Proyecto Patrimonio - 2005 | index | Manuel Espinoza Orellana | Autores |...................

 

La Voz de la Tribu

Por Manuel Espinoza Orellana


He aquí, un tema esencial que concita hoy profundas interrogantes. Si nos remite al sentido primigenio de constituir la expresión de lo religioso y cultural de un pueblo, su sentimiento de existir para una finalidad trascendente, concluiríamos en que esa voz parece perdida en el trasiego de las evoluciones y de los profundos cambios que hacen del ser humano actual, de su itinerancia, un rescoldo de contradicciones.

El hombre ya no escucha su voz, sólo oye el eco de un rumor al que otorga cada vez menos importancia. La vida se ha transformado en un constante batallar por permanecer en una consistencia cada vez más absorbente y complicada que consume sus horas y lo confirma en una ingente exterioridad de la que no desea ya ausentarse. La voz de la tribu sólo puede escucharse en el silencio de una comunicación honesta del ser humano consigo mismo, en búsqueda de un sentido auténtico para el existir. Pero el ser humano no es contemplativo hoy sino vertiginoso, y si el poeta representa de una manera genuina la voz del pueblo, pocos seres humanos leen a los poetas, actitud que en el siglo XX se vio decrecer lamentablemente.

En el poeta está la proeza esencial del ser confidente, el lenguaje se le propone como un modo de exorcismo, mutación de aquello que para la colectividad es lo real, dar sentido más puro a las palabras de la tribu dice Mallarmé y este reclamo no puede residir en la exigencia de una hazaña de simplicidad retórica que a menudo es un traslucimiento de simpleza. Por el contrario, es el afán de una invocación: se le pode al lenguaje regresar al origen de las palabras, instante en que comienza a nacer lo real como un orden destinado a cubrir el caos elemental del existir. Y más allá de esta consideración tan pertinente quizá se nos reclame detenernos en el concepto por razones de la misma raíz.

Voz de la tribu alude a la esencialidad del decir, proyección desde la duda, búsqueda, necesidad de expresar y comunicar identidades, formas que constituyen la cifra de cohesión esencial de las vivencias ancestrales. Se interfiere entonces una noción de lenguaje : si es una función social estaría hondamente peculiarizada por una singularidad regional o local. Si es un suceso universal de la conciencia-que no niega el hecho de ser una función social- su tendencia práctica sería una proyección constante hacia el desciframiento del acto de pensar sobre el mundo, que es un modo de ordenamiento de éste en la conciencia, que es a su vez una manera de convertir en abstracto lo concreto.

La designación "voz de la tribu" propone a nuestro entender un sentido de comunicación en el que se incluyen estas dos formas en tanto complementos inseparables. Los individuos se relacionan entre sí en la comunidad y lo hacen con cierta objetividad del mundo que implica una red de nominaciones. Nominar es otorgar a una presencia, de una cierta manera, su sentido y su forma. Es un modo directo de significar que representa una designación, el objeto es caracterizado por las palabras, acotado, convertido en vehículo transferible por sus cualidades de una conciencia a otra a través de las palabras. En éstas está la imagen que va a emerger en lo consciente como resultado de una invocación, el sonido se transforma en opacidad, forma aislada que se configura en el aire como una presencia cuyo sostén es ilusión, ausencia de materialidad aunque su proyección implique un acto material, pero en sí a los efectos de la comunicación impone una sensación de falta y al mismo tiempo de anhelosa solicitud. El lenguaje hecho voz o la voz hecha lenguaje ha operado una dimensión, el mundo se ha transformado en objeto porque la conciencia ha demostrado sus características subjetivas. Objetivo-subjetivo es unidad inseparable y su instrumento es el lenguaje. Perfecciona la individuación de las cosas, es decir las torna consciente y tornar consciente es poner en lo humano la participación de la esencia del objeto, vale decir el reconocimiento de sus consistir en tanto presencia. Es un reconocimiento individual que implica establecer el sentido de la diferencia, así sabemos que las cosas están allí, que su variedad denota desigualdades y lo sabemos porque el mundo como totalidad se nos ha organizado en tanto imagen de una realidad complementada merced al lenguaje. Lo que la conciencia constata lo percibe en la interpretación del lenguaje, pues sin él todo se le viene encima como un caos, irrupción de un desorden incomprensible.

La propiedad del lenguaje señala un paso en la evolución del ser humano como género, factor que repercute ostensiblemente en la vigorosa conformación de la conciencia individual. Voz de la tribu es de este modo invocación a ciertas peculiaridades culturales y religiosas que conforman una determinada comunidad y que asimismo trasminan la práctica de su lenguaje. Sin embrago, la estrechez del mundo como entidad planetaria debido al desarrollo vertiginoso de las comunicaciones opera sobre las comunidades culturales un proceso de mediación. Por él, la universalidad se alimenta y se hace extensiva en cuanto tendencia que borra el énfasis de las diferencias culturales, de las formas de pensamiento enclaustrado en una regionalidad singularmente particularizada. Lo regional si es una innegable realidad de situación para el ser consciente, es también el soporte recurrente y concurrente al acto de universalización del lenguaje, y lo es porque el lenguaje es el factor clave de todas las mediaciones. He aquí la instrumentación primordial de lo consciente, vehículo de ida y regreso que impone su dinamismo proyectando un clima de abstracciones. En la abstracción los hombres comprueban el existir y le imponen una definición que cualifica lo cotidiano y le da ese aspecto de seguridad sin el cual la vida sería imposible. Por el lenguaje el ser humano se pone ante sí mismo y ante los demás y busca y transfiere el sentido variable de los valores y acerca mezclando, comparando, fijando diferencias en cuyo espacio se concretan fusiones y cambios que hacen activo el proceso de la cultura y la civilización.

La voz de la tribu no puede ser más que la voz de la conciencia como entidad universal, ingente superación de lo concreto para entrar en lo abstracto que es, que no puede ser otra cosa que la conversión de las especies en sus esencias nominadas. Lo abstracto es una necesidad de relación, juego de la síntesis sirviendo al ancho campo de lo referencial, sustitución de lo representado en y por sus cualidades y éstas aprehendidas en sus infinitos modos de relación y complementación, los seres humanos se muestran el mundo en el matiz más o menos profundo de sus concepciones individuales. De esa manera la subjetividad prueba su carácter singular e irreemplazable, la condición única de su perspectiva personal.

En este orden de relaciones palpamos las inequívocas alteraciones de precisión en el uso y concepción de los lenguajes que emergen al finalizar el siglo XX, la presencia humana al transformarse aceleradamente, su régimen de intereses se desplaza en un tránsito que le hace perder periódicamente la legitimidad de su voz. Un discurso anémico, inane desligado de raíces esenciales se empeña en dibujar las formas de un período que se hunde en el caos y la desesperanza, es lo que muestran los últimos años del siglo XX, prolifera el coa, la desconstrucción vertical del campo reflexivo en una atmósfera de asociaciones mentales que dan cuenta de un mundo fragmentado por sus contradicciones y estas contradicciones emanan de la visión de la presencia humana como productora de vida material, hacedora de bienes de consumo, que al final caen derrumbados cuando algunos individuos logran atravesar el límite de sus relaciones inmediatas y se miran a sí mismos en la precariedad de su existir irredimiblemente finito. Un sentido de la historia parece haber terminado ya, y el ser humano, producto de la resaca social se ha perdido en la orfandad de un existir inmediato, cuyas raíces se hunden en la simultaneidad de sus perspectivas contradictorias. Es el problema que traduce la voz de la tribu y que afecta a la inteligibilidad de sus proyecciones, la voz de ha convertido en coro que reitera un modo de estar en la exterioridad, lo fragmentario se opone a la globalidad complementada y la unidad global se ha transformado en colectivismo y uniformidad y el signo se hace indescifrable como instrumento del pensar.

La historia parece no ser ya el seno del suceder, sino la trama dispensable de toda la influencia pues el pasado no puede influir en el presente. El lenguaje de la historia es una mera obsolencia y el ser humano al prescindir de él, cae en el vendaval de su dispersión. El presente se llena de lenguaje, el discurso se vacía de repercusiones y el ser humano al finalizar el siglo se muestra perdido, desprovisto de ser ontológicamente precisable. Es el acto primando sobre el pensar, y le conocimiento que pareciera explicarlo todo se enajena en una alto nivel tecnológico mientras el origen ancestral es pulverizado por la incertidumbre.

¿Dónde está la voz de la tribu, la fuerza desde la cual el lenguaje puede levantarse para enjuiciar y mantener viva la búsqueda del sentido que abolirá el absurdo de la mirada en el acto mismo de la reflexión?

No hay grandes sistemas de pensamiento en el siglo XX, sólo esquemas reflexivos dentro de un positivismo ad hoc, con el grado de cientificidad que asume erráticamente el conocimiento.

Del presencialismo evidente en que el ser humano se encuentra lo rescatable debiera ser su libertad, es decir su derecho a cuestionarse a sí mismo y a encontrarse con su rostro singular más allá de la máscara de lo colectivo. Si se redencionó al fin de la doctrina esclavizante, ahora lo esclaviza la colectivización que impone el mercado. He allí un lenguaje sin alternativas de redención, una semántica del desarrollo material que impone un desciframiento de relaciones puramente mercantiles, aún en el arte. Nunca se había manifestado de modo tan claro como en nuestro tiempo el carácter opresivo de los lenguajes oficiales, esa nomenclatura impuesta a lo consciente a través de la necesidad y operada como un natural estado de intercambio social. Sólo la literatura puede cumplir la hazaña de abrir un " forado " en la continuidad uniforme de esta superficie lingüística. Es una vulneración que reclama la actitud consecuente de artistas y escritores para cambiar la morfología verbal del reconocimiento cotidiano e introducir una semántica de descomplementación del sentido y mostrar que nuestra presencia está hecha en gran parte de lenguaje y que en éste confirmamos las relaciones que nos impiden cambiar. Y si las formas del mundo son diseños de un acto verbal que las traduce y grafica, igualmente al modificar el sentido de esos actos nos estaremos dando la posibilidad de un encuentro consciente con el devenir en que se inscriben indefinidamente todas las transformaciones universales.

 

* * *

 

Manuel Espinoza Orellana, escritor y crítico literario chileno, nacido en Valparaíso, sus textos son conocidos en Latinoamérica, Europa y América del Norte, colaborando asiduamente con revistas y periódicos internacionales. Ha mantenido una comunicación epistolar con Humberto Díaz Casanueva, Ludwig Zeller, Pedro Lastra y Waldo Rojas. Sus textos críticos giran en torno a la escritura de grandes talentos literarios, entre sus estudios podemos citar la obra de Diamela Eltit, Humberto Maturana, Enrique Lihn, Octavio Paz, Dürrenmatt, Marguerite Yourcenar, Felix Guattari, Waldo Rojas y otros. Actualmente, vive en la ciudad de Villa Alemana, Chile y continúa su labor de investigador y crítico literario infatigable.

 

 


Proyecto Patrimonio— Año 2005 
A Página Principal
| A Archivo Manuel Espinoza Orellana | A Archivo de Autores |

www.letras.s5.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez S.
e-mail: osol301@yahoo.es
La Voz de la Tribu.
Por Manuel Espinoza Orellana.