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EROTISMO Y MARGINALIDAD EN LA NARRATIVA DE MARIA LUISA BOMBAL

Por Lucia Guerra-Cunningham
Universidad de California
Irvine

Publicado en Letras Femeninas, Vol. 8, N°. 1 (1982)



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La literatura como actividad cultural está configurada, en esencia, por la actitud singular del creador frente a una circunstancia histórica, por su visión de la existencia humana inserta en el contexto de una problemática contingente. A partir de la imaginación o la invención, el escritor transmite su visión del mundo elaborando un discurso, creando una forma. Como ente social que responde a una circunstancia histórica y a los valores de la sociedad, su creación literaria es en sí el testimonio de una subjetividad frente al mundo circundante. Por lo tanto, resulta limitado estudiar la obra literaria exclusivamente en sus elementos intrínsecos sin penetrar en las variables de un contexto social e histórico que son, sin duda, factores primordiales en la genesis de dicha creación.

El hecho de que la mujer sea un sujeto con experiencias corporales y sicológicas distintivas, la circunstancia que hizo de ella un individuo que debía cumplir con el rol primario de madre y esposa han condicionado su creación literaria que constituye, por consiguiente, un corpus sui generis y peculiar. La nueva crítica feminista ha comenzado a dilucidar, de manera sistemática, sus aspectos más relevantes y, al mismo tiempo, ha ido destruyendo, en forma convincente, el mito de que la literatura no tiene sexo.[1]

En la obra literaria femenina se observan arquetipos distintivos, una visión de la existencia que es peculiar a la mujer, un modo narrativo característico, espacios y motivos que ponen en evidencia el lugar de la subjetividad femenina frente a un mundo regulado y dominado por la conciencia masculina y un lenguaje que comprueba las diferencias sexuales a nivel de ideolecto postuladas por recientes investigaciones linguisticas.[2] Entre estos aspectos caracterizadores, el erotismo es, indudablemente, un fenómeno que recién comienza a ser estudiado. En nuestra tradición cultural, la sexualidad y lo erótico generalmente han sido investigados desde una perspectiva masculina teñida de incomprensión y falsas hipótesis. La definición de la mujer como "un ser castrado" — según Sigmund Freud — posee rasgos de falacia que se asemejan a visiones menos rigurosas y científicas a nivel de arquetipos y estereotipos: la mujer como un ser puro e idealizado cuya imagen primordial está encarnada en la figura de la Virgen María o la mujer como un ser demoniaco, como aquella Madre-Terrible que devora a los hombres.[3] Investigar el erotismo en la civilización occidental significa entrar en el ámbito de la represión. El sistema patriarcal se origina y evoluciona teniendo como dilema fundamental la oposición entre Materia y Espíritu, entre los instintos básicos y el poder racionalizador, entre Eros y Logos. Razón por la cual Sigmund Freud concibe el progreso de la civilización como un fenómeno histórico que consistentemente ha producido un dominio organizado y represivo de los instintos. En otras palabras, la productividad y el trabajo sólo han logrado desarrollarse regulando y reprimiendo el principio del placer.[4]

Dicho sistema represivo (estrictos codigos morales, censura, silencio) ha estado guiado por el propósito pragmático y racionalizador de hacer de la sensualidad algo economicamente útil y políticamente conservador.[5] Más aún, el hombre occidental limitado por su autodefinición de Homo Sapiens ha preferido ignorar la esencia sensual de la sexualidad para hacer de ella una materia de estudio científico que venga a dilucidar lo falso de lo verdadero. Como ha destacado Michel Foucault, nuestra civilización ha reemplazado un ars erótica por una scientia sexualis.[6]

Los estudios antropológicos han demostrado que la mujer se asocia con la Materia y la Naturaleza mientras el hombre en sus roles de producción se relaciona con el Espíritu, con aquella fuerza racional y consciente que modifica la Naturaleza creando Cultura.[7]

Por lo tanto, la mujer ha sido concebida como fuente de aquellos instintos que entorpecen el avance de la civi1ización. Sigmund Freud recoge, en consecuencia, un concepto generalizado con respecto a la esencia de lo femenino al decir:

Además, las mujeres en seguida pasan a oponerse a la civilización y despliegan su influencia entorpecedora y represora... La tarea de la civilizacion se ha convertido progresivamente en asunto de hombres, los enfrenta con trabajos cada vez más difíciles y los obliga a realizar sublimaciones instintivas de las que las mujeres casi nunca son capaces. Y como el hombre no dispone de cantidades ilimitadas de energía síquica, tiene que destribuir convenientemente su líbido para ejecutar sus tareas. Y las que emplea en fines culturales resulta en gran medida en detrimento de las mujeres y de la vida sexual... Así que la mujer se encuentra empujada en último término por las exigencias de la civilización y adopta una actitud hostil respecto a ella.[8]

Recientes investigaciones acerca de la sexualidad femenina han demostrado científicamente esta concepción de la mujer como ser poseedor de una capacidad sexual y erótica superior a la del hombre. Es más, Mary Jane Sherfey postula que un factor importante para el desarrollo de la civilización moderna fue precisamente la supresión sistemática de los impulsos sexuales femeninos que se caracterizan por un estado de lo insaciable.[9] La imposición de rígidos códigos morales para aniquilar la sexualidad de la mujer respondió a motivaciones tan concretas como la instauración del nucleo familiar, el control de la natalidad y el principio de la propiedad.

Una mirada somera al fenómeno del erotismo femenino descubre de inmediato una dicotomía entre lo que la mujer realmente es —su esencia ontológica— y las categorías culturales que le han asignado un rol y una imagen. La sociedad tradicional al otorgarle el rol primario de madre y esposa definió su razon de ser precisamente en su actividad sexual tronchando así toda posible participación en las esferas públicas del trabajo y de la cultura.[10] A nivel ideológico, la imagen de la mujer como objeto sexual no sólo ha cumplido el papel de condicionador de una conducta sino que también ha producido una aspiración única en la existencia femenina —alcanzar la meta del matrimonio. Una prueba fehaciente de dicho condicionamiento se encuentra precisamente en la literatura y los medios de comunicación de masas.

No obstante la sociedad ha condicionado a la mujer a ser un individuo cuyas relaciones sexuales con el otro sexo parecen ser la única fuente en su existencia unifacética, los estrictos códigos religiosos y morales le han impuesto un Orden que aniquila y reprime toda posibilidad de desarrollar su sexualidad. Según los preceptos tradicionales, el matrimonio es el único ámbito en el cual su actividad sexual no constituyc un pecado, en parte porque dicha actividad tiene como propósito la procreación y no el placer. Condenada a la virginidad y la monogamia en una sociedad que optó por sólo valorar la sexualidad del hombre como símbolo de virilidad, la mujer, víctima de los más estrictos mecanismos represivos creados por una ideología dominante de corte masculino, ha debido anular lo erótico aunque contradictoriamente esa misma sociedad definió su esencia y razón de ser a partir de lo biológico y sexual. Las implicaciones de esta problemática tipicamente femenina se hacen evidentes no sólo a nivel filosófico — la teoria del Absoluto y el Otro según Simone de Beauvoir[11] —sino también en la creación literaria de la mujer. Un rasgo distintivo de la literatura femenina es el tema recurrente[12] de la búsqueda de la gratificación amorosa y erótica.[12] Es significativo observar que las escritoras mismas han reconocido esta característica temática esencial y frente a ella han asumido diferentes posiciones. George Eliot en su ensayo Silly Novels by Lady Novelists critica aquellas novelas que presentan como argumento único las vicisitudes de una aventura amorosa y se resuelven de manera no problemática en un final feliz; consciente de las diferencias vivenciales de la escritora aboga por una literatura femenina que presente un microcosmos de mayor complejidad manteniendo aquellos rasgos típicos de la experiencia femenina.[13] Por otra parte, Virginia Woolf ataca los criterios de una crítica literaria masculina que califica el tema amoroso de la literatura femenina como superficial y poco trascendente proponiendo que a éste se le dé una categoría estética.

La nueva crítica feminista ha destacado en toda su importancia el carácter marginal de la escritura femenina y, en gran parte, esta marginalidad se expresa por medio de una insistencia en la materia y en la esfera de lo erótico.[14] Dicho fenómeno responde a una visión del mundo privativa de la mujer como individuo subordinado en una sociedad en la cual se ha reprimido la sexualidad en aras de la razón. Es también esta marginalidad del texto literario un acto de emancipación y transgresión del Orden, una protesta soterrada de un individuo que a nivel económico e ideológico forma parte de una minoría.

En este ensayo me propongo examinar el fenómeno del erotismo en la obra de María Luisa Bombal, escritora chilena que durante las décadas de los treinta y los cuarenta publica novelas y cuentos que han alcanzado un importante lugar en las letras hispanoamericanas. El valor de su narrativa reside, sin duda, en la presentación desde una perspectiva femenina de la problemática de la mujer en toda su complejidad frente a una circunstancia histórica que había hecho de ella un ser subordinado, pasivo, sentimental y reprimido. Es más, la problematicidad de las relaciones entre hombre y mujer ponen de manifiesto la inadecuación del ser femenino con respecto a los valores masculinos predominantes en la sociedad.

Aparte de la marginalidad evidente de las protagonistas bombalianas —mujeres burguesas que no participan en las esferas públicas y productivas de la sociedad —se destaca una situación de marginalidad que se relaciona intimamente con el erotismo definido en términos amplios como la relación entre Sujeto y Objeto. En primer lugar, se observa en estos personajes un modo peculiar de acercarse a la realidad. Diferiendo del modo masculino racional y lógico que cataloga el mundo circundante con un propósito pragmático y utilitario, estas mujeres se relacionan con la realidad de una manera puramente sensual. En otras palabras, la dimensión intelectual se ignora para penetrar en la realidad por medio de las sensaciones reemplazándose de esta manera la razón por el cuerpo y sus reacciones sensoriales básicas. Se crea así una supra-realidad constituida por sensaciones táctiles y dérmicas, olores, emanaciones, cualidades cromáticas, lluvia, niebla, frío, calor. En La última niebla, Amado Alonso de manera acertada observó el fenómcno del "papel estructural de lo accesorio"[15] destacando la peculiaridad del tipo de realidad representada en la novela; gran parte de lo que el crítico español definió como accesorio partiendo de una estética realista no es sino el resultado de este modo sensual de relacionarse con el ámbito exterior circundante. Asimismo, las evocaciones en El árbol manan de las sensaciones producidas por la música en un acto de "memoria involuntaria" —según la definía Marcel Proust— es decir, aquel recuerdo que no se produce de manera consciente sino más bien motivado por una sensación. Este fenómeno resulta aun más intercsante en La amortajada, novela en la cual la muerte se concibe como un proceso de reintegración en la materia cósmica; cada etapa en este viaje a las raíces de la tierra sc produce precisamente por medio de la inmersión en diferentes espacios naturales donde predominan texturas, olores, grados de humedad y variaciones cromáticas.

La relación Sujeto-Objeto que resulta en un modo peculiar de aprehender la realidad está entonces teñida —en términos freudianos— por el principio del placer en el cual predomina la receptividad, la satisfacción inmediata y la ausencia de la represión sensual. Dicha relación contrasta con los esquemas racionales predominantes regidos por el principio de la realidad que se caracteriza por el trabajo, la satisfacción postergada y la represión de los instintos.

El conflicto básico en la narrativa de María Luisa Bombal surge de la oposición entre Materia y Espíritu, entre una supra-realidad sensual versus una realidad consciente y racionalizadora. Por consiguiente, las protagonistas, segun el Orden racional masculino, son catalogadas como "tontas" (El arbol), "distraidas" (La ultima niebla) o "incomprensibles" (La historia de María Griselda) .

Aparte de este modo sensual de relacionarse con la realidad, el impulso erótico también se expresa en el tema de la búsqueda del amor en un mundo dominado por la convención social y estrictos códigos morales. Significativamente, los polos de la oposición erotismo versus convención social se representan al nivel del espacio literario por la casa —símbolo de la represión social— y los espacios abiertos, vitales y fértiles de la Naturaleza. La casa es, en esencia, el ámbito de la regulación social, aquel lugar donde la existencia de la mujer está teñida por la frustración, la rutina y los actos intrascendentes. Donde transcurre "una muerte en vida" (La última niebla), la degradación del ser femenino (La amortajada) o la alienación que momentaneamente protege de un enfrentamiento con la verdadera realidad (El arbol).

En esencia, integrarse al Orden, es decir, cumplir con la meta del matrimonio, implica ser subyugada por lo que en apariencias proporcionará la realización para el ser femenino. Sin embargo, la entrada en el ámbito regulado del matrimonio pone de manifiesto en toda su dramaticidad el conflicto entre el Ser y el Parecer. Aparentar ante los otros que se es feliz cuando, en efecto, cada día de la rutina hogareña no es sino frustración, búsqueda insatisfecha del amor en una sociedad que valora el pragmatismo y la conciencia racionalizadora. Cuando Ana Maria, protagonista de La amortajada, descubre el desamor de su marido se dice: "Tener que peinarse, que hablar, ordenar y sonreir. Tener que cumplir el tunel de un largo verano con ese puntapíe en medio del corazón".[16] Ante la imposición social de guardar las apariencias, no existe otra salida que el desdoblamiento, el sublimar la insatisfacción sexual y amorosa en la enajenacion y el ensueño.

A primera vista, el poder aniquilante de la convención social no permite una liberación verdadera, sólo es posible la transferencia en un amante imaginario o un árbol que hace del cuarto de la casa un lugar grato y hermoso, como en el siguiente pasaje: "Le bastaba entrar para que sintiese circular en ella una sensación bienhechora. ¡Que calor había siempre en el dormitorio por las mañanas! ¡Y que luz cruda! Aquí, en cambio, en el cuarto de vestir, hasta la vista descansaba, se refrescaba. Las cretonas desvaídas, el árbol que desenvolvía sombras como de agua agitada y fría por las paredes, los espejos que doblaban el follaje y se ahuecaban en un bosque infinito y verde. ¡Qué agradable era ese cuarto! Parecia un mundo sumido en un acuario".[17]

Sin embargo, la existencia femenina para María Luisa Bombal no se reduce sencillamente a la evasión. Por el contrario, la autora nos ofrece un mensaje trascendental acerca de la mujer problematizando la dicotomía entre Materia y Espíritu para subrayar una visión de lo femenino como parte integral de la Materia, como prolongación de un cosmos original que el hombre civilizado se propuso dominar con un afán de lucro a partir de esquemas científicos.[18] La actividad erótica de los personajes femeninos siempre se realiza y describe en un íntimo contacto con la Naturaleza. El siguiente pasaje de La última niebla ilustra de manera evidente este caracter trascendental de lo erótico. La escena en la cual la protagonista se hunde desnuda en las aguas de un estanque se describe de la siguiente manera: "No me sabía tan blanca y hermosa. El agua alarga mis formas, que toman proporciones irreales. Nunca me atreví antes a mirar mis senos; ahora los miro. Pequeños y redondos, parecen diminutas corolas suspendidas sobre el agua. Me voy enterrando hasta la rodilla en una espesa arena de terciopelo. Tibias corrientes me acarician y penetran. Como con brazos de seda, las plantas acuáticas me enlazan el torso con sus largas raíces. Me besa la nuca y sube hasta mi frente el aliento fresco del agua".[19]

En este pasaje, se destaca el descubrimiento del cuerpo femenino, acto que hasta ahora ha sido reprimido por el código moral del matrimonio, represión que en la novela se simboliza por los cabellos fuertemente atados. En el espacio libre de la Naturaleza, la protagonista vivencia una sensualidad antes desconocida y el agua con sus tibias corrientes produce sensaciones acariciantes en su piel. El aliento fresco del agua apaga así el calor enervante que en esta obra y en El arbol funciona como metáfora de la líbido. La inmersión en el agua es, en efecto, un acto de reintegración en la Materia, acto que hace de sus senos "diminutas corolas suspendidas sobre el agua".

El erotismo en la obra de María Luisa Bombal es, en esencia, un contacto sensual con la Naturaleza, razón por la cual el motivo del amante se elabora en asociaciones con el trigo, la luz, la avellana o el clavel silvestre. Bajo este tipo de erotismo subyace una visión muy particular de la mujer como un ser que representa una prolongación de la Naturaleza y de todo lo cósmico.[20] La conjunción Mujer-Materia constituye, por lo tanto, una reafirmación de aquellos ancestros matriarcales en los cuales la mujer era agua, tierra, vegetación y movimiento cíclico de la luna.[21] La represión de lo erótico producida por las convenciones sociales y el racionalismo masculino hacen entonces de la mujer un ser tronchado en su esencia femenina que busca infructuosamente sus origenes para alcanzar una reintegración trascendental en la Materia.

 

 

 

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Notas

[1] Para bibliografía y aspectos teóricos acerca de la literatura femenina, consultar mi ensayo "Algunas reflexiones teóricas sobre la novela femenina" por aparecer en Hispamerica.

[2] Ver, por ejemplo, The Way Women Write por Mary Hyatt (New York: Teachers' College Press, 1977) o Male/Female Language, de Mary R. Key (New Jersey: The Scarecrow Press, Inc., 1975).

[3] Entre los estudios basicos sobre este tema se destacan: The Mothers por Robert Briffault (New York: MacMillan Company, 1927), Woman's Mysteries: Ancient and Modern de Esther Harding (New York: Putnam, 1972), The Great Mother: An Analysis of the Archetype por Eric Neumann (Princeton: Princeton University Press, 1963) y The Origins and History of Consciousness tambien de este ultimo autor (New York: Bollingen Foundation Inc., 1954).

[4] Las implicaciones sociales y filosóficas de la teoría de Sigmund Freud son estudiadas por Herbert Marcuse en su libro Eros and Civilization: A Philosophical Inquiry into Freud (Boston: The Beacon Press, 1966).

[5] Michel Foucault, The History of Sexuality (New York: Random House, Inc., 1980).

[6] Ibid., pp. 53-73.

[7] Consultar, por ejemplo, el ensayo de Sherry O. Ortner titulado: "Is Female to Male as Nature Is to Culture?" en Woman, Culture and Society editado por Michelle Z. Rosaldo y Louise Lamphere (Stanford: Stanford University Press, 1974), pp. 67-87.

[8] Sigmund Freud. Civilization and Its Discontents (New York: W.W. Norton and Company, Inc., 1961), pp. 50-51.

[9] Mary Jane Sherfey. "A Theory on Female Sexuality". Sisterhood is Powerful editado por Robin Morgan (New York: Random House, Inc., 1970), pp. 220-230.

[10] Jorge Gissi Bustos a partir de esta dicotomía económica describe sus implicaciones en cuanto a caracterología, situación moral sexual y la posición existencial y social de ambos sexos. La mujer se define tradicionalmente con los siguientes rasgos sicológicos: suave, sentimental, afectiva, intuitiva, frágil, dependiente y pasiva; en contraposición al hombre se lo concibe como rudo, frío, intelectual, racional, independiente y activo. Las normas de la moral sexual asignan a la mujer la virginidad, la monogamia y la fidelidad mientras que el hombre se considera como un ser polígamo, infiel y experto en lo sexual. (La mujer en Latinoamerica, tomo I, editado por María del Carmen Elu de Leñero, México: Secretaría de Educación Pública, 1975, pp„ 85-107).

[11] Simone de Beauvoir. El segundo sexo (Buenos Aires: Ediciones Siglo XX, 1962).

[12] Este aspecto ha sido destacado por: Michel Mercier en Le Roman Fémenin (Paris: Presses Universitaires de France, 1976), Germaine Breé en "French Women Writers: A Problematic Perspective" (Beyond Intellectual Sexism: A New Woman, A New Reality editado por Joan Roberts, New York: David McKay Company, Inc., 1976, pp. 196-209), Elaine Showalter en "Women Writers and the Double Standard" (Women in Sexist Society: Studies in Power and Powerlessness editado por Vivian Gornick y Barbara K. Moran, New York: Basic Books, Inc., Publishers, 1971) y Patricia Stubbs en Women and Fiction: Feminism and the Novel 1880-1920 (Sussex: The Harvester Press, 1979).

[13] En The Essays of George Eliot editado por Thomas Pinney (Londres: Routlege and Kegan Paul, 1963), pp. 300-325.

[14] Luce Irigay. Sexe qui n'en est pas un (Paris: Minuit, 1977).

[15] Amado Alonso. "Aparicion de una novelista", Nosotros I, No. 3 (junio 1936), pp. 241-256.

[16] María Luisa Bombal. La amortajada (Buenos Aires: Editorial Orbe, 1969), pp. 102-103.

[17] María Luisa Bombal. "El arbol" en La ultima niebla (Buenos Aires: Editorial Andina, 1973), p. 114.

[18] En su analisis de La ultima niebla, Arthur A. Natella comenta: "(la protagonista) encuentra en las sensaciones físicas del mundo circundante tanto táctiles como visuales, un subtítulo del verdadero amor. Pero en otro nivel, este deseo conlleva el deseo de la fusión cósmica con la Naturaleza". ("El mundo literario de María Luisa Bombal", Cinco aproximaciones a la narrativa hispanoamericana, Madrid: Editorial Playor, 1977, p. 139).

[19] María Luisa Bombal. La ultima niebla op. cit., p. 48.

[20] María Luisa Bombal ha declarado: "La mujer no es más que una prolongación de la Naturaleza, de todo lo cósmico y primordial. Mis personajes femeninos poseen una larga cabellera porque el cabello, como las enredaderas, las une a la Naturaleza. Por eso mi María Griselda hunde su cabellera en el río, y en mi cuento "Trenzas" las raíces del bosque y la cabellera de la hermana en la ciudad son las mismas". Entrevista con la autora (septiembre de 1977).

[21] Para una discusión de este aspecto fundamental en toda la obra de María Luisa Bombal, ver mi libro La narrativa de María Luisa Bombal: Una visión de la existencia femenina (Madrid: Editorial Playor, 1980).






 



 

 

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EROTISMO Y MARGINALIDAD EN LA NARRATIVA DE MARIA LUISA BOMBAL
Por Lucia Guerra-Cunningham
Publicado en Letras Femeninas, Vol. 8, N°. 1 (1982)