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ROSARIO CASTELLANOS
Bella, honesta y dolorosa

Por María Inés Zaldívar
Revista de Libros de El Mercurio, sábado 10 de agosto de 2002




Leer la obra de Rosario Castellanos es un placer y un dolor, es paz e inquietud. Es abrirse ante la lucidez de una escritura que nos deja en medio de un mar de preguntas, con alguna que otra respuesta tentativa navegando en la tormenta, pero con la brújula firme (entendamos pluma), puesta en el lugar que le corresponde, y con sus bronces recién pulidos. La escritura de Castellanos es bella y asombrosamente honesta, dice lo que dice, sin acomodos ni estrategias pues, como señaló Octavio Paz, posee una conmovedora derechura espiritual. Por cierto que esa "derechura espiritual" tuvo un costo que le significó críticas e incomprensiones, ya bastante conocidas para aquellas personas que, en materia de creación (y por cierto en toda materia), intentan primero ser honestas y coherentes consigo mismas, antes que con el entorno.

Una de las temáticas fundamentales tratadas por Castellanos, el mundo indígena, ha reescrito la mirada externa y paternalista que tenía la literatura acerca del llamado "indigenismo mexicano". Ella pasó su infancia y adolescencia en Chiapas, y luego trabajó en el Instituto Indigenista del lugar y, como dice Eduardo Mejía, "allí comprendió el mundo de los indios y los mestizos ya no como una otredad folclórica donde el México occidental descargaba la culpa del progreso, sino como una civilización compleja, rica e injusta". Esta apreciación se corrobora, por ejemplo, con lo que la misma autora responde en una entrevista: "Si me atengo a lo que he leído dentro de esa corriente, que por otra parte no me interesa, mis novelas y cuentos no encajan en ella. Uno de sus defectos principales reside en considerar el mundo indígena como un mundo exótico en el que los personajes, por ser las víctimas, son poéticos y buenos. Esta simplicidad me causa risa. Los indios son seres humanos absolutamente iguales a los blancos, sólo que colocados en una circunstancia especial y desfavorable. Como son más débiles, pueden ser más malos (violentos, traidores e hipócritas) que los blancos. No me parecen misteriosos ni poéticos. Lo que ocurre es que viven en una miseria atroz". Y esa miseria que diezmó a la tribu es palabra ineludible y certera en sus novelas y en sus cuentos por donde, como dice en «La muerte del tigre», "los años llegaban ceñudos y el hambre andaba suelta, de casa en casa, tocando a todas las puertas con su mano huesuda", y por ello "Las mujeres se escondían para morir, con un último gesto de pudor, igual que en los tiempos felices se habían escondido para dar a luz".

Y no es solamente en el asunto indígena que Rosario Castellanos nada contra la corriente y establece un discurso propio, a veces peligrosamente distinto al del uso en su momento, sino también, por ejemplo, en la estructura simple y lineal de su narrativa, tanto en cuentos y novelas, carente de experimentos lingüísticos y temporales como estaba en boga a fines de los sesenta. Es paradójico, por otra parte, apreciar que su poesía —aunque comparto el decir de José Emilio Pacheco en el sentido que es la más trágica de la literatura mexicana— muchas veces se expresa con un humor agudo, irreverente y desconcertante, en especial cuando habla del amor de la pareja, la maternidad o cuando se asume autobiográficamente como hablante lírico: "Yo soy una señora: tratamiento/ arduo de conseguir, en mi caso, y más útil/ para alternar con los demás que un título/ extendido a mi nombre en cualquier academia/ (...) Soy madre de Gabriel: usted ya sabe, ese niño/ que un día se erigirá en juez inapelable/ y que acaso, además, ejerza de verdugo./ Mientras tanto lo amo".

La obra completa de Rosario Castellanos se nos presenta en gruesos tomos publicados por el Fondo de Cultura Económica. Con notas de Eduardo Mejía, resultan textos de indiscutible valor, reflexión y gozo para cualquier amante de la buena literatura.

 

Se habla de Gabriel
(Poema)
Como todos los huéspedes mi hijo me estorbaba
ocupando un lugar que era mi lugar,
existiendo a deshora,
haciéndome partir en dos cada bocado.
Fea, enferma, aburrida
lo sentía crecer a mis expensas,
robarle su color a mi sangre, añadir
un peso y un volumen clandestinos
a mi modo de estar sobre la tierra.
Su cuerpo me pidió nacer, cederle el paso,
darle un sitio en el mundo,
la provisión de tiempo necesaria a su historia.
Consentí. Y por la herida en que partió, por esa
hemorragia de su desprendimiento
se fue también lo último que tuve
de soledad, de yo mirando tras de un vidrio.
Quedé abierta, ofrecida
a las visitaciones, al viento, a la presencia.

 

***

 

Voz nítida de habla hispana

En medio de una generación de magníficos escritores y escritoras mexicanos que empiezan a dar que hablar en el mundo de habla hispana en la mitad del siglo veinte, la nítida voz de Rosario Castellanos (1925-1974) se hace oír con novelas como Balún Cañan (1957) y Oficio de tinieblas (1964), o bien con los cuentos de Ciudad Real (1960), Los convidados de agosto (1968) y el postumo Álbum de familia (1975). En el ámbito de la poesía están, entre otros, los poemarios Trayectoria del polvo (1948), De la vigilia estéril (1950), poemario que ella misma reconoce estar directamente influenciado por el lenguaje bíblico y Gabriela Mistral, El rescate del mundo (1952), Poemas (1957), Al pie de la letra (1959), Lívida luz (1960), Materia memorable (1968), En la tierra de en medio (1972). Aparte de sus ensayos y valiosa crítica literaria, destacan también sus obras de teatro, especialmente referidas a la mujer, Tablero de damas (1952), los dos poemas dramáticos Salomé yJudith (1959) y El eterno femenino, publicado en forma postuma en 1975.


 


 

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