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        Un fósforo encendido en la sala de gas de la  literatura
          (Prólogo de Miss  Poesías de Mario Verdugo)
        Por Bruno Montané Krebs
          
        
        
        
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        Éste es un libro  que desde el primer verso resulta raramente polifónico, y donde se pone en  juego algo que desplaza cualquier indagatoria búsqueda poética. Miss Poesías se prodiga como monólogo rabioso en el centro de la plaza, ganando el banco  donde nos sentamos a gritar y a callar, a estar mudos pero con la mente plagada  y avivada por un sinfín de voces que se entregan al análisis, a la perorata  anímica o a la blasfema propiciatoria de un mundo diferente, inconforme,  criatura inacabable que se alimenta y engendra a sí misma y que, para ello,  despliega un lenguaje que no se propone ser particularmente “poético” –y en  este punto radica una de sus inteligencias esenciales–. El libro consta de  cinco partes que deben ser leídas como pequeñas habitaciones o puños de fuego  bajo el pálido sol de nuestra inteligencia, voces que nadan veloces o muy  lentas para instalarse en nosotros, dejándonos expuestos al desafío de un  extraño modo de lectura, mientras se sostiene en la mano una lupa (o espejo  humeante de Heisenberg) que nos invita a la inducción, la abducción y la  perplejidad. 
         Escribir  es aquí, curiosamente, interponer una voz diferida, dejar que otros griten su  rabia, que nos arrojen a la cara su lucidez y el destello de su indefensión.  Citando al propio autor, el conjunto funciona como una colección de poetas  malogrados: “el sinestésico balbuceante, que pareciera venir saliendo de una  cirugía, en Oh; el decrépito paladín  de la cultura de masas en Miss Poesías;  el futuro genio, agasajado por las fantasías oligarcas de su familia, en Los regalos; el cinéfilo escindido, un  tanto pajarón y un tanto posmo, en Absolutamente  moderno; y el amateur arrepentido de su biografía crapulosa en Aníbal Jara”. Esta colección de  concentrados y radicales textos marca una extraterritorialidad que resulta  espasmódica y también reconfortante; curva inérsica donde la crítica de la  crítica se amplía, volviéndose modelo y método mutante. A Verdugo no le  preocupa estar o no escribiendo poesía y por eso no hace inútil alarde de una  nueva sentimentalidad o imperativa mensajería poeticoide, una de las trampas  principales del discurso que se autodenomina poético sólo porque cree cumplir  con el supuesto de algunos requisitos retóricos. 
         Catálogo  de intenciones y búsquedas, fagocitante música de cámara, diálogo feraz, voraz  y contradictorio con la conciencia de clase y con la ambición intelectual y  socioeconómica, este quinteto de textos parapoéticos –como Mario los define–  inquieta de un modo singular porque enciende un fósforo en la sala de gas de la  literatura, esa espelunca donde los fantasmas y los profesionales mascullan sus  afanes y egotismos, sus difusas perplejidades y sus graves solipsismos  disfrazados de grandilocuencia pretendidamente social. Bordeando un muy  personal sentido de la resistencia a la comodidad del discurso común, Miss  Poesías es lo más parecido a un faro en medio de un archipiélago de  pantanos e islas equívocas. Su luz arrasa con modestia y claridad nuestra mente  de lectores mientras nos ofrece la honestidad de su crítica y de su liberadora  imaginación.