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Anthony Minghella

Pequeña cantiga

Marcelo Munch
http://marcelomunch.blogspot.com

Cuando de tanto en tanto aparecen esos absurdos y antojadizos listados de las grandes películas de la historia, ya sea porque marcaron pauta, algún punto de inflexión, o por último algún determinado favoritismo dadas las circunstancias, con indiscutible certeza aparecerán aquellas archirepetidas cintas de todo gusto mencionadas hasta la saciedad más allá de la calidad propia de las mismas, y con indiscutible certeza a la vez, se olvidarán cintas que sin ninguna duda todos recordamos, pero que por alguna u otra razón de olvido, olvidamos. Es ahí cuando un determinado hecho hace florecer su recuerdo, y en una de esas nos hace pensar dos veces antes de dar respuesta alguna la próxima vez, aunque la respuesta finalmente sea la misma.

El atribulado Conde Almasy, aquel enamorado eterno que terminó sus días como un pobre adefesio de origen “inglés” en la ficha médica de su improvisada camilla en aquel monasterio en ruinas, hizo alusión innumerables veces a su amado Heródoto, el padre de la Historia, quién como primer párrafo de su Historiae, conocida como Los nueve libros de historia, define de manera notable: “Heródoto de Halicarnaso presenta aquí las resultas de su investigación para que el tiempo no abata el recuerdo de las acciones de los hombres y que las grandes empresas acometidas, ya sea por los griegos, ya por los bárbaros, no caigan en olvido…”. Las palabras de Heródoto resultan proféticas para todo, y sobre todo para la cinta; vaya ironía, nadie habla ni se habló desde hace mucho tiempo de “El paciente inglés” hasta el reciente fallecimiento de Anthony Minghella, nadie lo ha defendido de listados sin criterio, nadie lo menciona en los libros sagrados de los eternos escribas del todo expertos en la materia pero que jamás han podido plasmar con sus propias manos adecuadamente un miserable video casero de alguna fiesta de cumpleaños.

Pienso que ya es demasiado tarde, lo que se diga ahora me vale, es mi privilegio tener a Almasy en la cabecera de mi biblioteca. Sí, dije biblioteca, hace rato ya que descubrí con absoluto deleite que no toda la literatura está escrita, y las lienzas de Minghella, junto con otras, también forman parte de ella sin yo esperar que sea del gusto masivo para validar mi preferencia. Soy de un club muy eremita, no me interesa que aquello que me gusta sea del gusto de todos, ni mucho menos que sea del gusto de nadie, no me creo rey ni exquisito, tan solo no espero retribución, cada día que pasa tengo la certeza que quienes necesitan del aplauso y la aprobación, están enfermos, y algo hay de aquello de que no se tienen a sí mismos, aunque la negación sea su respuesta primera. Yo guardo al Conde Almasy en la cabecera de mi biblioteca, y la razón es simple, Minghella le devolvió una dignidad al cine que creía perdida, el lujo de una pausa, el gesto, la delicadeza de una textura, la sutileza, el silencio, sólo por existir, dignidad al fin y al cabo, una dignidad de las de antes, más allá de literatura toda, de esas de respeto al tiempo, al de antes, y sobre todo al venidero, más aún cuando el porvenir se va construyendo a cada paso con nuestros invisibles y modestos episodios.

No toda la literatura está escrita, ni la dignidad se viste de frac, y no todo lo que se dice se lo lleva el viento a la nada, puesto que el viento también tiene memoria, aunque te lo diga alguien que no es nadie, en un lugar que no es donde, y en un momento que no tiene ninguna importancia, en el recoveco de una calle, una frase suelta en un restaurant, o alguna respuesta en Internet. Después, ya será demasiado tarde para reconocer cualquier cosa, y no habrá espera que consuela porque siempre se pensará de noche.

Heródoto tenía razón, y a lo mejor no queda más que navegar en endebles cantigas de memorias rotas, como dice el tal vez más grande escritor de Chile, cuyos libros mayores no son libros. Pues él también tiene razón, y a lo mejor no queda más que contemplar al mar que nos contempla ola tras ola, mientras hay libros que leen en nuestro desvelo, y no lo sabremos, no lo sabremos hasta que todo parta, sin dejar ninguna dirección.

Y Minghella también tenía razón, y estamos desterrados a una inquebrantable montaña de añoranzas hilvanadas fuera de borda.

“…un país me ha buscado sobre el mapa
y no ha encontrado nunca el menor trazo
y esa herida me venda la amargura
y la muerte se duerme entre mis brazos.”

Cantiga de la memoria rota
Patricio Manns


 

 

 

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Pequeña cantiga.
A propósito de Anthony Minghella.
Por Marcelo Munch.