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Mónica Ríos: "Toda literatura es un trabajo lingüístico"

Por Melissa Hernández Sánchez
La Nación Costa Rica
http://www.nacion.com/


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La primera producción en la historia del cine muestra a un grupo de obreros que salían de la fábrica Lumière, en Lyon (Francia). La filmación de esos 46 segundos implicó que, antes de la grabación, los trabajadores realizaran la acción en repetidas ocasiones. El objetivo de los ensayos era que ese retrato tan cotidiano se viese lo más real posible.

Mónica Ríos (Chile, 1978) cuenta esa historia y sonríe al puntualizar una ironía: la necesidad de ensayar un acto espontáneo para crear una representación de él, y darle paso a una de las primeras manifestaciones del lenguaje cinematográfico.

Esa relación entre el cine y la recreación de la realidad fue uno de sus motivos para escribir la novela Alias el Rocío, publicada este año por la editorial independiente Lanzallamas, de Costa Rica.

El libro es protagonizado por dos hombres –un productor y un fotógrafo – que planean crear un documental donde se busca la identidad de un individuo muerto y desaparecido, quien consta en los archivos bajo el nombre de “Rocío”.

La extraña historia se desarrolla recurriendo a la descripción de los fotogramas de la película prevista e incluye la intervención de extras y actores. Además, se retoman elementos del Fausto , de Goethe; de Los nueve libros de la historia, de Heródoto, y de mitos mapuches y egipcios.

La escritora es también guionista, profesora y editora. Ha escrito cuentos, ensayos, crítica literaria y una novela (Segundos , 2010). Desde el 2012 vive en Nueva York, un sitio que aglutina a un creciente número de intelectuales y artistas latinoamericanos; tal y como lo describe Ríos: “es un lugar que concentra muchos deseos, donde la gente se imagina muchas cosas”.

Fue la XV Feria Internacional del Libro la razón que trajo a Mónica Ríos a Costa Rica para presentar su obra. Unas horas antes de su debut en ese encuentro literario, conversó con Áncora para hablar sobre la literatura propia y la ajena.

¿Cómo llega una novela creada por una chilena, que escribe en los Estados Unidos, a publicarse en Costa Rica?
– Por alguna razón, Ediciones Lanzallamas ha publicado a tres chilenas: Andrea Jeftanovic, Lina Meruane y ahora a mí. Soy muy amiga de Lina porque ella vive en Nueva York. Antes de conocerla yo había leído sus libros. Ella leyó mi novela y me aconsejó enviar el texto a diferentes editoriales, incluida Lanzallamas. Fueron ellos los que aceptaron la propuesta. Alias el Rocío es un libro extraño, no es fácil y algo que vayan a publicar en cualquier parte; se necesita editores que se atrevan con una cosa así y que no estén buscando bestsellers.

¿Cuál era la intención de usar elementos del lenguaje cinematográfico en la historia?
– Empecé la novela hace cuatro años, en el 2010, con la intención de escribir fotogramas; de hecho, Fotogramas fue el primer título de trabajo que utilicé. Deseaba trabajar a partir de la écfrasis [palabra de origen griego que significa “explicar hasta el final” y corresponde a la representación textual de una representación visual] y preguntarme qué escribir cuando se mira una foto. Buscaba crear un ambiente para provocar una sensación en el lector: la de estar frente a algo y contemplarlo durante mucho tiempo.

¿De dónde viene su interés por acercar la literatura al cine?
– Yo he trabajado en guiones y hago mi investigación académica en cine. Estudio el cruce entre la literatura y el séptimo arte. Me interesa investigar cómo la narración tiende a llenar los espacios entre dos cosas que podrían estar desconectadas.

Ese es como el principio básico del cine: poner dos imágenes y conectarlas narrativamente. En el libro decidí separar aún más esas dos imágenes que supuestamente van juntas con el fin de cuestionar la manera en la que leemos llenando esos espacios.

Un ejemplo es el documentalista, quien intenta unir los puntos de un asesinato y no sabe cómo. Con su fotógrafo, se pregunta si es necesario inventar o si es posible contar lo que ocurrió, de otra manera. No obstante, si se hace de otra manera, resultaría contando otra historia.

Rocío se construye a partir de los otros personajes. ¿Es una historia sobre la ausencia?
– Sí, pero trata, sobre todo, de esa noción que busca un significado más allá de la novela. Ese es El Rocío: el sentido de la novela que está ausente. De allí se deriva su nombre: “El Rocío”, ya que el rocío es algo que se desvanece.

¿Buscaba rebelarse de la manera actual de hacer ficción?
– Me interesa, y una de las cosas que estaba trabajando como académica y editora es oponerme justamente a eso. Esto tiene relación con una política literaria y la literatura actual de Latinoamérica. Hay una línea de narradores que trata el realismo, algo que vimos en los años 90: la unión entre periodismo y literatura que imperó. Lo vemos en Chile con Alberto Fuguet, en revistas de no ficción y en el auge de la crónica.

La crónica tiene una genealogía bastante particular, que se inicia con las crónicas que escribían los españoles sobre América. En el último tiempo, en el siglo XX, la no ficción sirvió como medio de denuncia política.

En los años 90, al menos en mi contexto, la crónica se despolitizó y sirvió para transformar a ciertos autores de entes sociales a individuos personalistas, a quienes solo les interesaba circular en el ámbito cosmopolita. Me interesaba ir en contra de esa tradición, recuperar la de Severo Sarduy, de Lezama Lima, de Diamela Eltit, o de José Donoso en El obsceno pájaro de la noche”.

¿Su escritura entonces está comprometida más con la forma que con el fondo?
– No podría hacer esa distinción. Sarduy decía que la forma también era fondo porque también podría comunicar. Debemos tener claro que toda literatura es un trabajo lingüístico que quiere ser realista y busca causar efectos en el lector.

“Alias el Rocío” trata de desapariciones, un tema muy político que ya se ha tratado en el arte y la literatura latinoamericanos. ¿Cómo se inscribe la parte social en su novela?
– Creo que sí está la idea e, incluso, en un principio pensé en trabajar un caso de desaparecidos. Sin embargo, esto me pareció excesivo, aunque hay escritores que han hecho eso con éxito, como Nona Fernández en Chile. Me interesó trabajar el lenguaje, los deseos y las afectividades cuando se intenta abordar el caso de un desaparecido.

Luego están los capítulos que llamé ‘Archivo de investigación’, donde se cuenta el caso del científico. Ahí trabajé otro tipo de políticas sobre el conocimiento científico ya que creo que tienen un poder desmedido. Me interesa ver cómo los animales se transforman en objetos de estudio.

Los científicos experimentan al ponerles tumores y cambiarles elementos a los animales. A la larga, esta es una política ecológica relacionada con la devastación que afecta el ambiente, a nosotros y a sujetos más vinculados con otro tipo de tradiciones, como los indígenas mapuches. Por ello, aparecen mencionados en la novela y reescribo algunos mitos de esa cultura.





 

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