RESUMEN
    Este texto propone entregar algunas notas acerca de la escritura poética de María Monvel (Iquique 1897–Santiago 1936), escritora chilena que de principio a fin presenta una obra digna de ser reconocida, y cuya poesía
      
      ha sido identificada tradicionalmente con la temática de las emociones y los sentimientos amorosos de variado
      tipo. El objetivo de este artículo en particular pretende dar cuenta de los silencios que subyacen ocultos tras
      esta escritura poética la cual utiliza un lenguaje directo, más mimético que metafórico.      
    Palabras clave: Poesía chilena, María Monvel, Silencios, Tema amoroso.      
    
      ABSTRACT      
    This text proposes to offer some notes on the poetic writing of María Monvel (Iquique 1897–Santiago 1936),
      a Chilean writer whose work, from beginning to end, is worthy of recognition. Her poetry has traditionally
      been identified with themes of emotions and amorous feelings of various kinds. The objective of this particular
      article is to shed light on the silences that lie hidden behind this poetic writing, which uses direct language,
      more mimetic than metaphorical.      
    Key Words: Chilean poetry, María Monvel, Silences, Love theme.
     
    
     
    Tal como el poeta Gonzalo Rojas se preguntó en los años cincuenta en uno de sus
más conocidos poemas “Qué se ama cuando se ama”[1], pregunta retórica que queda reso-nando e invita a buscar respuestas poéticas a lo indecible, hoy quisiera ir por el mismo
camino considerando la lectura de la obra de María Monvel y planteando otra pregunta.
Qué silencios se ocultan cuando se lee la poesía de Ercilia (Tilda) Brito Letelier, nacida
en 1897 en un hogar acomodado de Iquique, y que luego de una intensa vida afectiva e
intelectual en la que se incluyen su papel de hija estudiosa, dotada y creativa, luego de
esposa, madre, escritora, periodista, viajera, que siempre tuvo un recorrido vital marcado
por la pasión en lo que hacía y una salud con altos y bajos, y que muere tempranamente
en el Santiago de 1936.
    Cómo leer ahora la escritura de aquella niña nacida un Viernes Santo en el Iquique
      que vive su esplendor, que a partir de los cinco años adquiere una gran afición por la lectura
      y que al poco tiempo ya escribe versos que guarda celosamente, que tiene condiciones
      
      privilegiadas para la música, que a los doce años se contagia con un brote de peste bubónica –peste que llega por barco, como en tiempos medievales, arribada desde el Callao
      
      inicialmente en 1903 y que luego se extiende en otra oleada en 1909)–, grave enfermedad
      que supera pero que le deja una fragilidad que la acompañará toda la vida[2]; que luego
      junto a su madre y sus dos hermanos se traslada a Santiago, y siendo una joven todavía
      ingresa al Club de Señoras; que como liceana se hace fanática de la literatura francesa la
      cual lee en su idioma original; con dos matrimonios a su haber y una hija del primero y
      un hijo del segundo; y que más tarde viajará por el mundo, publicará su poesía en España
      y escribirá textos del quehacer literario y cultural europeo para ser publicado en Chile; y
      que siempre mostrará fortaleza de ánimo y salud frágil.[3]
      
      ¿Qué silencios subyacen en su
      obra, bajo un lenguaje aparentemente sencillo y llano? Algunas de las notas que quiero
      compartir en este momento van en esta dirección.
    
       I      
    En primera instancia, quisiera mencionar en cuanto a la temática de su obra, que a
      partir de los últimos decenios del siglo veinte hay un cierto consenso en señalar al motivo
      amoroso como el tema central de su obra que problematiza de alguna manera el estereotipo tradicional, ese de madre amorosa, de esposa abnegada, de enamorada platónica o tensionada
por la culpa del pecado y la tristeza de la ausencia, temas tan utilizados históricamente
al momento de referirse a la poesía escrita por las poetas mujeres. Es así como como de
un tiempo a esta parte pueden leerse las siguientes expresiones acerca de su obra: “La
sensibilidad apasionada se nos presenta con intensidad candente y desconocida fuerza,
esencialmente humana” (Urzúa & Adriazola 87); o aunque se dice que “es la poeta del
amor por excelencia”, (...) ella encuentra algunas paradojas que la hacen en ocasiones
arrancarse del peso de los estereotipos asignados a las enamoradas” (Brito 88); o bien la
afirmación de que es “dueña de un discurso complejo y plagado de latencias oscuras y
simbólicas” (Nómez s/p). Y estando de acuerdo en identificar que el eje temático central
en su poesía tiene que ver con la emoción, con los sentimientos amorosos de variado
tipo, ya sean claros u oscuros, y todo esto dentro del marco de un trabajo escritural muy
cuidado, quisiera dar la voz a la misma poeta acerca del tema en su poema “Amor”, de
Las mejores poesías [líricas] de los mejores poetas, publicado en Barcelona en 1925:
    
      
        
          
            
              
                Amor digo a todos los vientos,
                
                Claras rimas forman mi voz...
                
                Amor digo a todos los vientos,
                
                Pero hay algo en mis pensamientos
                
                Que a nadie nunca se mostró.      
              Amor clamo a todos los vientos,
                ¡Mi vida es juventud y amor!
                
                Amor clamo a todos los vientos,
                
                Pero hay algo en mis pensamientos
                
                Que a ti y a todos se ocultó.      
              Amor grito a todos los vientos,
                
                Mi vida toda es corazón,
                
                Pero hay algo en mis pensamientos
                
                Que tú no sabes... ¡ni sé yo! (212)[4]
            
          
        
      
    
    
       Esta vez, sin embargo y yendo hacia atrás de la crítica contemporánea, quisiera
      focalizarme en la expresión con la que María Monvel fue bautizada literariamente en Selva
      lírica, la antología de Julio Molina Núñez y Juan Agustín Araya publicada en 1917. Allí se
      le define solo en una línea como: “Tilda Letelier, muchacha de un fervor artístico saturado
      de cristiana sentimentalidad” (459). En un gesto deconstructivo me gustaría recuperar y  resignificar estas palabras bautismales para identificar algunos rasgos de la obra poética
de la ya consagrada poeta, atendiendo a imágenes que recojo de sus poemarios: Remansos
del ensueño (1918), Fue así (1922), Las mejores poesías (líricas) de los mejores poetas (1925), Sus mejores poemas (1934) y Últimos poemas (1937).
    
      II      
    Atendiendo al título de estas palabras quisiera destacar, en un segundo lugar, que
      la obra poética de Monvel presenta sorpresas variadas. Como decía en un texto de mi
      autoría antes mencionado, estas sorpresas tienen que ver con las de ir descubriendo en
      forma creciente que bajo esos cuidados versos compuestos de palabras y expresiones
      correctas e ingenuas, más concisas que exuberantes –a veces incluso manidas y más bien
      coloquiales–, se devela la intencionalidad de construir una estructura que remite a otros
      niveles de significación. Me resulta evidente, entonces, que estamos frente a una poesía
      que por un lado construye su andamiaje utilizando temas estereotipados de lo femenino
      tales como el amor romántico, el desengaño amoroso o el incondicional amor maternal,
      pero un andamiaje que al mismo tiempo esconde complejidades y contradicciones que
      delatan a una autora con una plena conciencia de que lo que silencia, y por lo tanto realza
      con este gesto, otras facetas nada románticas de lo amoroso.      
    Es por este hábil ocultamiento que quisiera leer desde hoy la circunspecta expresión antes señalada, “Tilda Letelier, muchacha de un fervor artístico saturado de cristiana
      
      sentimentalidad”, poniendo énfasis en las palabras “fervor” y “saturado”; la primera,
      calificada como “fervor artístico” y, por otro lado, la segunda que estaría reforzando que
      este fervor está “saturado de una cristiana sentimentalidad”.[5] 
      
      Estamos por tanto frente a
      una expresión que señala a la persona, a esta “muchacha fervorosa y artística” y no a su
      escritura, pero que por cierto se puede releer como “la escritura fervorosa y artística” de
      
      esta muchacha. Por otra parte, es también interesante tomar nota de que esta frase iniciática, para no despertar equívocos, pone de relieve que esta intensidad fervorosa tiene el
      
      signo de sentimientos puros y castos, pues su escritura devela sus sentimientos cristianos.
      Pero como la buena poesía traspasa el tiempo y la crítica, basta leer una primera vez “la
      escritura fervorosa y artística” de esta muchacha –es decir algunos poemas de la poeta
      María Monvel– para percibir cuál es el fervor emocional que acarrean. Un primer ejemplo
      en estos versos del poema “Epístola”, de su primer libro Remansos del ensueño de 1918,
      publicado justo un año después de su aparición en Selva lírica: “Y suelo hallar hermosa mi      pena, cuando pienso/ que no hay amor más bello que el raro amor intenso/ que la extraña
ternura febril y apasionada/ de dos seres que se aman y no se han dicho nada” (70). Pena
hermosa e intensa; ternura febril y apasionada para este raro amor que se alimenta con el
silencio. Entonces, de partida, surge la interrogante: ¿tendrán que ver estos versos con el
“fervor artístico saturado de una cristiana sentimentalidad” que describe un año antes a
esta muchacha que escribe?
    La misma pregunta nos podríamos hacer al leer versos como estos otros del extenso poema “Yo miré las horas” de su siguiente libro Fue así (1922), que se inicia con
      
      el siguiente cuarteto: “Yo miré las horas pasar solamente, / mis manos pequeñas nunca
      hicieron nada. / Fui extática y triste, fui absorta y helada, / pero tuve sueños audaces y
      ardientes” (157). Y continúa más adelante con:      
    
      
        
          
            
              
                Mira en mis pupilas inefables lagos,
                tumbas de memorias, cráteres de abismos
                donde se han perdido mis romanticismos
                
                sin guardar recuerdo, ni dejar estragos.              
              Mira en la apariencia frágil de mis ojos
                espejos audaces, como roca duros.
                En ellos no hay huella de mis sueños puros,
                ni hay en ellos huella de mis sueños rojos... (157)
            
            
          
        
      
    
       Y finaliza con estos tres cuartetos:      
    
      
        
          
            
              
                Nunca en la alta noche me creí perdida.
                Mientras era lóbrega, mientras daba espanto
                
                yo no me deshice, como un niño, en llanto
                
                y a la misma muerte le pedí la vida.      
              Quizás si las penas me hicieron más grave,
                
                quizás si puliéronme, cual claro diamante:
                más grande los ojos, más fino el semblante,
                me han vuelto más frágil y también más suave.      
              Las penas sufridas no me han amargado,
                
                ni el llanto llorado me ha vuelto más triste.
                
                Soy tal como aquella que tú conociste
                sin amor: ¡la misma con haber amado! (158)      
            
          
        
      
    
    
      Y por último quisiera compartir la lectura de algunas estrofas de otro poema, que
      aparece inicialmente en Sus mejores poemas (1934), antología realizada por la propia poeta, con separación estrófica, y bajo el número 4 de la sección “Versos de amor”, y más
tarde bajo el título de “Orgía”, en Últimos poemas (1937), antología póstuma publicada
por su marido Armando Donoso. Copio la versión de 1934:
    
    
      
        
          
            
              Copa de cristal pulido
                
                bebo, bebo y no me embriago,
                con sabor a corazón
                
                y sabor divino a labios.      
              Bacante soy de una orgía
                deliciosa y no me exalto.
                
                Ruedan abiertas las rosas
                sobre mi corpiño intacto
                
                y yo bebo y bebo más
                el licor que sabe a labios.      
              Maravilloso licor
                
                del que ya he bebido tanto
                
                sin que se alteren mis venas,
                sin que en mi mente haga estragos.      
              Centellea, como dos
                
                ojos negros en mi vaso,
                
                prende infinitas antorchas
                a mi corazón helado
                
                y arrastra mi pensamiento
                hacia caminos fantásticos.
              Bebo, y no estoy ebria no.
                
                Muerdo el cristal de mi vaso
                
                y hago trizas los espejos
                
                que miran y estoy mirando.
                
                Me sumerjo en mi licor
                
                como en las olas cobalto
                
                y aunque bebo, no me estalla
                roto el cerebro en pedazos...
              Disuelvo mi pensamiento,
                
                licor con sabor a labios
                
                y en tus olas de emoción
                toda voluntad deshago. 
                Centellear de ojos ardientes,
                
                aunque muero, no me embriago,
                y aunque he disuelto mi vida
                
                en la copa de tus labios! (330-331)
            
          
        
      
    
    
       Aunque me he referido con anterioridad especulando tentativamente que estamos
      frente a una voz poética que da cuenta de una sensibilidad traspasada por las penas del
      vivir y que por lo mismo da lugar a un tono que se podría nombrar como una escritura de
      la pérdida, los poemas precedentes cuestionan una afirmación tajante al respecto, pero al
      mismo tiempo reafirman la idea de que esta voz se caracteriza por dar cuenta del fervor, de
      la pasión e intensidad emocional frente a las circunstancias, cualquiera que sea la vivencia
      experimentada. En otras palabras, quisiera reiterar que estoy frente a una escritura cuya
      voz transmite la capacidad emocional de sentir que tenemos los humanos; capacidad de
      sentir que por cierto tiene umbrales diferentes en la recepción de cada persona. 
    
      III
    En tercer lugar y finalmente, quisiera referirme a cómo en la poesía de María
      Monvel la intensidad de los sentimientos también se refleja en el uso del color que utiliza
      la autora. He podido percibir un juego permanente de tonalidades en diversas imágenes
      
      poéticas, muchas veces en contraste y otras reforzándose en una misma gama, permitiendo intensificar ciertas emociones, especialmente las referidas tanto al dolor por la
      
      pérdida, a la ruptura amorosa, como a las de la sensualidad y el erotismo. Diría también
      que esta gama cromática está formada básicamente por el blanco, el rojo y el negro y sus
      derivados, y que los tres construyen una estética muy particular que podría conectar con
      el claro-oscuro del Barroco español. Esta apreciación me remitió también a la estética de
      la película Gritos y susurros, de Ingmar Bergman de 1972[6], en la cual el color que predomina en toda la obra cinematográfica es el rojo, un rojo vibrante que lo inunda todo al
      
      igual que las emociones y tensiones in crescendo entre las protagonistas, quienes utilizan
      batas y túnicas blancas como vestidos.      
    Ahora bien, si nos trasladamos a la estética de Monvel, de la cual esta vez solo
      ejemplificaré a través del uso del blanco y el rojo, podemos leer en Fue así, el poema
      “Veinte años nada más”, y apreciar cómo el contraste entre el blanco de la cara y el rojo
      sangre de los labios, retratan la belleza intensa de la joven veinteañera:      
    
      
        
          
            
              
                Veinte años, nada más...
                
                y un alma inquieta y dulce
                
                y un corazón sin par.      
              Veinte años, nada más...
                
                Roja sangre en los labios,
                blanca nieve en la faz.      
              Veinte años, nada más...
                
                Carnes de nardo, finas,
                
                ojos verdes de mar.
               Veinte años, nada más,
                ¿y hay quién, muchacha hermosa,
                
                osa te condenar?      
              ¡Bésale bien y más!
                
                ¡los labios bellos tienen
                derecho de besar! (162)      
            
          
        
      
    
    
      Y contrastando con el poema anterior, apreciar cómo la intensa palidez, es decir lo
      blanco, retrata el paso de los años en “Treinta años”, texto del libro Las mejores poesías (líricas) de los mejores poetas (1925):      
    
      
        
          
            
              
                –¿Qué haces tan pálida, tan muda?
                Todos desean tu belleza.
                
                –El corazón se anega en una pena ruda
                
                Y ata mis manos la tristeza.
               –¿Qué haces tan pálida, tan sola,
                
                Hilando el hilo de tu encanto?
                –Estoy agitando la ola
                
                Que sube en mí, del desencanto.      
              –¿Qué haces tan pálida, sentada
                
                De la vida toda a la vera?
                –Miro en mi frente dibujada
                
                La sutil arruga primera.
               –¿Por qué tan pálida, 
                tan pálida
                
                Tu madurez de encanto plena? 
                Y me dijo con su voz cálida:
                
                –¡Déjame sola con mi pena! (206)
            
          
        
      
    
    
      Por otra parte, en el libro Fue así, en el poema “Llanto” la blancura de la madre
      también muestra una palidez “tan pálida, / que la rosa de sus labios/ se ha vuelto una rosa
      blanca”, y nos entrega otro tipo de intensidad amorosa, develando una versión diferente
      de la maternidad, una versión que problematiza la imagen edulcorada tradicional:
    
      
        
          
            
              
 
                Sobre el almohadón mullido
                su palidez es tan pálida,
                
                que la rosa de sus labios
                
                se ha vuelto una rosa blanca.
                La recién nacida llora,
                con llanto que turba el alma...
                ¡Llanto de recién nacida,
                
                pena obscura, queja larga,
                inconsciencia del dolor
                
                en un alma que aún no es alma!
                Se acrecientan las ojeras
                de la madrecita pálida,
                
                y su palidez se torna
                más grave y atormentada.
                
                Llanto de recién nacida,
                
                calla, calla, calla, calla...
                
                Llanto que su pecho fino
                atraviesas como espada,
                estás llenando sus ojos con el agua de tus lágrimas!
                
                Grito tenaz que parece como si la reprocharas,
                Grito de recién nacida,
                
                calla, calla, calla, calla... (179)      
            
          
        
      
    
    
      Otro tema recurrente en el ámbito de la pérdida amorosa que también poetiza
      
      Monvel es el del amado muerto, como puede leerse en el poema “Delirios”, de Remansos del ensueño (1918), poema que podría leerse también como un guiño a los “Sonetos
      
      de la muerte” (1914) de la Mistral. En este texto se repite la estética que juega con las
      tonalidades del blanco y rojo, como leemos en su primera y última estrofa:      
    
      
        
          
            
              
                Anoche te soñé muerto:
                
                lacia la hermosa cabeza,
                los párpados entreabiertos...
                Pálidos, mudos y yertos
                
                los dulces labios de fresa. (...) 
              Cuando hoy he visto en la vida
                tu fría bica altanera,
                así pensé, dolorida:
                “¡Por qué no sigo dormida
                besando la entumecida
                flor de su boca de cera!” (68)
            
          
        
      
    
    
      Quisiera terminar estas notas reconociendo en la estética de Monvel su cromatismo
blanco-rojo, pero aplicado de un modo diferente por la autora. En este caso el blanco está
señalando lo aéreo, lo leve, lo espiritual que da paz y libera, mientras que el rojo y con
una gama más amplia de colores cálidos (oro, rosa, ámbar), continúa refiriendo a la vida,
a la pasión, a los placeres, como leemos en el poema “Bilitis”, que cito in extenso, el cual
fue publicado en el volumen Las mejores poesías [líricas] de los mejores poetas (1925)[7]:
    
    
      
        
          
            
              Bilitis, mentira de Bilitis, mentira.
                Bella mentira griega, ninfa, mujer y ave.
                Carne de amor, y como de amor, suave,
                Toda rosa de amor que danza y que suspira.
                
                Bilitis, infantina desnuda entre sus velos,
                Inocente como una paloma enamorada.
                Otra mirada azul encuentra su mirada
                Y se queja de amor se queda de celos.
              No se fijó en el aire fiero ni en dura lanza,
                Ni el pecho de hierro, ni en los cortos cabellos.
                Los amó desflecados, ondulantes y bellos
                Y se anudó con ellos su soberbia esperanza.
                
                Amó el quejido leve y la piel suave y fina,
                Las carnes de oro y rosa, los labios encendidos,
                Quiso la boca dulce y la mano ambarina
                Y la buscó en los hondos crepúsculos dormidos...
                
                Gustadora dilecta, no quiso la aspereza
                Y prefirió la boca que cansa, besa y reza...
                Gozó de los deleites más sutiles y fuertes
                Y virgen, conservó intacta su belleza
                Para donarse virgen aun a la misma muerte.
                
                Bilitis, catadora de los raros placeres,
                De los raros deliquios, mujer casta y ardiente,
                El amor para ti, fue en labios de mujeres
                Un fuego fatuo, pero todo resplandeciente.
                
                Bilitis, que gustaste de la blandura suma,
                De la suma belleza en las cien actitudes,
                Dame de tus placeres blancos como la espuma
                Y enséñame la gracia roja de tus virtudes... (211)
            
          
        
      
    
    
IV
    Decía más arriba que la buena poesía traspasa el tiempo y la crítica, y la obra de
      María Monvel es una muestra evidente de tal afirmación. En su escritura poética, que ha
      sido caracterizada especialmente por la aguda y certera expresividad emocional a través
      de un lenguaje aparentemente simple, podemos encontrar una virtualidad latente, como
      señala Wolfgang Iser, que la han hecho florecer a través de los años.      
    Hoy podemos leer sus textos poéticos encontrando en ellos, tanto en sus palabras
      como en sus silencios, una potencialidad que no solo reescribe los estereotipados temas
      de lo “femenino”, sino que la conectan con el arte en general. Quizás esa frase inicial de
      
      que “Tilda Letelier, [es una] muchacha de un fervor artístico saturado de cristiana sen-
      timentalidad” fue profética, en el sentido de que su fervor, su curiosidad, su pasión por
      
      vivir intensamente, por el saber, por el arte, la llevaron a escribir versos imperecederos
      que van mucho más allá de una “cristiana sentimentalidad”.
     
     
    
     
     
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      NOTAS
    [1]  En famoso poema del mismo título publicado inicialmente en su libro Contra la muerte en 1964. 
[2] María Donoso, su hija, en sus memorias inéditas cuenta que el miedo que le producían a
      su madre los insectos, especialmente las pulgas, tiene que ver con ese episodio traumático que la
      
      tuvo al borde de la muerte durante tres meses (Concha Cruz 22-23). 
[3] Algunas de estas ideas provienen de otro texto de mi autoría: “María Monvel, saeta vehemente: la construcción de un personaje y una obra de compleja simplicidad”, prólogo del volumen
      
      que contiene su obra. Poesía y prosa María Monvel. 
[4] De ahora en adelante todas las citas de los poemas de Monvel provienen de Poesía y
      prosa María Monvel (2022).
[5] Es bueno tener presente que, según el Diccionario de la RAE, hay cuatro acepciones
      para la palabra “fervor”, de las cuales me quedo con la segunda, que reza: “Entusiasmo, ardor con
      que se hace algo” y cuyos sinónimos son: “apasionamiento, vehemencia, afán, pasión, exaltación,
      
      fogosidad. Por otra parte, el vocablo “saturado” tiene como sinónimos “repleto”, “relleno”, “colmado”, “ahíto” y, “satisfecho”. 
[6] Considerada una obra maestra del arte cinematográfico, en la película, tres hermanas
      (Karin, María y Agnes) se reúnen junto a Ana, la sirvienta, en la antigua casa familiar, para pasar
      juntas los últimos días de vida de Agnes enferma de cáncer. Allí comienzan a recordar el pasado
      y, a medida que avanza la agonía, va aumentando la intensidad de los recuerdos y la tensión entre ellas.
[7] Este poema aparece publicado por primera vez en 1924 en el n°7 de la revista Atenea, de 
    la Universidad de Concepción.
     
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      BIBLIOGRAFÍA
     —Brito, Eugenia. Antología de poetas chilenas. Confiscación y silencio. Dolmen ediciones, 1998.
      
      
      —Concha Cruz, Alejandro. “Introducción”. Poemas. María Monvel. Gráfica publicitaria Pirámide, 2012, pp. 13-57.
      
      
      —Molina Núñez, Julio y Juan Agustín Araya. Selva Lírica: estudios sobre los poetas chilenos.
      Soc. Imp. y Lit. Universo, 1917.
      —Nómez, Naín. “Modernidad, racionalidad e interioridad: la poesía de mujeres a comienzos de siglo en Chile”. Nomadías, no 3, 2018, pp. 10-20.
      
      —Rojas, Gonzalo. Contra la muerte. Editorial Universitaria, 2002.
      
      —Urzúa, María y Adriazola, Ximena. La mujer en la poesía chilena. Editorial Nascimento, 1963.
      
      —Zaldívar Ovalle; María Inés. Poesía y prosa. María Monvel. Ediciones UC-CELICH, 2022.