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De soledad y guijarro

de Marcelo Munch

 

Virginia Wolf dejó dos cartas el día que tomó la decisión de ahogarse voluntariamente en el río Ouse, cerca de su casa de Sussex, Inglaterra. Una para su hermana Vanessa, y otra para su esposo. En esta última, después de la emotiva confesión del acto que iba de cometer, Virginia firmó tan solo con “V.” Era cerca del mediodía del 29 de marzo de 1941. Tenía cincuenta y nueve años de edad.

Lo supe hace algunos años, y lo recuerdo ahora que estoy en Brighton bajo este frío invierno, cerca del río Ouse. Desde entonces, despedirse con tan solo una letra y un punto me evoca una suerte de confesión remota, un algo extraño casi íntimo, como un lazo secreto pero escondido entre pliegues mutuos. Así me lo creo, dejo prevalecer mi inocencia de que siempre hay un más allá, que la presencia de alguien, cualquiera que sea, con toda una vida a cuesta, por mucho que finalice una misiva o un simple texto con apenas su inicial, no acoge pretensión alguna de contrariar o esgrimir su propia existencia como si la función concreta sobrepasara a su persona, a sus memorias, o a sus certezas. Quiero creer que siendo o no un asunto de presencia, o la escasez de ella, se desliza algo, entre nudos, en algún recodo de pausa detrás de esa fiera cara de letra puntualizada, quiero creer que en esa escueta distancia, hay un intento de no confesar más de lo deseado. Entonces es un asunto de intimidad, de que tal vez ya existe algo, y no sea necesario entrar más en detalles.

Pues detalles, aquí me detengo y comienzo desde el principio. Observo diariamente el caminar de la gente con sus distantes pasos y sus esquivas miradas, y llego a la misma conclusión y a la misma paradoja que en el transcurso de los años me deja cada día más perplejo: el ahora no existe. Construimos una línea de tiempo que nos remonta hasta donde queremos, dejando la duda de lo que no nos convence del todo para lo cual elevamos templos y castillos y así procurar abastecer a nuestro pasado en pos del futuro, y por el contrario edificamos toda nuestra propia existencia, normas, valores, ¡sentimientos!, en lo que vendrá. Y el ahora… ya se ha marchado. Hay un terror inmerso en la oratoria de que el tiempo se te viene encima, hay una amenaza latente, una pugna, pelea pelea niño que tienes que vencer para que crezcas te enseñan desde chiquillo, pelea lucha compite, es una batalla enorme esto del reloj, y ni siquiera logramos aprender a contemplar. Si hasta es una tragedia haber nacido en cada parte del mundo, para esta parte inglesa de cinco horas adelantado soy el hombre del mañana, para mi tierra madre amerindia sureña soy el hombre del ayer. Tendré que ser tragado por un agujero de gusano entonces para ser el tipo de ahora, o esperar que todo el mundo se fume un buen porro para que me admitan en presente, vivito y coleando como quiero creer que estoy. A lo mejor estoy por completo equivocado y ya dejé de ser lo que fui, y lo que quise ser nunca llegó pues me inventé futuros que nunca fueron e irremediablemente todo tiempo pasado fue mejor, y nada cambiará aquello, nada… Vaya que trágico, puedo escribir todo un párrafo incongruente, puedo decir dos veces la palabra nada, y ni siquiera es necesario mencionar el presente.

Ergo, del presente no se habla, nada es definitivo, lo que es ahora no es lo último, y por tanto no tiene mayor relevancia. Así que qué importa como firmo mis notas, no importa como me llamo ahora, más vale quién seré, y si desconfías, cómo fui llamado en el pasado. Es un hecho absoluto, el virus de lo efímero se ha instalado en nuestros huesos, si el gran juicio llegara, que Dios y la Virgen nos pillen confesados, y lo pongo en circunstancial, ni siquiera en presente perfecto… Cómo fue que llegamos a esto.

Sea cual sea el caso, entre tanta pregunta no resguardada, lo que queda es que la Wolf se mató por loca, qué se puede esperar de alguien que firmó su último vestigio con “V.”, y si no es así, no importa, que así sea, total es más simple, no hay tiempo para mayores conjeturas…

Odioso de mí, no me satisface nada y quisiera entrar en detalles: ¿la Virginia eterna que desarrollaría una técnica del monólogo interior o flujo de conciencia nunca antes visto, la que depositó por completo el peso de la narración sobre las reflexiones de cada personaje, la que abriera caminos antes no explorados en la manera de narrar y en la manera de vernos a nosotros mismos, finalizó su carta final con “V.” porque sí no más? Quisiera entrar en detalles, todo me concierne y todo me provoca, pienso en voz alta y me cuestiono sobre qué va de la mano de qué cuando se dice algo, más aún que se dice cuando se deja de decir. Quisiera. Pero luego la pregunta, ¿valdrá la pena, o acaso me contagié también de estos murmullos ingleses de sorry sorry que abundan entre las calles y se derraman tristes por todas partes sin obtener respuesta en respuesta, y el cielo gris es de un extraño gris a frío que desgana respiros y colores, y desgana tanto que te olvidas de ilusionarte con colores de colores, y te olvidas de preguntarte qué fue de aquellos antiguos colores de colores, y te olvidas de soñar que puedes soñar en sonidos de colores, y te olvidas de olvidar porque vives en el completo olvido?, pues a lo mejor es cierto, y el pecho se te seca en cada paso, y anhelas el día en que cobijabas guijarros entre tus manos en nuestra lejana tierra amerindia. Es cierto, Inglaterra es una tierra baldía que no acepta otras texturas y reminiscencias que no sean masa, y puedes enamorarte de ella, puedes ser amada por ella, pero a su manera. Entonces otra pregunta brota, ¿y que pasa con los lienzos que ven al tiempo de manera distinta?...

Tal vez sea mejor guardar silencio y reconocer las palabras de Montaigne: “Presenta más problema interpretar las interpretaciones que interpretar las cosas”. Mejor guardar silencio  como único, ínfimo, y pequeño homenaje a doña Virginia y todos mis guijarros de colores que me recuerdan que sí existo.

M.

 

 

 

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