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LA NOVELA TERRÍGENA: UN LIBRO IMPORTANTE
"La Novela Terrígena". Poesía de Mario Verdugo. Pequeño Dios Editores, 2011. 64 páginas

K. Ramone



1. Me alegra que el lector sea devuelto, de entrada, al adjetivo “terrígena”. Ya me tenía algo aburrido la repetida mención (en esta maulina zona maulina del Maule)  de  “telúrico”.  Todo  parecía  ser  telúrico.  A  veces  también  hermético, pero casi siempre telúrico. Y en ocasiones ¡hermético y telúrico!

2. Cuando Juan Luis Martínez publica La Nueva Novela subvierte el género de inmediato. Se trata de un libro de poemas. En realidad se trata de un libro con más  connotaciones  que  un  poemario,  pero  sobre  todo no  es  un  libro que  uno llamaría  novela.  Y  por  lo  mismo  pasa  ―por  supuesto―  también  a  ser  una novela. La literatura es así. Un libro presentado con la forma de poemas pero llamado  novela.  Mario  Verdugo  nos  trae  otro  libro  de  poemas  y  esta  vez también  llamado  novela.  La  cercanía  con  Valparaíso  al  parecer  da  esos portentos.  El  libro  de  Mario  Verdugo  se  llama  La  Novela  Terrígena.  El artículo  “LA”    en  casos  así  se  las  trae;  el  artículo  “LA”  da  fuerza  y  se  torna artículo de primera necesidad.

3.  No  La  Novela  Terrígena  como  guiño  a  José  Eustasio  Rivera,  no  por  la larga tradición terrígena de cierta prosa en cierta época literaria en Colombia. No  por  La  Vorágine  por  ejemplo.  La  Novela  Terrígena,  su  nombre,  se  halla justificado  de  manera  cabal  en  un  extenso  epígrafe  (que  funda  un  argumento paradójico: lo que anticipa allá, crea limitaciones acá) perteneciente a Mariano Latorre,  insigne  escritor  menor  de  Chile,  pero  de  esos  pocos  escritores menores chilenos que son parte de nuestros prosistas mayores. 

4. Todo lo anterior es una cita verdadera que deviene apócrifa al acometer la lectura del libro de Mario Verdugo. Una falsa pista que sin embargo da pistas certeras acerca de la zona desde la cual escribe el autor, es decir, tal cita nos señala al perro que se llama Primitivo y a la perra llamada Originaria (pág. 5). No  diré  que  un  país  puede  llamarse  perro  y  que  una  ciudad  puede  ser  una perra.  Pero  algo  de  eso  hay,  no  nos  engañemos.  ¿Y  el  mediero?,  ¿y  el cuidador? Qué, quiénes.

5. La ciudad se nos llena de un irrebatible olor a campo. A zona suburbana, a zona rural, a siglo XXI al cuete además. Lo terrible es que el campo, desde lo rural  a lo  suburbano,  se  nos  llena asimismo  del  hedor de la ciudad. El habla, las zonas del lenguaje, los modos de mirar, la estatura de estar, esa caminadita de dueños de fundo, aunque el único fundo esté en la impostura del que sabe leer y se atreve a leer. 

6.  Lo  anterior  parece  hermético  (¿o  telúrico?),  pero  no  lo  es:  lo  pruebo  de inmediato:  La  Novela  Terrígena  es  un  libro  que  lleva  la  alusión  hasta extremos  sin  remilgos.  Pocos  libros  logran  tan  bien  ese  juego-duelo  del “complételo usted a ver si es tan gallo”. El componente alusivo se solaza en la forma de escenas elípticas y sugerentes, inminentes y misteriosas, acechantes, como unos ojos que nos miraran desde las matas. Esas matas pueden llamarse literatura chilena o poesía chilena.

7. La maulinidad es tan importante como pueden serlo la checoslovaquiedad o la endochinidad.  Y el sol maulino es tan poderoso como un crujido solar oído en un track de “Sun Records” (pág. 12). Lo que es reivindicado para hacerse universal  también  es  acusado  como  condición  peligrosa  para  alcanzar  tal universalidad. Acaso ya el epígrafe dé señas claras al respecto. Ya el título del libro  las  da.  Google  Earth,  entonces,  nos  ayuda  a  ver  mejor  lo  que  muestran los versos portentosos de Mario Verdugo.

8. Portentosos, esa palabra suena a buey gordo, a una yunta de bueyes gordos y  babientos  mientras  suben  parriba  y  bajan  pabajo.  Mario  Verdugo  parece picanear  los  brutos  con  mano  maestra.  El  pueblo  más  querido  es  sólo  un “pueblo  redactado”  (pág.  21).  Esa  imagen  vale  estas  líneas  pero  sobre  todo vale  mucho  más  que  estas  simples  líneas:  vale  tal  vez  una  lectura  por  toda persona que ande en busca de buena poesía. Verdugo sabe lo que hace. No hay ingenuidad, no hay palos de ciego en su escritura. Él es un hábil director que permite que haya “animales cruzándose por la cámara” (pág. 26) y esa escena está ensayada con años de lecturas, pues ya sabemos ―lo sabemos desde hace rato  y  quien  no  lo  sepa  no  ha  entendido  nada―  que  ser  escritor  no  es  saber escribir,  es  arriesgar  lecturas.  Y  Mario  Verdugo  ha  estado  en  ese  ejercicio desde hace años. Y se nota. Y se agradece.

9.  La  “academia”  es  capada  a  diente  acá,  como  se  capa  a  los  corderos.  Y  el lenguaje  académico  se  revienta  de  pastillas  y  empepados.  La  poesía  y  su relamida  estructuración,  su  construcción  de  sentido o  sinsentido,  es  puesta a prueba  acá.  Siempre  los  buenos  libros  hacen  eso.  El  libro  va  creciendo  en  la exacerbación  del  fragmento.  ¿Ha visto  cómo  se  ven  los  terrenos  del  campo desde  una  avioneta?  Cuadraditos,  cuadraditos  junto  a  cuadraditos,  pero ricos en  matices,  colores,  densidades,  en  fin,  y  siempre  alguna  clara  señal  de  vida ―¡sí,  sí,  mira,  allí,  allí!―,  algo que  se  mueve,  algo  siempre  en  movimiento vivo: así se ven los poemas de este libro. 

10.  El  “76”  (pág.  40)  merece  ser  leído  una  y  otra  vez.  Muchos  otros,  pero pongo el “76” como ejemplo, el capítulo “76” de esta novela. Inmenso. 

11.  Borges,  sobre  todo  el  de  Historia  Universal  de  la  Infamia,  con  su homenaje a la figura del facineroso de diverso cuño, gozaría este libro, estoy seguro. Hasta le darían ganas de ser tuetué. Un tuetué ciego y volando, aunque volando con dirección terrígena.

12. Hacía mucho, y a estas alturas no estoy para dorar la píldora, que no leía un libro que me moviera así el piso y que me propusiera tanto sentido. De eso se  trata  la  buena  poesía:  de  permitir  tantos  sentidos  como  sea  posible.  Y  ser capaz  de  alentar  relecturas  que  siempre  aporten  algo  más,  un  dato  inaugural. Hay muchos datos así en este libro y con una poesía que se aleja de los vicios de  “la  profesión”,  incluido  ese  efectismo  de  la  poesía  hecha  a  medida  para spoken word. Es que Verdugo entiende que la poesía, ante el lector, se asoma sin  aspavientos,  sin  amarillismos,  sin  tanta  bulla,  hermano,  sólo  provista  de ese  poder y  fuerza nacidos de  la  seriedad  y el  rigor  en el uso acertado de las herramientas  del  oficio.  Lo  demás  puede  llamarse  show,  espectáculo,  velada cultural,  como  se  quiera  nombrar  a  los  fenómenos  extraliterarios,  pero  no poesía. 

13. Agradezco leer libros así, es decir, libros nuevos.  
 


 


 

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