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«Maldita yo entre las mujeres»
Mercedes Valdivieso: Editorial Planeta. Santiago. 1991. 143 págs.


Por Sonia Montecino
Publicado en Revista Mensaje,
N°399, junio de 1991


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"¡Yo no quiero en mi casa hombres que me miren con mala cara! ¡Afuera!", cuenta Benjamín Vicuña Mackenna que gritó la Quintrala, cuando el Cristo de la Agonía volvió sus ojos enojados hacia ella.

Tal vez esta frase pueda explicar el "malditísmo" de una mestiza chilena del siglo XVII, que Mercedes Valdivieso restituye en una novela que surge como una nueva versión del mito de la Quintrala. Historia y mito siempre se han entrelazado en la psiquis latinoamericana. En este caso, se trata de un personaje femenino nombrado, en muchos textos historiográficos, para representar —casi caricaturescamente— los atributos negativos del mestizaje. Creemos que la autora ha realizado una peculiar lectura del mito de la Quintrala, una suerte de interpelación a lo femenino, que se vale de los materiales del pasado, para tocar el presente, en un espejo que roza generaciones.

Decir "maldita yo entre las mujeres", es equivalente —en nuestro imaginario sincrético— a decir bruja, Eva, prostituta. Porque "bendita yo entre las mujeres", su opuesto, es la poderosa imagen de la Virgen Madre. Sin embargo, en la novela de Mercedes Valdivieso esta oposición se disuelve, pues es resultado de un mundo en donde la religiosidad es la fundación del orden y su legitimación.

Pienso que estamos en presencia de un relato profundamente religioso, que coge, como en un abanico, las múltiples combinaciones de la cosmovisión indígena y de la española, para entregar un universo poblado por fuerzas sobrenaturales y por "auxiliares mágicos".

En ese mundo chileno, mezclado, ritual y violento, la autora sitúa el nacimiento de una estirpe de mujeres: "En esa espera de la cacica, cabemos las Catalinas, la nieta y la bisnieta de su deseo. En el decir de la gente nos confunden y, mientras mi madre vivió, fuimos una". Un linaje poderoso, simbólicamente, por su origen dual: "Mestiza, decían a espaldas de doña Águeda... Doña Águeda contestó que eso era ser mujer primero y también, mujer cruzada por dos destinos, lo que era ser mujer dos veces". Epopeya de la gestación del Reino de Chile: las mujeres, las madres lo hicieron y fundaron solas este territorio de huachos mestizos, de bastardos, de ilegítimos.

Por ello, el imperio de la mestiza anida en sus fuerzas genésicas, en la maternidad: "El malo odia a las preñadas, el parir de la mujer le está diciendo que ella fue primero". No en vano la Catalina madre, muy anciana muere con el delirio de sentirse embarazada, y su fallecimiento es un acto homólogo al alumbramiento.

La vida y la muerte son artilugios de mujeres, asi como el amor y la violencia su espacio de regocijo: "no reíamos por estar vivos y juntos y por mancharnos con la sangre de la penitencia recién pasada, de las heridas que la refriega de nuestros cuerpos abría de nuevo. Fue mi primera noche de ésas, la primera, antes de poner en palabras lo que se dice mejor de piel a piel en silencio".

De este modo, el personaje Quintrala de Mercedes Valdivieso, parece ser más un desmentido a la subordinación que una víctima de ella. El desmedro de la mujer es en la novela un asunto más discursivo, más de las estructuras que del sujeto, de su cotidiano y de sus practicas. Y no nos cabe duda que esto fue así en el pasado. En este sentido, la escritora parece querer develarnos una tradición femenina que la "modernidad" ha transformado o que el discurso de esa modernidad ha condenado aun espacio vacío, de carencias.

Mercedes Valdivieso así transmuta el mito de la Quintrala, sin alterar sus rasgos de heroína maldita, pero desplazando los códigos de su malignidad a un sistema cultural que los admitía y, más aun, sin el cual no podría ser lo que era. De este modo, el nuevo mito anula el malditismo y coloca a la Quintrala, en tanto representación de lo femenino, en el límite del poder: poder de manejar lo sobrenatural y poder de la reproducción, como hemos dicho. Puede resultar extraño nombrar heroína a la Quintrala: pues ella bien puede semejar el revés de los héroes clásicos: sin embargo, su vida —la de la novela— atravesada por la bastardía (en tanto no blanca, en tanto criolla) debe ejecutar actos heroicos para lograr su legitimación (ser bruja).

Por otro lado, la Quintrala como personaje central de un linaje de mujeres evidencia la complejidad que adquirían —y adquieren— las relaciones entre los géneros en nuestro territorio mestizo. Lo masculino surge omnímodo en el plano de las instancias públicas (la Justicia, la Iglesia, el Ejército, etc.): pero débil en la práctica. Esa debilidad es causada por lo femenino, que excéntrico a las instituciones, maneja un haz de fuerzas mágicas y naturales que tuerce su potestad. La mestiza, aliada con la indígena —su sirvienta, la Tatamai— formula un espacio gobernado por deidades tutelares y por ritos propiciatorios que rompen el orden. También el cuerpo, la seducción, el abrazo caliente de lo femenino son herramientas de poder que anulan el imperio masculino y guerrero del Chile colonial.

El precio que paga la mujer por esta posición de dominio es su soledad y la imposibilidad de realización del amor: "Me apuró en sanar del hombre, yo no acogería los dolores que asistí en mi madre y continúan en mi memoria. Se la ganaría al quebranto para quedar aliviada de eso. Las mujeres le agrandan al sentimiento lo que nos merman de otros lados". La ausencia del otro será llenada por el deseo trasgresor, incestuoso que se vuelca en la muerte como instante único de posesión.

Por eso, Mercedes Valdivieso ha dado una nueva vuelta de tuerca al mito de la Quintrala, dotándola de una humanidad que no se expresa en el simple hecho de su ser ambiguo (brujo). Esta Quintrala posee una clara conciencia de su juego de poder, de sus capacidades y de las fórmulas para preservarlo ella será capaz de actuar en el rol que le adscriben las estructuras, accede al matrimonio, incluso se confiesa; pero esos gestos son más que los ademanes de una lucidez que sabe que los destinos están movilizados por hilos que ella puede tramar, tejer, hilvanar a su antojo. Entonces, si bien la Quintrala está presa de unas circunstancias culturales que le asignan un papel, Mercedes Valdivieso la ha reconstruido en tanto sujeto, no estereotipo, fundando una idea de lo femenino que supera los paradigmas dei sentido común.

Mito e historia trenzados, voluntad de una narración que nos pregunta por un nosotras inmerso en un devenir, en una especificidad chilena y latinoamericana. Ahora que se discute la celebración de los 500 años del Descubrimiento de América, Maldita yo entre las mujeres se instala como una "otra Brecha" que Mercedes Valdivieso nos abre con la Quintrala como pretexto de un texto que hoy se re-escribe y que retomando el "dicen que" (la tradición colectiva) enuncia aquel grito de ruptura ante la trascendencia y ante su encarnación: "Yo no quiero en mi casa hombres que me miren con mala cara". Sólo alguien que se siente poseedora de un dominio más allá de la contingencia —el dominio de lo maternal— es capaz de hablarse así al Hijo de Dios. Tal vez, justamente sea esa la razón de que lo femenino alegorizado por la Quintrala, habitando el ethos mestizo, pueda entablar un diálogo de superioridad. El habla de la Quintrala, que la novela nos propone, es la sintaxis de un género que se postula en nuestro territorio como un envés de su trama universal, y por eso cuestiona o complejiza el tejido y la red de su posición actual.




 



 

 

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«Maldita yo entre las mujeres» Mercedes Valdivieso
Editorial Planeta. Santiago. 1991. 143 págs.
Por Sonia Montecino
Publicado en Revista Mensaje, N°399, junio de 1991