existieran /como si los anillos que sobran /fueran los rostros de los que ya desaparecen.

La ciudad / la soledad

La ciudad es un sitio para perder y encontrar. Perderse también es un arte (como diría Benjamin). Sin embargo, en estas escrituras encontramos el miedo a perderse, el sentimiento de solitud existencial que no escapa de las grandes multitudes, lo que es también un tópico moderno (desde Poe y Baudelaire). El estar en la ciudad, ciudad nocturna, ciudad que requiere del trago para una subsistencia menos fatal, fomenta también la experiencia poética. El escenario perfecto para dar cuenta de este estado presente que mira hacia el futuro con desconfianza e idealiza el tiempo.    

Es la soledad, entonces, un tema recurrente. Siento temor de estar en la multitud, dejar mi reducto, dice Díaz. La soledad empieza en el gentío («Las chicas»). Es una lúcida reflexión. La ciudad está enferma y eso nos ata al tiempo que es inexorablemente fatal: La noche muestra su melancolía /Envejecemos en cada amanecer («El tiempo que no llegó»).

Para Ojeda es también orfandad: El anverso de la vida /sucede como tráfico /y nos tiñe /huérfanos de colores. […]La soledad /es una turba de imágenes /donde reproduzco lentamente /las visiones. («Las estaciones»). Existe una imposibilidad de amanecer: Santiago descubre cuerpos /cuando las luces /impiden el amanecer /en el ir y venir («Poema final de pedazo de mundo»).

«A veces hay días en que duele despertar» dirá Sepúlveda.

Sepúlveda es categórico en su visión del hombre frente a otros hombres, en «El animal tiene hambre»: El animal tiene hambre /de bondad /Famélicos aquellos que engordan /dejando sin comer al otro /[…]El animal tiene hambre /cuando va en bandada /o vende sus pulmones sus ojos /su bondad su bronca /que quedan colgando de los ganchos de la carnicería /No hay matarifes sin matadero /[…] Cuando el animal tiene hambre /todo está tenso /Se desmoronan los libros /[…]No sabe vivir con dolor y angustia /pero trata /[…]Se harta hasta el hartazgo.

Díaz plantea algo similar cuando dice en «Insomnio»: En estos tiempos que estamos solos /y nadie escucha a nadie /Todos contra todos.

Veo en Sepúlveda esa aprehensión de realidad por medio del tránsito, pero en una desacralización de la idea Benjamineana de la calle como experiencia estética. Las nubes y las palabras se deshacen. El aire tiembla y el cosmos se fragmenta. […] He vuelto a una ciudad de húmedas paredes con rincones abiertos para desandar lo visto. […] Por las palabras entra el recuerdo («Kif»).

Veo en los tres poetas un comportamiento similar frente a la escritura que no los homologa ni los deja bajo cierto rígido parámetro, sino más bien les permite dialogar en este dinamismo escritural, en ese no poder estarse quietos con la memoria ni con la escritura, cada uno con sus propios métodos y riesgos a la hora de manifestarse frente a las voces oficiales.  

A modo de conclusión

Se ha planteado, cuando se habla de la poesía actual, de la Generación del 87, una poesía neovanguardista que continúa el afán rupturista que la precede. Más que ruptura, diría re-signación  (en toda la dimensión anfibológica de la palabra), ya que no vemos el ímpetu vanguardista anti-institucional, sino más bien una voluntad que se ve marcada por un contexto postdictatorial que todavía busca de dónde afirmarse, y en esa búsqueda se revisan otras escrituras precedentes: Lihn, Teillier, Lira… actualizando tópicos y queriendo salir de los lugares comunes.      

En resumen, es imperiosa la necesidad de aproximarnos a la creación poética actual en Chile. Es necesario también sacarnos las manías de encasillamiento en la que se sitúa la poesía chilena, sobre todo desde un punto de vista político, pensando en que no se tiene nada más que decir. Si bien se revisan los referentes, el contenido de esta poesía va por un trabajo metapoético, reflexivo no sólo sobre la sociedad sino también sobre las propias posibilidades (o imposibilidades) de expresión.    

En este contexto de difusión, MAGO Editores invitó este miércoles 7 de mayo a la cuarta lectura de poesía en la Librería Onomatopeya, con la recitación de los poemas estos tres poetas reseñados.

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Libros publicados por MAGO

Díaz, Domingo: Su poesía está antalogada en dos libros:
Lector se busca, Santiago, MAGO Editores, 2002, 144 págs. (Colección «Ideas»)
Los Premios, Antología de poesía y cuentos, Santiago, MAGO Editores, 2005, 136 págs. (Colección «Ideas»)

Ojeda, Sergio: Tardanza del fuego, Santiago, Alianza Editorial MAGO Editores / CARAJO, 2007, 62 págs. (Colección «Rieles»)


 

 

 

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