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Crónicas de vieja tierra


Marcelo Munch


Viña del Mar, 2 de octubre de 2004 / 12:59 hrs.

Qué chucha pasa con el taxi que no llega. Las maletas, las maletas listas, tres maletas, dos bolsos, un maletín de mano, la mochila, el bolsito con los documentos y el CD Walkman, un paquete con los parlantes, el poncho, el abrigo, la parca, que más, ah sí, el vino, las dos únicas dos cagonas botellas de vino chileno que mis manos alcanzan a llevar.

Todo listo, los pasaportes, los pasajes… ¡los pasajes!, donde chu…, aquí están, 17:05 del 2 de octubre, Santiago – Exeiza – Madrid – Londres. El taxi que no llega, 13:01 hrs, no si estamos bien, no hay drama, ¡donde cresta está el taxi!.

Llegó, a subirse, nos vamos, adiós, chao gente, chao todos, chao Chile, chao gatos míos, mis compañeros hermanos hijos…

La fila es corta, corre rápido, Aerolíneas Argentinas. Nos toca ahora.

- Buenos días señorita.

- Buen día che, tic tic tic, tuc tuc, tienen de sobre peso 30,5 kilos.

- A la conch…, ¡emergencia, a reordenar todo se ha dicho mierda!. Ya, esto no, esto no, no, no, sí, no, no, no… (parece el plebiscito del 88’), no, no, no, sí, los churrites sí, no, no, no, no sí, no no no no no no no no no no sí, no no no no no no no no no no no no no no no no no no no no no no no no no no no no no no no no no no no… Yah… señoritah…, ah…, ¿cuánto vamos?

- A ver che, tic tic tic, tuc tuc, están sobre pasados… pero igual.

Y en Exeiza tuvimos que esperar un rato porque el despelote era mayúsculo; y en Madrid tuvimos que esperar aún más porque el despelote era peor. Y en Inglaterra, después de no sé cuánto rato en inscribirse, de mostrar papeles, y de esperar las maletas, el taxi que habíamos dejado reservado desde Chile y que nos llevaría a la Universidad de Essex: nos estaba esperando, a pasar de las dos horas de retraso; Welcome to Europe, y no nos revisaron ni los zapatos.

Por la ta’madre, pude haberme traído hasta una mata de perejil en el bolsillo.

 

Colchester, 4 de octubre de 2004 / 22:40 hrs.

Era ya día siguiente, lunes a la hora de la tarde, y salimos a conocer el campus y luego Colchester. Aún estábamos hecho polvo, aún no habíamos tenido tiempo para que la pena nos abrazara, aún no nos habíamos dado cuenta de nada.

Nos comimos un panini en uno de los restaurant de la universidad que fue lo más barato que encontramos, y tomamos el bus al Town Centre porque así se dice, un bus elegante y puntual con su parada iluminada y de acrílico moderno, y el chofer cortésmente nos dio las instrucciones, y compramos un boleto para recorrer cuánto quisiéramos en el mismo día. Y vimos la ciudad acercarse, y decidimos no bajarnos y recorrerla completa, y la gente es tan simple como lo es la gente cuando quiere serlo, y vimos a los niños correr en las calles y nadie les inculcaba terror, y unas muchachas gordas lucían sus curvas con ropas ajustadas y vaya que se veían bien, y un hombre con cara de antiguo se tomó todo el tiempo del mundo para pensar y hablar en voz alta y nadie le miró feo, y una anciana en otro paradero (porque era una anciana) lucía un piercing en el pómulo, y un muchacho oriental con el pelo rojo andaba de la mano con una morena tipo afro.

Y nos bajamos en el supermercado enorme que está aquí cerca, que no se nota que es enorme y no te agrede con su prepotencia porque está enterrado como una casa de conejos, y nos espantamos de lo carísimo que son las cosas pero que valen la pena porque todo es enfermizamente sano y nutritivo, y la gente por sobre todo te respeta, y nadie te choca ni te empuja, y nos preguntaron hasta si deseábamos bolsas. Y compramos lo necesario y volvimos pronto, y sin pensarlo mucho acomodamos las cosas y cocinamos algo de buen paladar, y con la buena música de mi hermano Gronemeyer, dejamos que los vapores y los aromas hablaran por sí solos para sentirnos en casa, nuestra nueva casa al fin y al cabo, en este moderno, respetuoso, impersonal, y perfecto mundo al otro lado del planeta.

Y en mitad de la noche, con la guata llena y el cansancio lamiéndome la mejilla, abrí una de las ventanas de nuestra treceava habitación de piso trece para meditar mi silencio, y al sacar de mi chaqueta mi cajetilla de cigarros toda achurrascada, y mi cajita de fósforos Copihue juvenil a mal traer, sin esperarlo, saqué un fósforo quemado, y su rostro tan extinto y tan digno, me remontó al único lugar del mundo donde se guardan los fósforos quemados.

Entonces recordé todo lo que me hace diferente de este lugar en que estoy, y lo extrañé como nunca, como nunca volveré a extrañar nada, y el fósforo lo volví a guardar en su lugar, para saber que existo.


 

 


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