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«Manejo integral de residuos», de Nicolás Meneses: Una comunidad de lo precario
Overol, 2019, 64 páginas

Por Gastón Carrasco Aguilar
Publicado en CINE Y LITERATURA, 10 febrero de 2020


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El hombre afeitándose en un paisaje hecho de escombros de otras vidas. Un palimpsesto de relatos comprimidos en la basura. Manejo integral de residuos de Nicolás Meneses de Editorial Overol opera como la bitácora de un hombre común en el registro de un día de trabajo. Sin aspavientos o preciosismos entramos, como el mismo basurero, en la vida de los otros “A la velocidad del consumo”. De esos otros que, invisibilizados, suelen contar con bajas tasas de aprobación o valoración social. La precarización de sus trabajos los han llevado a la paralización, incluso a fines del 2019, en pleno estallido social, que deja patas para arriba a la sociedad.

En el libro de Meneses prima una relación directa y abrupta con lo material: “al rato siento hormigas / recorrer la planta de los pies” (10); así también con los objetos: el camión, las bolsas, “la yilet”. Esta materia advierte la necesidad de un lenguaje llano, documental, de efecto realista. La disposición de la escena cotidiana y el detallismo en la descripción sirve para este efecto documental, de la mano de esa cámara portátil que es el ojo.

En el poemario lo declarativo va intercalado a la imagen, como una voz en off que engarza las anécdotas y chistes del recorrido: “Compañeros chistosos te tiran p’arriba / como la máquina de los peluches” (13). En este espacio se crea una comunidad masculina articulada por la precariedad, de ahí que el humor sea un punto de fuga a condiciones deplorables como tener que orinar en el camión porque no hay dónde hacerlo. La máquina como lugar de trabajo, baño, comedor, todo en un espacio abierto, público.

El trabajo que nadie quiere lo toma la última generación de recolectores: “Con los papeles manchados / y ninguna llamada perdida” (47). La tarea consiste en correr tras la máquina, que es la realidad, para seguir cargándola: “Desteñido por el sol a sol” (29). Tratados como basura, por los empleadores, por las administradoras municipales, por la gente, los operadores de la basura son degradados al objeto de su oficio. La consciencia de la objetualización se evidencia en el libro en un inventario de objetos usados, gastados por el tiempo. Contra la lógica del proletariado común, estos sujetos trabajan fuera de la vida útil de los objetos, es decir, no a propósito de su producción (y enajenación correspondiente), sino en sentido contrario. El trabajo es con la materia y consecuencia del proceso productivo. A la contra de la modernidad y de la mercancía, en su estado de obsolescencia.

Ya casi al final del libro vemos cómo se pacta una negociación, cómo se despide a sujetos que ya no son necesarios para el sistema, siendo engañados y humillados por la administración, obligados a: “Firmar uno por uno / una miseria una miseria una miseria” (58). Esta repetición, que nos hace pensar en ese eco del “hambre” radical de “El vaso de leche” de Manuel Rojas, es una constatación, perdón la redundancia, de la miseria misma, encarnada en un sujeto obsoleto, tratado como mercancía, como mercancía y basura.

El ejercicio de Manejo integral de residuos, en parte, se trata de ver a los que nadie ve, ponerse en sus zapatos, o bototos, y darle entrada en vigencia en el poema. Ver la realidad a la velocidad de la máquina en movimiento, detenerse y seguir: “Hay que seguir hasta el final / para que no se nos eche la yegua / llegar temprano a casa” (41). Pero no se limita al estado de queja o padecimiento de, sino que también a la celebración de la vida y del ocio, como en la reflexión sobre cuántas horas se pueden quemar en el descanso de la tarde: “Cuando ya no se pueda esconder / más basura detrás de los cerros” (33).

Si bien lo que prima es el tono realista-documental, Meneses desliza cada tanto imágenes que bordean lo lírico o acusan una mirada conscientemente estética de la realidad: “Seguir pedaleando hacia la pega / con la mochila a la espalda / como si acarreara a un hijo” (37) o  “Las sombras en las calles conocidas / anudadas en reflejos y el trino / de zorzales en la plaza”. Esto, junto al humor, muchas veces negro: “Ahora yo soy el Coyote/ y ya no me río” (16), son los puntos de fuga necesarios para resistir la representación dura de la realidad, encarnada de un sujeto que: “Yo creo que por dentro / está todo machucado” (12), que incluso en sus intentos de articulación sale perdiendo o trasquilado. No obstante, hay audacia o incluso desdén en la mirada con que se mira lo social. Desde el lugar degradado, el operador observa y juzga al sujeto que lo excluye, lo increpa, como si mirase fijamente al lector: “Cuando estén rodeados de basura / no podrán lavarse las manos” (44).

 

 

 

 

Poemas

 

 

Friega un poco de jabón en su cara
y remoja la yilet. Aún no amanece.
La llave al lado del medidor gorgorea
hacia el balde. Se mira en el espejo
rescatado de un lote de escombros.
El vello flota en la superficie
los implementos sobre la lavadora.
Con la parte baja de su camisa
seca los rastros de sangre
y vuelve a la cocina
a apagar la tetera.

 

 

Con la manga del polerón
limpia el parabrisas empañado.
Fuma un Latino, toca la bocina
y sube el volumen de la radio.
Pone primera.

 

 

Entra en el minúsculo pasaje
con más autoridad que la yuta
más alboroto que el repartidor del gas
buscando el alma de los perros
la luz de quien barre su lugar en el mundo
el niño que juega con tierra
y sonríe mirando una nube.

 

 

Hacemos la limpieza
a la velocidad del hombre
en un mundo que va
a la velocidad del consumo.
Ningún fabricante chino nos aguantaría
cien unidades de trabajo. Cansado
me recuesto en una banca de la plaza.
Al rato siento hormigas
recorrer la planta de los pies.
De un salto retomo el camino.
Un cigarro prendido cae de la ventana
de una camioneta y como acto reflejo
lo apago con la punta de mi zapatilla.

 

 

Pitando sin amasijo que reventar
el camión camino a la Salvador Allende
retira ofrendas de colmillos caninos
lleva a garras de lauchas y guarenes
el piñén de las calles de la comuna.


 

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Overol, 2019, 64 páginas.
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