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A propósito de "Ojos que no ven" de María Inés Zaldívar.
"Pasión negra sobre fondo blanco": las ceremonias de la memoria

por Gwen Kirkpatrick


¿Es la poesía un lenguaje universal? ¿Hay una poesía específicamente femenina, una chilena, o una poesía femenina chilena? Entrar a la celebrada tradición poética chilena -Huidobro, Mistral, Neruda- es un gran desafío. ¿Cómo se establece una voz propia? ¿Y cómo se escribe como mujer sin que todo lo escrito sea leído como autobiografía?

En este segundo libro de poesía, Ojos que no ven, María Inés Zaldívar vuelve a lo más elemental, la memoria, para construir una nueva óptica sobre la existencia chilena. Este es un libro poderoso y apasionado, un recorrido por los fantasmas de la memoria, el frenesí del amor, las pérdidas diarias y las conquistas de más espacio. Se traza un recorrido por medio de la imagen visual y retazos de la memoria, de sensaciones, olores, abrazos:

Olor a infancia olvidada
a casa oscura entre resquebrajadas paredes de la memoria
a cocina gris y caliente
a fecundas semillas enterradas en el potrero herido
Tierra.

Con una palabra despojada y aguda reincorpora los fragmentos de la memoria para reconstruir un mundo perdido. ¿Cuáles son los fragmentos de esta memoria? Recuperar o excavar la memoria ha sido una tarea fundamental de los chilenos en las últimas décadas, como lo manifiestan muchos proyectos, libros y obras de arte. Pero ¿dónde empezar si el enfoque es individual, no colectivo?

Se ha dicho muchas veces que una de las características de la poesía femenina contemporánea es la insistencia en el fragmento- el cuerpo fragmentado y la palabra cortada. Pero aquí el fragmento, sean viejas imágenes fotográficas en blanco y negro, ráfagas de olores de la niñez, o recuerdos de pasión o de dolor, sirven como piedra fundamental para reconstruir el pasado y su materialidad. En las tradiciones bíblicas y mitológicas, han sido las mujeres las que se han dedicado a las tareas de la memoria, o por lo menos a la memoria no escrita. Sara que mira hacia el pasado, Antígona que insiste en sepultar con ceremonias adecuadas al hermano muerto, y todas las madres que han recordado a sus hijos del pasado familiar. Y en Chile, han sido las mujeres quienes han mantenido viva la memoria de los desaparecidos en décadas recientes. En la literatura chilena, es Gabriela Mistral quien no nos ha dejado olvidar los orígenes del hogar y el pueblo natal, por agrestes que sean. Sus poemas "Pan" y "Todas íbamos a ser reinas" ilustran, entre muchos otros, ese vínculo con el pasado. Es un pasado específicamente femenino, muchas veces cercado por el espacio del hogar y el rango de las emociones que le ha sido permitido a la mujer.

En Ojos que no ven María Inés Zaldívar no niega la distancia del mundo pasado. Marca una ruptura pero también una continuidad amorosa. Sin sentimentalismo pero con mucha pasión, evoca un mundo en vías de extinción, la familia grande con presencia de abuelos y primos, y "Tanto pariente, tantas cosas, tantas casas […]//Tanto orden, tantos cuidados, tanta norma, tanta educación". La perspectiva a veces irónica marca la distancia con esas escenas primordiales, pero no las rechaza. El libro es una invitación: "te invito:/ alimenta tu pasión con mi tristeza". Los fantasmas del pasado-y del presente-cobran casi una fisicalidad al evocarse por medio de la memoria corporal y visual. Hay que reconstruir la memoria chilena y también reconstruir la memoria propia, la palabra familiar, los terrores y las alegrías de la niñez, el desafío, el romper los esquemas aunque sea con tristeza y nostalgia. La domesticidad, la familia, las buenas costumbres, todo aquí se despliega en su inmediatez por medio de los recuerdos fragmentados. Pero no son fragmentos desparramados al viento, al olvido. Estos retazos de la memoria sirven como un talismán con poder de evocación. Vibran las palabras en su fuerza y pasión, despojadas de lo accesorio.

Ojos que no ven es el segundo libro de poemas de María Inés Zaldívar, esta vez dedicado a la memoria. Como en un álbum de fotos familiar e individual se trata de contener la experiencia vivida -o quizás sólo imaginada- en cierto orden lineal, en el orden cronológico del desarrollo individual. Pero como en toda historia filtrada por la memoria, o en cada álbum de fotos seleccionadas, se escapan unos detalles que terminan por cuestionar las mismas fibras de la memoria, la voluntad de recordar: "Lo que no sabes es que día a día/ desde dentro hacia fuera/ te conviertes en una estatua de sal/ con ojos clavados en los intestinos/ oh imperturbable/ oh inenarrable salobre pirómano acuático" ("El pirómano"). Se teje lo narrable y lo inenarrable en un apasionado recorrido de miradas y sensaciones. Lo rebelde, lo contestatario, lo incómodo, difícilmente encuentra cabida en el álbum familiar. Pero aquí las tomas fotográficas sirven como elementos catalíticos para la memoria, y desbordan su orden en una ráfaga de sensaciones, sabores, visiones, y sonidos sumergidos en el pasado.

La foto inicial en blanco y negro, nos ofrece una escena fugaz de una boda. Al parecer, un matrimonio muy joven con varios niños acompañándolos, mira hacia adelante ¿hacia el futuro? Una nota discordante de esta foto: el novio se tapa los ojos. ¿Por qué? ¿Contra qué? Pocas escenas son tan emblemáticas del sueño de la domesticidad como la escena de una boda. Allí se concentran las esperanzas de las generaciones. La alegría y la ansiedad se vuelven palpables. ¿Como será esta nueva vida de a dos? Bajo la mirada de las familias, las buenas costumbres, la iglesia y la ley, se hacen votos para asegurar la continuidad de la institución familiar. La boda es un contrato con la sociedad y con el futuro. Y hay pocos espacios donde se controle más asiduamente a los niños que para una boda, especialmente una boda burguesa. Almidonados hasta la incomodidad, arreglados en su atuendo dominical, se les permite participar bajo la vigilancia adulta asegurando así su buena conducta. Pero en esta boda no sólo a los niños se les controla. El novio se tapa los ojos. ¿Por qué?, ¿hay demasiado sol?, ¿demasiado futuro? Quizás muchas promesas imposibles de cumplir.

Poco dócil es este álbum, donde el cuerpo de la memoria toma forma en una poesía sugestiva que evoca lo que se ha enterrado bajo las buenas apariencias. Momentos de una vida de aprendizajes, donde se enseña lo que se puede ver, se puede oír, y lo que no se debe decir, ver, ni oír. Como el mismo proceso de crecimiento, las dos secciones del libro conllevan una creciente autorreflexión. La Sección I, desde la perspectiva de la niña, nos ofrece trozos de lo visto, pedacitos de memoria inmersos en momentos breves del contexto -sensaciones, recuerdos, preguntas, dudas. En la segunda sección, la primera persona se hace más pronunciada, un sujeto reflexivo va adquiriendo terreno, ahora en posesión de un vocabulario que permite nombrar las cosas. Aquí se nombran el dolor, la tristeza, el hambre, el sexo, el deseo, emociones que previamente se registraron sólo como un dolor visceral, siempre algo que roe las entrañas como el hambre, pero sin saber por qué.

Tanto adjetivo, tanto adverbio, tanto grito
Tanta soledad y hambre en el estómago
¿dónde está el sustantivo y la cocinera
y la cocina, para comer con las manos y en silencio?

En este primer poema, el "comer con las manos y en silencio" podría ser un llamado para separarse del sistema acordado de "Tanto orden, tantos cuidados, tanta norma, tanta educación/ tanto viaje, tanto comentario, tanta lindura, tan habilosa/ tanto cubierto y servilleta y mantel con plato y copa,/ tantos manjares, y fuentes y bordados en el mantel". Ese mantel visible, público, y sin mancha, mientras bajo esa mesa, el ojo mirón de la niña, acompañada de "Tanto pariente, tantas cosas, tantas casas . . ." ve otra geografía, lo sumergido bajo las buenas costumbres: "bastillas mal planchadas, costuras desprolijas de vestidos/ avaros olores escondidos de ratas que no besan la mejilla,/ geografía decadente de venas azuladas sobre lechosos cauces . . . " ¿Cuando comienza a trasladarse el dolor de las entrañas al corazón?, ¿a qué edad se toma conciencia de las distintas formas del hambre?

La Sección I domina el tono del libro. Son las escenas de la niñez, las fotos de la felicidad familiar: "Sobre la rodilla izquierda de su padre una hermana/ sobre la derecha la otra" y con detalles se va constituyendo un mundo de recuerdos, sólo cuestionado mucho después: "Cortas melenitas / blancos delantales / zapatitos de charol". Las niñas, "pequeños cuerpos sentados / sobre rodillas adultas" están enmarcados en la escena tradicional de la casa de los abuelos, "Casa caserón terraza de baldosas rojas y/ líneas blancas bajo grandes zapatos lustrados". O son protegidas o sofocadas, no se sabe como diferenciar. O tal vez ser protegida sea ser sofocada en el transcurso de la formación social que culminará seguramente en una boda y un final feliz.

Pero hay tomas, en blanco y negro, que parecen ser evocaciones espontáneas, poco mediadas por la mente adulta. Escenas tan pedestres como el acto de vacunarse contra la viruela adquieren toda la majestad de un rito infantil: "Calle Libertad/ Banda de música/ Abuela y tías postizas/ Olor a policlínico/ a enfermera chilena, aséptica y mayor/ Miedo en el estómago/ Ansiedad y curiosidad en la garganta." O en "Trenza rusa" la cotidiana escena de "Sabor, olor, color a frío uniforme/ colegial, sabañones en los pies/ unas monedas semanales en las manos/ extendidas en la panadería de paso/ un oscuro bizcocho en recompensa". Lo que queda de la niñez son sensaciones, olores, deleites, y miedos: "nariz helada y gotosa/ bajo anteojos empañados,/ ingresan a la casa a comer ese almuerzo de pescado en la cocina/ que se repite como empanada de estadio/ atragantado por años en el alma".

¿Es todo tiempo de antaño el más querido? A veces los sabores y los recuerdos traicionan. "Ya no hay uvas como las de antes/ rosadas dulces cristalinas/ uva de verdad/ ya no hay chacra de la tía Julia en Resfalón/ hay Pudahuel Cerro Navia y uva para gringos/ de mentira/ oscura opaca desabrida// . . .. Ya no hay bajarse del negro Ford del Tata/ útero del 53/ abrir la puerta y nacer a la viña/ y correr y sentir que el mundo es perfecto . . . " ("Uvas rosadas"). El poema "Silabario Hispanoamericano" no es un inocente contar de sonidos, sino un indagar en lo más profundo, lo sumergido: Tierra, Árbol, Piedra, Huesos, Ramas, Barro, Muerte, Pájaro, Mar. Se recitan los sonidos, desgranándolos como los recuerdos de los que se han perdido:

Seres queridos esparcidos por las laderas de los montes
En el asfalto de la carretera
En lo hondo de la quebrada.
Huesos.

Follaje clavado en el paisaje
Huesos florecidos que nos esperan bajo la
Tierra con paciencia infinita
Ramas.

En estas "Calderas humeantes llenas de fibras vivas/ de agua y nostalgia" se encuentra la pulsión de las pasiones: "Pasión negra sobre fondo blanco que envuelve y eleva/ que sube y baja/ que muerde y vuela . . . Pájaro." Como semillas bajo la tierra, como vidas tiernas, "semillas a medio camino con media/ camisa abotonada" ("Con flores a porfía"), se va trazando un despertar y un descubrir. Se encuentran coordenadas-tierra, familia, mar, palabras-para ir tejiendo el recuerdo de la existencia.

Tres de los poemas agrupados como "Labores" de esta primera sección ("Pañito de cocina", "Chalequito de guagua", y "Dedal") narran un incierto aprendizaje en las artes domésticas, el entrenamiento de la niña en la docilidad, productividad y resignación. Pero la labor de coser y tejer no impide incorporar los sueños en los diseños: "Varios nudos de colores,/ puntadas fuera de camino/ unas hebras sin remache/ cabos sueltos o hilachas, si se quiere/ como locas raíces del jardín". "El hilo invisible en la tela para siempre" se siembra en las tareas exitosas-"un siete en la tarea", "varios pinchazos en el dedo sin dedal"-y se enredan las señales de los desvíos futuros inevitables. En "Chalequito de guagua" la tejedora: "tiene once años y manos sucias/ transpiradas de calor". Sigue la pista indicada "como la miss, como esa monja flaca/ Como la madre y la abuela, ex alumnas/ para el sobrino, la sobrina, el hermanito/ o la guagua prometida, conocida, familiar". Se teje y se enreda, "a la chilena o a la inglesa".

Y los sueños de niños, más poderosos por no ser explicables: "Soñé que era inexpugnable / semilla cuesco abrigado/ dulcemente por la pulpa/ en el mismo centro de la tierra" en el poderoso poema "Sueño del durazno". E infaltable es el sueño de la Virgen, "la misma del Mes de María/ La blanca virgen, la hermosa y dulce/ . . . . Se aparecía, se acercaba y le ofrecía/ Un juego de tacitas de porcelana,/ para tomar el té con las visitas." ("Deus ex machina"). Los sueños interpretan milagros según el ojo infantil. ¿Que mejor ofrecimiento a la Virgen que tomar el té con ella en el mejor estilo de las visitas importantes?

En la segunda sección hay una confesión: "siempre habrá un verso de Vallejo flotando en mi tristeza/ porque el anciano dolor ciego es el que más duele/. . . . No hay retrato, fotografía, mapa ni aviso/ luminoso que lo muestre" ("El invitado"). Aquí en esta sección se forma una especie de diálogo, con la vida de antes, con los seres queridos o rechazados, y se hace una tregua con la memoria. En "Carta a Rodrigo" el mensaje para el niño va teñido de la ausencia: "Acabo de recibir tu cuento del dragón/ y me gustó mucho/ y me reí/ y lloré/ y estaba sola/ supe que estuviste enfermo". La segunda sección está compuesta de una galería de voces y de momentos como peinarse, una escena de una plaza santiaguina, la reflexión sobre el amor, la ira, el sexo y la amistad. Y siempre la memoria:

A menudo acude
allí

en la memoria deambula
para atrás y
recorre

y casi come
ese pan con queso exacto
y casi bebe
transparencias de otro mundo
("Vigía ciego")

Ojos que no ven es un libro de gran poder. Evoca el pasado, pero no como una trama para desarrollar, sino como un compendio de momentos, sonidos, escenas de luz y de sombra. Una constante del poemario es la rica vena de la naturaleza que se incorpora a los momentos vividos a través del poder metafórico de la noche, el día, la uva, el tejido, y que se nos ofrecen como algo dado casi instantáneamente. No hay ninguna palabra demás en esta colección. Como se puso en evidencia en el primer libro de poemas, Artes y oficios, es la palabra exacta la que se busca. Los recuerdos de la vida se entretejen con recuerdos literarios, pero de una manera sutil y poderosa. Siembra las semillas del desafío en un universo aparentemente tranquilo, pero bajo el cual late un mundo sumergido de pasiones. Los poemas se tejen de las discordancias, dichas, inquietudes, y rebeldías frente a un espacio que se representa muchas veces como la casa familiar. Muchos de los poemas llevan adentro un estallido, no siempre desgarrador ni doloroso, sino un estallido vital como en el hermoso "Silabario hispanoamericano":

Pasión negra sobre fondo blanco que envuelve y eleva
que sube y baja
que muerde y vuela, y
que vuelve a bajar y que vuelve a subir una y otra vez
para respirar sin corsé
a todo pulmón
Pájaro.

María Inés Zaldívar tiene el don de un lenguaje escueto, apasionado y vital que no se queda en la superficie de los caminos poéticos ya trazados. La suya es una voz distintiva y renovada, como si no sintiera el peso de una larga tradición poética específicamente chilena. Sabe excavar en las tierras de una tradición poética muy antigua y formar una voz límpida, clara, y apasionada de la vida.

 


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"Pasión negra sobre fondo blanco": las ceremonias de la memoria.
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