Maha cómplice, como nunca te conocí cercada por la rutina, cada espacio, cuerpo-territorio, zanjón y hospital lo habité rumiando tu palabra en cada poema enyegüecido.
Intensa que dueles y redimes como el goce de las texturas, eres la carcajada insolente en todos nuestros plush. Tan suelta como indómita e imponente, llenando los vacíos de una sala con tu presencia arrolladora. Entonces, te vi tantas veces y de lolita me enamoré cuando veía tus manos con las de Paz manoseándome como gatas, mi nariz, los párpados, haciéndome sentir divina aún en mis momentos de derrota y las copas se vaciaban sin darme cuenta con las dos personajes salidas de ninguna película disponible en tu Smart tv.
Porque al final, ese glamour de pueblo, del hallazgo en la americana, el rojo maraco intenso, la defensa del mundo con las uñas, la panty y la pena cobijada nos etiqueta de locas de forma automática, no importa: sospechamos sin necesidad de gritar de que eso es patriarcado, literal o no, porque lo podemos gritar cuerpo-poema a lo bruta y el ji ji ji de criaturitas, y es posible imaginar encontrando tu mirada, Maha, al otro extremo en ese bar o salón de honor putifrunci, nos guiñamos y nos seguiremos guiñando, aún no sé cómo, porque Maha Vial, maestra, eres también vida en mí.
En quienes sigamos siendo carnazas con el atrevimiento de invocarte, en ritos desbordados, en tu mirada transgeneracional como una bisagra generosa, potencia creadora y ardiente, desmontando este mundo para mostrarnos otros e inspirarnos a seguir tramando tal como tu escribiste: trato de incorporarme, quiero ser mariposa.
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Por Camila Almendra