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Los guiños de Mauricio Wacquez

Por Faride Zerán
Publicado en La Época, 14 de abril de 1991

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Estuvo de paso por Chile porque su madre cumplía 90 años. Alto, atolondrado, encantador, con un bastón que le hace juego con su figura delgada, casi de adolescente, Mauricio Wacquez, 51 años, colchagüino, viudo del Pedagógico de los sesenta y de la casa de campo de su niñez, con un pie aquí, otro en París, pero residiendo en Barcelona, vino vio, y se fue.

Autor de Cinco y una ficciones (cuentos, 1963); Toda la luz del mediodía (novela, 1965); Excesos (cuentos, 1971); Paréntesis (novela, 1975); Frente a un hombre armado (novela, 1981); y Ella o el sueño de nadie (novela, 1986), su última obra. Wacquez, profesor de filosofía con estudios en Francia y en Chile, premiado y reconocido en Europa, escritor de la generación del sesenta, entre maletas, telefonazos y despedidas habló de él, de este país, de su obra calificada en España de escandalosa y provocativa. Contó de sus planes, de su reenamoramiento, del capitalismo salvaje, y de los guiños. Guiños que tienen que ver con la ideología, con las trampas filosóficas, con los contenidos. Porque la literatura sin ideas, a Mauricio Wacquez, lo pone nervioso.


—¿Este viaje corresponde a la nostalgia, o a la búsqueda de raíces para su trabajo literario?

—La nostalgia, quizás, porque siempre la tengo. Pero mi nostalgia es muy rara. El problema está en que no soy santiaguino, yo soy colchagüino. Para mí, el reino es la casa de Colchagua donde nací. Y la pérdida del reino fue salir de esa casa. Me siento extranjero tanto en Santiago como en Barcelona o París. Mi nostalgia es de aquella casa de campo donde nací y pasé mi niñez Ese paisaje, rodeado de viñas está presente en mí. Me duele, pero también tienen razón cuando dicen que soy poco chileno.

—¿Por qué?
—Siendo muy chileno, en Chile me siento tan extranjero y tan amante de Chile como me siento en Cuba, como siento a los cubanos hermanos míos, o a los franceses, o a los españoles. Tengo tres pasaportes, legales, no de espías. Francés, español y chileno.

—¿La cordillera, el vino y las mujeres no forman parte de sus mitos?
—No, pero te voy a decir algo. Vivo en medio de una catástrofe ecológica. En Europa es realmente catastrófico. Estamos rompiendo el mundo de una manera irreversible. Pero me ha pasado algo raro en los últimos viajes a Chile. Vine el año 81, y no pude soportar el toque de queda. Me pescaron en la noche, después de una fiesta, por suerte andaba con el pasaje de regreso. Me trataron correctamente, pero eso casi me volvió loco. Ser chileno y frivolizar lo del "toque a toque", a mí me desesperaba. Vine el año 87, y ahora. He tratado de no estar en Santiago. Voy a pescar al sur, o vuelvo a Colchagua a ver esa casa, que ahora esta rehecha. Pero me estoy reenamorando.

—¿De quién?
—De este país, y de una manera loca.

—¿Y que significa eso? ¿Que puede tomar sus bártulos y volver?
—Sí, o hacer medios pollos aquí y allá. Si puedo no decidirme, mejor.

—¿Quién es Mauricio Wacquez, profeta en otras tierras pero más bien desconocido en su país?
—Soy un escritor minoritario y nunca he aspirado a ser otro tipo de escritor. Reconozco que mi literatura es absolutamente minoritaria. Que le gusta a ciertos amigos y sigo diciendo que escribo para mis amigos.

—Escribe para sus amigos pero en editoriales europeas importantes.
—Y traducido, y con muy buena acogida. Nunca he tenido una mala crítica. Mi "éxito" -pónle comillas por favor-, ha sido siempre de crítica, y a nivel lingüístico, que es donde un escritor se la juega. No hay premios, no hay fama que pueda reemplazar esa complenitud de la vida que es el escribir, que cada libro sea parte de un mismo libro. Es siempre un mismo libro, pero cada uno debe tener algo mejor.

—Sin embargo es un hombre de premios. Fue finalista en el Premio Barral, y en Chile obtuvo el Premio Crav.
—Y el Premio Ciudad Barcelona. Toda la luz del mediodía, Premio Crav, era una novela inmadura, tuvo doce versiones, y quedó a lo mejor demasiado relamida. No estaba a la altura de ser publicada. Sigo pensando eso. Dejé pasar mucho tiempo antes de publicar de nuevo. Hasta unos cuentos muy modestos, Excesos.

—Y con muy buena acogida.
—Siempre he sido tratado benévolamente por los críticos.

—¿Y es buen lector?
—Leo de todo. Y el ser lector me convirtió en escritor. Soy escritor porque fui un gran lector, un ingente lector, lo leía todo. Y eso gracias a mi madre, que fue profesora.

 

Julio Cortázar y Mauricio Wacquez en un lugar de Provenza, 1968

 

—Podía haber sido filósofo. Hacía clases de filosofía en Chile.
—No. Filósofo no. Escritor sí. La visión de un escritor creo que tiene más ayuda de la filosofía que de la literatura. Un profesor de castellano, un gramático o un literato, lo que en Francia se llama un hommbre de lettre, un comentarista o un exegeta, está muy encorcetado por métodos que da necesariamente la escuela. En cambio, yo proferí llenar esos métodos con métodos de pensamiento, pero con contenidos ideológicos. Preferí aprender a pensar. Mi literatura sin las ideas no existiría. Antes era muy sensual, lo reconozco. Pero mi literatura está llena de trampas filosóficas, de pensamientos. La literatura sin ideas me pone muy nervioso.

—Ud. es de la generación del sesenta. ¿Qué ideas están en sus obras? Está Sartre, el existencialismo, ¿qué más?
—Está todo, y la filosofía de la existencia fue algo para mí muy importante. Pero está todo. Los profesores de filosofía encontrarán citas de Decartes puestas como trampas. No para hacer una literatura filosófica, que yo la odio.

—Pero es una literatura de ideas ¿Qué más hay?
—Hay guiños. Pero un borrachito que diga que la primera meditación de la dirección del espíritu..., no está mal (ríe). Esos guiños a mí me gustan. No es, "dice Kant", o "dice Decartes". Eso me carga, es una tontería.

 

 

—Frente a un hombre armado, relato descarnado de un hombre humillado, penetrado, poseído, sodomizado. ¿Qué significó este libro para Ud.?
—Fue publicado en 1981. Bueno... fue la experiencia chilena. También fue la búsqueda de una raíz, y que fue la casa de mis padres en Francia. Es todo un poco onírico. Es un hombre que atraviesa 150 años de la historia, desde una revolución a otra revolución.. Y la otra revolución es la contrarrevolución. Es el palacio quemado, el palacio del libro se quema, y lo quema su alteza real el príncipe...

—Y el príncipe es un general.
—Sí, y en ese sentido, enojosamente, no se lo merece a mi entender, pero es un retrato de Pinochet. A mí me trastornó la figura de Pinochet. No podía hablar de Pinochet, y no podía hacer la película del Pato Guzmán porque era un tontería, y además porque no entiendo nada. No, no. Entiendo mucho, pero yo no estaba en la Unidad Popular. Yo fui muy afecto a la Unidad Popular pero...

—Pero estaba más a la izquierda de la Unidad Popular.
—Más bien. Estaba con los miserables, marginales. No es que si yo hubiese estado aquí me hubieran muerto. A lo mejor me matan por equivocación. Pero no creo en la violencia física. La rechazo en ellos y cómo la voy a aceptar en mí. Hay alumnos míos, queridísimos, que entraban con pistolas a mi clase y yo les decía: ¡fuera!, o te vas a tomar una pílsener. A la universidad vamos a venir a razonar y no a hacer esto que ustedes hacen y que yo no soy quién para juzgar. Yo era de esos miserables que se reúnen, arreglan el mundo, lo desarreglan, y se me hizo cuesta arriba seguir en Chile.

—Volvamos a la novela. ¿Cómo surge?
—Después del golpe sentí la necesidad de escribir la novela que ha escrito casi todo el mundo de mi generación, y que es la del poder. Los convidados de piedra, Casa de campo, todos tuvimos la necesidad de sacarnos este trauma que además nos llegó de una manera inesperada.

—¿Y ese es Frente a un hombre armado?
—Sí.

 

 

—Colchagua es importante, la casa de campo es importante, pero el Pedagógico es un hito también importante. ¿Dónde está recreado? ¿En sus nostalgias?
—Está en el método de pensamiento. Sucede que el Pedagógico más que cualquier sitio de este país, fue un símbolo de Chile. Un símbolo de la libertad, del conocimiento. Un lugar donde se establecía la más alta jerarquía de la libertad y que era el saber. Nunca subestimé el Pedagógico.

—¿La irreverencia y provocación de Frente a un hombre armado es buscada?
—Totalmente.

—¿Así es Mauricio Wacquez?
—No. Yo soy acelerado y mis amigos me conocen lo suficiente para tener la benevolencia de seguir siendo amigos míos, pese a esta aceleración que tengo. Pero odio la impudicia. Mi libro es eminentemente moral, y de un moralismo casi de investigación. El mal absoluto existe. Si yo fuera un inmoralista pensaría que el mal y el bien, bueno... Pero no es así. Creo que el mal es mal, y que con una pistola en el pecho tengo que decir que sí, y que no me digan que una clase de filosofía es como un disparo en la nuca.

—¿Y la violencia de su libro?
—La violencia puesta deliberadamente allí es un palidísimo reflejo de la violencia desatada aquí, en mi país, y en cualquier parte, como en la Guerra Civil Española, que a mí me toca muy cerca. Mi maestra de pintura era española y con ella aprendí a ser republicano.

—Es un hombre moralista pero un moralista irreverente.
—No. Lo que tomas por irreverencia es todo el capítulo relacionado con la voluptuosidad. Yo soy absolutamente antiautoritario, y a lo mejor eso aparece como irreverente. Y claro, soy también anticlerical furibundo, después de haber pasado por la formación marista. Pero no hay odio en eso. Para mí es el mundo de la irracionalidad. Y como este mundo de la irracionalidad existe, yo sé que me pierdo la mitad del mundo, de lo irracional, de la superstición, etc. Pero, como decía San Anselmo, mi mentor en filosofía, yo vivo en el lado de la luz.

—Ud. hacía referencia a la voluptuosidad, hablemos del erotismo en su literatura. ¿Qué rol le asigna?
—El amor para mí mueve la montaña, el universo completo. El amor es la experiencia más revolucionaria del hombre. Es la única que rompe ese círculo vicioso que es el amor a sí mismo. Es preferible el otro porque uno hace el sacrificio del fruto, para comerlo. El sacrificado es uno. El que quiere ser comido es uno para alimentar al otro. El amor es eso. Entonces todas las formas del amor para mí son legales (ríe), porque es vida.

 

Mauricio Wacquez y José Donoso en Mallorca, 1968

 

—En sus referencias ha hablado más de José Donoso que de otros autores, siendo usted de la generación del sesenta, y Donoso de la anterior. ¿Tiene importancia para Ud. su generación?
—Yo me siento parte de ella. Son mis pares, mis compañeros de ruta para bien o para mal. Tuve una experiencia maravillosa anoche. Conocí a Claudio Giaconi. Y me produjo una sensación que no es la de estar ante un venerable, porque podría ser de mi edad, aunque escribió La difícil juventud en el 50, yo recién empecé a publicar, a balbucear, en el año 63. Verlo como maestro me produjo una gran emoción. Me encontré con Antonio Avaria y con otros. Pero Pepe Donoso es más que un maestro, que también lo es. Y mi literatura no tiene nada que ver con la de él. Yo le he dedicado cosas a Pepe, y él a mí, por que para mí ha sido sobre todo un modelo.

—Pero no me habla de los escritores de su generación. ¿Por qué?
—En mi generación hay grandes. Lucho Domínguez, no sé qué es de él, pero es es un gran escritor. Poli Délano es otro gran escritor. Antonio Skármeta, no estoy de acuerdo con su novela La insurrección, pero siempre creí que era el mejor de nosotros. Y esa novela tal vez era necesaria para él, y hay que asumirla en ese sentido. Todos los componentes de esta generación, generación diezmada, los asumo como tales. Y creo que hay afinidades. Hay cosas parecidas entre Juan Agustín Palazuelos y yo, y Juan Agustín fue importante para nosotros. Y me reconozco en ellos.

—¿Y qué pasa con sus raíces y la literatura europea?
—Son las mías. Mi literatura es chilena porque las mamás de mis libros hablan como las mamás chilenas. Pero mis raíces están en Europa.

—¿Quiénes? Deme nombres...
—Toda la literatura francesa desde hace doscientos años. Desde Madame de Lafayette. A mí las vanguardias nunca me han gustado. Yo prefiero un jovencito clásico como era Radiguet que cualquiera de los vanguardistas o surrealistas, con gran respeto de la opinión de mi amigo Enrique Lihn. Enrique Lihn cometió mucho vanguardismo en su vida, y yo también busqué cosas nuevas, pero no es lo mismo. Creo que la claridad, y lo claro y distinto, es una cualidad de la literatura que yo amo. Me gusta Stendhal, me gusta León Tolstoi, me gusta Galopov. Esos son mis maestros, y Balzac.

—Me hablaba de la importancia que tenía el lenguaje para Ud., y su lenguaje de pronto es denso en una primera lectura.
—El lenguaje es la literatura. El medio es lo importante. El lenguaje es la materia del escritor. Yo soy absolutamente de la opinión de Cortázar. Creo que existe el lector hembra y el lector macho. Yo necesito escribir la mitad de la novela, y que la otra mitad la escriba el lector, porque ¡claro! si se me está leyendo no es porque se interese en mi corazoncito sino porque se interesa en el corazón de él. Esa literatura demasiado fácil, muy ayudada, no es la mía. Prefiero ponérsela difícil al lector.

—¿En qué está hoy?
—Estoy escribiendo una novela que tendrá un año más de trabajo, y también un libro de cuentos que van a aparecer casi juntos. Voy a romper esto de publicar cada diez años. La novela se llama La oscuridad.

—Sugerente.
—Es un capítulo más de las otras novelas. Y es la más chilena de todas.

—¿Por qué?
—Porque es muy infantil, muy centrada en el pasado. Y el libro de cuentos es muy lúdico.

—¿Cuáles son los temas que le preocupan y que están presentes en su narrativa?
—La desmovilización del espíritu. El afán de lucro absolutamente abominable que existe hoy. La deshumanización total del espíritu.

—¿Cómo signos de los tiempos actuales?
—No. Como resultado final de una guerra que la perdimos todos. No es la guerra fría, ni la URSS, ni nada de eso Hablo de un drama en que los muchachos lo único que quieren es ser yuppies. O ir al Jumbo. Ir al Jumbo a mí me deprimió de tal manera que ayer casi me puse a llorar. No se puede vivir para comprar. En Europa no se ve el fenómeno social del Jumbo el día domingo No se conoce. Es el capitalismo salvaje impuesto en este país que deja desprovisto de todo recurso. Que los escritores se mueran en Chile porque no tienen recursos médicos, y no sólo los escritores. No sé. En ese sentido no me gusta este país. No me gustan los economistas de este país. No me gustan los banqueros de este país.

—¿Cómo se gana la vida en Europa?
—Mal, muy mal. Escribo de todo. Tengo una gran afición, que es pescar deportivamente. Y estoy haciendo, por ejemplo, una enciclopedia de la pesca deportiva, en seis tomos, yo solo, y por encargo. Y hago traducciones. Nunca he vivido de mis libros, y no creo que pueda hacerlo.

 



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Los guiños de Mauricio Wacquez
Por Faride Zerán
Publicado en La Época, 14 de abril de 1991