Aprender la esperanza
Este libro reúne los textos políticos de Manuel Rojas en un arco que abarca seis
décadas de escritura. Desde el primer texto publicado, cuando Rojas tenía sólo
dieciséis años, hasta un artículo en el diario Clarín, fechado en octubre de 1972, pocos
meses antes de morir. La mayor parte fueron publicados en medios de prensa,
revistas y diarios, muchos de ellos fundados por el propio Rojas junto a otros
escritores y periodistas. La escritura es aquí una forma de intervenir en el espacio
público, incentivar el debate y la circulación de ciertas ideas, así como la comprensión
crítica de la realidad.
Desde otro ángulo, considerados en su conjunto, estos textos despliegan una
biografía y la evolución de un pensamiento. El retrato del propio Manuel Rojas
dibujado por su escritura, sus temas, sus preocupaciones y, sobre todo, sus
experiencias. El escritor es hijo de su experiencia. Un escritor sin experiencia es un ente
inconcebible respondió a Lenka Franulic en una entrevista. Esta imbricación de
pensamiento, escritura y experiencia es, sin lugar a dudas, uno de los rasgos
fundamentales de su quehacer como intelectual y como escritor.
Estos textos podrían leerse también como una novela sobre el siglo veinte. Una
novela por entregas que narra la historia dramática y a menudo sangrienta del tiempo
que a Manuel Rojas le tocó vivir. El siglo de las guerras mundiales, pero también de
grandes revoluciones y cambios vertiginosos en todos los planos de la vida. Un siglo
que, más allá de los claroscuros de toda época, ofrece un contraste radical entre sus
horizontes utópicos, abiertos aún en vida de Rojas, y horrores y violencias sin
precedentes. Es en ese contexto que cobra sentido la pregunta, título de un texto clave
del autor, que sirve de portal a los materiales incluidos en este libro: De qué se nutre la
esperanza. En lo que sigue veremos cómo Manuel Rojas intenta, más que responder,
sostener esa pregunta. Buscar, a pesar de la sangre y el exterminio, con qué alimentar
la esperanza, con qué mantenerla viva.
Los años de formación. El anarquismo.
Son las difíciles condiciones de vida en que transcurrieron sus primeros años,
lo que despierta en Rojas una mirada crítica y realista sobre el mundo. Tal como relata
en Imágenes de infancia y adolescencia: En un mundo en que un ser humano puede
morir de hambre, robar de hambre no es ni pecado venial. Por suerte, cuando en mi
adolescencia pasé dos o tres días sin comer, no se me ocurrió llorar; habría sido tan
ineficaz como rezar o cantar en alemán —no sé, además, alemán— y me aguanté y a veces
robé pequeñas materias de ladrón ocasional. Con esos pequeños robos tranquilizábamos
nuestros estómagos por unas horas.
Frente a la miseria, ni llorar, ni rezar, ni cantar en alemán. Esta disposición a
resistir un destino aciago va forjando su temperamento y lo acerca, casi naturalmente,
a las ideas y los círculos libertarios de gran auge a inicios de siglo. Así narra su amigo
José Santos González Vera en Algunos los primeros contactos de Rojas, siendo un
adolescente, con el anarquismo: Avanzaron madre e hijo hasta Mendoza. Allí el imberbe
lector, tan sin palabras, hizo amistad con anarquistas. El tipógrafo Lauretti le demostró
aprecio y le prestó libros. Leyó sociología, ética e historia. Los ácratas, en el periodo del
ardor y la fe absolutos, ¡grandioso momento! Lee con pasión a Kropotkin, Malatesta,
Reclus, Bakunin, a cuantos expresan lo social con la mira del cambio, porque sin esta
posibilidad ¿qué sería de los soñadores, qué de los pobres?
Bajo el seudónimo de Tremalk Naik, compañero del pirata Sandokán, héroe de
las novelas de Emilio Salgari, colabora en el diario La Batalla. El periódico difunde los
ideales libertarios y se orienta fundamentalmente al mundo obrero. Es en
esos años que tendrá un encuentro decisivo que marcará su vocación de
escritor: Yo era anarquista. Como tal escribía artículos en La Batalla, un periódico
anarquista de Buenos Aires. En esa época conocí a José Domingo Gómez Rojas (primer
poeta mártir de Chile. Murió en una celda del Patio Siberia de la Penitenciaría de
Santiago). Fue él quien me impulsó a escribir versos. El anarquismo y la escritura
literaria se dan así paralelamente o, mejor, son las dos caras de un mismo
proceso de formación.
Cuando el poeta empieza a ceder lugar al prosista, el primer ámbito
de recepción para su incipiente narrativa son los círculos de trabajadores
anarquistas. Como recuerda en una entrevista para la revista En viaje, de
1957, sobre su primer cuento publicado: En una ocasión, aquí en Chile, desde luego,
en una de esas veladas memorables entre un grupo de obreros anarquistas en las que se
hablaba de todo y soñábamos con arreglar el mundo, leí un cuento en que aparecía la
palabra agujero. Mientras la escribía vacilé. Tuve la rápida intuición de que no era la
palabra así como yo y todos la decíamos. Mi vacilación no fue larga y opté por escribirla
tal cuál la oía: aújero. Así la leí y así sonó, sin reparos de nadie, al leer mi trabajo entre
mis compañeros. Rojas describe, en la misma entrevista, la bohemia de aquellos años
reunida en el café Los inmortales, ubicado en la Avenida Matta: Allí se encontraban
intelectuales, artistas, anarquistas y soñadores, toda esa bohemia optimista que se
agrupa frente a una taza de café y sueña o planea realidades.
El anarquismo, como ideario y como comunidad política y cultural, proyectarán
su influencia en Rojas hasta su madurez. A la pregunta, hecha muchos años después
de sus inicios literarios, ¿Manuel Rojas es un anarquista? responde: Tuve una juventud
difícil; fui aprendiz de esto y estotro; estuve preso varias veces (me acusaron en cierta
ocasión de haberle echado ácido a unas puertas); leí muchos libros anarquistas. Siempre
he sido un tipo disconforme.
La lucha social. Las condiciones de vida.
Una coordenada central que recorre la escritura de estos textos es la atención
de Rojas a las contingencias de la lucha social. Sus textos, leídos en conjunto, hacen la
crónica de décadas de luchas populares por alcanzar la emancipación y mejorar las
paupérrimas condiciones de vida en que sobrevive la mayoría. Todo esto en el
contexto de un siglo chileno donde las tensiones políticas y sociales pasaron por
momentos extremadamente álgidos. Especialmente durante sus primeras décadas,
cuando la situación derivada del término del ciclo salitrero y el agotamiento del
régimen oligárquico generó una crisis de proporciones que bandeo entre la
efervescencia revolucionaria y la violencia y la represión restauradoras.
Ya en los años treinta, en las páginas de la revista Célula, a propósito de los
asesinatos del periodista Mesa Bell y del maestro Anabalón, Rojas denuncia sin
ambages los crímenes contra los que desafían el orden establecido: La clase
dominante necesita organismos de represión que sean dóciles y eficaces y al efecto crea
departamentos policiales servidos por hombres desprovistos de toda sensibilidad moral,
por verdaderos delincuentes que encuentran así una manera segura de dar satisfacción
a su crueldad oscura y bestial. Estos hombres cuentan con la impunidad más absoluta
para los crímenes que cometen en contra de los representantes de ideologías que los
gobernantes estiman peligrosas. Con la misma valentía denunciará en 1942 el desalojo
por Carabineros del fundo Llay-Llay, en Osorno, con el resultado de dos campesinos
muertos y otros seis heridos. La escritura es para Rojas una herramienta concreta
para oponerse a la impunidad y un gesto de memoria hacia los que cayeron en la
lucha.
Otra coordenada es su preocupación permanente por las condiciones
materiales en que vive el Pueblo. Como en el temprano artículo Alcoholismo y
criminalidad, publicado en Los Tiempos en 1929. Allí, criticando la política represiva
llevada adelante por el estado, plantea: el alcoholismo tiene raíces profundas en la
estructura de la sociedad, el problema no es solamente un problema de legislación, sino
también, y principalmente, de educación y de organización social. Esta preocupación
también se expresa con fuerza en la saga de textos publicados en Las Últimas Noticias a inicios de los años cuarenta. La cesantía crónica de quienes viven en los extramuros
de la ciudad, el alza del precio de la leche, la mortalidad infantil, la carestía y la
especulación. La denuncia del abuso continuo y el despojo. Pero también la
reivindicación de las prácticas de oposición, especialmente la huelga: Y si los precios
suben, legal o ilegalmente, ¿qué de extraño tiene que estallen, legal o ilegalmente,
huelgas aquí y huelgas allá? Creo que, si esto sigue así, todos los que no podamos
defendernos personalmente de las alzas legales o ilegales, tendremos que ir pensando en
hacer una huelguita. ¿Qué otro remedio?
Manuel Rojas fue lo que Gramsci llamó un intelectual orgánico. En el mismo
sentido que lo fue, en el contexto chileno, Luis Emilio Recabarren. Alguien que piensa
y vive en sintonía con el mundo popular porque conoce su historia y su forma de vivir.
Porque proviene de él. Lo entrevistan en Cuba, año 1966. A la pregunta ¿Quién es
Manuel Rojas? el escritor responde: Es un hombre salido del pueblo, con una pequeña
gracia de narrador.
La guerra. El fascismo.
Se respira hoy en el mundo un aire denso, un aire anunciador de tempestades.
Todo indica que la humanidad se aproxima a una hora tan dolorosa que los sufrimientos
de hoy y de ayer parecerán suaves y ligeros. El odio, la brutalidad y el egoísmo que
sacuden al mundo tienen que dar su abundante cosecha de dolor. El fracaso visible de
una sociedad que tiene a cien millones de seres humanos en la miseria y en la vergüenza
ha dilatado la conciencia revolucionaria de los oprimidos y cotidianamente aumentan
los que creen que el capitalismo es anacrónico, ineficaz e inmoral. Esto escribe Manuel
Rojas el año 1933 en la editorial de revista Célula. Desde luego, su premonición, ese
aire anunciador de tempestades, será confirmada unos años más tarde. Vientos de
guerra que, tal como denunciara en su momento Karl Krauss en Europa, son agitados
por la prensa y su apelación a la ignorancia, las emociones más bajas y las pulsiones
de violencia. Escribe Rojas: La guerra es la consecuencia de las contradicciones internas
del régimen capitalista. Y vendrá inevitablemente. Ya la prensa mercenaria, esa astuta
servidora de los grandes intereses, empieza a preparar el ánimo de las multitudes.
La exaltación guerrera y nacionalista, el imperialismo y el predominio del dinero,
están ejerciendo en el mundo una opresión de la inteligencia y un estancamiento de la
vida espiritual. Ese estado de situación, descrito en Onda Corta en 1936, obliga a tomar
posiciones. Es lo que hace un grupo de artistas, escritores e intelectuales en Chile
quienes firman un manifiesto llamando a constituir una liga de defensa de la cultura.
Entre los firmantes están Augusto D’Halmar, Mariano Latorre, Ricardo A. Latcham,
Marta Brunet, Mariano Picón-Salas, Enrique Espinoza, Manuel Rojas y José Santos
González Vera. El manifiesto es un llamado urgente a asumir la responsabilidad que,
en esas circunstancias, le cabe al mundo del arte, la ciencia y la cultura: Si los
intelectuales abandonaran las conquistas del espíritu, logradas por el esfuerzo y el dolor
humano de siglos, la barbarie volvería a ensañarse en el mundo.
Como sabemos, el retorno de la barbarie se consumó a partir de una escalada
de acontecimientos cuyo inicio directo fue la guerra civil española. Por la democracia y
contra el fascismo se titula el texto editorial de la misma revista, Onda Corta, publicado
en 1937, llamando a la unidad de todos los antifacistas del mundo, todos los que
combaten contra la esclavitud y por la libertad, contra la autocracia y por la
democracia, contra la barbarie y por la cultura, el progreso y el bienestar de los pueblos. Al final de la guerra, ya derrotada la República, Manuel Rojas publicó una serie de
artículos en Las Últimas Noticias sumándose a las peticiones de clemencia por el poeta
Miguel Hernández. También pidiendo el mismo trato humanitario para todos los
derrotados: creo que debemos pedir también clemencia para los otros, seres
innominados, sin talento especial de ningún género, pero, ¡ay!, llenos de una preciosa
sangre humana.
En los años siguientes, ya desatada la tormenta de la segunda guerra mundial,
Manuel Rojas publicó sucesivos textos en el mismo diario siguiendo su devenir y
reflexionando sobre diversos aspectos. Desde su artículo El deseo de guerra, de 1939,
donde describe la espiral de muerte que, proveniente de la guerra anterior, se origina
para él en un plano anterior a los conflictos políticos o económicos: separados los
hombres por ideales, es decir, por algo moral, equivocado o cierto, se dispusieron, unos, a
matarse, y los otros, a ver matar.
Rojas reflexiona también sobre el escaso margen de acción que les queda a los
intelectuales en un mundo ocupado por la brutalidad irracional de la guerra. Frente al
poder de las armas, no es mucho lo que pueden hacer las palabras, la fuerza de la
inteligencia, como tituló uno de sus textos: como la palabra, oral o escrita, es la única
arma de la inteligencia, ahí la tenemos frente a la violencia, absolutamente desarmada.
Para Manuel Rojas, la guerra, y su principal instigador, el fascismo, han llevado
a la humanidad al límite de su autodestrucción. La violencia, de una escala nunca vista,
iguala a vencedores y vencidos en su calidad de víctimas. Como en todas las guerras,
los muertos los ponen los pueblos. El resultado, más allá de los bandos en pugna,
siempre es una multitud de víctimas inocentes. Desde esa comprensión, escribe Rojas
en Las Últimas Noticias, 1943: Debo declarar que cuando caen bombas sobre Londres
siento el mismo dolor y la misma angustia que cuando caen sobre Berlín o sobre
Hamburgo. Estoy convencido de que no todos los habitantes de Alemania son nazistas,
así como estoy convencido de que no todos los habitantes de Inglaterra son demócratas.
Una imagen que reverbera en nuestra propia época, en las formas
contemporáneas de la guerra a distancia. Rojas escribe, en 1944, sobre la aparición en
los cielos ingleses de los primeros aviones sin piloto. La invención nazi para
intensificar los bombardeos usando artefactos no tripulados. No debe ignorarse ni
olvidarse que el objeto de esta arma va más allá del meramente militar, escribe Rojas, el
avión sin piloto lleva esta guerra a un punto en que se pierde ya todo sentido humano, a
una guerra fría, mecánica, automática, de helada e impersonal crueldad, a una guerra
en que el hombre recurre a armas que demuestran precisamente lo que quiere ocultar:
que no confía ya en sí mismo ni en las esperanzas o ambiciones que un día tuvo.
Derrotado, no le quedan más que la muerte propia y la ajena. La crueldad llevada a un
punto que implica la pérdida de todo sentido humano. Eso es la guerra. Esa derrota
radical, esa pérdida de toda esperanza.
La revolución. URSS. Cuba.
Manuel Rojas en Célula, año 1933: Pero como dice Bertrand Russell: Los
gobiernos tienen tendencia a la brutalidad y la brutalidad engendra la revolución. He
ahí un pensamiento que invita a la meditación. Esta meditación, la reflexión sobre las
experiencias y las potencias revolucionarias de su época como respuesta a las
injusticias y la indolencia del poder, es otra línea fundamental de su escritura y su
pensamiento. Un pensamiento que, siempre situado en la historia, intentó
comprender críticamente dos de las principales revoluciones del siglo XX. La
revolución soviética y la cubana.
Observarla con distancia, pensar la revolución críticamente. Respecto a la
revolución soviética, esa tarea se expresará en la escritura de Rojas como una
denuncia permanente del estalinismo y sus crímenes. La revolución ha sido
traicionada, sus ideales tergiversados, instalándose, en lugar del gobierno del pueblo,
el control y la represión ejercidos por el Partido. Así lo describe en Rusia al desnudo,
artículo publicado en Atenea en 1930: La férrea organización burocrática y política de
la Unión Soviética, organizada especialmente para perseguir sistemáticamente y
castigar con la muerte, el hambre o el destierro, a los opositores de ella, impide en Rusia
la manifestación de cualquier idea que pretenda defender en alguna forma –aunque solo
sea ideológicamente– las verdaderas ideas comunistas o los intereses del proletariado.
Para vivir bien en Rusia hay que ser comunista, es decir, alabar a los comunistas que
gobiernan, «estar en la línea» –como dicen ellos.
León Trotsky aparece reivindicado en muchos textos suyos de esa época. El
profeta desarmado, como lo llamó su biógrafo Isaac Deutscher, es la figura que
encarna la fidelidad al ideal revolucionario. Una fidelidad por la que pagó un alto
precio cuando llegó la hora de la traición y los suplantadores. En palabras de Rojas:
Llegó el momento –ese momento que llega en todas las revoluciones y que no podía dejar
de presentarse en la rusa– en que al ímpetu revolucionario sucedió la reacción
revolucionaria, es decir, el temor de que la revolución sea un fenómeno de potencialidad
ilimitada que llegue a sobrepasar la capacidad de los que la manejan, escapando así a su
control, y Trotsky, menos feliz que Lenin, que murió tal vez a tiempo, fue echado de
Rusia. No solo fue echado de Rusia, sino asesinado en México diez años después. La
declaración de protesta por su asesinato, publicada en Babel y suscrita, entre otros,
por Rojas, González Vera, Vicente Huidobro y Ciro Alegría, demuestra la admiración de
muchos intelectuales y escritores por Trotsky. Para Rojas, su figura es la de un
revolucionario verdadero que comprendió ese fenómeno de potencialidad ilimitada.
La revolución como esa energía vital que sobrepasa cualquier tentativa de control
burocrático.
José Martí, más que escritor, más que orador, más que nada, es para mí el
arquetipo del revolucionario, mejor dicho, es una de las imágenes más puras del espíritu
revolucionario de Hispanoamérica. Estas palabras de Rojas, publicadas en la revista de
la Sociedad de Escritores de Chile en 1936, hablan de su profunda conexión con la
historia y la cultura de la isla. Una conexión que no haría más que intensificarse con el
correr de los años y el advenimiento de la revolución de 1959. Ir a Cuba es para mí el
mejor regalo, el mejor veraneo, escribe en Clarín durante su visita de 1971, Es una
tierra que considero como una patria especial mía, una patria que no sé si es del corazón
o del cerebro, de mi cerebro o de mi corazón, por supuesto.
Encuentro en las redes una vieja fotografía del lugar de trabajo de Manuel
Rojas. En el encuadre, se ve un escritorio frente a una ventana, libros y papeles sobre
la superficie, una cama con su cobertor y dos almohadas. Arriba de la cabecera de la
cama hay una gran foto de Ernesto Che Guevara. Pocos meses después de su asesinato
en Bolivia, en 1967, Rojas escribe en revista Casa de las Américas: Los gorilas de
América, los superdesarrollados y los subdesarrollados, desaparecerán oscuramente,
hundidos en sus propias deyecciones o en las de sus amos, se irán como opacas y
hediondas sombras. Ernesto Che Guevara, «aguerrido y guerrillero», como lo llamó su
hermano Fidel, permanecerá cada día más claro, más transparente y más entrañable, en
nuestros corazones y en la tierra de América. Guevara es otra figura central en el
imaginario político de Manuel Rojas. Como ejemplo moral, por supuesto. Pero también
como alguien que no se limitó a teorizar e hizo la revolución. Que, como él mismo dijo,
arriesgó la piel para demostrar sus verdades.
Un hito importante en la relación de Rojas con la revolución cubana fue el
llamado caso Padilla. El poeta de Final del juego es encarcelado junto a su mujer en
marzo de 1971, acusado de actividades subversivas contra el gobierno. Su arresto
provocó una ola de protestas, a la que se sumaron figuras como Julio Cortázar, Carlos
Fuentes, Octavio Paz, Juan Rulfo y Mario Vargas Llosa. A contrapelo de esta ola, Manuel
Rojas cuestionó el oportunismo de Padilla alineándose con la consigna que Fidel
Castro expresara en el Congreso de la Cultura de La Habana en 1968: dentro de la
revolución, todo; fuera de la revolución, nada. Para Rojas, los escritores no debían ser
la excepción respecto a su cumplimiento. Así, critica fuertemente a quienes
protestaron únicamente porque para ellos los poetas son intocables, como flores o como
damas.
La Unidad Popular
Manuel Rojas se involucró fuertemente en la campaña de Salvador Allende.
Luego de su victoria en las elecciones de 1970, escribió una serie de textos, casi todos
publicados en Clarín, abordando diversas dimensiones del proceso. Un proceso que,
para él, tenía un derrotero muy claro: La lucha de estos días no es solo una lucha
económica o social es, más que nada, una lucha moral, una lucha que lleva a la dignidad
del pueblo chileno, a su liberación completa, liberación del patrón nacional y del patrón
extranjero.
No hay en estos textos ningún panegírico. Más bien la misma lucidez y espíritu
crítico que lo caracterizó siempre. Esta serie se abre con un texto, publicado sólo un
mes después del triunfo electoral, titulado Pensar juntos, no; empujar juntos, sí. En él
previene sobre dos peligros, dos debilidades del movimiento político de la U.P. que
implicaban riesgos importantes para su avance y consolidación. El primero es el
sectarismo: Tú eres socialista y yo soy comunista, ese otro es del MAPU, mapucista; y el
otro es radical, el de más allá puede ser democratacristiano y el que está a su lado, es
algo, no sé qué, pero algo; ni tú ni yo, ni ese ni el otro, el de más allá y el que está a su
lado, pensamos lo mismo, ah, no, no pensamos igual: tú desearías que las cosas lleguen a
ser así y yo quisiera que llegaran a ser asá, y así los demás, cada uno por su lado. Si
estamos juntos es porque, juntos, tenemos que hacer algo. Esto último, la unidad en la
acción, sería la respuesta al otro peligro. A cierta inflamación retórica que parecía
postergar, una y otra vez, el momento de la política práctica: Por ahora la consigna es
esa: hacer entre todos, no pensar entre todos. En una palabra, empujar, pero empujar de
veras, entre todos, todos juntos.
La resistencia cultural a los cambios, cambiar un sistema económico o un
sistema social no es lo mismo que cambiar de corbata, de ropa interior o de automóvil. La transparencia con que el proceso hace visible cómo funciona, concreta y
cotidianamente, la estructura de clases. La crítica del amiguismo y el nepotismo al interior del gobierno. La férrea resistencia con que los grupos de poder se oponen a
los cambios: El país chileno ve hoy, con absoluta claridad, que la gente que montó ese
sistema y que quiere vivir disfrutándolo hasta el fin de los siglos, pelea
encarnizadamente, con dientes y uñas y echando mano a todos los recursos de que
dispone, por el mantenimiento de las instituciones que lo componen y de los órganos que
los defienden. El panorama no puede ser más elocuente y solo los ciegos o los estúpidos
no lo ven.
Los textos de Clarín narran el curso vertiginoso de esos días. Cómo el escenario
se va haciendo más y más complejo. Denuncian la campaña de propaganda de la
prensa de la derecha, la instalación paulatina de una atmósfera de pesimismo y miedo.
En uno de los textos titulado, precisamente, Miedo, escribe: Muchos temen –intervengo
yo– que aquí se repita lo ocurrido en España, pero la verdad, la situación de España no
era la que Chile tiene hoy. Y más adelante: Aquí, además, el ejército está firme, como un
peral, y en las actuales circunstancias está dando garantía a todos, a la izquierda y a la
derecha. Pocos países pueden contar con eso.
Manuel Rojas muere seis meses antes del Golpe de Estado. No alcanza a ver
cómo esa garantía del ejército es traicionada a sangre y fuego. A su muerte, Salvador
Allende le dedica estas palabras que ahora suenan premonitorias: Manuel Rojas era el
mejor novelista chileno y tal vez uno de los mejores de América del Sur. Chile está en
deuda con él. Ningún fuego, cualquiera sea su potencia, podrá destruir su obra.
La esperanza
La esperanza es una idea persistente en estos textos, desde aquel de 1941 en Las Últimas Noticias. Tiempos de guerra e inhumanidad donde, sin embargo, Rojas aún
cree posible la imaginación de otro futuro: en la profundidad de todos, en la intimidad
de todos, la esperanza fermenta como una levadura. Esa fermentación concluirá por
crear una especie de subconsciente colectivo, es decir, un deseo oculto de que todo se
arregle. Ese deseo se materializará un día en una fuerza o en una inteligencia y la cosa
sucederá. ¿Cómo? No lo sabemos. Pero sucederá. La humanidad no sueña inútilmente. El
texto de 1948 en Babel, de donde proviene el título de este libro, reafirma esa
convicción: Todo ser humano, por miserable que sea su condición, tiene una esperanza,
pequeña o grande, noble o innoble, inalcanzable o próxima, pero esperanza al fin. Una
parte de su ser vive en y de esa esperanza, se alimenta de ella y en ella. Finalmente, en
Clarín, año 1970, haciendo alusión al texto anterior escrito veinte años antes,
mantendrá su convicción intacta: la esperanza se nutre, en ocasiones, con lo más
inesperado o con lo más absurdo o con lo más siniestro (…) a veces el ser humano, si
puede, y casi siempre puede, trabaja o actúa para que su esperanza se haga realidad.
Manuel Rojas vivió y escribió en tiempos difíciles y violentos. El siglo veinte,
a la hora del balance, no parece habernos legado la esperanza, más bien todo lo
contrario. Un mundo desesperanzado, falto de fe, que parece avanzar,
inevitablemente, hacia la clausura de toda forma de vida. Hay que aprender la
esperanza, decía Ernst Bloch. Manuel Rojas dedicó su vida a ese aprendizaje. En medio
del horror y la miseria, cuando la esperanza parecía morir de hambre, siempre
encontró algo de comer para mantenerla viva. Encontró la ternura, por ejemplo. Hacia
los niños, las mujeres, los animales, los árboles, como escribió alguna vez. Encontró la
utopía, porque ¡ay del mundo el día en que se terminen los compradores de billetes de
lotería y los soñadores! Manuel Rojas, su vida, su obra, son una inspiración porque nos
invitan a eso. A vivir buscando aprender la esperanza.