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"El Paso" de Miguel Ildefonso

Amores, amigos y géneros indocumentados de El Paso

Por Nelson Ricardo Ramírez
Profesor de literatura latinoamericana en Arkansas Tech University

 

 

"La poesía está hecha para los amigos", termina "Confesiones de una máscara" (1), de Miguel Ildefonso (Lima, 1970). El poema ofrece, más bien, en ese último verso, uno de los principios claves de su poética. Contrario a lo que sugiere el título, la máscara como persona, étimos griegos de ese latín del que nos llegan personaje o enmascarar, entre otros vocablos de tal estirpe, su vínculo con el título de la novela de Mishima es de irónico calibre (en el japonés las caretas y tensiones derivan de no poder asumir su verdadera sexualidad). Los padecimientos de sus referentes, obsesos en pos del arte, son vividos o recreados a gusto por el hablante. Así, Van Gogh, Schumann, Pessoa, Cioran, el shelleyeano (que suena a chela) Luis Hernández, flanqueados por la fantasía y realidad de bares, playas, night clubs, bailarinas, prostitutas, música y mercados de Lima, antes que impostura, en conjunto da voz a sus amores, pues el poeta los ha internalizado, forman su esencia. El quehacer poético tenido por charla con amigos -que, en tanto artistas, viven todavía- y con los compañeros de ruta, son dos líneas que también en su trabajo narrativo convergen.

Animador de la escena bohemio-literaria de los noventa con el grupo Neón, Ildefonso ha merecido varios premios importantes (Juegos Florales de la Católica y COPE, entre ellos). Su primera colección de relatos El Paso (2005), recibió el 2004 el Premio Asociación Peruano Japonesa, que lleva el aval de Cueto, Reynoso y Sumalavia. Podemos esquematizar su temática en amistad (amigos y exponentes de artes diversas) y amores (artes, mujeres, vida), esto, con el trasfondo ideológico que el contacto fronterizo genera. Ildefonso hace arribar a buen puerto esa alternancia entre lo que Faverón ha llamado, "vitalistas" y "metaliterarios" (2), como tendencia última en la narrativa peruana joven, y que ya el poeta Hernández, precursor en tanto, tan felizmente practicara en los 70. La vida viajada, vivida, amada y bebida en El Paso se relata a galope, con poco respeto a la legalidad genérica, si entendemos esto un estricto ceñirse a las convenciones, en un constante cruce territorial de culturas "alta" y "baja", de textos culturales, de medios y, hasta de su propia constitución e inserción, pues fluctúa entre relatos de regular extensión, viñetas con el aliento del microcuento, y una pulsión de novela: la indecisión de la permanencia allá y el retorno.(3)

El viaje

La primera de las dos secciones en que se divide el libro, "El mundo desde el Prince Miachiavelli's" (el night club frecuentado en El Paso), lleva revelador epígrafe de Fuentes que destaca el vigoroso y conflictivo imaginario fronterizo México/E.U. Son veinticuatro relatos de descubrimiento de identidades, creación/recreación literaria con la perspectiva latinoamericana, ese subgénero del que Sarmiento y Martí, cada cual con una visión particular del país que empieza a disputarle primacía histórica a Europa, serán mayores exponentes en ensayo, epístolas y crónicas. Viaje que de los 90 en adelante se habrá acentuado: McOndo, Se habla español: voces latinas en U.S., Diablo Guardián, et alia.

Ildefonso al retomar ese trajinado subgénero adopta el enjuiciamiento de quien percibe un país multicultural e imperialista, babélico, monstruoso. Pero la visión crítica es matizada, pues tampoco hay un antagonismo visceral con el sistema. Capitalismo deshumanizante y miseria social por un lado, el consumo de grasa a mansalva, los Mactrabajos de los grifos, el mundo nocturno de los antros y sus mujeres, sus guerras y sus derrotas -la Zona Cero de las Torres Gemelas será un referente-; y, por otro, la vivencia de amores fugaces (americanas e ilegales) y los no tanto (europea), en el país que ha generado gran literatura y música, artes con la que sus narradores dialogan. Esa observación desde fuera estando en la geografía del otro, podríamos encontrarla a la inversa en el outlaw O.Henry, que en Repollos y Reyes (1904)(4), ambientaba en un anónimo país sudamericano, lo tópico, lo llamativo: la dictadura y corrupción por la que nuestros pueblos convocan la imaginación yanqui.

El primer cuento, "La ventana del Greyhound", marca la pauta de la colección: la mirada en movimiento, la fluctuación, el abandono. Narrativa de viaje a lo beat y otros héroes contraculturales que, desde una ambientación en los tempranos dos mil, son evocados vigentes en la nostalgia de sus narradores, forasteros llegados a avecindarse (por estudio o trabajo) o parten de El Paso. Cruzan Los Angeles, San Francisco, Chicago, Nueva York. Se desplazan en Ciudad Juárez o vienen de Chihuahua, el D.F. o Lima. En "Los cuatro de El Paso", los amigos entre la hierba, Tecates y mujeres de ambiente en night clubs, llegan a ser Beatles un instante, pero regresan rápidamente a una realidad más masiva y actual de los sabores identitarios de lo latinoamericano; Yuri gusta de Marco Antonio Solís: "lo había seguido desde sus tiempos en los Bukis: 'No mames, güey, es un cantante de putamadre', me replicaba sin que yo lo hubiera objetado" (27). El cuento termina en trifulca a causa de unos besos ebrios a Alma, y vertiginosa fuga alucinada entre vampiros que aluden a un filme de Tarantino.

El "tiempo de aventura" que según Bajtin prima en la novela de viaje(5) es una constante de esta colección que quiso y se desanimó de ser novela. El estarse haciendo novelescos como rasgos de su carácter de indeterminación, además de territorial e identitaria, genérica: "Esa novela, como tantas ideas que tuvo guardadas por tiempo, se fue haciendo más difícil de concretar" (93), nos dice el narrador de Camilo, en "Yoknapatawpha"; y, junto a la aventura de los personajes de sus cuentos, está la del autor implícito, de hacer poco caso a controles migratorios de género, en su libre tránsito a territorios de la novela, la poesía, el ensayo, la crónica, entre otros: signo, a su vez, del desgaste de las categorías escriturales en el mercado transnacional del libro.

En ese recorrido entre la fragmentación y la unidad, entre lo nacional y lo individual, y entre el comensalismo de los géneros y las generaciones, los relatos tienen un tiempo para lo retro en el ánimo de Camilo (narrador de varios relatos, alter ego del poeta). En "El quinto Beatle", al narrador y a Gabriel, norteño mexicano, el rock en español de los 60, la Nueva Ola de nuestros padres, los emparenta. Referentes son temas caros como "Si tuviera un martillo", "La Plaga", "Despeinada" y, la que organiza el texto en el plano semántico: "100 kilos de barro", de Enrique Guzmán. La creación perfecta no sale y deja plantado a Gabriel. En "Polvo en el viento", el narrador, Camilo aunque no lo diga, nos cuenta "Llegué a una gas station" (67), y en la aventura amorosa con la americana casada, debatirá su intertexto narrativo entre el filme Los puentes de Madison, "basada en la novelita de Robert James Waller" (68), o una canción de Alanis Morrisette que lo traslada a Lima.

En su exploración de Norteamérica a ojo de visitante, como dijéramos, aflora la mirada del viajero en autobús que lee el traspaís, o hinterland americano, al paso, a superficie. Esto no equivale a superficial (las formas más importantes de vida se hallan a ras del planeta), sino que tematiza el caos discursivo del zapping globalizador a través de imágenes que habrán de caracterizar al gigante geopolítico. Lo hace a trazos rápidos, mediante diversidad de escenarios y tonos, sea la sátira inserta en el formato del dibujo animado, como en "La familia oso", o el pornográfico, como en "El cazador presente". En éste, junto al intertexto con la comedia de la época de oro del cine mexicano, encarnado en Germán Valdés (Tin Tan), y la parodia del red neck, su hija caliente en cópula con el narrador y el ganado sonoramente emulándolos -metonímicos de lo yanqui-, sus referentes son Sidartha, o el ascetismo de Hesse, y el existencialismo sartreano. El texto, corto, alegórico y enigmático a la vez, triunfa en atmósfera y resolución.

En otros, el narrador, limeño, de maleable registros lingüístico y de identidad (lo único fijo es su adherencia al arte, amores y amigos), distribuye bien -de ahí sus cualidades literarias- lo anecdótico, un romance de trayecto: "Hablaba varios idiomas. Nuestra plática era en inglés y en español acerca de un libro de Faulkner" (13) -sabemos las exigencias que el autor sureño demanda a cualquier lector-, con una reflexión que va más allá del mero incidente referencial a través de Janeth, la norteamericana de ascendencia rusa con quien comparte el deshacerse del tedio y la extranjería del viaje. El discurso del American dream es el opio de un país, hoy por hoy, mezquino en sus ofertas reales de acceso a la movilidad social: "Y después, todo lo que se podía hacer en ese asiento del Greyhound lleno de cuerpos fantasmales, pasajeros que roncaban o hablaban consigo mismos, viviendo con los ojos cerrados una pesadilla que era real, que por el sueño americano que desde chicos les habían sellado en el inconsciente ignoraban que era real" (14). El hórrido sueño es real para las clases marginales, negros, white trash y latinos que lo ignoran, somnolientos de propaganda, para quien vivió otra realidad que habrá definido sus puntos de observación.

El ángulo recuerda a Eco, su mofa de Occidente y sus tics antropológicos en los sesenta: "Recolectar cocos subiendo a una palmera con los pies descalzos no es necesariamente una forma de conducta superior al primitivo que viaja en jet y come papas fritas de una bolsa plástica" (71)(6). Ildefonso, no precisamente como miraría un africano en África a un francés pasear a su perro (aguijoneo del semiólogo italiano a Europa), contempla el desierto, se bromea "¿a qué hora aparecen los apaches?" (12), en alusión a los western de la infancia y el endeudamiento cinematográfico del imaginario; observa a esos nuevos americanos (apaches) de los márgenes que, con sus gorras de béisbol, hamburguesas y freeways, trepados en autobús-cada vez menos, a decir verdad, tampoco puede subestimarse el sentido común del pueblo norteamericano pauperizado-gozan de suficiente libertad para, con Bush, victoriosamente celebrar su pobreza y sus tropas.

Entre lo vivencial y lo textual, la rockola en El Paso es un motivo central, la colección suena, y lo meta-cultura-popular coexiste con lo metaliterario. Son relatos que conversan o platican con letras de canciones, expresión de una identidad marcada por el repertorio Televisa de los ochenta con Siempre en Domingo (y géneros y bandas de las últimas décadas: rock, norteña, tex mex, rancheras, etc.) así como por el rock y la cultura pop norteamericana. En "El Príncipe", Camilo cruza a Juárez a emborracharse-el motivo clásico de la ranchera "tú no supiste quererme, por eso voy a perderme"-, ante el distanciamiento amoroso. En una fonda del mercado en la ciudad de Juan Gabriel (también representada en "Vamos al Noa Noa"), hace un dúo con José José. Ciertamente, colección no apta para una sensibilidad del tipo Adorno y la visión de la industria cultural como "vida falsa" en la que no hay "vida verdadera"(7). A Camilo esa música, junto al trago, le permite agencia(8), o placer, ante el hecho que Claudia se ha vuelto memoria.

Eros y tanatos entran al "The Prince Machiavelli's (i)", en el cual, el ensayo de Paz dedicado a su soledad(9), es un referente; lo mismo la poesía de otro grande, Martín Adán; también el hado suicida de Hernández, Ojeda; y, la creación de amigos que marcharon temprano, como Oliva: "En la línea Lima-Chosica, faltando poco para salir del smog, Carlos abrió su fólder amarillo y me entregó varios poemas, uno de ellos se titulaba Epitafio. Yo lo miré fingiendo una cara de sorpresa, y él, con la mayor naturalidad, sólo me dijo 'por si acaso'. ¡Cuán a destiempo llega uno a sí mismo! / ¡Cuán inesperado y desesperado cualquier ya, / Todo yo que cae con el Tiempo / Desde nunca siempre y para siempre jamás!'" (21), evoca el narrador, entre El Paso y Las Cruces, camino a Melissa. El relato empezó reescribiendo al Adán de: "¿Quiéres saber tú de mi vida? / Yo sólo sé de mi paso, / De mi peso, / De mi tristeza y de mi zapato" (19), y preguntándose por los poetas que pusieron fin a sus días en alguna vía.

En ese pasaje libre de género a género, su prosa es directa, de frases cortas, a veces de alta intensidad lírica y simbólica: un narrador hace que la amada pare a la puerta de un banco para robar una rosa roja del jardín y dársela ("La rosa del desierto"); son mexicanos marginales que pueblan su imaginario con íconos de su generación (la vieja María Luisa en "El Inmortal" -Pedro Infante- ) o pasadas (el narrador con la prostituta en "Proud Mary Felix"); y/o rozan la crónica periodística, el cuento de carretera y la road movie. En "Walk on the Wild Side", el narrador, con música de Lou Reed en los audífonos, sentado en un Grey Hound, nos dice: "La ventana enciende su programa MTV". Relectura amarga de Hojas de Hierba de Whitman, filtrada ya por la onda "Un supermercado en California" de Gingsberg, el motivo será la nostalgia por una América perdida (que de armonía puritana poco tiene), por los hermosos rebeldes cincuenta y sesenta, al tiempo que oda cronística a la contracultura de The Velvet Underground. El relato finaliza con la imagen de una toma frontal del ahora, o causa/efecto históricos, en un montaje cínico y brutal de su encuentro con la magna ciudad: "Salgo del New York Inn, en el corazón de Manhattan. Me subo en uno de esos buses rojos de dos pisos para turistas. Gente tomando fotos o filmando. En el segundo piso del bus, con el techo descubierto, voy mirando todas esas postales conocidas de New York, hasta que llego a la Zona Cero" (40).

Su "Viaje a la semilla del rock", lo mismo, en tempo de crónica, expone reconciliación ideológica con el país que produce género y figuras de tamaña importancia. El narrador, que podría ser crítico de música, rinde tributo a otro amigo, a quien ha ido a conocer personalmente en su concierto de Texas: "La leyenda Bob Dylan con el tiempo (y el transcurso de las modas) ha hecho que el cantante y compositor de Minnesota vuelva a ser Robert Zimmerman; eso por un lado, y, por otro, darle la fuerza para, de rato en rato, ser y presentar la leyenda Bob Dylan (cosa que no lograron Hendrix, Elvis, Morrison, Joplin y/o sus respectivas leyendas). Quien mejor que Robert Zimmerman para representar ahora a la leyenda Bob Dylan" (77). Agradecido por todo ello, alcanza, tras burlar la seguridad, a contemplarlo desde apenas cinco metros.

Pero la atmósfera de esa primera sección oscila de lo pop-social en textos, a lo social de vida in situ, entre cantinas y espacios periféricos. La obrera Paloma Angélica en "Vamos al Noa Noa" es un ejemplo. Dante, narrador con excelente manejo de léxico y sintaxis de mexicano popular, la conquista en el bar Noa Noa. En el relato se representará al sesgo las vidas que las maquilas acogen y condenan, como sus amigas, desaparecidas de Juárez (lo ha tratado Bolaño), o el hampa de los cárteles mexicanos de la droga cuyos cabecillas irrumpen en la famosa cantina.

Y el péndulo vuelve a lo literario (el realismo sucio norteamericano), con malditismos/alcoholismos a lo Bukowski, Carver y, antes, Faulkner. Camilo se despide de El Paso en "Yoknapatawpha". Es aquí, curiosamente, donde encontramos un límite formal. Son los últimos cinco días de Camilo en dicha ciudad, nos cuenta un narrador omnisciente. Vendrá evitando a un amigo que le deja mensajes en la contestadora automática y nota en la puerta de su departamento. Y es que a su regreso de comprar cerveza le había salido al encuentro Sara, indocumentada guatemalteca de 24 años que acababa de pasar la frontera y urgía de amparo. La hospeda y entre el alcohol y el sexo pasará sus últimos días. El narrador, explicativo, traduce el significado de la palabra "mojados": "Mojados se les llama a aquellos que cruzan ilegalmente el río Grande. Los había visto varias veces, tratando de cruzar hasta por el mismísimo puente en pleno día" (96). Su lector implícito es José, el amigo pocho o méxico-americano que le hablaba "con su español gringo" (97), poblador de la zona, de quien Camilo teme despedirse personalmente, y a quien ha venido rehuyendo, con no mejor pretexto que ése. El relato termina: " 'Sí, hubiera dado cualquier cosa por ver la cara de José al leer esto', así concluía" (104); palabras del narrador, que nos ha dicho de la carta "a la que puso por título Yoknapatawpha, donde le narraba, a modo de un cuento" (104), de su partida, y despedida literaria de su amigo. A ese descuido habría que añadir las numerosas erratas(10) de una bella edición: la cubierta lleva un dibujo de Eriván Phumpiú, Arturito (2005), en que el desorden posmoderno pone juntos a un piel roja, un cowboy y al célebre robot de la Guerra de las galaxias.


Revoltijos de la identidad

En la segunda sección, "Del otro lado de la frontera", el epígrafe de El zorro de arriba y el zorro de abajo nos muestra un Arguedas que camina por Manhattan pensando en quechua, aviso de lo que vendrá. Ese otro lado de la frontera en diez relatos, es Latinoamérica, y, específicamente, el Perú: su desborde popular, la Lima cholificada tras la migrancia andina de la década del cuarenta en adelante. La estética del texto dirime (con meses de antelación), con la figura de Humareda, el pintor puneño que pintara arlequines y quijotes y quintas y costumbres limeñas, una realidad entreverada, que desdora los bríos de la polémica y fuego cruzado entre escritores "andinos" y "criollos" el 2005. En el Perú no hay pureza posible, y los bajos fondos de la bohemia del pintor serrano que se casó con Marilyn Monroe, La Parada de La Victoria y los burdeles, se codean en otros relatos con lo metaliterario: el ayahuasca y Burroughs en la jungla; la globalización con el subgénero del brichero en el Cuzco; la chicha, Chacalón y los nuevos sujetos sociales de las llamadas zonas conurbanas(11), o conos; en fin, la hibridez que García Canclini(12) estudiara como fenómeno cultural urbano a fines de los 80, exacerbada en la Lima de hoy.

La estética de Ildefonso contrasta con la de Arguedas. En el último cuento, "La luz del mundo", el narrador hace el viaje de retorno a sus orígenes y no aparece una sola palabra en quechua, como sí el inglés a lo largo del libro. He ahí la identidad. Una enciclopedia literaria personal-además de los nombrados, están sus personajes errabundos a lo The Border Trilogy de McCarthy, o Cities of the Plain, referente ésta en uno de los relatos ambientados en El Paso, que también convoca al Henry Chinaski bukowskiano-y vivencias que, para un escritor de los noventa, trascienden lo nacional.

Pero su diferencia si bien formal, pues ha vivido y expresa otras realidades, no es del todo espiritual. Ildefonso no es antiandino. Aparte de las modalidades de la temática migratoria en la primera sección, donde prevalece el viaje, ahora aparece en su sentido de desplazamiento sociocultural dentro del Perú. Hay un esfuerzo por recuperar la historia de vidas que emigraron a la costa, en que una memoria colectiva se reúne, brevemente, con otra empozada en el tiempo: los del pueblo que no se fueron. El relato que cierra la colección será el único de asunto familiar. El narrador viaja con su abuela a Chacayán, departamento de Pasco, a pisar la tierra de sus padres -migrantes a Lima- y a reconocerse diferente. El lirismo, ante el oficio del Ildefonso poeta, rezuma limpidez. En sonidos e imágenes la narrativa se reviste de densidad simbólica, y hacia el final el narrador acude a los recursos de ese género que, en vez de enunciarlo claro y fuerte, como lo hace una canción, opta por sugerir: "Mi abuela tampoco está allí donde se sentó a descansar. Sólo escucho el canto de las hojas de los eucaliptos y la voz de una niña que está jugando por ahí, entre otras casas abandonadas más abajo. Y aquí me quedo a vivir para siempre" (132), concluye. Que no es cierto, a pesar de ese timbre épico, filosófico y lírico, en que "Los eucaliptos se mueven conforme el viento canta en quechua" (131), pues él lo puede imaginar sentir (la sensibilidad poética ayuda), escuchar, pero nunca entender, ni vivir, ni morir por esa lengua, cual Arguedas. Su vida está en Lima, en El Paso, en ciudades diversas, pero sobre todo, en la música, en los amigos creadores, los amores y, en el arte de la palabra escrita.

Sarlo ha lamentado la ausencia de centro en la urbe de la América Latina de los noventa. Reemplazado por el siniestro shopping center del mercado neoliberal, este centro ubicuo, según la crítica argentina, entre otros males, trajo falencias en la educación y la caída de las jerarquías estéticas, ello, en detrimento del arte y la cultura(13). En ese panorama árido para la "alta cultura", El Paso de Ildefonso tiene la virtud de la flexibilidad en las demarcaciones limítrofes, de géneros y de identidades jurídico-documentarias: anteponer el arte, con letra para letrados, sin tampoco desdeñar la letra, los ritmos y las narrativas populares, de "ilegales" o historias que acompañan la vida, tanto de quienes leemos abundantemente literatura, cuanto de quienes podrían leer (la) más. Sus relatos acceden a uno y otro tipo de lector, y la literatura, en ese ir y venir, pasa, sale ganando.

 

 

 

NOTAS

(1) Nueva poesía hispanoamericana. Leo Zelada compilador. Lima: Ediciones Lord Byron, 2004.

(2) Véase el blog Puente aéreo de Gustavo Faverón. "Bolaño y los nuevos: metaliterarios y vitalistas". 30/3/06. En el primer grupo: Edwin Chávez o Luis Hernán Castañeda; en el segundo: Leonardo Aguirre, Max Palacios o Daniel Alarcón. La entrada, en su demolición de una muy metaliteraria El círculo de los escritores asesinos, de Diego Trelles, se encarga de demostrar que tal división es arbitraria y no tiene correlato con la calidad literaria de una u otra poética. Al desmenuzar la que suele tener mayor prestigio, la metaliteraria, en la versión de Trelles, el crítico encuentra que no le agrega nada, antes le resta.

(3) La colección de cuentos, con ligeros ajustes, pudo haber sido titulada novela y leída como tal. Su estructura, con personajes que saltan de relato en relato: Claudia y Melissa, por ejemplo, y un narrador recurrente: "Camilo", quien se mueve en ambos espacios geográficos, presenta un principio (llegada a Texas, desplazamiento en Estados Unidos) y un final (retorno a Lima, desplazamiento por el Perú).

(4) Cabbages and Kings. O. Henry. Garden City, New York: Doubleday, Page & Company, 1920.

(5) Bajtin dice de la novela de viaje, en "La novela de iniciación y su importancia en la historia del realismo (hacia una tipología histórica de la novela": "The travel novel. The hero is a point moving in space ... His movement in space-wanderings and occasionally escapade-adventures (mainly of the ordeal type)-enables the artist to develop and demonstrate the spatial and static social diversity of the world (country, city, culture, nationality, various social groups and the specific conditions of their lives" (10).

(6) Sus artículos para la revista literaria Il Verri fueron publicados en 1963, como Diario minimo, título de su columna. Missreadings. Umberto Eco. Orlando Florida: Harcourt Brace & Company and Jonathan Cape Limited, 1993.

(7) Véase la lectura de Peter Sloterdijk en Crítica de la razón cínica sobre el pesimista sistema estético del filósofo de la escuela de Frankfurt: "Sobre todo, éste sospechaba de todo lo que parecía ser placer y consentimiento como estafa, recaída, y alivio 'falso'"(xxxiv). Critique of Cynical Reason. Minneapolis London: University of Minnesota Press, 2005.

(8) El antropólogo indio Arjun Appadurai ha señalado que una de las características de la modernidad a esfera planetaria, en su interacción con la massmediación electrónica, es la construcción de identidades modeladas en base a narrativas y héroes, lo que otorga una agencia a la subjetividad del consumidor, "Hay evidencia creciente que el consumo de los massmedia en el mundo con frecuencia provoca resistencia, ironía, selectividad, y, en general, agencia ... donde hay consumo hay placer, y donde hay placer hay agencia. La libertad, por otro lado, es una mercancía más elusiva" (7; énfasis en el original). Esa agencia puede, como en el caso de sus narradores, ir unida a la imaginación, preludio de expresión, estética o de otro tipo, y está sujeta a convertirse en energía para la acción. Modernity at Large: Cultural Dimensions of Globalization. Minneapolis London: University of Minnesota Press, 1996.

(9) El libro del cincuenta, aunque esencialista del mexicano, siempre es precioso, merced a la palabra del genio poético.

(10) Por ejemplo: "Abrimos las latas de cerveza ... Acabamos los Tecates" (31-32); "Esperé a Lelaina en un salón de billar cercano. Vino a por mí ... Ella tendría que venir a por mí" (67-68); "Caminamos hacia a la Plaza" (122); "y yo bebiendo el último Bud Light" (43; botella o lata de cerveza), etc.

(11) Véase Ciudad de los Reyes, de los Chávez, los Quispe... de Rolando Arellano C. y David Burgos A. Lima: Empresa Periodística Nacional S.A.,2004.

(12) Véase el ya clásico estudio sobre la caída de las artes "puras" y los procesos de hibridación cultural de Néstor García Canclini, Culturas híbridas: Estrategias para entrar y salir de la modernidad. México, D.F.: Editorial Grijalbo, 1990.

(13) Véase Beatriz Sarlo Escenas de la vida posmoderna: Intelectuales, arte y videocultura en la Argentina. Buenos Aires: Grupo Editorial Planeta S.A.I.C., 1994.

 

 

 

 

 

 

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