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ENSAYO
Filosofía moral:

De Bergson a Sartre

por Hernán Neira
Universidad Austral de Chile
Domingo 23 de Noviembre de 2003



Los comentaristas de Sartre no han visto lo estrecho que es el vínculo entre dicho autor y Henri Bergson, tal vez porque se han dejado llevar por el hecho de que Sartre nunca reconoció esa deuda y por la abundancia de referencias a Hegel, a Husserl y a Heidegger en su obra.



La biografía titulada "El siglo de Sartre", de Bernard Henry-Levy (Grasset, 2000), puso de relieve lo central que fue la figura de Sartre en el panorama intelectual tanto de Francia como de otros países. Esa biografía, la publicación de otros libros, el trabajo de varias sociedades científicas que consagran sus estudios a Sartre, la ininterrumpida presentación de sus obras de teatro y el hecho de que haya sido incluido en el programa del prestigioso examen llamado "agrégation" (punto de partida de la carrera académica) han permitido medir su verdadero valor. Más allá de las polémicas que despertó en vida, eso permite, también, comprender su relación con otros autores, como Bergson.

Los comentaristas de Sartre (1905-1980) no han visto lo estrecho que es el vínculo entre dicho autor y Henri Bergson (1859-1941), tal vez porque se han dejado llevar por el hecho de que Sartre nunca reconoció esa deuda y por la abundancia de referencias a Hegel, a Husserl y a Heidegger en su obra. Otros factores objetivos contribuyen también a marcar las diferencias. La primera es filosófica: tal como la entiende Bergson, la evolución creadora, por poseer en sí una orientación y una finalidad, tiene un sentido predeterminado hacia una mayor moralidad, sociabilidad y conciencia. Sartre, en cambio, postula que la existencia humana no tiene ningún fin dado previamente, por lo que es completamente libre y, por eso mismo, absurda. La segunda diferencia entre ambos filósofos no concierne a su pensamiento, sino a su vida profesional y social. Bergson fue un profesor universitario completamente integrado a las instituciones educacionales y políticas francesas, a las cuales debe mucho y las cuales, también, le deben mucho a él. Bergson realizó dos misiones secretas, a nombre del gobierno francés, ante el Presidente Wilson, de los Estados Unidos, con la intención de convencerlo de que se involucrara en la Primera Guerra Mundial. Sartre, en cambio, prefirió mantenerse fuera de la universidad y atacó permanentemente, en calidad de francotirador, las instituciones francesas. Para Sartre, el papel de la filosofía era poner en cuestión la ciudad, para lo cual le pareció imprescindible permanecer sin dependencia laboral o económica respecto de ella, lo que pudo lograr gracias a que las ventas de sus libros le garantizaron un pasar confortable.

Sin embargo, también hay puntos comunes. Desde la perspectiva de la influencia, desde 1910 hasta 1940, aproximadamente, Bergson fue uno de los principales puntos de referencia filosófico e incluso profesional del mundo intelectual francés, mientras que Sartre hizo lo mismo durante también tres décadas, es decir, desde mediados de 1940 ("El ser y la nada" es de 1943) hasta mediados de 1970, cuando los nombres de Lévi-Strauss, Derrida y Deleuze desplazan al existencialismo. Durante sus respectivas épocas, Bergson y Sartre gozaron, además, de influencia y popularidad, lo que en gran medida se debe a que ambos fueron leídos más allá de ambientes universitarios, dando a conocer su filosofía por medio de libros con tirajes tan altos como de novelas, llegando a constituirse en modelos de la prosa francesa y siendo galardonados con el Premio Nobel de Literatura en 1928 y 1964, respectivamente (aunque Sartre lo rechazó).

Sartre discípulo

Por eso, visto con la óptica que ofrece analizar ese debate varias décadas después de haberse producido, y con la perspectiva abierta por la publicación póstuma (1983) de los "Cuadernos para una moral", de Sartre, la oposición entre ambos filósofos se atenúa tanto en lo biográfico como en lo filosófico. De hecho, en algunos aspectos Sartre es discípulo de Bergson, quien juega un papel fundamental en la gestación de algunas ideas centrales del pensamiento de Sartre, que no por ello deja de ser un autor original. Uno durante el primer tercio del siglo XX y otro durante el segundo, permanecen unidos en una crítica hacia el positivismo y hacia la moral basada en imperativos de la razón.

Las primeras obras de Sartre hacen uso de un lenguaje muy crítico respecto de Bergson. ¿Significa eso un desacuerdo insuperable entre ambos? En realidad no. Por paradójico que pueda parecer a primera vista, los estudios emprendidos por Sartre relativos a teoría de la imagen serían inconcebibles sin la crítica que previamente había hecho Bergson al mecanicismo y al empirismo. Sin embargo, Sartre no es consciente de ello. En "L'imagination", Sartre escribe que Bergson permanecería atrapado en la concepción cosista de la imagen, la que le impide "pasar de la imaginación reproductora a la imaginación creadora". Sartre afirma, sin embargo, que los discípulos tenían en sus manos una posibilidad que hubiera significado superar el cosismo de Bergson. Ahora bien, los discípulos de Bergson no habrían ido lo suficientemente lejos y, finalmente, el aporte de él y de ellos se habría limitado a "crear, en efecto, cierta atmósfera, una manera de ver, una tendencia a buscar en todas partes la movilidad viviente".

El crear esa atmósfera y la tendencia a buscar la movilidad no son accesorias para el pensamiento sartreano. En sus primeros trabajos, la teoría de la imaginación sirve de "laboratorio" desde el cual Sartre evoluciona desde temas de sicología hacia otros más generales, de carácter ético y ontológico. Ese ejercicio, realizado a través de artículos especializados que sólo después aparecieron como libros, constituye el germen de su filosofía. Sartre, entre 1936 y 1940, busca liberar la teoría de la imagen de las concepciones que la identificaban con una cosa. Su propósito es concebirla a la vez como actividad y resultado de una síntesis libre, es decir, como una actividad no determinada por la percepción. Éste es el núcleo de lo que Sartre denomina la diferencia entre la imaginación reproductora y la imaginación creadora, que al mismo tiempo se identifica con una conciencia autónoma y libre, tal como (es) desarrolla en "El ser y la nada". Cierto es que el paso hacia una teoría de la imagen no cosista lo realiza Sartre gracias a sus lecturas de Husserl, pero no es menos cierto que el filósofo francés se sitúa para ello en el espacio intelectual y en un deber ser filosófico que han sido establecidos por Bergson. Sin la búsqueda bergsoniana, el aporte de Husserl hubiese sido menos fructífero para Sartre. Éste se vuelve especialmente notorio al examinar la concepción sartreana más tardía de una libertad entendida como creación moral. Esta última se caracteriza, como la moral bergsoniana, por la creación e invención de nuevas formas de vida. Detengámonos en este punto.


Creación en Bergson

Para Bergson la vida avanza sobrepasando la materia bruta con algo que ella no posee. Para este filósofo, la evolución creadora se produce en un sentido preciso, que es el de la creciente libertad de la vida en relación con la materia y la creciente libertad de la moral en relación con el instinto. No habría vida si no hubiera un impulso creador que "relaje" el vínculo del ser humano con las cosas y con las estructuras materiales. Por eso mismo, para Bergson, el progreso de la civilización no se debe fundamentalmente a la inteligencia. Esta se relaciona demasiado estrechamente con los intereses individuales y las necesidades inmediatas como para poder manifestar la creatividad e invención que se encuentra en la vida. La inteligencia, dándole a conocer al ser humano que va a morir, corroe el impulso vital (élan vital) confrontándolo con representaciones de los males futuros. Para Bergson, la inteligencia sobrepasa la organización instintiva de las sociedades animales, pero apenas es capaz de crear la posibilidad de una sociedad abierta al conjunto de la humanidad. La inteligencia somete la vida y la creación que ella implica a moldes demasiado estrechos. Al mismo tiempo que priva al ser humano de su existencia inmediata (por ejemplo, de la percepción del tiempo como duración y no como cronología regular), lo hace consciente de los intereses individuales y lo vincula a ellos.

Según Bergson, para comprender la evolución moral es necesario darse cuenta de que la inteligencia no es el único guía de los seres humanos y de la vida que llevan. Las representaciones que ella produce todavía están ligadas a la percepción sensorial o a los intereses materiales, lo que es contrario a una tendencia moral que hace al ser humano libre de dicha dependencia gracias a un impulso (élan) que coloca al ser humano en el plano de la libertad, de la humanidad universal y del amor. A la dependencia material se opone el contrapeso de una facultad fabuladora y de la religión, que es "una reacción defensiva de la naturaleza contra lo que pudiera haber de deprimente para el individuo, y de disolvente para la sociedad, en el ejercicio de la inteligencia". La vida así entendida es una creación continua, un arreglo nuevo que lucha contra todos los límites de la materia bruta y que sólo se acomoda a ella para sobrepasarla mejor.

En otras palabras, para Bergson la vida humana no sólo es biología, la cual sería insuficiente para explicar la moral y la libertad. Se sigue de ello que en la vida hay un momento, esencial para ella, en el cual está ante opciones. La vida y la moral abierta son inconcebibles sin creación, la que supone un "rudimento de elección". Ahora bien, esta elección es libertad, cuya base es la invención de formas de sociabilidad y vínculo que no surgen de lo que las cosas son. La vida, la creación y la moral no se limitan a realizar opciones entre cosas existentes, sino que se caracterizan por situarse más allá de ellas. En resumen, la moral, para Bergson, queda fuera del ámbito determinista y supone creación.


¿Insuficiencias de Bergson?

En Bergson existe la notable intuición de que la moral, y especialmente la moral del llamado (apel), supone sobrepasar lo dado y, además, inventar hábitos y reglas sociales. Sartre y la mayoría de sus comentadores han descuidado el hecho de que la moral fundada en la invención de valores, que es la propuesta por él, posee algunos rasgos comunes con la intuición recién descrita de Bergson. Estos rasgos, probablemente, llegan a Sartre mediatizados por la influencia de la fenomenología alemana. La moral bergsoniana se opone a moral de la sociedad cerrada, al igual que la moral de Sartre se opone a las filosofías morales que sólo toman en cuenta el estado de hecho, tanto de las cosas como de las exigencias. Tanto Bergson como Sartre valoran la creación moral y social y los dos, también, evitan el sin sentido o el caos que surgiría de una invención azarosa o carente de intencionalidad. Ni Bergson ni Sartre estarían dispuestos a sostener que la simple aparición de una nueva forma de vida o nueva forma social basta para que ésta tenga derechos. Por ello, la crítica de Sartre a Bergson no es exactamente anti-bergsoniana - como el mismo Sartre cree- , sino que más bien es una queja por no haber aprovechado aquél ni tampoco sus discípulos las potencialidades que entregaba a la filosofía esta búsqueda de lo viviente y de lo móvil. A pesar del progreso hecho por Bergson relativizando el poder de la razón en tanto fuente de la moral, no da el paso decisivo que sí da Sartre al hacer del derecho y de la obligación nociones completamente independientes.

También para Sartre la moral supone creación de nuevas formas de existencia. Ahora bien, para Sartre la creación no implica progreso, sino sólo cambio, aunque para ambos supone el alejamiento de las necesidades inmediatas. La libertad, para Sartre, puede distanciarse de lo dado gracias a que es capaz de crear un mundo distinto de aquel puesto en duda. La creación supone un papel importante de la imaginación, base de la capacidad moral. El ideal moral que permite pensar la posibilidad de una existencia distinta introduce una realidad de derecho que no se desprende ni de la acción ni del poder. El ideal moral, fruto de la producción de la conciencia, no posee límites, y se agrega a lo que ya está dado, rompiendo así, ya sea la línea de evolución natural, ya la iteración de formas de vida. La novedad de Sartre en relación a la moral del llamado (apel), de Bergson, consiste en asumir la insubstancialidad del ideal moral y, en consecuencia, del derecho. El papel de la invención en la moral queda de manifiesto en el análisis que hace Sartre del joven que desea vincularse a De Gaulle. ¿Debo permanecer y cuidar a mi madre enferma o debo comprometerme en la resistencia?, es la pregunta que le hace un estudiante. El joven está ante dos deberes que no tienen más fundamento que la libertad que los coloca ante sí: "Así, viniendo a verme, sabía la respuesta que iba darle, y sólo tenía una respuesta: Ud. es libre, escoja, es decir, inventa". Esto implica, en Sartre, que no hay moral sin participación de la imaginación creadora ejercida en relación a la libertad y a sus elecciones. Creando opciones, se reproduce e inventa la libertad.

La moral sartreana, fundada en la invención de valores, posee algunos rasgos comunes con la intuición antes descrita de Bergson. La moral bergsoniana se opone a la moral de la sociedad cerrada, al igual que la moral de Sartre se opone a las morales que sólo toman en cuenta el estado de hecho, tanto de las cosas como de las exigencias. Con todo, los rasgos comunes entre ambas morales tienen un fondo de divergencia. Tomando en cuenta del sentido de la filosofía bergsoniana, que apunta a mayores niveles de libertad, es posible comprender la filosofía de Sartre como parte de una línea más larga de filosofía moral francesa, cuyos máximos exponentes, en el siglo veinte, son Bergson y el mismo Sartre. Sus divergencias son demasiado evidentes para soslayarlas, pero eso no impide que, analizados con la perspectiva de algunas décadas, pueda apreciarse entre ambos un vínculo que consiste en cierta inspiración y orientación filosófica general, y un vínculo de formación, según constatan los biógrafos de Sartre. Tal vez la "atmósfera" creada por Bergson en cuanto a la teoría de la imagen no haya rendido sus mejores frutos en sus propios discípulos, sino en Sartre, quien siempre se manifestó alejado de aquél. Es justamente esa atmósfera creacionista, esa movilidad y ese distanciamiento de la libertad respecto del mundo empírico y de la racionalidad lo que hereda Sartre, contribuyendo así a otorgar a la fenomenología - que conocería después- un sentido ético que no se deriva directamente de Husserl. La preocupación por la creación, por la movilidad y la independencia respecto de la razón, tan constantes en Sartre, operan también como control en relación a la filosofía hegaliano-marxista, que, aun contribuyendo a dar fuerza moral a la filosofía de Sartre, se opone al aspecto inventivo de la libertad existencialista. Sartre, en definitiva, se inserta más plenamente de lo que él mismo creyó en una tendencia de largo plazo de la filosofía moral, tan típicamente francesa (Pascal, Rousseau, el mismo Bergson, etc.), que es justamente lo que le permite desarrollar el potencial ético y liberador que la fenomenología husserliana no tiene de por sí.




 

 


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Hernán Neira: De Bergson A Sartre.
Fuente: Artes y Letras de El Mercurio.
Domingo 23 de Noviembre de 2003