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Gabriela Mistral
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Si Tu Alma Vende a Mi Alma

por Ignacio Valente

Una vez apagadas las luces del Siglo de Oro español, es en la América nuestra donde, trescientos años después, recobra el castellano sus mejores potencias de intuición y forma. Se analiza aquí un feroz y hermosísimo poema de Gabriela Mistral.

..... No buscó la oscuridad de las combinaciones verbales inéditas, sino lo palmario y directo, lo bárbaro provinciano - como ella misma sugiere- y lo ascético hispánico.

..... El gran salto del Siglo de Oro español al siglo pasado hace pie suavemente en la poesía de Gabriela Mistral (1889-1957), porque ella, aunque bien arraigada en su tiempo y en su tierra americana, no se avecindó nunca en lo francés ni en lo inglés, sino en lo castellano castizo, y fue ajena a las vanguardias rupturistas de su época: su voz tiene algo de intemporal. No buscó la oscuridad de las combinaciones verbales inéditas, sino lo palmario y directo, lo bárbaro provinciano - como ella misma sugiere- y lo ascético hispánico. Se nutrió de los clásicos de su lengua, pero, antes y más esenciamente aún, de la Biblia que acunó su infancia: los Salmos, Job, Jeremías, el Cantar, la Pasión de Cristo.

..... Su lenguaje es una rara combinación de lo áspero y fogoso con lo femenino y tierno. Poseyó en alto grado el sentido trágico de la existencia. Fue casi siempre dolorosa, a ratos nostálgica (Todas íbamos a ser reinas...), apegada a la naturaleza (En el llano y la llamada/ de salvia y menta salvaje...), entrañablemente americana (Sol de los incas, sol de los mayas...), religiosa (Cristo, el de las carnes abiertas en gajos...), maternal (¡Un hijo, un hijo, un hijo! Yo quise un hijo tuyo...), tierna (Piececitos de niño...). Pero el tono más fuerte de su poesía, incluso el más desgarrador, corresponde a su vena "amatoria", que en este caso cobra un sentido distinto del convencional: se trata del amor frustrado, de los celos, de las amenazas al amado (que, ay, no es el amante) y del sello mortuorio, a partir de hechos biográficos que la marcaron hondamente: amó en su juventud a un hombre que se desinteresó por ella, que se dio a la mala vida, y que por último se suicidó. La más alta poesía de la Mistral, ligada a tales experiencias, exhibe una ferocidad única.
..... Pensemos en esa muchacha tímida que irrumpe en la poesía chilena con sus terribles Sonetos de la muerte, del primero de los cuales entresaco estos versos:

Del nicho helado en que
los hombres te pusieron,
te bajaré a la tierra
humilde y soleada.
(...)
Te acostaré en la tierra
soleada con una
dulcedumbre de madre
por el hijo dormido.
(...)
Me alejaré cantando mis
venganzas hermosas,
¡porque a ese hondor recóndito
la mano de ninguna bajará a disputarme
tu puñado de huesos!

..... Este soneto se compone de versos alejandrinos, pero no muy rigurosos: bastante libres, y también un tanto ásperos: por encima de todo, expresivos y fuertes. De ellos sólo quiero subrayar, en los dos primeros, el espléndido punto de partida: el acercar la muerte a la naturaleza (nicho/soleada), para humanizarla; de los dos segundos, el mismo movimiento afectivo, pero mucho más audaz, porque junta... sepultura y maternidad, muerte (¡suicidio!) y nacimiento, paradoja que se hace más enfática mediante el encabalgamiento (...con una/ dulcedumbre de madre...). Y por fin, ese increíble terceto final pasa casi salvajemente de la dulzura materna a los celos indelebles de la mujer que no ha perdonado: ella se irá... ¡cantando!, y cantando sus venganzas hermosas, porque ya mujer alguna le peleará los huesos amados. Amante celosa, tierna madre, celosa sepulturera; el amado muerto, el hijo dormido, la carroña incompartible: todos estos sentimientos encontrados concentra ese soneto juvenil y precursor.

Pero te va a brotar víboras...

..... Como un modelo de fuerza y ferocidad, y también de perfección formal - de ambas cosas a las vez- , elijo otro poema temprano y aun más terrible de amor celoso, esta vez dirigido al propio amado: Dios así lo quiere. La hablante, en la furia cósmica y religiosa de sus celos, invoca a la naturaleza entera y pone a Dios de su parte; combina el acento tierno del Cantar de los cantares con una carga de imprecación como de Isaías o Jeremías.

..... Las estrofas son flexibles, de diez, ocho o seis versos octosílabos, con rima sonante verso por medio, siempre á-a. La forma métrica es suelta, y combina de manera muy singular cierta eufonía con cierta rudeza, porque así conviene a la ferocidad del sentimiento. Ya que el poema posee una estructura dramática, la lectura que mejor se aviene con su sentido es también una lectura dramatizada, que se pliega a todas las flexiones de la furia, la suavidad y la pasión de una ronca voz femenina: "La tierra se hace madrastra/si tu alma vende a mi alma".

..... Desde el inicio se previene al amado que todo desamor o amor por otra será cosa de vida o muerte, materia de traición sin matices: si tu alma vende a mi alma. En seguida, un breve flashback nos remonta al origen de ese amor, expresado en imágenes de la naturaleza circundante, pero sólo a lo largo de seis versos, porque la amante no está para recordar ni hacer concesiones al enamoramiento, sino para amenazar y aun maldecir con una fuerza espantosa: la estrofa siguiente repite los celos y amenazas del verso inicial con nueva furia, esta vez ya no contenida hasta el final del poema:

Pero te va a brotar víboras
la tierra si vendes mi alma;
baldías del hijo, rompo
mis rodillas desoladas.
Se apaga Cristo en mi pecho
¡y la puerta de mi casa
quiebra la mano al mendigo
y avienta a la atribulada!

..... Tras repetir la condición - esa "venta" de su alma- , viene el desarrollo de aquel hacerse madrastra la tierra misma. Hay una reminiscencia bíblica en la potencial maldición: así como, tras el pecado, Yahavé anuncia a Adán que la tierra maldita "te dará espinas y abrojos" (Gen 3, 18), así la mujer adelanta al amado infiel: Pero te va a brotar víboras /la tierra si vendes mi alma... La tierra brota (hace brotar) vida, verde, hermosura, alimento; pero esta tierra madrastra no: ella váa-brotar-ví-bo-ras, maldición perfecta por la concordancia de su sonido tremolante y de su significado admonitorio. ¡Cómo vibra el rencor en las r, cómo estalla en la í de "víboras", proferida por esos como labios de la deprecación que son la v y la b! Habría que pronunciar en voz alta esos sonidos enfáticos y vibrantes, sin los cuales el sentido se aplana y casi se pierde, porque todo él depende de la soterrada o incluso manifiesta furia con que tiemblan las vocales y consonantes, una por una: la vocal grave a de va, -tar y -ras en contraste con la aguda i de ví-, que debería sonar larga: víii-; el énfasis de la r en ro-, -tary -ras, y el contraste "feroz" entre la consonante labiodental v y la bilabial b.

..... Ensaye el lector esta lectura dramática del verso, que le da su plenitud de sentido. La aliteración de las v, b y r es bellísima; la palabra "víboras" no se dice, se escupe, se dispara en la explosión de la larga í esdrújula, flanqueada por esas consonantes v y b que, ya preparadas en va a brotar, alcanzan nueva dureza en ese signo de maldición arcaica que es "víboras"; todo esto, mientras las r y rr persisten en su dura música de fondo. En lo fonético-semántico, a su vez, sonido y sentido de aquella palabra esdrújula andan ajustadísimos, por no decir que son "idénticos". Así como la boca "escupe" la palabra "víboras", ¿qué cosa "escupe" la tierra maldita? ¿Zarzas, abrojos, escorpiones, fuego, lava? Nada comparable a víboras. Por lo repulsivo, ponzoñoso, peligroso, el género de los reptiles se lleva la palma; pero la especie conveniente es, por muchos conceptos - por su veneno, por su pequeñez y astucia, por su imagen arquetípica de malignidad concentrada- la víbora de la maldición mistraliana.

..... Acto seguido, baldías del hijo, rompo/ mis rodillas desoladas: dístico donde baldías, hijo y rodillas prolongan el eco de la i de "víboras', y lo hacen dando forma a la imagen de la maternidad frustrada. Y tras la mención de Cristo que se apaga en el pecho de la amante, una imagen brutal: la violación de la sagrada hospitalidad, la inversión misma de la caridad santa, en esa puerta - la puerta de la casa humana: don, acogida- que no sólo se cierra, sino que quiebra la mano al mendigo/ y avienta a la atribulada! Tras el desamor viene la corrupción de la naturaleza, y tras ella, la perversión íntegra del orden humano. A continuación:

Beso que tu boca entregue
a mis oídos alcanza,
porque las grutas profundas
me devuelven tus palabras.
El polvo de los senderos
guarda el olor de tus
plantas,
y oteándolas como un ciervo
te sigo
por las montañas.

..... De una estrofa a otra (de la atribulada! a Beso que...) la voz ha bajado el tono: aun siendo admonitoria y premonitoria, suena más sibilina y susurrante, casi confidencial, y eso en nombre de la omnisciencia del amor: la amante lo percibirá todo desde la distancia, aun el levísimo sonido de un beso infiel. Y es como si, mientras formula tal advertencia, le brillaran los ojos con un destello de luz demente o preternatural. Los celos agudizan sus sentidos - primero el oído; luego el olfato- , hasta alcanzar una potencia cósmica; la naturaleza entera es una extensión de sus oídos: porque las grutas profundas/me devuelven tus palabras. La tierra entera, con centro en el corazón de la mujer, es un millón de antenas expectantes para el susurro de la infidelidad.

..... A partir de el polvo de los senderos, el poema retorna a su soterrada ferocidad, que no hará sino crecer hasta la emoción entrecortada del verso final. El sutil cambio de tono viene del tránsito del mundo de los oídos - sentidos superiores- al más bestial y primitivo del olfato, a los ritos del amor animal. El polvo de los senderos/ guarda el olor de tus plantas... Se sugiere aquí una cacería animal, pero también, quizá en forma menos consciente; el "celo" animal, invirtiendo los papeles: la hembra sigue al macho: ...y oteándolas como un ciervo/ te sigo por las montañas... La poesía amatoria de Gabriela Mistral está llena de pasión, pero suele carecer de sensualidad explícita. He aquí un momento que manifiesta una reminiscencia del eros, si bien - con arreglo a su pudor- en forma velada. La imagen del ciervo es otra inversión, esta vez con respecto al Cantar bíblico: en vez de ternura, la violencia de una persecución entre vindicativa y sexual: te sigo por las montañas tras haber alzado la cabeza a los vientos y haber percibido el olor infiel. La hembra celosa es como un animal de presa, como una fuerza de la naturaleza misma.

..... La estrofa siguiente prolonga el tono de admonición; sólo que por primera vez nombra abiertamente a la "otra", y del mundo del oído y del olfato pasamos al de la vista:

A la que tú ames, las nubes
la pintan sobre mi casa.
Ve cual ladrón a besarla
de la tierra en las entrañas,
que cuando el rostro le alces,
hallas mi cara con lágrimas.

..... Este mundo de los ojos no es menos cósmico que el mundo sonoro y olfativo. La vista de la amante se proyecta sobre el universo, y la naturaleza entera sigue trabajando para ella: esas "nubes" de brusca irrupción, que se deben pronunciar con duro y prolongado acento, delatarán al infiel: A la que tú ames, las nubes/ la pintan sobre mi casa. Pero, de pronto, en el tercer verso ocurre un imprevisible cambio de tiempo verbal, movido sin duda por la aceleración del sentimiento de la ira: se abandonan los verbos futuros (te va a brotar...) o los subjuntivos (que tu boca entregue..., la que tú ames...), y de allí hasta el final, dando ya como un hecho la infidelidad, se adopta el tiempo presente o el imperativo, en una nueva elevación del tono airado: ¡se exhorta al ladrón a proceder! Ve cual ladrón a besarla/ de la tierra en las entrañas... El epíteto "ladrón" enfatiza aquel tono, y las "entrañas" de la tierra - eco de las "grutas profundas"- sugieren tanto la dimensión oculta de la infidelidad como la clarividencia total de la amante. El penúltimo verso, hermoso como imagen - que cuando el rostro le alces- parece que anunciará a continuación la más terrible de las maldiciones o de las venganzas, pero, en vez de ellas, ocurre un vuelco inesperado y conmovedor, la sustitución de las caras, que representa un brusco quiebre de la emoción femenina; una rendición, una tierna confesión de amor y dolor: hallas mi cara con lágrimas.

Brutal y tierna

..... El poema continúa en forma menos intensa. Sólo en el desenlace recobra la fuerza original: el amante se supone ya muerto, pero todavía bajo tierra seguirá sintiendo el acoso de la mujer, que sólo terminará cuando también ella muera:

...............¡hasta que te espolvoreen mis huesos sobre la cara!

..... Es la brutal y tierna conclusión del poema. La calidad singular de este texto reside en su sentido trágico - de la vida, del amor, de la muerte- y en su fuerza como poseía dramática, que pide ser ejecutada en voz alta, "interpretada". Y es maravillosa la ecuación entre las inflexiones pasionales de esa voz, la fuerza de las imágenes y el poder de los sonidos. La experiencia del amor celoso combina, con una destreza instintiva, la suavidad y la violencia, la ternura y la agresividad; organiza lo íntimo y lo cósmico; concierta la delicadeza del amor salomónico con el fuego de la imprecación profética; y mueve formalmente esta dialéctica en la medida exacta en que plasma el sonido iracundo de "víboras", la imagen del ciervo que otea huellas o la figura de la amante con el rostro en lágrimas; la aspereza del octosílabo, las rimas asonantes o las aliteraciones de la r: en suma, la totalidad verbal del poema, "identificada" con la pasión devoradora de los celos.

 

en El Mercurio Domingo 25 de Febrero de 2001

 



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