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«Metro Cuadrado», de Rocío Figueroa Barraza
Poemas que apuntan a los espacios vacíos

Xilema Ediciones

Por Marco López Aballay
- Escritor -



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Rocío Figueroa (La Serena, 1982), nos invita a encontrarnos con la poesía en espacios ocultos al ojo humano. Con sus dedos apunta a situaciones poco común, aunque nos parecen cercanas y amables, como sábanas que perfuman el ambiente. Pero ella sigue escarbando hasta encontrar las palabras que, como piedras preciosas, caen en la carretera de sus versos. Es la primera impresión que nos queda: poemas justos y necesarios, con finales repentinos, como marejadas que chocan con nuestros canales auditivos, dejando un amargo sabor en la garganta, con gusto a poco o casi nada. Una porción justa y necesaria que abre dimensiones a su antojo, múltiples imágenes que crecen como bola de nieve en el pensamiento del lector de turno. Esa multiplicidad de opciones interpretativas nos permite liberarnos de la rigidez de la poesía. Rocío se permite otras lecturas, con rutas de escrituras simples y complejas. No hay apuro en el camino, las palabras saben desenvolverse ante la poeta y el lector. Son átomos vibrantes, estrellas fugaces, luciérnagas que caen desordenadamente sobre la hoja en blanco. Leamos:

Somos como el apego / incomprensible / a los desechos de este vecindario / Una invisibilidad tan obvia / como esos grandes trozos de plumavit / que guardan algo caro (pág.9)

 

Rocío Figueroa Barraza

 

A medida que avanzamos la lectura se torna densa y acaso asfixiante, lo que tensiona el ambiente, aunque a ratos nos permite respirar, darnos un paseo por el callejón, con elementos tangibles, aromáticos, con sabor a hogar e infancia. Parte de esta obra la asimilamos a estructuras minimalistas, con adornos justos y necesarios, pues es tarea del lector encontrar la belleza —y la grandeza— que se oculta en los poemas de Metro Cuadrado (XilemaEdiciones, 2023). Leamos:

Chaqueta negra / bolsillo con cierre / cierre malo / cierre abierto / Se fugan las cosas / que se van guardando / mensajes incomprensibles / que en sueños / se suelen dejar / Bolsillo malo / chaqueta rota / sin instrucciones de uso / Cierre abierto / bolsillo inútil / dedos duplican los hoyos / por donde se cuelan las ganas / Bolsillo roto / cicatriz pendiente / piel barata sin remendar. (pág. 21).

Desde lo micro a lo macro, como espejos que abordan realidades antojadizas. A partir de asuntos sin importancia a situaciones serias y acaso graves. Rocío está pendiente de lo que acontece a su alrededor: desde su niñez al actual estado de su existencia. Los poemas, ahora bordados desde el centro, dejan hilos sueltos para que juntas y juntos, terminemos el tejido que iluminará los vacíos de nuestros cuerpos tendidos bajo el sol de la literatura. La poeta construye y destruye, termina y comienza, da vueltas en subterráneos que no conducen a ningún sitio seguro. Por lo mismo es necesario leerla, aunque el acceso no sea fácil como creíamos al principio. ¿Qué nos queda ahora? Seguir la ruta de sus versos cortos y largos, fríos y cálidos, vivos y muertos, suaves y violentos. Hojas en blanco y negro que se suman en la búsqueda de una realidad que se nos escapa de las manos. Bien vale la pena detenerse y embarrarse las rodillas en el intento. Leamos:

Imaginar una secuencia / de todos los recordatorios / pegados en tantas paredes / durante años / papelitos amarillos que / desbordan las manos juntas / Todas esas letras se leen / en el vacío que rodea las cosas / Infinitos mensajes / como si cada cuadro de papel / fuera una voz / que cuando habla / reemplaza la palabra sonora / por una imagen (Pág. 11).

A la segunda y tercera lectura nos permitimos entrar en su realidad inmediata: fotografías, juguetes, papeles, casas, pasillos, mesas, armarios, ropas, calles, música, basura, relojes, teléfonos… la poeta teje y entreteje su poemario con elementos tangibles y cotidianos que apelan a una cierta nostalgia, a una realidad ordenada y limpia. Aunque al llevarlos al papel la realidad se distorsiona y cae al abismo. Acaso un lomo de toro en la carretera de sus versos provoca el accidente y las letras se desparraman, chocan entre sí, generando cambios que habrá que ordenar, para evitar los espacios vacíos del poema y del mundo que se nos viene encima. En ese intento, Metro Cuadrado logra convertirse en un producto coherente y único, sus versos se compactan bajo la misma medida. La poeta se hace cargo y notamos el resultado. Aunque cada poema arroja sus puñetes al vacío, cada verso escupe su sangre, cada palabra reclama su espacio con el fin de provocar y generar un choque o una línea recta, si se quiere. La arquitectura de Rocío no se permite errores y lo notamos a medida que ordenamos la lectura. Leamos:

Las funciones de las cosas / ensayan múltiples sonidos / Una cosa puede cambiar de lugar / para ser otra o para ser la misma / Lo que tal vez entrega / el real sentido a lo pasajero / Los detalles de las cosas / en cambio / son dimensiones abstractas / Un detalle es un relato en código / es una historia visual / es un poema / que pasa de persona / a persona / Son preguntas: por qué te pusieron ese nombre / cómo se conocieron tus padres / o el número de parejas que has tenido / Cuando una cosa toma / el lugar de otra / las historias se agrandan / o se superponen / no se intercambian / ni desaparecen (págs.. 27-29).

Poemas que bajan y suben en variadas escenografías y de forma paralela. A momentos se sacan la cresta y vuelven a enderezarse para pegarnos un combo directo en el hocico, no con el fin de herirnos y hacernos daño, más bien con la finalidad de despertarnos y experimentar la realidad desde su base más pura: las palabras. Mientras caminamos y pisamos este Metro Cuadrado, pensamos en la utilidad de la poesía. Acaso sea engañosa, revolucionaria, adictiva, sensual, existencialista, erótica o romanticona, o quizás sea un engaño, una humorada para saciar la sed del hombre o la mujer ociosa.

Enfrentados a este Metro Cuadrado, me quedo con la definición de Octavio Paz «La poesía es la perpetua tensión del poeta hacia un absoluto del lenguaje, en la esperanza de cautivar la realidad, lo efímero, eso mismo que se desvanece en el momento en que uno lo piensa, da un paso, con palabras que no se esperan y milagrosamente se ordenan, gracias a la cadencia que el mismo artista vacila en considerar el fruto de su paciente trabajo».

Cada cual elija su ruta de viaje en este Metro Cuadrado, hay para todos los gustos y pensamientos. Todo dependerá desde qué ángulo lo abordamos.


 

 

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