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7 Poetas Mexicanos
(1940 - 1960)

Selección de Mario Meléndez

 

ANTONIO DELTORO
(Ciudad de México, 1947)

 

NIEBLA

Los sueños de los pájaros
deben anidar por siempre en una nube
como las ramas que acunas tú esta mañana.

Esta intimidad en la que estoy me envuelve.
Un día, tan sólo un día más, lo necesito
para saber quién soy, qué escondes.

No escampes, no abras tu ser,
no dejes ver detrás de ti lo que no eres.
Este sopor, este pudor tan míos están en ti;
un día, tan sólo un día más en tu interior.

No hay paz parecida a ti sobre la tierra,
niebla rasante que tocas mi ventana.

 

A UN EUCALIPTO

Hablan mal del eucalipto
porque se chupa la humedad,
tiene raíces extendidas,
es alto,
peligroso,
y con su madera
no se pueden hacer vigas
ni muebles
confiables,
su corteza tiene el tono solemne
de la piel del camello
y la tristeza de alguien ventoso y longevo.
Aún hecho pedazos
qué respeto le tengo,
cuánta añoranza
y seriedad
y reverencia
me produce ahora que ya no está.
Sus rodajas dispersas por el pasto
llevan dibujos:
una bahía, un círculo, una gaviota, un escudo
(arderán en la chimenea
con la misma violencia
que en Australia),
sus olores, frutos del hacha y de la sierra,
difieren del olor del eucalipto erguido,
son más dulces e intensos
pero se irán diluyendo.
En cambio, donde todo era
penumbra y cochinillas
un hachazo de luz definitiva
ha cortado de tajo
la luz de ayer,
la luz al sesgo
colada por las ramas.

 

ORACIÓN

Todos los días riegas las plantas,
haces los espacios del sol,
exterminas las plagas
que pintan las hojas con sus larvas,
conduces la enredadera,
hierves el agua para el té,
eres la ordenadora de la luz
y la que ordena
y desordena
mis horas nocturnas:
la noche nos desborda y nos agarra:
tú le das medida y desmedida,
tú eres ancha y aprietas.

 

GIROS

Para Eugenio Montejo

Mientras dormimos obscuros o por el sueño habitados
hay ojos abiertos a la luz más allá de los mares.
No nos despierta su atención,
la tierra es redonda, su redondez protege nuestro sueño
y gira para otorgar a todos luz y obscuridad;
y si alguien vive con los párpados cerrados o abiertos a deshora,
en contrapunto con el canto de los pájaros y el sol,
como quien viaja en un tren en un asiento contrario al recorrido,
la tierra sin apiadarse seguirá girando,
porque sus giros son tiránicamente equitativos
y nadie puede escapar a su rigor, que distribuye las horas.
Barre la tierra con sus giros los colores
y con sus giros barre la noche
y giran las tumbas y giran los recién nacidos.

 

SIN NARDOS

Mi madre
guardó la cortesía
y el amor a los nardos
hasta los últimos momentos:
al entrar, la enfermera
nos dijo en voz muy baja
que no le convenían esas flores;
nosotros, a un gesto de mi madre,
que era adivina,
sin chistar las retiramos,
como lo hacíamos
cuando llegaba a la casa un amigo
al que le producían los nardos
desazón y tristeza.
Los nardos eran las flores de mi madre
por su olor y su blancura,
por su forma y sus tallos;
también por sus recuerdos.
En sus fiestas sabíamos
que nardos y pasteles,
el humo del tabaco
y el sabor del café
se mezclarían,
siempre que no llegara
ese amigo
que asociaba,
como la enfermera,
los nardos con la muerte,
como si a la muerte la guiaran
ciertos olores
y la extraviaran otros
más sutiles,
como si la muerte no supiera,
como nadie,
el camino y la hora.

 

NOMBRES

No hay lunes para las montañas
ni para los huracanes.
No hay sábados para las nubes
ni días laborales.
Ni el zopilote planea,
ni el alacrán se esconde,
ni el agua hierve o corre
de manera distinta
un viernes de un domingo.

Bajo los nombres de los días
nos sentimos al abrigo
de los meteoros mayores,
los años y las décadas,
cuyos nombres son números,
cantidades enormes.

Algún día diremos
“hasta el lunes”
y no viviremos para entonces.
Si yo te llamo “Pedro”
y tú te llamas “Pedro”,
tú respondes.
Si yo le llamo “Lunes”,
el tiempo no me oye.

 

CAMA

Esta cama es un árbol en estado de coma:
cuando quiere ponerse de pie
la inundan la abulia y la melancolía
y entonces adopta la forma resignada que se deja llevar.
Otras veces, harta de permanecer,
no se adhiere a su destino a la deriva
y hunde sus deseos en el suelo:
quiere definitivamente despertar o morir,
dar fin a las tareas que la ligan
al firmamento y los hombres,
perder para siempre las patas
que la separan de la tierra:
la cana esta cruzada por rayas
de día y noche, de tigre y cebra.

¿Cómo entrar al sueño
al que nos invita la cama,
aliada de la noche y de la tumba,
mestiza de sueños y de pesadillas?

¿De nuestros sueños, de nuestros amores y desamores,
de nuestras pepeas y reconciliaciones sabe esta cama?

Siento que me dicta los sueños:
su madera tiene pesadillas de fuego
yo, afiebrado, sueño con agua.

 

FÁBULA

Nos dio el gato y la liebre
para que supiéramos
la distancia
entre lo que se puede tocar
y lo intocable.

Quizás los conejos,
para que no confundiéramos
gato con liebre.

Al leopardo le debemos
la belleza de la caza
solitaria,
y los lobos fueron el don
para que aprendiéramos
a cazar en jauría.

La red de la araña,
dicen los chinos,
nos la dio
para que aprendiéramos
a viajar por hilos de seda
y hacer sopa de nidos de golondrina.

Sin los animales
seguiríamos en la planicie de la especie.

¿Por qué nos hizo nacer?
¿Por qué nos devora?

Hay que darle las gracias,
sin preguntarse demasiado,
y bendecir a las presas
que pasan,
como pasaremos nosotros,
por su vientre.

 

RAYAS

Para Eduardo Lizalde

No conocen los tigres el sueño absoluto del oso,
los tigres no duermen por entero
y en su vigilia acechante
hay una capa de luna y de silencio.
En el sueño más profundo de un tigre,
un tigre está despierto;
para él los días y las noches
son franjas de un eterno retorno,
de un nirvana amarillo y obscuro.
El tigre es más tigre en las horas nocturnas,
en ellas todo el tigre se despliega:
inaudible, invisible, obscuro, ensangrentado.
Cuando busca sus presas, cuando las embosca,
cuando salta abatiéndolas, el tigre es un sonámbulo.
El tigre sueña con la caza cuando sueña y cuando caza,
y devora a sus presas con ojos traslúcidos de sueño:
todo tigre tiene una capa de luna y de silencio
para cazar dormido con los ojos abiertos. 

 

Antonio Deltoro (Ciudad de México, 1947). Fue jefe de redacción de la revista Iztapalapa (1979-1983), miembro del consejo de colaboradores de la revista Vuelta y coordinador cultural de la Casa del Poeta Ramón López Velarde. Ha escrito ensayos sobre autores contemporáneos y publicado los libros de poesía: Algarabía Inorgánica (1979), ¿Hacia dónde es aquí? (1984), Los días descalzos (1992), Balanza de sombras (Premio nacional de poesía Aguascalientes, 1996), Poesía reunida (1999) y El quieto (2008).


* * *



BLANCA LUZ PULIDO
(Ciudad de México, 1956)

Siembra el sudor sus grietas laboriosas.
Como el paisaje, la piel ensaya
un temblor de agua.

 

DEL FUEGO

Toda la noche vi crecer el fuego.
José Emilio Pacheco

Toda la noche vi crecer el fuego
y no pude tocarlo
ni sumarme a su encuentro luminoso.

Toda la noche supe de su danza
de su comercio con el viento
y no quise sumarme a su llegada
ni celebrar su magnífico retorno.

El fuego es la renuncia de las cosas
a su aspecto tenaz, a su dibujo.

Toda la noche vi crecer el fuego
y no conocí su voz
ni apuré su llama.

Y aquí estoy

en este paisaje de cenizas.

 

FIGURA

La noche traza su ecuación de sombras,
rigurosa y distante geometría.

Otra lenta figura, otro tacto
se cumple entre nosotros,
cifra pasos, calles, nombres,
ciudades que serán nuestras miradas,
dibujando
el arduo desencuentro,
la misma álgebra oscura
que otra repetimos sin saberlo.

 

PÁJAROS 

Despierto en un país de invisibles pájaros
que tejen un baile entre las ramas
de los árboles vecinos.

Sus voces dan alas a mis horas,
mas sólo encuentro, espiando entre las ramas,
fragmentos dispersos, grietas, huellas
del mundo paralelo en que otras leyes
gobiernan su materia.

En medio de la altura
prendo estas líneas a sus ojos
para que me alcen de la tierra.

 

A FILO DE LA LUZ

A filo de la luz
siempre hacia adentro
debajo del torrente subterráneo
en el espejo cedido por la claridad
fundirse con los sueños
abandonar el día
y en el último latido
viajar perderlo todo
dejar hasta la sombra
mirar las playas sumergidas
las rocas certezas inauditas
a la orilla del mar que nos espera
y volver
con minerales tesoros en las manos
la mirada presa en los prodigios
a iluminar el aire del deseo
en la mañana abierta y nueva.

CANTA EL AGUA

Recuerdos de luz
en una gota de agua
en la mirada que atesora
la brevedad y la frescura
que derrama mínima
en el día

El día
que repite sus dones intocados
en las miradas jóvenes del agua

Canta el agua y su voz es una plegaria
que repite clara y cercana una pregunta

Una pregunta que dejamos olvidada
esperando la llegada de la lluvia

 

SUEÑO EN FUGA

Soñé que me soñabas,
que tu voz como estela de naufragios
amanecía en mi aliento.

Que era mío el silencio
de cada madrugada cómplice
en tus párpados cerrados,
el secreto
que rindes a tu almohada,
el pensamiento
que traicionas en mis brazos.

De ese sueño sin fin
ya no despiertes:
que el alba nos encuentre suspendidos,
sin voz, sin figura, sin recuerdos,
habitantes
de un sueño en fuga
hacia su propia muerte.

 

PUNTUAL COMO LA LLUVIA ES EL SILENCIO

Puntual como la lluvia es el silencio
con que tus ojos observan mis recuerdos.
Nada puedo decir, nada es ya mío
de las antiguas costumbres que los días
dilapidaron sin ti en algún pasado.

Eres el tiempo del trigo y la vendimia,
eres el verde y el oro del verano.

Ya a mis sentidos los tuyos encadenan;
beben mis labios las gotas de esta lluvia
que extiende dulcemente tu memoria
en las oscuras horas que no te conocieron.

 

PRESAGIO

Nada en el mundo te alcanza todavía:
son tus labios de sombra,
y tu voz un fantasma.

Has surgido a la luz para mis ojos,
y te aumenta mi sangre,
y te encumbran mis venas.

Ya sin saberlo te acercas a tu forma,
y encenderás la llama
en la incesante noche que te espera.

Y sin saberlo escribirás tu nombre,
tu no nacido nombre, entre mis labios.

 

NOCHE

La noche inmemorial, pródiga noche
de los pactos oscuros, innombrables,
de las siniestras, ocultas voluntades
que a la mención del día empalidecen;
la noche feraz, la noche cómplice
que despliega su sombra como un manto
sigiloso y ambiguo, torva noche
agazapada en las márgenes del día
anticipando su reino silencioso:
pero la noche débil, turbia espera,
aire que corre en el país de nadie,
tierra del eco, junta de fantasmas:
cántaro negro que en la luz se rompe.
ES EL tiempo sin voz que en sí florece,
un silencio de muros vegetales,
una sed que en su incendio se consume;
es la sangre precisa y concentrada
de la llama voraz de la granada.


MURO

El muro del jardín rodea la casa:
en sus grietas y pliegues entreveo
un mundo de pasos que no alteran
el hábito seguro de sus vidas
por mi contemplación ociosa

Patas alas zumbidos y chasquidos
me cercan, mundo animal que habita el muro
como yo la casa:
desconocidos
nos acompañamos


CONJURO

Lo invisible gobierna lo visible:
así en el aire
el ansia de volar se encarna en ave,
así en la noche
el pálido sueño se ilumina
con resplandores ocultos de intenciones
que ausente calla el día.
Pero en secreto las sombras se complacen
en su denuda oscuridad
y las palabras rotas
que abandonas calladas a su suerte
labran en las ficciones de la noche
tu inacabable hastío
y tejen innumerables y afanosas
tu antigua, tu legítima derrota.


Blanca Luz Pulido (Ciudad de México, 1956). Poeta, traductora y ensayista. Estudió Lengua y Literatura Hispánicas en la Universidad Nacional Autónoma de México. Entre sus libros destacan: Fundaciones (1979), Ensayo de un árbol (1982), Raíz de sombras (1988), Estación del alba (1992), Reino del sueño (1996), Cambiar de cielo (1996), Los días (2003), Pájaros (2005) y Al vuelo (2006) Fue miembro del Tercer Programa para la Formación de Traductores del Colegio de México. Ha publicado traducciones, ensayos y poemas en diversos suplementos literarios y revistas de divulgación cultural, así como traducciones del inglés, francés y portugués En 1998, Breve Fondo Editorial publicó el libro Amor al arte, traducción de una selección de aforismos y textos breves de Gustave Flaubert. Ha sido invitada a diversos congresos y encuentros de escritores tanto en México cono en el extranjero. En la actualidad forma parte del Sistema Nacional de Creadores de Arte del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes.


* * *



HUMBERTO GARZA

(Montemorelos, Nuevo León, 1948)

LOS MÚSICOS

¿De qué tierra vinieron estos músicos tristes,
con voces incisivas y ojos de lunas frías?
Su música tortura corazones felices
y hace llorar imágenes de mármol y de arcilla.

¿Qué nefario artesano les dio esos instrumentos
henchidos de quejidos e inmensas agonías?
Al oírlos, recuerdo las cosas que están lejos
y solitarias noches en cabañas vacías.

Todas las tardes llegan a esta posada lúgubre,
sus lenguas, cual flamas de inquietos candelabros;
hablan con el sigilo de una monja que encubre
de un amor juvenil los pasados milagros.

¿De dónde sacan ellos el sentimiento amargo
que impregnan en sus voces al emitir sus cantos?
¿Es que sienten más hondo, más profundo y más claro,
o es que tienen un timbre más perfecto y exacto?

Su música pausada gotea en la penumbra
y ataja los destellos en todas las miradas.
El daño de otro tiempo todo el espacio inunda
y en un rincón del mundo ¡Lloran todas las almas!



EVOCACIÓN

Nos amaremos más cuando la hierba crezca
y envuelva los caballos que asustaban al aire,
y envuelva aquellos potros que iban cual cometas,
convulsionadamente, en un macabro baile.

Le robaré tus besos a meteoros de Australia
y a electrónicas lluvias que bañan pastizales,
y gritaré, radiante; que la suerte no es mala
porque la suerte tiene para andar  muchas calles.

Buscaré tu figura en los ríos del tiempo
¡mitológico aspecto de excéntrico donaire!
Buscaré tu figura para llevarla lejos
a mirar los canguros a la tierra de nadie.

¡Persistente locura! En los días aciagos
cobra vida el fantasma disuelto en la memoria,
y empieza a galopar como hacen los caballos
después de haber pastado en los campos de euforia.

¿Llegan a tus oídos las palabras de mi alma?
¿Llegan a ti las voces de viejos caminantes?
No me respondas hoy, respóndeme mañana,
cuando esté más tranquila tu celestial imagen.

Ayer, al recordarte, sangró la vieja herida.
En esta gran planicie ¡No te deseo menos!
Pienso: ¿Estará soñando como estaba Cristina,
sentada en la llanura, mirando siempre lejos?

Amazona vehemente cabalgando en el río
donde purpúreas alas de cardenal se baten;
libera la serpiente que muere en el delirio,
hazla volver de nuevo al trópico de antes.

Te sigo imaginando en la cara del agua
proyectando a la vida ambarinos colores.
Te sigo imaginando, conflictiva adversaria,
dentro del receptivo cóctel de medianoche.

EL ÁRBOL

Se está vaciando el árbol por la herida más grande,
por esa herida vieja que ya no cicatriza.
Los caracoles suben como vendajes largos
por la dura corteza, a salvarle la vida.

Se está quedando solo en la llanura verde,
allá en el desamparo de oscuros mediodías.
Un tesoro de ritmos le llega desde lejos
y un aroma impreciso le cae desde arriba.

En medio del silencio que satura a la tarde,
burla sufre y desprecio de extrañas comitivas;
al querer explicar sus agudos misterios
las palabras del árbol se manifiestan frías.

De caridades vive, pero tal vez lo ignora,
poco a poco la sombra deja de ser su amiga;
su languidez proyecta sobre la fresca hierba
una ilusión que a todos causa piedad y risa.

Sopla para los otros abanico del aire,
este árbol perdió su piel de melodías;
la falda de la noche ocultará su viaje,
estas últimas horas que vive... son las mías.

POEMILLAS

Esta noche no duermas.
Grupos de niños y mujeres 
vuelan por encima de las calles. 

Es muy extraño todo…
yo no puedo explicarte.
Algunos me dijeron
que se ha enfermado el aire.

Esta noche no duermas,
no salgas como antes;
defiende bien tu nombre.
Hasta oír aleteos
de querubines y ángeles.

II

Un sol cansado
veía desde el oriente
mujeres sin arreglo.
El amor había muerto
entre sus pechos.

Mi vida se iba con el tiempo.
El último minuto, 
tercamente
volvía sus ojos
como un duende rebelde. 

Yo seguía adormecido
sobre un óleo joven,
observando un fantasma
terriblemente enorme.

REGRESO 

Ramas altas del día, donde cantan los pájaros
canciones que lastiman dolientes corazones,
mis poemas se mueren en los brazos del sábado
cuando el aire dormita en la piel de las flores. 

Yo no quiero volver una noche de luna
y encontrar mis calandrias y mis pobres gorriones
ateridos de frío en la palabra: “Nunca”,
recordando la magia de la palabra: “Entonces”. 

No quiero resbalar en ranuras del tiempo
y perderme en los ecos oscuros de la vida, 
quiero habitar el rostro del formidable espejo
que el porvenir presenta en las puertas del día. 

Quiero llevar fanfarrias a míticos edenes
que muestran espejismos y rayos de esperanza,
y estar bajo del árbol que vive para siempre
vedado por el filo de flamígera espada. 

Y cuando las alondras de los bosques festivos
lleguen a los contornos de mis prados mejores;
declamar solamente para viejos amigos
lo escrito alguna vez... no sé cuándo ni dónde.

AÑO NUEVO

Tal vez tú me recuerdes en los poemas largos
que abrieron apariencias en tus sabidurías.
Tal vez experimentes el temblor de otras manos
que se agitan con ritmo diferente a las mías.

En otros Años Nuevos, cubrirán tus miradas
rosados horizontes de nubes en reposo.
Y vibrará tu cuerpo, y vibrará tu cara;
lejos de mis gemidos y mis suspiros hondos.

En la tenue llovizna que separa a diciembre
alguien dirá algún nombre con relación al tuyo,
y buscarás la voz que repetidamente
decía, tiritando; que te quería mucho.

La misma lluvia lenta, devorándolo todo:
la distancia, los sueños y el entusiasmo adicto;
devorará implacable mis besos temblorosos
y los ecos lejanos de mi último grito.

EL NIÑO MUERTO

El niño amaneció muerto, sentado en el columpio.
El aire lo mecía, dándole un ritmo justo.
Ayer gustaba mucho en este territorio,
ahora, es difunto. 

La escarchada mañana
se despertó con gritos 
que hacían poros en el cielo,
con ruido de altavoces
y rugidores vientos.

Fui a caminar al mar, para olvidar al niño;
los gansos pasaron 
en ordenado vuelo,
trayendo a mi memoria
otros niños ya muertos.

Cuando abrieron los bares,
actores y cantantes habían vuelto;
-enviados por los Hombres del Oeste-
todos entonaban la canción 
que me asustó a principios del milenio.

Nadie comprendía mis palabras
cuando alzaba mi copa
brindando por el alma
del niño muerto.

Humberto Garza (Montemorelos, Nuevo León, 1948). Reside en Houston, Texas, Estados Unidos, desde temprana edad. Es editor de www.los-poetas.com, una importante página que se publica a través de internet, donde aparecen parte apreciable de los poetas más destacados del idioma. Ha sido incluido en diversas antologías. Sus trabajos han sido difundidos en importantes publicaciones literarias y radiales, y leídos por destacados declamadores. Parte de su obra está contenida en la edición de su primer libro «Un tiempo escondido», publicado en el año 2003. Su poesía refleja la influencia que en él han ejercido renombrados autores mexicanos, españoles y norteamericanos, como Acuña, García Lorca y Poe, entre otros. También algunos de sus textos han sido musicalizados.


* * *



María del Socorro Soto Alanís

(Durango, 1957)

 

AMAZONA

Soy mujer,
porque así se acomodaron mis hormonas
Desde entonces,
una cicatriz traigo en el ombligo
y una herida se abre
cada treinta días

Jugué a amamantar a mis muñecas
a volar como amazona,
igual que la gaviota
levanto mi estructura curvilínea

Mis sueños de muchacha
chorrearon mes a mes
mientras crecía,
la luna se colgó de mis ventanas
y cuando desnuda salí del río
fluyó el deseo
la soledad
el miedo

Los libros son ahora mis amantes
y un beso enciende las ideas

Después de nueve meses
mis caderas se abrieron
Soldadera de la vida
De las montañas azules
salió una savia blanca
con la cual soñaba desde niña

Soy tierra
madre
raíz
mujer
luna nueva
pequeño instante del planeta

A veces juego
siempre sueño,
Soy transgresora de las reglas
Valentina con el rebozo de mi abuela
Al templo de mi madre cansada regreso,
entro en su cama
para sentirme en su matriz,
madona

Quiero la libertad como bandera
El amor por catecismo
Una estirpe de guerreras me protege
En el manto de la luna
acurruco los anhelos cada noche
Vuelvo a esa posición fetal
mi favorita
para soñar
creer
volar desnuda en el viento

Metamorfosis entra por mi entraña
¿Quién soy yo?
¿Soy yo?
¿Soy?

 

PISO TU ORILLA CON MIS PIES DESCALZOS
Piso tu orilla con mis pies descalzos
el comal de tu vientre se asolea
vistes de barro tu espalda
corredores y surcos encendidos
senos de miel y ambrosías
si abres tus piernas el trigo germina
tierra roja
seca
donde la campesina entregó su rebozo
puso su deseo en el membrillo
y la golondrina se tapó los ojos
El crepúsculo sangra por la herida
fuego que reza al amanecer
desiertas las alondras
el llano descalzo se santigua
Yo, silenciosa contemplo tu santuario
¡Buenos siglos!
canta la mañana
Los huesos de la tierra están de fiesta
el vino de Baco las chorrea
hojas de eternidad
granos de ausencia
Eurínome y las frutas del paraíso
bailan con cada árbol que de noche llega
y ahí engendran la sandía,
el durazno

 

EL MUNDO EMPEZÓ CUANDO TÚ LO QUISISTE
El tiempo es una máquina que guarda los recuerdos
La memoria detiene al tiempo
Todo es un sinsentido, no puedo alcanzarte tiempo
Pedimos tiempo para parar el juego
En el estanque quisiéramos atraparte
El pasado nos dice que vendrás, te has ido
Hoy, eres apenas un vacío
El mundo empezó cuando tú lo quisiste
Desde entonces, todos subimos la escalera
¡Hágase la luz! Dijiste
y el sol encendió los focos del universo
Eres como un inmenso espejo
donde todas las mañanas busco mi imagen para saber si vivo
o muero
Navegamos mar adentro
hasta que se te ocurra romper el cristal de mi reloj
y llevarme a otro tiempo, donde la risa no exista
ni tengamos prisa
Cuando la hora no importe me quedaré quieta
tu seguirás
ahí estaré. . .
será mi tiempo

 

CORDILLERA AMERICANA

Porque juntos habremos de formar
la Nueva Arcadia
donde los ríos acaudalados
cubran a nuestro hijos

Para que la patria se extienda
desde la cordillera chilena
hasta el Valle del Anáhuac
y el canto del cóndor
inunde al mundo

Hay una nostalgia marina
que recorre el continente
murmullo andino que canta:
¡sobrevive!
¡levántate y resiste!

Deja atrás la pesadilla
el horror sembrado por las botas
recuerda tan sólo al esmeralda
que cubre tus montañas

Cuando te expulsaron de tu propia tierra
no previeron
que el nomeolvides
se vendría en el bolsillo
la madreselva en los zapatos
y la poesía de Neruda en cada célula

Desde Mesoamérica
le canto a Allende
salvador de nuestra Patria Americana
fue inútil que las balas te cruzaran
porque el fuego incendia las nostalgias

Una quena toca no sé donde
por su herida brotan los recuerdos
un olor a bosque invade el hemisferio
utopías, luchas cotidianas

¡Malditos!
Cuando metieron a la cárcel las ideas
ellas se revelaron ante el acero
le rompieron la cara al miedo
y de entre los barrotes
surgió la resistencia

No pudieron matarlos con los tanques
porque su corazón lo escondieron en la mina
y a todo el continente
nos cubrió su angustia

Hermanos del salitre
de la uva
del charango
os quiero dejar hoy estas palabras

AURELIANO BUENDÍA

A Gabriel García Márquez, amorosamente

Cuando Aureliano Buendía conoció el hielo
era la tarde de su fusilamiento
vio una sábana congelada
que tenía la virtud de desaparecer
ante la magia de Melquíades

Todos patinamos en la pista de agua
desde entonces
trepando al carrusel de las gitanas
laberinto que gira y gira entre mil colores

Mientras, cierto olor a guayaba
juega a la tómbola
un imán nos reacomoda y nos voltea
es la fatalidad
destino misterioso

La orfandad de este continente de naufragios
dura ya cien años

Sobre el hielo
todavía los Aurelianos
.c
..a
...e
....n

fusilados

María del Socorro Soto Alanís (Durango, México, 1957). Ingeniera con estudios de maestría en Ciencias Políticas en la UNAM. Entre sus libros figuran: En el día tercero se hizo el agua, 2005; Fin de milenio, 2001; Desnuda en el viento, 1998; En estos días, cinco ensayos, 1994. Es Fundadora y colaboradora de las revistas literarias: Revuelta, Cordillera y Contraseña. También es editorialista en El Sol de Durango, con la columna semanal titulada “Palabra de Mujer”. Ha publicado en La Jornada Semanal y El Sol de México, como también en los periódicos locales El Sol de Durango y El Siglo de Durango. Tiene una Mención Honorífica en Concurso Nacional de Ensayo sobre la Mujer y una Mención Honorífica en el Premio Estatal de Poesía “Olga Arias.” Ha realizado lecturas de su obra poética en las ciudades de Colima, Guanajuato, Durango, Zamora, en las Ferias del Libro de Aguascalientes, Ciudad de México, Montreal y Ottawa. Participa en el Seminario de Cultura Mexicana, donde presentó su tesis de ingreso sobre la pintora mexicana Frida Kahlo, y en la Sociedad de Escritores de Durango, de la cual fue presidenta en el período 2000-2002, con una amplia participación política de la izquierda mexicana.


* * *



MAX ROJAS

(Ciudad de México, 1940)

 

ELEGÍA COMO GRITO PARA UNA TARDE DE DICIEMBRE

A María Elena

Desbaratado el grito, el silencio que cruje en la escalera,
el sonido que llega de repente para decir no hay nadie,
nadie grita tu nombre, nadie te espera, nadie camina
por la calle recogiendo tu sombra partida en pedacitos,
tu esqueleto partido en pedacitos, nadie te extraña,
puedes echarte a caminar mascando tu tristeza,
puedes perderte para siempre en tu tristeza,
nadie grita tu nombre, nadie te espera,
sólo el silencio que baja y te destroza,
sólo el silencio que baja y te aniquila,
el sonido que llega de repente para decir no hay nadie,
nadie camina desde la oscura zona del derrumbe,
nadie te espera, di buenas noches, estoy triste, busco a Elena,
la he buscado en todas las grietas de la tarde, no la encuentro,
estoy palpándome ceniza y no la encuentro,
busco a Elena, no vendrá nunca, dile que venga, no vendrá nunca,
llámala hasta que el musgo te nazca en la garganta,
llámala hasta que tu garganta sea de musgo, no vendrá nunca,
di su nombre, repítelo hasta que la lengua se te caiga,
repítelo hasta que los dientes se te caigan, no vendrá nunca,
sólo el silencio que cruje en la escalera te acompaña,
el sonido que llega de repente para decir no hay nadie,
nadie te espera, di buenas noches, tengo miedo, busco a Elena,
puedes echarte a caminar buscando tu tristeza,
puedes perderte para siempre en tu tristeza, no vendrá Elena nunca,
di su nombre, graba en la noche su perfil de sombra,
su rostro de neblina, su cuerpo sepultado en caracoles,
di su nombre, repítelo hasta que los dientes se te crujan,
clávalo en tu memoria como una enredadera de moluscos,
di su nombre, guarda lo casi nada que te queda, el último sollozo,
el recuerdo como una abandonada calavera, el llanto en pedacitos,
pregunta por Elena, desbaratado el grito,
desbaratados tú y tu sombra que se hunden bajo el grito crujiendo en la escalera,
el sonido que llega de repente para decir no hay nadie,
sólo tu soledad que llega crujiendo en la escalera,
no está Elena, besa la oscura zona de sus labios,
no está Elena, muerde su sombra fría, no vendrá nunca Elena,
seguirás esperando, seguirás caminando su oquedad con los dedos,
seguirás consumiéndote en tu furia, no vendrá Elena nunca,
recoge su tristeza, envuélvela en su grito,
dile que busque a Elena por las calles,
dile que llame a Elena en las esquinas,
no vendrá nunca, seguirás esperando,
seguirás caminando los muros de la noche,
seguirás destrozando las paredes del sueño,
di su nombre, repítelo hasta que el miedo te derrumbe,
no hay remedio, bajarás con tu sombra al fondo de la tarde,
beberás en la tarde del grito que te ahoga, desbaratado el grito,
el sonido que llega de repente para decir no hay nadie,
no vendrá nunca Elena, desbaratado tú y tu cuerpo, no vendrá Elena nunca,
sal a la calle y grita, búscala en donde sea,
rompe las puertas, destroza las ventanas, derriba las paredes,
no ha venido, pregunta a los que pasan, no ha venido,
asómate al espejo, Elena, ven, gritando al borde del espejo,
no ha venido, seméjate a su sombra, parécete a su ausencia,
no vendrá nunca, todo duele, nada importa,
desbaratado el grito, el sonido que llega de repente para decir no hay nadie
nadie camina subiendo la escalera, no vendrá nadie,
sólo tu soledad que sube crujiendo a tu esqueleto,
sólo tu soledad crujiendo en tu esqueleto, desbaratado el grito,
desbaratados tú y tu cuerpo, y el grito con que gritan,
mira tu cuerpo que se hunde en el espejo,
mira tu cuerpo que se hunde tras tu grito en el espejo,
entrarás al espejo, seguirás a tu cuerpo que se hunde tras su grito en el espejo,
te hundirás tras tu cuerpo y tras tu grito en el cuerpo de Elena, oculto en el espejo,
volverás del espejo con el cuerpo de Elena metido entre tu cuerpo,
ámala y sálvate, ámala y quiebra tu alarido, no vendrá Elena nunca,
seguirás esperando, seguirás escarbando entre la noche en busca de su cuerpo,
no vendrá Elena nunca, quedarás para siempre roída la conciencia,
amargo el llanto, fúnebre el recuerdo, no vendrá Elena nunca,
sólo la sombra de su sombra habita en el espejo,
sólo la sombra de tu sombra baja crujiendo la escalera,
el sonido que llega de repente para decir no hay nadie,
no vendrá nadie nunca,
puedes echarte a caminar mascando tu tristeza,
puedes perderte para siempre en tu tristeza,
nadie jamás te llamará en la noche,
nadie jamás recogerá tu cuerpo partido en pedacitos,
tu esqueleto partido en pedacitos,
desbaratados tú y tu calavera abandonada,
un sonido de luna se derrumba, un sonido de espanto se desploma,
vete por el espejo, Elena, ven, gritando en el espejo,
ámala y sálvate, ámala y quiebra tu alarido, no vendrá nunca,
ámala y húndete en la furia, no vendrá nunca,
desbaratados para siempre tú y tu cuerpo,
desbaratado el grito, el silencio que cruje en la escalera,
el sonido que llega de repente para decir no hay nadie,
no vendrá nunca nadie,
y cerrar esta puerta.

 

EL TURNO DEL AULLANTE

A Lourdes y Antonio Gazol .. .. .. .. .. .. .. .. .

I

Lo furioso, lo verdaderamente animal
que me sostiene, lo que me guarda en pie
con el rencor crecido, esto como de hueso,
como de dientes que se muerden
después de haber mascado el polvo,
esto de sangre, esto de grito ahorcado
como un aullido en la garganta,
esto como un muro, como un sollozo
largo de noche sin hogueras, lo animal,
lo verdaderamente bronco que me duele en los ojos.

Dije que el mar es algo así como esa diaria muerte
de mi cuerpo. Hoy me sale lo bronco
y me revuelvo, hoy me sale lo herido
y me desgarro –perdón por esta forma
de amargura, pero es que hoy
de muy adentro me sale lo animal desbocado,
la verdadera furia que me empuja:
esto de maldecir espinas por la boca
lo formalmente triste,
lo exactamente amargo como el llanto.
Ahora me vuelvo y me despido y me regreso.
Voy a buscar mi sombra entre la sombra,
porque mordí sin tiempo un corazón de niebla,
y lo bronco,
lo verdaderamente animal que me sostiene
está dolido.

V

Hoy tengo que saber algunas cosas,
averiguar ciertas costumbres de las aves,
ciertas maneras de la tarde que no entiendo.
Debo saber -es un ejemplo- aquello que concierne
a las personas a la hora de la lluvia,
su modo de perderse entre la niebla, su tristeza,
su nostalgia sombría como el viento;
quiero saber, también, las causas de la muerte
del erizo, su manera tan fiel de arder a solas,
su sollozo;
después, tengo que averiguar algo pluvial
que llega en las palomas, algo que duele,
algo que suena hueco y sabe frío:
un caracol que se hunde en un espejo y un lamento:
la destrozada forma de un rostro que me escalda
y todo aquello:
el hosquedal de pájaros que empieza,
el viento en la ventana dando miedo
y esta manera de llover que parte el alma.

(de “El turno del aullante”, 2003)

 

SOBRE CUERPOS Y ESFERAS
(cuerpos dos)
fragmento

Sorber la médula espinal a grandes lengüetazos,
hecha jugo,
                      vorazmente,
beber a esa mujer hasta que no le quede nada adentro,
                      vaciarla toda ella ferozmente,
apetecerla hasta que sea una flama y queme todo
y ardan los territorios de la noche y arda ella,
grave y seria,
                      desgarrarla muslo a muslo ávidamente,
desesperadamente,
                          liquidalmente convertirla en líquido
y hundirse en ella
y morderla todo y convertirla en nada
                                            pero en nada hirviente,
                                viva,
amor en lo absoluto,
vorazmente mordisquear muslos y nalgas,
                                                          pechos,
                                                                labios,
a grandes dentelladas,
                                                lengüetazos recios,
a puñados
                         -náufrago,
tremendamente quemazón bajo la luna,
terriblemente luna en quemazón ardiente,
ferozmente apetecer la luna
                                              y chamuscarse.

(de “Cuerpos”, 2007)

 

Max Rojas (Ciudad de México, 1940). Es autor de los libros de poesía: El turno del aullante (1983) Ser en la sombra (1986), y Cuerpos (2007). Se ha desempeñado como director del Museo-Casa de León Trostky (1994-1998). Sus textos aparecen en diversas revistas literarias y han sido incluidos en antologías como: Dos siglos de poesía en México, Poetas de una generación: los 40s, y Poesía de la ciudad de México. Ha realizado un sinnúmero de actividades de promoción cultural, entre las que destacan su participación en la organización del Consejo de Fomento Cultural en Iztapalapa y el Circuito Museos del Sur, A. C., entre otros. Actualmente, es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte 2006-2009 y acaba de publicar Antología de cuerpos, con fragmentos de sus siete primeros libros de poesía. Escribió también la novela inédita Vencedor de otras batallas y ha publicado una serie de artículos periodísticos bajo el seudónimo de Carlos Manrique.  Como antologador publicó La poesía de Renato Leduc. Ha sido comentarista en radio UNAM y articulista en varios periódicos nacionales.


* * *



FRANCISCO HERNÁNDEZ
(San Andrés Tuxtla, Veracruz, 1946)

 

EXTRAÑO TU SEXO…
Extraño tu sexo. Piso flores rosadas al caminar y extraño
          tu sexo.
En mis labios tu sexo se abre como fruta viva, como voraz
          molusco agonizante.
Piso flores negras al caminar y recuerdo el olor de tu sexo,
sus violentas marejadas de aroma, su coralina humedad
entre los carnosos crepúsculos del estío.
Piso flores translúcidas caídas de árboles sin corteza
y extraño tu sexo ciñéndose a mi lengua.

FANTASMA

Amo las líneas nebulosas de tu cara,
tu voz que no recuerdo,
tu racimo de aromas olvidados.
Amo tus pasos que a nadie te conducen
y el sótano que pueblas con mi ausencia.
Amo entrañablemente tu carne de fantasma.

 

LA PRIMERA MUJER QUE RECORRIÓ MI CUERPO…
La primera mujer que recorrió mi cuerpo
tenía labios de maga: labios verdes y azules,
con sabor a fruto silvestre,
con señales indescifrables como la miel o el aire.
Muchas veces incendió mis cabellos con siete granos y
siete aguas, con ensalmos que sonaban a campanillas
de barro, con nubes de copal que se mezclaban al embrión
que recorría mi frente coronada por ramos de albahaca.
Toda la noche ardía la pócima bajo mi cama.
Al día siguiente, un niño nacido después de mellizos
la arrojaba al río, de espaldas, para no ver el sitio
donde caía ni el vuelo repentino de los zopilotes.
Entre tanto, mi madre me contaba
lo que Colmillo Blanco no sabía de la nieve
y el recuerdo del mar era un espejismo bajo las sábanas.

 

(DE CÓMO ROBERT SCHUMANN FUE VENCIDO POR LOS DEMONIOS)

Hoy converso contigo, Robert Schumann,
te cuento de tu sombra en la pared rugosa
y hago que mis hijos te oigan en sus sueños
como quien escucha pasar un trineo
tirado por caballos enfermos.
Estoy harto de todo, Robert Schumann,
de esta urbe pesarosa de torrentes plomizos,
de este bello país de pordioseros y ladrones
donde el amor es mierda de perros policías
y la piedad un tiro en parietal de niño.
Pero tu música, que se desprende
de los socavones de la demencia,
impulsa por mis venas sus alcoholes benéficos
y lleva hasta mis ligamentos y mis huesos
la quietud de los puertos cuando el ciclón se acerca,
la faz del otro que en mí se desespera
y el poderoso canto de un guerrero vencido.

XI

Ovillada sobre la piel de tigre, la gata sueña que persigue a
un tigre bajo los cortinajes del obispado y por los corredores
de la sacristía.
Desgarran sotanas, vuelcan la pila bautismal, suben al
púlpito, ruedan sus peldaños, rompen monaguillos de yeso y
derriban una larga hilera de cirios hasta quedar mirándose
dentro de la tristeza del confesionario.
Ella lo ve con obediencia, se acomoda bajo su vientre y hace
que la monte una y otra vez hasta que la fiera es sólo ardores
y cansancio.
Reposan un segundo que dura siglos: el tigre huye
nuevamente.
Sube a lo alto de la torre, destroza la yugular del campanero
y se arroja al vacío para internarse en otro sueño…
 

SÉPTIMO

Sabes que no miras lo que ves, porque tus ojos son
únicamente lo sombrío dejado por el vendaval en el
mantel polvoso, en lo que tiene de abandono aquello
que nos observa desde la visión.
Lo que no ves resulta el combate nocturno que inicia la
cigarra contra el girasol bajo el degüello de las granadas.
Lo que sin ver te mira corre por la tersura del durazno
acodándose en el pensamiento redondo de tu imagen.
El ramo que te vigila desde su vaso sabe que has
olvidado tu primer recuerdo entre los párpados
translúcidos de la oscuridad completa.
Tus manos están llenas de élitros para el silencio: giran
sin recorrer los pétalos caídos y se detienen sobre el
pequeño resplandor del fruto donde el cristal se astilla
sin saberlo.
¿Miras así porque tu reflejo se aproxima a la hoja en
blanco que es un sediento témpano de hielo?
Callas así porque cuando se cierren los ojos de las
cosas, no podrás contemplar tu repentina desaparición.

MUJER TRAS UN CRISTAL

Con ojos de otro tiempo
mira el paso
del otoño en el parque.
No hay cordillera
frente a su pensamiento.
La rodea un resplandor
de luz extinta.
Su aliento dibuja
en el cristal
puertos de bruma.
Escucha la respiración
de los árboles.

 

PARA MATAR UN PÁJARO

Para matar un pájaro
toma unas tijeras tan grandes
como su envergadura.
No se las claves en el pecho
ni tajes su garganta.
Corta sus alas.
La nostalgia del vuelo
hará que se arroje
por el desfiladero.

XXI

-Dios está podrido en dinero
dice en voz baja un comerciante del pueblo.
En sus eternos ratos libres, se entretiene devorando
la imaginación de quienes no tienen para comer.
¿Quiere retratar al Todopoderoso?
Meta su cámara en la boca de un pobre.

II

Los labios de Sonia tocan la flauta de la luz
y de las notas altas bajan claridades.
Esta flauta viene de un mundo donde la culpa
hace del vino su saliva, donde los genitales de los
ciervos descansan sobre abetos escarchados.
Al entrar en contacto con tus labios,
la flauta de la luz traza dos puentes.
Uno va de los latidos impalpables a la base del cráneo,
otro viene de cunas con almohadones negros al hospital
donde el cuchillo viaja desnudo.
Pero la flauta de la luz es también la flauta de la muerte.
El silencio recurre a la ceguera
para poder anticiparnos su presencia.
Por donde el aire pasa, emigran los sonidos.
La música, entonces, es un placer ambiguo;
no puede el viento dejar en paz al caramillo derribado.
¿en la flauta de la muerte se concentran
los gemidos más graves, las oraciones del descenso
y el vaho que deja intacto los cristales?
Llega la oscuridad, sin permitirle sitio a las preguntas.
De la garganta de Sonia hasta sus dedos
fluye un hilo delgado y luminoso.
El grito del nonato resulta muy cortante.
Oh la flauta de la luz, oh la flauta de la muerte.

LA GARGANTA DEL ÁNGEL

I

Me tiendo a descansar. El ángel canta. En el aire invernal
flota la muerte que ciegos pordioseros representan
colgados de arbotantes sin fijeza.
La garganta del ángel me contiene. El canto se adelgaza
en el sonido de nuestro amor en calma: es el conjuro que
repite la boca que se inflama.
¿Pierde belleza el ángel si enmudece? ¿Es terrible su voz
cuando se aleja?
las respuestas provienen de los sueños que, con sus ecos
de cristal cortado, perfeccionan la música vertida en la
canción que alumbra mi reposo.
 

II

Me tiendo a descansar. El ángel calla. No se percibe nada
de su aliento humeante, de su timbre perfecto donde rojos
vitrales se astillaban.
Siento su lejanía en la garganta como el agua que falta en
el desierto. Busco su libertad entre la hierba, miro su
esclavitud en las estrellas, por los frescos del templo lo
confirmo: el ángel canta si te sueña mudo y en estatua de
nadie te convierte al ver sobre la curva de tu espalda su
esbelta sombra de árbol derribado.

PALABRA FUNERARIA

Cuando no escribe,
acude a una funeraria llamada
El cielo abierto.
Allí se encarga de pulir los féretros,
de acomodarlos,
de establecer identificaciones
con letras de plástico
en el pizarrón de la entrada.
Por su vivienda se le ve
con aspecto de zombi.
En cambio, en el trabajo
conversa con los difuntos,
da color a la paz de sus facciones
y si no le contestan, los escupe.
Al tratar con mujeres
desliza endecasílabos procaces
a lo largo de sus muslos helados,
sin dejar de medir
la curvatura de sus caderas.
Traza versos con uñas de tres dedos,
corrige con abejas africanas,
borra con margaritas derretidas.
Cuando el entierro parte por fin
al cementerio, coge una hoja de papel,
saca la pluma fuente y deja este recado:
“Vida, te esperaré hasta el último instante.
Me voy volando a la casa. Estoy muerto.”
 

GRITAR ES COSA DE MUDOS

Carajo, esto es el acabose.
Aunque ignoro si sea el momento exacto
-uno nunca sabe
cuándo cerrar la boca o cuándo unas palabras graves
nacerán en la frente- pero a dar curso vengo
a todo lo que se está ahogando dentro y fuera de mí:
las escamas infantiles,
el sabor de miseria,
la impasible visión de los espejos.
Bajo el viento abro el tercer postigo.
Veo cómo las hojas se espuman y se esfuman;
veo caballos del alba pasar a tumbos
sobre el lomo del río;
niños sin frazadas; árboles huecos
que cayeron del cielo;
gritos hundidos dentro de sí mismos: los veo ser
descubiertos
por luciérnagas y alertados por un perro de aguas
que conoce años ha la suerte de los náufragos.
¿Y?
Ahora yo, oteando tu cadáver a última hora
vestido con ropa limpia, oigo el triste silbato
que me obliga a bajar apresuradamente de la cubierta
para oler el aceite que te untaron en las orejas.
En tu garganta hay címbalos,
peces que no conocían la superficie del mar.
Y ahora yo el desterrado lluevo sobre los cirios,
doy vueltas y vueltas a tu cuerpo sin sangre
y me detengo.
Como si entrara a una librería desconocida
hojeo tus párpados en busca de la última palabra
cuyo significado te dolía.
¿Quién se cortó la lengua ante el espejo?
Mis huesos, sin otra cosa que calor,
se van agazapando en las esquinas.
Mis cabellos cuelgan de la levadura
de los árboles, mis duelos se nutren en el plato
del vagabundo y llego ante él sin vísceras.
Con el pellejo temblando como gelatina
me empotra en la pared: lo escucho.
Sólo su nombre retuerce mi ocio y me reanima.
Pero yo, siempre yo por debajo de todo,
sigo pensando que gritar es cosa de mudos
y que escuchar es intercambiar ecos
con barcos fantasmas o con muertos
que han perdido la esperanza de vengarse.

Francisco Hernández (San Andrés Tuxtla, Veracruz, 1946) Es una de las voces más representativas de su generación. Ha publicado, entre otros libros: Gritar es cosa de mudos (1974); Portarretratos (1976); Textos criminales (1980); Mar de fondo (1982); Poesía reunida (1996), que da cuenta de los primeros veinte años de su trabajo; Mascarón de prosa (1997); Antojo de trampa (1999); Soledad al cubo (2001); Óptica la ilusión (2002); Diario invento (2003) y La isla de las breves ausencias (2009). En 1982 obtuvo el Premio Nacional de Poesía de Aguascalientes, en 1993 el Premio Carlos Pellicer para Obra publicada, en 1994 el Premio Xavier Villaurrutia,  y en el premio iberoamericano de poesía Ramón López Velarde. Actualmente es becario del sistema nacional de Creadores de Arte del FONCA. Por su trayectoria ha sido invitado como jurado del premio Nacional de Poesía Aguascalientes, el más importante del país, durante los últimos tres años. Su columna Diario invento, se publica semanalmente en el periódico capitalino Milenio. Parte de su obra ha sido traducido a diversos idiomas.


* * *



JEANNETTE CLARIOND

(Chihuahua, 1949)

 

MINA 1004

Arder, yo vi a mi abuela arder.
Agosto. Chihuahua, 1963. Ella ardió,
su fuera y su dentro, ardió en la calle Mina 1004.
Vi a mi padre envolverla en una sábana, el colchón ardía;
las cortinas, la alfombra, su vestido
ennegrecieron. Todo lo recogió.
<<No hagan ruido, su madre está cansada>>.
Lo vi salir de luto esa tarde de agosto con su corbata negra.
La recogió. Ceniza y llanto recogió.

El humo de la abuela en el zaguán, las tías
sorbiendo, ásperos, los grumos del café.

Había que borrar lo oscuro que dolía,
disolver la sal, el llanto, abrazarse,
sofocar el temblor del viaje, escuchar
a Paul Anka, por ejemplo, a falta de pulso,
rayar el disco de 45 revoluciones por minuto.

Por instantes vivía, por instantes
todo fue púrpura: la mujer, el
cansancio, las frondas de los álamos. Después
el vidrio, el vidrio en el cedro,
el rostro quemado bajo el humo.

También mi madre ardió. En lágrimas su sonrisa apagada:
<<Arréglame el pelo, me dijo, déjame salir a ver si ya está seca la ropa>>.

Tuve miedo. De que sus pasos lentos no volvieran, de la tersura
de la hoja, del sigiloso carcomer,
del reseco peso de la hiedra, ya sin muro, del
florero en la cocina, sin flores. De ese cuarto ciego con su muerte tuve miedo.
De mí misma y el filtrarse del viento
que se llevaba el polvo de los sicomoros.

 

BOW RIVER
                                Todos los colores son, a fin de cuentas, blanco.
                                                           Armando Reverón
                                                         
Cómo cristalina el agua llega hasta la orilla,
trasluce las piedras, el pasto sumergido
en su movimiento.
 
            Un tronco caído bifurca la corriente.
 
La lentitud del águila entre nubes se esparce.
Hallo huellas de alces entre ramas caídas.
Por el negror de los cedros sé que un día hubo fuego.

            No siempre es frío este lugar.
 
Frente al puente la terraza donde un viejo se mece.
Y lejos, como enormes perros echados en el agua,
dos montículos aguardan el deshielo.
 
            El río se hace angosto conforme crece.

Una vaga nostalgia se precipita,
estalla y fluye
hacia esta orilla, en donde tiemblo
 
            al apacible aliento de la luz. 

 

MI HERNANA

Pasaba las horas recostada en el sofá, ella
era lluvia y cascada del alero.
Subía el volumen para no oír los pasos
fatigados en el pasillo.

Ella sabía correr y llenar de aire sus pulmones,
hundirse cuatro metros bajo el agua
hasta obtener altos trofeos de bronce.

Alguna vez pensé lo peligroso que es detener largos minutos el aliento,
llegué a creer que desaparecería para siempre.
Vivía la ilusión del no regreso: sumirse por debajo del nivel,
unos centímetros más abajo del nivel. Nadie se siente bien a la intemperie siempre.

Para permanecer es necesario el descenso.

 

LINDEN 197

El mar está solo, como nosotros los nacidos en el agua.
En él se hunde la noche bajo la luna creciente
(su polvo en nuestros rostros).

La primavera es la estación de la muerte.

Inscribimos el epitafio, en alto nuestros nombres
para hacer creer a los desnudos cielos que al menos una sabia palabra
resbaló de nuestras angostas bocas, junto a unas cuantas flores.

Venimos a deshojar, no a contar latidos.

Enredados los cabellos,
maltrechos nuestros cuerpos
regresan a la voraz melancolía.

 

PRIMER ESBOZO DE SED

--Tengo sed.
--Háblame de tu sed.
--¿No ves que está seca mi lengua?
--No quiero que bebas del agua.
--Mi sed está en mi voz.
--No vayas al papel, usa tu memoria.
--Necesito que me escuches.
--Te escucho.
--Sólo los muertos escuchan.
--¿Y yo?
--Tú no me puedes entender.
--Quiero que me hables y que no bebas del agua
--¿Hablas de mi desierto?
--Hablo de lo que ves.
--Desierto y sed. Mis labios están secos, siento una fina tela blanca
en el techo de mi paladar.
--Háblame de eso: de tu sed de caricias, de ternura…
--Lo dije en el poema.
--¿Me lo puedes dejar?
--No, quería leerte lo que escribí en el vuelo.
--¿Lo traes mañana?
--Mañana seré otra.

 

TORMENTA EN MARZO

Frío el viento silbaba en la lucera
y afuera
la ventisca borraba los edificios, los cables,
el brillo metal de los portones.
Recorrí Madison y Park como quien lee un libro vacío.
Seguro Emily hubiera gritado Dios y en la blancura invocaría a Blake
con ardor de tigre nocturno: Qué mano, qué ojo inmortal.
Empañados cuerpos blancos,
bufandas a rayas,
tiesas gotas de vaho, era mi incertidumbre.
En Central Park una espiral de perros lanudos 
y el viejo sujetaba sus brazos contra el viento.

Desnudas mujeres como maniquíes adornan las vitrinas.
Una de ellas, ahí, mostrándome sus senos.
Lajas de frío caen sobre mis huesos.

The New York Times anuncia un concierto en Carnegie Hall,
aguardo en la fila, jóvenes y veteranos sacuden la nieve de sus botas
en un domingo de única función.

Sonata para piano de Alban Berg. El último brindis.
Hubiera deseado que la música no cesara jamás.
Después Shöenberg. Con el índice seguí las líneas en alemán:
¿Y Rilke? “Ninguna cosa es ella misma.” Y la nieve, siempre la nieve.

Al término pregunto por algún restaurán. En la puerta un cartel:
          “Private Party”.
De nuevo el viento heló mi cara,
disonancias como secos esqueletos de pájaros.
Alguien desde su ventana habría visto la caída.

Voces, el pianoforte, la agitada exhalación en la butaca vecina.
Rumbo al hotel un hombre triza el hielo a la entrada de un garage.
Temprano un Mercedes tomará la misma ruta sin enlodarse.
Después de todo, para qué cambiar su destino; sólo ha caído   
              una tormenta de nieve en Nueva York.

Marzo 10 / 2006 / NY

 

FRÍA LLAMA

Como si palpitara un silencio
el oro de las luciérnagas entre abetos
llameaba.

Caía la luz sobre el agua y tú te alejabas
como quien sale de una escena
sin su cuerpo.

Lumbre en el centro del agua,
trazabas una estela sin saber
que el sol te miraba

por vez primera.

 

HISTORIA

¿Quieres que te hable de mí,
de las piedras pulidas,
de mis abuelos,
de la historia de una redención,
del árbol de la permanencia?

Déjame volver al agua para recobrar la quietud
que tus ojos resguardan.

Nací abrazada a un dolor
de extendidas raíces
cuya verdad es mi vida.

Ese antiguo dolor me sostiene.

 

TRANSCURRIR
Déjame sentir ancha hora
la extendida lentitud de sus brazos,
descubrir en la flama de sus ojos
jardines de turgentes anturios:
pistilos que recorran mi piel
y abran paso hacia vías encendidas
donde jóvenes amantes ríen
y sus vasos llenan.
Cantar quiero entre tus hojas
que de elevadas ramas descienden,
llorar entre tus flores,
en tu seno de tierra
–néctar, ojos, selva–
cuando el dolor de tu partida
mi juventud alimenta.



ECHAR A ANDAR LA LUZ

Echar a andar a la luz es abrirse de brazos a lo oscuro,
entrar al corazón de la semilla,
a lo profundo en la sal.
Buscar el calor del huerto,
sus nervaduras de olvido,
volver la mirada al fruto
quebradizo en raíz.
Frágil materia los sueños
que de noche roban la memoria
y todo se vuelve idéntico a lo que no es.



MUDANZA

a Carmen

A la orquídea
le han cambiado su sitio
y no logra
encontrar la dicha a contraluz.
También de soledad arden corolas.
Algo muere en cada fruto
cuando le quitan su lugar:
deja un anillo de nostalgia en la loseta.
Y aunque el chorro de agua 
anime la tarde
no puede borrar las horas
del espacio que ocupaba.
¿Y qué hacer con el ciego gusano
que de pronto perdió su reino?

 

EPÍLOGO

I
Agua. Agua sin luz a la sombra de la luz. Agua creciendo desde el fondo.
Borbotones manan bajo el puente.
Las pilastras toleran la calamidad. Luego del remanso el fluir
de los reflejos en el río.
Hablas de la primera voz, y no la escuchas.
El río deja su estela doliente
y avanza.
Caminas la orilla y observas el coro de los pájaros,
el brillo dorado sobre las piedras.
Te detienes frente al cristal.
Un pequeño insecto de cuarzo te recuerda que existe un destino.
Preguntas la fecha, anotas el día sobre el papel,
sales de la tienda y sigues el curso del agua. 

III
Das un sorbo y la espuma
revienta en tus labios.
Mirar el río bajo el puente te consuela,
el óxido en las efigies de los reyes,
la corriente deslavando las pilastras de sillar.

Cae el sol y mancha el oro
de las tejas.

V
Ah, si sólo pudieras llenar tu casa de bellas cosas de otras épocas, repetir
las palabras del propietario:

“Esto perteneció al archiduque y a su nieto…”,
simular una historia que armas como el poeta el rompecabezas,
contar una y otra vez el derrumbe de la casa quemada,
el colchón ardiendo, la tía ciega gritando desde el zaguán… No, nadie te creería.
En poesía la historia es calumnia. Las cosas de la estirpe se callan.
Son otros los momentos del agua.

 

Jeannette Clariond (Chihuahua, 1949). Poeta, traductora, ensayista y antologadora.  Es licenciada en Filosofía, Maestra en Metodología de la Ciencia y Maestra en Letras Españolas. Actualmente reside en EE.UU. Su obra poética abarca los siguientes libros: "Mujer dando la espalda", 1994, "Newariariame", 1996, "Desierta memoria", 1997, "Todo antes de la noche", 2000, "7 visiones", 2004 y "Nombrar en vano", 2004. Por su labor literaria ha obtenido importantes distinciones como: el Premio Efraín Huerta 1996 y el premio Gonzalo Rojas en el año 2000. Ha traducido y antologado a importantes escritores: Roberto Carini, Alda Merini, Primo Levi y Charles Wright, entre otros. En colaboración con Harold Bloom publicó recientemente una antología traducida de poetas norteamericanos. Ha participado en diversos congresos de literatura dentro y fuera del País. Sus escritos se han publicado en diversas revistas y periódicos nacionales y extranjeros como La Jornada Semanal, Letras Libres, El colibrí, Armas y Letras de la UANL, Deslinde, Espacio Escrito (Badajoz), el ABC de Madrid, La Vanguardia, El País, entre otros. Es Miembro del Consejo para la cultura de Nuevo León.

 

 

 

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7 Poetas Mexicanos.
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