Nelson Navarro Cendoya (1944), poeta, profesor y gestor cultural de una destacada trayectoria. Ha publicado los libros de poesía Manojos chilotes (1972), Aguas, piedras y expiaciones (1983), Los peces que vienen (1993), Donde habitamos las palabras (2006) y Pabla viene del Mar (2009), este último es una antología donde reúne gran parte de su obra y agrega al final siete poemas inéditos. Como gestor cultural da pie para que se lleven a cabo los encuentros “Arcoíris de poesía”, gracias a los cuales la ciudad de Puerto Montt y sus poetas tuvieron por más de dos décadas, la oportunidad de nutrirse de referentes de la poesía nacional. Nació en Caucahué, Quemchi. Radicado desde la década del setenta en la ciudad de Puerto Montt.
Su poesía da cuenta del choque dramático entre tradición y modernidad. También es un registro del brutal avance económico producto de
las salmoneras en Puerto Montt, y además, su poesía es sitio de la memoria de la intrahistoria que sucedió en nuestro país durante la Dictadura, específicamente en esta ciudad. La poesía de Navarro Cendoya se ha caracterizado como una poesía intimista y ciudadana, cuya representación del territorio transita de lo rural/ isleño a lo urbano. Riedemann y Arellano (2012) sostienen que la obra Manojos chilotes (1972) es la iniciadora de la poesía moderna en Chiloé, “la que estaba prisionera del formato folclórico a través de la rima alternada o pareada” (p.37).
Si bien la obra –Los peces que vienen (Lpv)– está estructurada en tres partes: “Los peces que vienen”, “Hora del cuento” y “Por donde corren los peces”; en términos gruesos, el título alude a la llegada de la industria salmonera, los peces que multiplican la economía y se instala en el territorio Sur. La marea neoliberal cubre inevitablemente las calles de la ciudad, privatiza territorios, produce en cantidades industriales y modela el rostro individualista y consumista de esta. Ante este escenario el poeta nos dice:
Sí poeta / todos queremos volver al sur / de estos edificios que / nos regalan cajeros automáticos / salmones cautivos y astillas en los ojos / en medio de la calle te estamos esperando / y tú remarás con nosotros / POR LOS PASOS DE CEBRA / VOLVEREMOS AL SUR… (p.61).
El poema llama a no perder la memoria del terruño, volver al Sur es conservar el arraigo, no cortar el cordón umbilical del territorio que se habita, a pesar de los tentáculos de una ciudad que crece al compás de la economía. El texto dialoga con el poema “Quiero volver al sur” de Pablo Neruda, por eso le responde afirmativamente, lo que en cierta forma sintoniza con la evocación emotiva del hablante en el poema de Neruda, cuando expresa su deseo de volver al sur, espacio concebido como divino, sagrado, prístino; pero en el que ahora crece el salmón venerado que altera el paisaje humano, cultural y medioambiental de este sur. Por eso, reitera al final del libro (Lpv) los dos últimos versos del poema citado arriba, tal vez en un gesto de compartir la sensación de nostalgia por el lugar que habita en los recuerdos de la infancia, y que ahora se transforma.
De manera específica, la primera parte de la obra expone la relación del padre e hijo, y la relación de los peces y el símbolo cristiano, ya sea de multiplicación/reproducción de estos o una alusión al mundo cristiano chilote, cuya religiosidad y sistema de creencias es uno de sus rasgos importantes en la identidad chilota. Junto a estos poemas en la misma unidad, aparecen otros que aluden, por ejemplo, a un sector costero de Puerto Montt como Coihuín, dice:
Eran los Millacheo y sus canelos / –en la abierta expansión de los cielos— / antes y después de las mareas / sumaban sus corderos detrás de las dunas / subían el pez necesario para la mesa / rezaban a sus muertos / como la lluvia a los pangues todos los días / sencillamente el agua era un espejo / una trenza de María / coi coi huin huin (Lpv, p.18).
La toponimia del lugar, más la mención a lo mapuche (avestruz dorada) y su árbol sagrado, nos recrea otra dimensión de la creencia que mezcla el mundo religioso de este pueblo, –mapuche–huilliche– con lo cristiano. Aquí las divinidades del agua y el bosque conviven sin problemas con la religiosidad católica. En el verso que dice “subían el pez necesario para la mesa”, queda de manifiesto la relación de armonía con la naturaleza, contraria a la acumulación (de riquezas) de la sociedad occidental; se consume lo necesario para el día, pues en el mundo mapuche la noción de mañana, al igual que el sentido de propiedad de la tierra son totalmente distintos al del mundo occidental. Entonces, esta unidad de la obra centrada en localidades de Puerto Montt, también plantea el encuentro cultural, donde una visión supedita a otra, el paisaje es atravesado por “un blanco demonio” que
fue cortando suavecito / todas las nalcas de esta tierra / y a medianoche vino a hurtarle el sueño / a la miseria / —Y mi alma se alejó de la paz— (Lpv, p. 19).
La invasión al terruño, genera inquietud en el hablante, percibe la agresividad de la modernidad como una manera de atentar contra la identidad del territorio.
YA ESTAMOS EN COIHUÍN
Ya estamos en coihuín / playa balneario a cinco kilómetros / de Puerto Montt, / con discotheque / y una lunita en el pecho / de la camarera / preparando elegantes vasos / para seguir exportando la miseria / coi / coi / huin / huin (p. 22).
La segunda unidad de la obra, “Hora del cuento”, profundiza en la memoria: activa recuerdos y recrea vivencias. Y a la vez, emplea intertextos de poetas chilenos como Floridor Pérez, Jaime Quezada, Efraín Barquero y Rolando Cárdenas, cuyas obras en la tradición literaria chilena nos ubican dentro de la poesía de los lares en general. En esta zona de la obra hay un retorno a Chiloé desde la imaginación nostálgica, se recuerdan lugares y personajes que son parte de la infancia del hablante, aparece el mundo de los brujos y supersticiones, personajes históricos como el Presidente Alessandri o el pirata Ñancúpel, y el recuerdo-anhelo de la amada.
También percibimos los efectos de la modernidad, la importación - exportación de productos, objetos y signos culturales que alteran el orden del territorio del recuerdo. El lado A y el lado B de este mundo. Por una parte, el terruño protegido con la memoria del corazón, y por otro, el terruño afectado por una temporalidad ‘otra’ en este espacio;
el whisky del hemisferio norte
el plástico y la seda del oriente” (Lpv, p.30),
El National Geographic, son algunos de los elementos que dan cuenta de la globalización que muestra su apetito voraz, hambrienta de privatizar terruños cargados de nutrientes naturales y culturales. Leamos:
ESCUCHANOS BIEN PIRATA ÑANCUPEL
NO INGRESAR RECINTO PRIVADO/ Nosotros tampoco hemos aprendido / a leer / sólo nos dejamos ver por esa rendija / más redonda que la O
NO MARISCAR PLAYA PARTICULAR / Todavía no sabemos por qué te fusilaron / indio hermano / en un día tan bonito cuando los lobos / abren su bocaza para tragarse el sol.
PROHIBIDA LA ENTRADA A PERSONAS EXTRAÑAS / Tú subías por las calles de Castro / lleno de risa / pero negrearon la calle Blanco / con tu propio carbón
CAMINO AL CEMENTERIO FÁBRICA DE CHIPS / Entonces quemaron tus jardines / y se acabó la miel / la palabra huilliche zumbó / en el fusil
NO RECALAR ISLA PRIVADA / Está clarito el letrero de tu isla / capitán Ñancúpel / y nosotros lo sablemos de memolia / sin saber leer / ¿OK? (Lpv, pp.33-34).
La construcción de este texto, nos sugiere por lo menos tres formas de lectura, en las que apreciamos el diálogo entre un discurso que refiere la privatización y transformación del lugar, y otro que alude a un personaje histórico controversial del archipiélago de Chiloé, conocido como pirata, bandido y ladrón, que fue fusilado por la justicia chilena el 07 de noviembre de 1888; pero a la vez considerado un personaje que se rebela ante una autoridad que es injusta y abusiva con su pueblo Huilliche, por lo tanto es visto como “un ser distinto” que no se deja atropellar y no pierde la libertad para su espíritu indómito. En este diálogo, desde el título se comienza a exhortar a Ñancúpel, a través de una voz impersonal que restringe y prohíbe acciones tan cotidianas como mariscar en la playa, porque ahora es un recinto privado. Paralelamente otra voz plural y colectiva expresa una cercanía y reconocimiento del personaje, “Todavía no sabemos por qué te fusilaron indio hermano”, cuya muerte significa también un sometimiento y anulación de lo ‘otro’, que es parte de un territorio, ahora alterado y modificado por las potencias económicas predominantes en este tiempo, por eso el poema termina alterando la fonética del español, figurando una pronunciación asiática del idioma —“los sablemos de memolia”— e introduciendo anglicismos —“¿OK?”— que operan como sellos de un proceso de aculturación.
En suma, afirmamos que Lpv es una obra que problematiza varios temas que luego han sido recurrentes en la literatura regional posterior: lo étnico, ecológico, político-económico y la ciudad, por mencionar algunos. Observamos una obra cuidadosamente escrita y estructurada que nos invita a pensar sobre los efectos de una nueva temporalidad en el territorio Sur y la actitud del poeta en este mundo, la cual está lejos de ser una actitud inocua frente a este nuevo orden de las cosas en el mundo, que se instala de manera violenta y agresiva, cuyo afán de absorber las nutrientes naturales y culturales tienden a desestabilizar los elementos constitutivos de una identidad; ante esta realidad está el poeta, guardián de la memoria, protector de los territorios imaginarios, cuyos versos no quieren ser solamente parte de los anaqueles de alguna biblioteca en el Sur de Chile o ser recordados para el día del libro o el escritor, sino que quieren formar parte de los cimientos de un territorio que reclama su identidad.