LXIX   
                    Un tal Avellaneda escribió esto, ¡no yo!
                   
                  ii
                  Cuando yo era niño ―he de contar mis hechos―,
                    un día, junto a otros compañeros de clase, fuimos
                    llevados por un padre de uno de nosotros ―que
                    la verdad de las cosas, estaba bien borracho― a
                    un prostíbulo grotesco en una de las calles más sucias
                    que imaginar puedas. Había una muchacha sin dientes
                    que besaba un crucifijo y frente a ella un hombre,
                    cuyos hábitos colgaban de un catre desvencijado,
                    enjuto y en trance, y que traficaba:
                  “La ventura va guiando nuestras cosas
                    mejor de lo que acertáramos a desear;
                    porque ves allí, amigo Sancho Panza,
                    donde se descubren treinta o pocos más desaforados
                    gigantes, con quien pienso hacer batalla y quitarles
                    a todos las vidas, con cuyos despojos comenzaremos a
                    enriquecer, que esta es buena guerra, y es gran servicio de  Dios
                    quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra”.
                  La vieja (no era en verdad una muchacha), en actitud  irreflexiva,
                    movía el crucifijo como abanicándose.
                   
                  LXXX   
                    Hay que tener fe, ¡el resto es tumba!
                   
                  
                   
                  XCVII
                    Yo veo árboles
                   
                  Yo nací en un bosque
                    Yo crecí en un bosque
                    Alimañas, incendios, lagunas
                    Más bosques sobre el agua
                  Me enamoré de un árbol
                    Me demoré años en llegar a su lado
                    Mis sueños eran pájaros mis mensajes de amor
                    Eran pájaros que se posaban indistintamente
                    En sus ramas o en las mías
                  Ella quiso un día escapar
                    La tempestad la convenció y yo como pude
                    La quise atar a mi corazón
                    Fue como si un leñador nos talara
                    Y cayéramos al río
                  Sentí tanta pena que mis ramas
                    Se empezaron a secar ya no di sombra y los demás árboles
                    Se alejaron de mí había una inmensa nada a mi alrededor
                    Nada puede ser verdad me arrepentí de haber nacido
                    Y quise colgar una soga sobre la rama de un árbol y sonreí
                    Me di cuenta de la inutilidad de todo
                  Entonces preferí tomar un buen veneno y vi enroscada una  serpiente
                    Quieres tener conocimiento ambiciones me dijo
                    Quieres saber más que una montaña y adivinó mis pensamientos
                    Y me convertí en un hombre y ahora vago
                    Por el desierto ya se me ocurrirá algo siempre se me ocurren  cosas
                   
                  De la Contratapa del libro:
                  DICEN LAS ESTRELLAS QUE
                    LOS FUGACES SOMOS NOSOTROS