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LA MAGIA DEL TEXTO
( Aproximaciones a " TEXTOS CAUTIVOS " de JORGE LUIS BORGES )

Por MANUEL ESPINOZA ORELLANA


He aquí la palabra, una vez más reiterando su propósito: hacerse a sí misma en la simulación de una búsqueda. ¿Forma de extorsión?, quizá no tanto, acaso una manera de ejercer la buena fe del descubrimiento en el discurso ya hilvanado de los otros. Es que esta decisión es un incontinente modo de mostrar cómo el vacío puede intervenirse y llenarse con el recurso de una cierta fe en el signo, en tanto sombra de la certeza. El vacío que la hoja blanca presupone, extiende la magia de su impolutez hacia el libro que se nos representa como un suceso cerrado, silencioso en la materialidad superficial de sus signos, y provoca el acto de interrogación que presupone un movimiento de apertura. He allí una confabulación misteriosa: la hoja blanca bajo la mirada denota una voluntad de acción, el discurso ha de emerger como un producto destilado que emana suave o dolorosamente de una escritura que el libro propone para ser perforada en busca de sentido. Si el signo puede ser arbitrario, he allí un sistema en el que insertado calculadamente otorga la posibilidad azarosa de una fijación que haga de la lectura un descubrimiento real, y de éste un proceso de acercamiento a la voluntad del emisor. Y tal posibilidad nos hace recordar que el mundo se nos propone en sí como una variada expresión de lenguajes.

Aquí está Borges, junto a nosotros, su oficio, su pasión, su mirada en el rumor que la escritura de los demás le hacía sentir. Él entregó -queremos creer que a " regañadientes "- estos textos que alguien adjetiva de cautivos. Se nos propone como una muestra de tres o cuatro años de ejercimiento del comentario, la presentación, el acto noticioso acerca del libro y de sus actores. Borges, el imaginativo esencial, deja una huella de su preocupación por el libro de los otros. Lector confeso, su vida está llena de lecturas, y éstas se prolongan en su discurso y se hacen irreales, muestras de un poder de la palabra que excava en la evocación y señala la luz de una lejana forma en que el mundo- a veces una partícula de él- adquiere un modo irreemplazable de ser nominado.

Trece ensayos, cuarenta y ocho biografías, (sintéticas) ciento doce reseñas y quince micro-noticias sobre vida literaria, he aquí cuantitativamente el material que se había sustraído a la hazaña de los editores quedando en la sombría media luz de una revista dedicada al hogar. (¿Qué escenario es el hogar para lo literario? No parece muy claro en nuestro tiempo). ¿Era necesaria esta publicación? El bibliófilo dirá que sí, pero quizá el lector que ve en el texto no la posibilidad de un afán acumulativo sino la ocasión de embarcarse en la aventura de un desciframiento, diga que ese material tiene un valor secundario cuya exhibición podría haberse economizado. Es posible.

Nosotros vemos esos textos no en su valor documental o histórico ni menos emotivo. No exaltamos al carácter de hacer más completa la obra. El problema de la escritura no consiste en la reconstitución de áreas cuantitativas. Esos textos nos muestran que Borges, entre los años 1936 y 1939 asumía la responsabilidad de mostrar a los lectores argentinos, y quizá a sectores más reducidos de Latinoamérica, la amplia existencia de autores europeos y norteamericanos, de los cuales da noticia muy sintética pero precisa. Constatamos entonces una escritura adecuada al contexto de difusión, si bien se percibe en ella esa propiedad eminentemente borgiana de la sencillez, forma de construcción gramatical en que el verbo y el adverbio adquieren una peculiar manera de enfatizarse. Diríamos entonces, que allí, en esos trabajos, está más el lector que el crítico, pero el lector atento que cruza el centro de la superficie textual y perfora el artesonado de las palabras, cuya verticalidad puede ser más una imagen que un hecho escueto, para descubrir las asociaciones, digamos " internas ", que promueven los signos y que hacen del texto un sistema de significados explorable, lo que es decir, acaso " creable " por cuenta del lector en porcentaje proporcional a la apertura que el lenguaje promueve. Y no hablamos de un comentario de situaciones que rebasan los límites de la escritura. Borges entregó en 1936 un modelo de comentario periodístico. Él habla del orden estructural de las obras, del uso y abuso de ciertas imágenes, de su acertada contextura o de su rebuscada construcción. Compara, señala reiteraciones, y, en general, hay en él siempre más conformidad que regocijo.

Es posible que el número de los autores citados en estas reseñas pueda puntearse morosamente como un modo de mostrar lo que Borges enfatiza. No obstante, nosotros, no consideramos oportuno señalar, reiterar lo que el libro resalta. Lo que nos interesa de estos trabajos es el espacio en que se sitúa la mirada de Borges. Es entonces su lugar frente al libro de los otros, esa perspectiva unipersonal excluyente que le asigna la condición de ser seguramente el primer escritor continental que hace del texto en sí mismo el tema de sus preocupaciones críticas. Si bien, Borges, no aparta al autor de su obra y lo constituye en referente al mismo tiempo que el texto, responsabilizándolo de un modo directo, en cuanto lo identifica en sus aciertos y errores, su referencia a la escritura tiene una constante alusión a procedimientos gramaticales, a formas de concebir la imagen y a formulaciones de ideas. El sentido para él está implícito en la forma, el significado es el sostén profundo del texto, y éste puede malograrse por una ineficiente estructuración de sus elementos:
" Se de dos tipos de escritores: el hombre cuya central ansiedad son los procedimientos verbales; y el hombre cuya central ansiedad son las pasiones y trabajos del hombre. Al primero lo suelen denigrar con el mote de " bizantino " y exaltar con el nombre de " artista puro ". El otro, más feliz, conoce los epítetos laudatorios " profundo ", " humano ", " profundamente humano " y el halagüeño vituperio de " barbaro ". El primero es Swinburne o Mallarmé; el segundo, Céline o Théodore Dreiser. Otros, excepcionales, ejercen las virtudes y los goces de ambas categorías..." ( A propósito de ¡ Abaslom Absalom! De W. Faulkner. Página 76).

Borges trabaja, trabajó siempre con la información. Fue un erudito, en el sentido que se da en él la acumulación de una pormenorizada y basta recopilación de conocimientos. Pero esa erudición en el espacio de la historia literaria, de la filosofía y de otras ramas del saber humanista no anulan ni atemperan en él al creador. Su imaginación, su fantasía son profundamente superiores a toda forma de especialización. El conocimiento es entonces para él un instrumento al servicio de su reflexiva acción creadora. Así es dable constatar en los trabajos a que nos referimos la proyección de ese saber como una fuente que le proporciona un distinguible nivel a la mirada. La literatura es un acto del que él es un iniciado lúcido, eficaz, maduro. El enfoque de un texto es en tal sentido el alumbramiento de una red de textualidades sobre la que lo singular ha de mostrar su justificación estética. Comentar es entonces comparar, encontrar identidades, descubrir afinidades y contradicciones, reiteraciones sobre la trama de los procedimientos existentes o innovaciones formales que convierten una temática en otra de sí misma. El libro nos pone entonces ante la necesidad de comprobar el desplazamiento de la escritura de Borges sobre sí misma.

Su preocupación por el discurso literario de los otros es su propia concepción del acto, es decir, si cambian los emisores, esto es un accidente que ocurre al lenguaje, éste en sí mismo es una acción revisora, a cuyo cumplimiento el emisor pone su presencia instrumental. Eliot, Paul Valery, Pound, Joyce, etc. Han descubierto en el lenguaje el sistema de variables en que se empeña su movimiento, y ellos han servido a ese propósito. Sus singulares discursos no habrían sido posibles sin ese descubrimiento. La objetivación de la palabra en sí misma, esa desinfección de la creencia en la unidad indisoluble entre contenido y forma otorga al escritor un sentido de la libertad de creación que es un sentido de su propia libertad individual. El lenguaje dibuja las formas del mundo, el poeta actúa sobre esas formas, no otra cosa es la historia de las metáforas, a la que alude tan frecuentemente Borges en sus distintos textos. Ellas están, dice él, independientes del hombre, residen en el universo y lo que hace el poeta es descubrirlas. Su labor consiste en re-conocerlas, no para reiterarlas sino para descubrirlas conscientemente, re-formarlas, hacer que los signos muestren innovadas las significaciones. Y al referirse a los primeros poemas de Eliot, dice : " La influencia de Laforgue es evidente, y alguna vez fatal, en esos preludios. Su construcción es lánguida, pero es insuperable la claridad de ciertas imágenes ". (T.S. Eliot Biografía sintética, pág. 142). Y al elegir una muestra transcribe el poema " El primer coro de la roca ", donde destacamos nosotros los siguientes versos:

" El infinito ciclo de las ideas y de los actos, Infinita invención, experimento infinito. Trae conocimiento de la movilidad, pero no de la quietud; Conocimiento del habla, pero no del silencio; Conocimiento de las palabras e ignorancia de la Palabra ". (mismo trabajo, pág. 143).

El ejercimiento de esta actividad, crítica de Borges entre los años 1936 a 1939, le permite escoger de un modo sugestivo los textos, materia de sus comentarios, y a través de ellos expone una concepción definida de su pensamiento frente a la escritura, sea ella prosa o poesía: es el "procedimiento verbal" el que otorga dignidad al lenguaje y lo convierte en arte, y sólo así, "las pasiones y los trabajos de los hombres " adquieren importancia simbólica, se constituyen en actos epopéyicos dignos de recreación. He aquí un libro de Borges, importante como legado instrumental y paradigmático para el ejercicio de la crítica literaria actual.

(Textos Cautivos, Marginales Tusquets Editores, Barcelona, 1986).


 

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