Este es uno pequeñito de colorida portada de la Quimantú, una editorial estatal, por el lejano año del 73. Del librito de marras fueron editados sesenta mil ejemplares y alguna vez estuvo colgado entre diarios y revistas en los quioscos de la ciudad. Estas ediciones de miles de ejemplares y a bajos precios pretendían acercar grandes joyas de la literatura universal al público común y corriente. Recuerdo que Julio Cortázar alucinó con la idea de estos mini-libros compartiendo espacios con las noticias del dia.
El librito que a lo peor usted nunca leerá lleva por titulo el de un clásico de la ciencia ficción: 30 días tenía septiembre, cuyo autor es Robert F. Young. Pienso que usted no leerá este libro porque ya casi no quedan ejemplares y el que yo tengo lo encontré en un puesto de libros viejos en Estación Central cerca de donde también uno puede encontrar Pequeñas Lulús viejas y otras maravillas. Yo le digo a usted que no leerá este librito, pero en realidad, lo que quiero decir es que ojalá lo lea alguna vez. Lo que realmente deseo es que un día cualquiera en una librería de viejo usted vea en el montón esa bella portada de colores bastante sicodélicos (violeta y fucsia, con un dibujo de un tipo parecido a James Bond y atrás una colorina de ojos muy azules) y lea el título y desee que mi profecía no se cumpla y le extienda al vendedor su mano con una moneda de cien. Entonces, podrá leer entre otros el cuento de Young que es un grito de amor de un hombre por su opuesto. ¿Una mujer? Si, pero además, pero además.... Y el hombre recuerda septiembre. Además, viene otro clásico: El ruido de un trueno, del maestro de maestros Ray Bradbury, un cuento en que el juego consiste en la reversibilidad del tiempo.
Hace bien de vez en cuando encontrar uno de esos sesenta mil tesoros lanzados a la galaxia hace veintiún años. Ojalá te cruces por ahí con el librito. Y apagues el televisor y enciendas tu cerebro.
Trabajadores de Quimantú en marcha, sosteniendo lienzo que lleva la fecha de su creación: 12 – II – 1971
