Proyecto Patrimonio - 2022 | index |
Mauricio Wacquez | Autores |












Mauricio Wacquéz(*), escritor
El impulso escéptico


Por Claudia Donoso
Publicado en APSI, N°245, 3 de abril de 1988



.. .. .. .. ..

La literatura es un oficio de fugitivos, dijo Mauricio Wacquéz hace siete años, cuando pasó por Santiago coincidiendo con el lanzamiento aquí de su novela Frente a un hombre armado. El relato, una alegoría sobre el poder, ha circulado, como todo lo de Wacquéz, entre unos pocos. Este escritor chileno, criado en Colchagua en castellano por parte de madre y en francés por parte de padre, se exilió voluntariamente hace unos 25 años. Traductor de Jean Cocteau y de Gustave Flaubert, asesor literario de editoriales, profesor de filosofía con especialidad en San Anselmo, pero sobre todo escritor, Wacquéz terminó en 1982 Ella o el sueño de nadie. A pesar de que el libro fue publicado en "La sonrisa vertical", la serie erótica de Tusquets, el autor asegura que en verdad se trata de una novela de otra índole.

A su prehistoria literaria chilena pertenecen Cinco y una ficciones (cuentos) y Toda la luz del mediodía (novela). Excesos, relatos cortos, fueron publicados en Francia en 1969; y Paréntesis, novela, le granjeó una beca Guggenheim en 1974.

El hombre vive en Barcelona.


En tus novelas aparecen como temas de fondo el poder y la sexualidad. Dominar y ser dominado, poseer y ser poseído —dices por ahí— son categorías dialécticas del poder. ¿Podrías explicar esa idea?
—Tengo la impresión de que el poder tiende al avasallamiento, tal como la célula tiende a comerse a la otra célula. Me interesa la cabeza de los poderosos, la cabeza de la ambición, porque para mantenerse, la cosa viva tiene que meterse en una estructura de poder y ése es un hecho biológico que pasa por la violencia, por matar al otro. Para dominar el tema de la agricultura o el comercio, el señor Idi Amín se comía el hígado de sus colaboradores. "Tráigame al ministro tanto", decía y le comía el hígado. Que te pongan una pistola contra el cráneo es normal y que te quemen las uñas también. Ahora, si a mí me apuntan con una pistola, yo suelto todo y digo lo que los soldados quieran que yo diga; en esas condiciones delataría con suma facilidad: nada con el heroísmo

Si piensas que la violencia está inscrita hasta ese punto en el ser humano, ¿qué opinas de la noción de democracia?
—Creo que como método pacífico de ordenamiento no está mal. Yo nací en la época del Frente Popular, etcétera, cuando a este país lo dirigían esos guatones maravillosos que se enriquecían un poco pero que también pensaban en los obreros. Todo pensamiento pacífico —que es lo contrario de lo biológico en el sentido en que, hablamos— ha imaginado formas de vida en las cuales ese monstruoso devoramiento que implica el poder no lo invada todo. Hay personas que por cultura y sensibilidad —que es una de las medidas de la inteligencia— se inclinan a controlar esa parte biológica. Virginia Woolf es un extremo: era tan neurótica que no comía sólo para demostrarle a los demás que en ella no se producían procesos digestivos. Negaba de manera voluntaria aquello que nos impone la biología y que nos humilla.

En ese intento por sustraerte a la violencia, ¿estarías dispuesto a sustraerte también del placer?
—Para nada. Soy un hedonista innato y la libido es la emoción sexual que nos da impulso para poder vivir y traspasar la barrera de los estúpidos, de los demagogos, de los que tienen las armas y nos amenazan. Nada hay en el mundo que me pueda apartar de la prosecución del placer, y me he dado permiso para todo: para creer en la virgen amarrada en un trapito, para amar a quien quiera. He hecho y haré de todo, pero no creo que toda acción sea impune. Arrinconar a una persona y decirle "la mendicidad o yo" es poco caballeroso. Creo en el consentimiento mutuo. Siempre me ha sucedido el milagro del amor con seres por lo menos libres: tontos perdidos todos, ¿ah?, pero por lo menos libres; es decir, con el impulso necesario como para escaparse por una bambalina.

Estudiaste filosofía e hiciste tu tesis sobre San Anselmo. ¿Qué parte tuya te dirigió a ese prado y qué relaciones mantienes con el cristianismo?
—Lo que pasa es que yo soy un racionalista a rajatabla. Me he negado a lo irracional sabiendo que asi me niego un cincuenta por ciento del misterio de la vida, que es el mundo de las creencias. Por método, prefiero quedarme con lo mensurable y lo deducible porque eso me tranquiliza y me da seguridad. Yo negaba todo espectro, todo fantasma, porque se me producía un horroroso tembladeral. Pero la literatura, que es lo que pretendo hacer, se compone precisamente de misterio, mito y magia. Esa dualidad es central para mí. Cuando escribo me entrego a la tembladera pero me sigue aterrando creer en las líneas de la mano, en la parte invisible de la vida. Ahora, el cristianismo lo conozco demasiado profesionalmente como para saber que nunca voy a ser cristiano. San Anselmo me fascinó por la arquitectura de su lenguaje y sus argumentos: la fe que busca la inteligencia, decía él. Pero yo, en lo personal, soy en escéptico absoluto.

¿Un escéptico hedonista?
—No. Un escéptico gnoseológico, que es lo peor. O sea, yo no creo que sea posible un acceso mío a tu vida, ni siquiera con el amor o sobre todo no con el amor. El amor está posibilitado porque no te conozco. Si te conozco ya eres un par de zapatos viejos. Antes creía muy poco en las relaciones largas, pero ahora que tengo una, prefiero no entrar a saco en esa persona porque no quiero librarme de ella. Este género de escepticismo se compadece poco con la vida cotidiana, pero por suerte también se me da el sentido práctico de la vida, que es el sentido del taxi, de levantarse para ir a trabajar y no quedarse en cama porque dudas de la realidad que pueda tener el pomo de la puerta por donde tienes que salir.

El tema del doble, de la ambigüedad, la traición, la culpa y la muerte están también en tus libros. En Ella o el sueño de nadie, el personaje central es bisexual y expresa la nostalgia del andrógino. ¿Por qué te interesa ese mito y qué piensas de la sexualidad?
—El andrógino es un ser mental, un ser perfecto. Nosotros somos imperfectos porque somos materiales. La única que ha creído en la mono-sexualidad ha sido la Iglesia Católica, fundada en el monoteísmo hebreo y en el monotema de que las cosas tienen que ser puras. Pero no quiero levantar banderitas ni reivindicar nada. Tampoco quiero definirme. El impulso libidinal es una flecha que puede dirigirse a una cabra, a un cura o a una liendre. Al mismo tiempo está la muerte: los seres humanos empiezan a envejecer a los catorce años: se empiezan a poner feos, les salen granos, arrugas: un asco. Y junto con eso coexisten otros fenómenos maravillosos, como la maternidad, la fertilidad, la madurez biológica. Pero en general la vida se termina muy pronto.

¿Qué experiencia marcadora ha orientado tu pensamiento en esa dirección?
—Mi primer amor se murió a los catorce años y te juro que desde ese momento en adelante no he aprendido nada nuevo, excepto datos. Esa experiencia fundó para mi un reino que no existía, el reino del amor y de la muerte, y toda esa dialéctica la aprendí de golpe. Como se mató en un accidente de auto, le construyeron una de esas cosas terribles y bellas que hacen en Chile, una animita, y acabo de ir a dejarle flores. Era joven y bello pero por sobre todo me amaba a mí. Yo no sé si eso pertenece a la homosexualidad o a la bisexualidad y no me importa en absoluto. Mis amigos saben los puntos que calzo y saben lo suficiente de afectividad como para no mandarme a Siberia o a la Isla Dawson. Después de eso mi historia siguió con hombres y mujeres: siempre me ha conmovido la belleza. No sé nada de definiciones; sólo sé de los seres que me han fascinado, entre los cuales se encuentra mi hermana: seré entonces incestuoso y en buena hora.

¿Cómo pesa Chile en tu literatura y qué te produce el hecho de ser un escritor minoritario?
—No creo en las literaturas nacionales, así como creo que los géneros son inventos de los editores. Yo tiendo más hacia una lengua franca y me importa el respeto de unas pocas personas a las que yo también respeto. No tengo la sensación del fracaso. La obsesión por ganarse el premio no me asiste y creo que va a ser la gente joven y curiosa la que tal vez haga un rescate, si quiere. Los best-seller no sirven sino para hacerte vivir espléndidamente (y envidio esas cuentas corrientes de todo corazón), pero ese tipo de literatura me aburre soberanamente. Mi chilenidad es de una especie muy crítica. Ser chileno para mí ea haber pasado la infancia y la adolescencia en Cunaco. Cuando salí de ahí a los doce años, empezó mi exilio.

Para terminar, ¿qué estás escribiendo ahora?
—Mi próxima novela no es muy alegre. Se llama La oscuridad y tiene que ver con el proceso de deshacerse.

 

. . .(*) Así en el original

 

 

 

 



 

 

Proyecto Patrimonio Año 2022
A Página Principal
| A Archivo Mauricio Wacquez | A Archivo de Autores |

www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza.
e-mail: letras.s5.com@gmail.com
Mauricio Wacquéz, escritor. El impulso escéptico
Por Claudia Donoso
Publicado en APSI, N°245, 3 de abril de 1988