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REITERAR EL MALENTENDIDO, DESNUDAR EL ARTEFACTO

Por Gonzalo León

“Tome una palabra corriente. Póngala bien visible sobre una mesa y descríbala de frente, de perfil y de tres cuartos. Repita una palabra tantas veces como sea necesario para volatilizarla. Analice el residuo”.
“El lenguaje”, de Juan Luis Martínez.

Un amigo dice que los epígrafes son inútiles, pero estos versos a grandes rasgos bien podrían definir la propuesta de Marcelo Mellado en “Ciudadanos de baja intensidad”, el volumen de cuentos de reciente aparición por Libros La Calabaza del Diablo y que la crítica ha aplaudido por distintas razones, la mayoría de las cuales considero equivocadas o desviadas de la cuestión fundamental.

“Tome una palabra corriente”, insiste Martínez al oído, y Mellado escoge “patrimonio” y luego “institucionalidad” y más allá “vernácula” y enseguida “derrota” y finalmente “complicidad”: en resumen un lenguaje tipo ONG concertacionista o, si el autor así lo prefiere, izquierdista, cosa que a estas alturas -al igual que él y muchos otros- no tengo puta idea lo que eso significa. Bueno, todas estas palabras Mellado las pone sobre su mesa que es este libro, o antes sobre la página en blanco de su ex notebook, y las cuenta –una acepción al verbo describir de Martínez- de frente, de perfil y de tres cuartos.

Quiero decir con esto que los dieciséis cuentos que aparecen en “Ciudadanos de baja intensidad” son sólo un cuento, una derrota, una institucionalidad, una complicidad y desde luego un patrimonio. En otras palabras, los cuentos están construidos con las mismas herramientas, con los mismos procedimientos, con la misma retórica ONGística, con un mismo tema –la provincia en su sentido más amplio, vale decir el de periferia o marginalidad-, para desnudar o hacer evidente -vía repetición- la retórica de estos gobiernos de la Concertación, que Mellado definiría como Concentración: concentración de capital, concentración de oportunidades, concentración de pellejerías, concentración de pobreza, entre muchas otras concertaciones para estas concentraciones.

Pero vamos al texto en su textualidad. El autor de “Ciudadanos de baja intensidad” ya advierte en el primer cuento de lo que trata esto: “Reiterar, repetir incansablemente un enunciado tan consistente en su insistencia obsesa y resentida, no era una situación cómoda –al menos retóricamente-…”. Y más adelante, en “Innovación curricular”, agrega: “La divisa era entonces y lo es hoy, repetir o reiterar lo repetido hasta su abolición en ausencia de novedad”.

De este modo, la narrativa de Mellado, por una parte, cuenta historias que tienen que ver con profesores frustrados como en “Vocación docente”, con un personaje popular o mendigo que es necesitado –quién sabe por qué- por la institucionalidad como en “Matías Pajarito”, con un chanta que inicia el “viaje de la semilla” partiendo por Chiloé como en “El curador”, o con un mecánico que se ve envuelto con el hampa como en “Beetlemanía”. Reparar en cada historia por separado, como ya sugerí, constituye un error. Porque Mellado trabaja con el residuo del que hablaba el poema de Juan Luis Martínez, y aquí no hablo del residuo en cuanto a personajes reales en el Chile real, sino en el residuo del lenguaje. Porque sin esta retórica que tanto prometía a finales de los 60, parte de los 70 y algo a finales de los 80, y que el autor se apropia como buen ladrón, ¿en qué situación quedaríamos? ¿Habría esperanza para los profes frustrados, para los mendigos, para los mecánicos o para los chantas? La respuesta es obvia. Para todos ellos lo único que tuvieron, o mejor, lo único que podrían tener son discursos, promesas, en definitiva una retórica, que Marcelo Mellado utiliza para subvertir un orden y gritar que, no sólo no existen esperanzas, sino que tampoco hay retórica, porque ésta, al igual que ese pueblo del que hablaba Allende, se fundió, reventó, desapareció. Este libro está escrito entonces para aquellas masas que alguna vez tuvieron conciencia de clase y esperanza en un futuro y que nunca leerán un libro. Hoy, parafraseando algún rayado punky, no hay futuro, pero tampoco retórica de futuro y, cuando no existe retórica, tampoco existe realidad. “La realidad se define a través del lenguaje”, dijo Juan Pablo Donoso, con quien Mellado trabajó en la desaparecida revista La Noche. Y sin lenguaje o con poco y nada de él, la realidad se deshace como un peo en el culo.

Pero además Mellado juega o platica -que es otra palabra usada o abusada por él- con el lector para desnudar uno de los misterios de la literatura o, si lo prefieren, de la creación. El poeta Germán Carrasco se quejaba hace tiempo por las entrevistas que le hacían y las preguntas del tipo ¿y tú, por qué escribes? o ¿qué es para ti la poesía? Puedo decir ahora, al igual que Carrasco, que estas preguntas no son absurdas, sino pertinentes, cuando se puede definir literatura o creación literaria como un simple malentendido. Si se piensa bien, todas las figuras literarias son malentendidos abiertos y/o declarados, como la metáfora o el oxímoron.

En este sentido, Marcelo Mellado extrae las figuras literarias de “Ciudadanos de baja intensidad” y hace mella o desnuda el significado de la literatura, quedando la repetición, quedando el residuo, quedando nada. Desde este punto de vista, Mellado podría estar haciendo antiliteratura o antinarrativa, lo que desconcierta, atrae y provoca rechazo a la vez. De hecho, alguno de sus cuentos podrían ser cartas al director en cualquier diario, de ésas en las que los vecinos de alguna población, localidad o comuna se quejan por el destino de un pingüinito varado en la playa o por la instalación de uno o dos lomos de toro.

Por último, una dimensión que me faltaba y creo obvia en este libro es la singularidad de Mellado en cuanto a hablar, deliberadamente, de la realidad de Chile y del chileno. En “Vocación docente”, se puede leer algo muy decidor al respecto: “¿Cuándo fue que cambiamos el vino por este trago tan raro que es la piscola, Mondaca, por la chucha?”. O en el mismo cuento, pero unas páginas más adelante: “Qué lindo ir a la guerra para matar y ser matado. A este país enmierdado le falta una pa’ que se mueran los huevones que tienen que morir”. Para el autor de estos cuentos o de este gran cuento llamado “Ciudadanos de baja intensidad”, la chilenidad o lo chileno más que una nacionalidad o una cultura es una condena a la que él gustoso renunciaría, salvo por una cosa: él ama y odia con todo el corazón a esta provincia señalada, y ante eso, como diría el huaso, no hay na’ que hacerle, compadrito. Marcelo Mellado es un chileno de tomo y lomo, pero no un patriota ni un chauvinista. Y como este libro es producto de ese sentir, tal vez sería adecuado finalizar con otra cita: “No quisiera terminar sin ponerle fin al conflicto: / váyanse todos a la concha de su madre, que / es el lugar de donde nunca debimos haber salido”.

Santiago, enero de 2008.

 

Texto  leído en la presentación de "Ciudadanos de baja intensidad", de Marcelo Mellado, en el bar La Tertulia, en Valparaíso.

 

 

 

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