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Pensar(nos) a través de las grietas:
reflexiones en torno a “Territorio cercado” de Maha Vial


Publicado en Revista Tatú Número Cero
(Publicación del grupo tatú (ainilewfü/valdivia, Fütawillimapu/sur de Chile, primavera de 2019)



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“(el cerebro es un territorio domesticado)”

No hay lucha sin tierra. No hay guerra sin cuerpo. No hay golpe sin rostro. Pero existe una lucha que atraviesa fronteras; una lucha de figura multiforme y divergente; una lucha contenedora de todos los rostros y cuerpos abusados: la resistencia ante la dominación. Resistencia ante el poder que explota la tierra, oprime los cuerpos y deforma los rostros. Resistencia ante la constricción del pensamiento. En el escenario del tiempo presente, vivir aún es resistir, porque la ambición de dominar se reproduce en cada ámbito y espacio. Luchamos contra la asfixia, contra el envenenamiento, contra la desaparición. Juntos.

En este fragmento de tierra sureña, Maha Vial resiste con su poesía y reúne en Territorio cercado (Ed. Kultrún, 2015) estas materias familiares desde los inicios de su escritura, para hacernos recorrer los pasillos de oscuros laberintos: los del hospital, de la nación o del cuerpo. Como ocurre con Kafka, no siempre hallamos la salida en el trayecto; sin embargo, Maha ofrece una pista antes del primer poema: “todo territorio tiene una fisura”. Una fisura que sugiere una doble advertencia: que el poder, aunque se erija como fuerte impenetrable, siempre tiene sus fracturas; y que quienes resistimos debemos ser cuidadosos al enseñar nuestras propias hendiduras.

En esta obra Vial nos propone una escritura de la grieta, una poética de la fuga: “recorro los límites de mi territorio/ voy pasando las yemas de los dedos/ por sus bordes e intersticios”. Del cuerpo y del espacio en que se vive es menester conocer sus márgenes y rincones con el fin de escarbar en su dialéctica: sí el territorio se sustenta en extraer nuestra energía vital, ¿acaso no poseemos la potencia de abrir sus fisuras y cambiar sus formas?

En el contexto de Territorio cercado, el ejercicio escritural surge como un registro de supervivencia: “escribo con la incisión” y la sangre”, “escribo: aquí estuve yo”. Tal como Lihn lo señaló, la escritura “significa trabajar con la muerte/ codo a codo robarle unos cuantos secretos”. Y persistimos en ello. Aquí y en todo lugar la degradación de la vida exhibe el horror de sus caras: la miseria, la patologización, la podredumbre, la muerte. En una palabra: violencia. La violencia con sus marcas. Aunque las instituciones y sus “hombres de blanco” traten de paliar las consecuencias de sus acciones con drogas adormecedoras y distracciones vanas, ningún analgésico puede invisibilizar sus huellas. “Todo hiede en el territorio”, escribe Maha. Por la misma razón, la memoria es perseguida con el objetivo de ser borrada y su relato trata de ser invalidado siendo asociado con la mentira o la locura. No obstante, quienes han conocido el amargor de la injusticia tienen la responsabilidad de nunca perpetuar su actuar.

Muchos de los poemas de esta obra contienen en sus títulos la palabra “estado”, y este término puede entenderse fundamentalmente en dos sentidos: con minúscula, como representación del “ser en el mundo”, de una situación o condición de identidad; con mayúscula, como el espacio político donde habitan y circulan los cuerpos-territorios, en una red aparentemente intransgredible. En cualquier caso, en los textos el único estado permanente es la fragilidad. Una escenificación constante de la precariedad que guarda relación con una crítica social, consciente del género y de la clase.

La tierra y sus residentes se hallan enfrentados al asedio, a los mecanismos de la vigilancia y el castigo. A causa de esto, en la voz lírica predomina un tono pesimista que puede vincularse con un anhelo de desintegración de las normas impuestas y, en una capa más profunda, de descomposición del lenguaje como sistema restrictivo.

El territorio genera la ilusión de que dentro de sus límites está contenido todo lo existente, la gama absoluta de oportunidades de placer y de dolor, reprimiendo así otros imaginarios. Pero Maha nos advierte que “en el fondo estamos todos enfermos de amor y no sabemos qué hacer”. En la insistencia por buscar zonas de libertad, la afectividad emerge como una potencia de fisura en los muros que cercan el territorio. Cuando las posibilidades de amar han sido reducidas a un mínimo de variables controladas, la carencia de afectos desalienta a los individuos y los vuelve vulnerables a seducciones banales. Luchamos, entonces, contra el riesgo de que el mundo se convierta en una gran sala de hospital, totalmente higienizada, sin manchas de amor.

“A veces pensamos que el territorio nos odia/ [...] sí sí nos odia porque lo escupimos y a veces también lo matamos”. Al pensar(nos) a través de las grietas, al crear desde los puntos de fuga, abrimos el cerco desde adentro. Juntos. Resistimos, apátridas, para organizar la acción hacia horizontes de emancipación. El sistema que domina alimenta su propia infección, como un padecer autoinmune o un virus de computador, y es esa su contradicción, esa nuestra lucha y nuestra resistencia.



 

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Publicado en Revista Tatú Número Cero
(Publicación del grupo tatú (ainilewfü/valdivia, Fütawillimapu/sur de Chile, primavera de 2019)