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Opasnost: el peligroso corazón de Magallanes
y del alucinado mundo de Óscar Barrientos Bradasic.

Por Cristián Geisse Navarro


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Óscar Barrientos Bradasic sabe que su voz proviene de un lugar aislado, pero no perdido. Creo que comprende perfectamente dónde está y hacia dónde quiere ir. Desde Magallanes ha sido capaz de entregar una obra personalísima y al mismo tiempo ligada a una tradición literaria que incluye no solo a la más visible literatura magallánica, sino también a la más oculta. Por supuesto tales fronteras textuales son imaginarias, porque la verdad es que su alcance abarca más allá de donde se pierde la mirada. De hecho, es un erudito de toda clase de tradiciones, canónicas y ocultas, un lector omnívoro que devora toda la literatura que se le pasa por delante, lo que no obsta que esté creando un canon personal y que sea firmemente selectivo. De esa forma tengo razones para pensar que hay en él una preferencia por el riesgo, por la desmesura, por el delirio literario. Y esto no puede ser banal si uno entiende ciertos impulsos escriturales como una forma de producir obras que a uno le gustaría leer.  Como sea, creo que su voracidad lectora es envidiable y su erudición pasmosa. Lo he escuchado –por ejemplo- recitar de memoria poemas completos de Pablo de Rokha –lo que no deja de ser una proeza. Y creo que la lista de sus preferencias en ese sentido es larga: la araucana, Gabriela Mistral, Enrique Lihn, Víctor Hugo, D.H. Lawrence, Álvaro Mutis, así como la más diversa galería de autores de los más diversos lugares y estilos.

Si su memoria es prodigiosa, sus saltos al vacío lo son más. A mí me asombra y admira su extraña mezcla de ternura y rudeza, de sutileza y brutalidad, su movilidad entre lo que antes llamaban alta cultura y lo más marginal de nuestro pueblo. También su amor por lo onírico, el mito, las frases líricas, mezcladas con el mundo del comic, el cine, los temas sociales, lo prosaico y el slang. Estamos así frente a una admirable forma de monstruo –y los monstruos siempre son dignos de verse- en quien priman melódicas imágenes poéticas, visiones alucinadas y personajes desaforados. No quepa la menor duda entonces de que ha terminado por crear un estilo reconocible y un inconfundible universo.

El hombre tiene charretas. Se doctoró en Salamanca y ha estudiado guion en Cuba. Premios y reconocimientos no le faltan. Pero creo que su máxima distinción es haber llegado a convertirse en un escritor territorial, una voz poderosa que habita Magallanes sin complacencias, con amor, con inteligencia, con veracidad y valentía. Desde ahí hace girar el mundo, urde sus planes, corre con su manada, proyecta la voz. Y con ella brama musicalmente desde el fin del mundo. O desde el principio, si atendemos a su constante necesidad de torcer las coordenadas. Como cualquiera que no sea un farsante, al final sabe que el centro del universo está en su propio cráneo, aunque como cualquiera que no sea un idiota, entiende que eso también es una ilusión de los retorcidos meandros de nuestros sesos.

Dicho todo esto, me enorgullezco de contarme entre sus amigos. Y me complazco de saber que alguna vez se midió con un boxeador en un bar de Valdivia. Que fundó un partido político para fracasados. Que llevó a su gato Apolo a España. Que cargó a su padre en los más oscuros momentos de su enfermedad. Que tiene sentimientos profundos por  sus cercanos. Que es capaz de gestos de increíble generosidad. Que las injusticias le parten el alma. Y que así esta mierda de país lo conmueve hasta las entrañas y ha buscado incansablemente recorrer todo lo que ha podido, llegando hasta rincones para muchos inaccesibles.

Creo que todo aquello le ha permitido configurar con porfía una obra admirable, desde uno de los lugares más alejados del mundo, lo que no le ha impedido participar activamente en el difícil juego en los campos artísticos y literarios chilenos, haciéndonos un favor a todos al mostrarnos que se puede ser artista en un país que suele despreciarlos y que se puede alterar el orden del mundo incluso desde los lugares más remotos.  Sus visiones, entonces, me llaman poderosamente la atención. Entiendo que su cuerpo y su espíritu están ligados radicalmente al lugar donde habita, y que ese habitar pasa por la actividad que lo define: la literatura. Todo eso lo ha llevado a impulsar el Colectivo de los Pueblos Abandonados, mediante el cual realiza operaciones estratégicas para visibilizar nuevas poéticas y formas de vivir literariamente en nuestros territorios. Este colectivo desea destruir un mapa de Chile lleno de arribismos, infamias, falsas nostalgias, servilismo y arreglines. En ese sentido, creo que pocos están haciendo tanto por desarticular el centralismo y la acumulación de poder simbólico en nuestro país.

Alguna vez tuve la suerte de recorrer los fiordos subantárticos junto a él. Fuimos parte de la extraña tripulación de un barco centollero que corcoveó por canales de una belleza indescriptible. Entre glaciares, témpanos, ballenas, albatros, turba y líquenes  quisimos urdir una demencial ficción que aún se encuentra alojada en los cuartos oscuros de nuestras conciencias sin que podamos revelarla aún.  Pero más importante que eso, es que así entendí la formidable presencia que tiene el paisaje en su trabajo, la abrumadora sensación de arrobamiento que la naturaleza le provoca y que intenta trasmitir en sus textos. Y quise coincidir con él en la idea de que el arte es exploración, una expedición sin fin. Así podría explicarme su permanente búsqueda de experimentación en el arte. Teatro, comic, animación han sido parte de sus inquietudes. Y dentro de su literatura, el mito, la fábula, el relato de navegación, la novela negra, y ahora esta embriagadora narración “un poco disfrazada de cuento infantil”. De serlo, El cartero del viento es próximo a trabajos como los realizados por Wilde o Berrie, quienes escribieron para niños con una formidable pericia verbal y experimentación poética, sin temor a acercase a temas adultos y a oscuridades de las que hoy –quizás torpemente- se busca proteger a la infancia. En ese sentido este cuento se aleja de algunas corrientes actuales que desean atrapar lectores jóvenes mediante la economía de recursos y estrategias algo facilistas. Al leer por primera vez este relato, no pude sino recordar mi asombro adolescente al leer la Cándida Eréndira de García Márquez. Por lo que sé, tales cuentos habían sido pensados para un público infantil, y sin embargo la borrachera verbal del colombiano lo llevó a una barroca poesía, cuyas delirantes imágenes terminaron tocando temas como la prostitución, la corrupción política y las injusticias sociales, entre muchas otras infamias. Pero más allá de ciertas reminiscencias a lo que solemos llamar realismo mágico, creo que podemos encontrar en El cartero del viento, una extraña forma de delirio urdido con la pericia lírica de un Barrientos ebrio de geografía y clima, de los pueblos abandonados y de las gentes patagónicas, a quienes en general admira sin eludir las cruentas situaciones que han manchado esos lugares con sangre, violencia e injusticia.

Este “icárico” relato, dedicado a “todos los artistas y escritores que conciben su obra en lugares alejados”, es protagonizado por Faustino Sosa, un personaje en quien creo ver –tal vez caprichosamente- la imagen de un artista. Como buen héroe de cuentos infantiles es una suerte de huérfano, vive en medio de la indiferencia de todos, lo sabemos indefenso y quisiéramos verlo triunfar, aunque sabemos que la crueldad de estas narraciones y de esta vida nos podría llevar a ver su horrible caída al final. Su trabajo cotidiano no es sino una excusa para realizar la actividad que en realidad ama: volar entre tolvaneras para repartir cartas en un pueblo semi olvidado a la mitad de la nada. Su miseria lo podría llevar así a extravagantes variaciones del éxtasis  Es una suerte de artista del trapecio entonces, con todas las vicisitudes y peligrosos desplantes de un oficio como ése. Esta es –en todo caso- quizás una interpretación algo aberrante, indigna de una forma de arte que soporta múltiples lecturas y que no necesariamente quiere ser alegoría. De hecho podría postular que hay muchos protagonistas secretos, entre ellos las historias de amor, el clima y la geografía, también el lenguaje, cuyos alardes poéticos quisieran señalar al viento y al aire en todas sus variaciones y con todos sus nombres. Sea como sea, no podemos dejar de admirar también el desquiciamiento en el que se solaza y que caracteriza a muchas de las narraciones de Barrientos y que al igual que los recios vientos de tierras ignotas, tuercen nuestros caminos hacia lugares desconocidos, llenándonos de desconcierto. Sus giros entonces nos funden de forma algo violenta, la tierna cotidianidad mágica, el mito, la fantasía, el delirio y la crítica social.

Pienso que debido a todo lo recién señalado, El cartero del viento puede ser un primer acercamiento a la estética de un autor imprescindible para entender la diversidad de la fauna literaria nacional. El lector puede adentrarse así en sus páginas, confiado en encontrar una insólita forma de habitar el territorio más austral de nuestro planeta, mediante destellos de arrobadora poesía, deslumbrantes visiones y una desconcertante aproximación a la realidad mediante el mito y el sueño. Posiblemente gracias al conocimiento de la inaccesible aldea Opasnost accederán al peligroso corazón de Magallanes y del alucinado mundo de Óscar Barrientos Bradasic.

 

 

 



 

 

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Opasnost: el peligroso corazón de Magallanes y del alucinado mundo de Óscar Barrientos Bradasic.
"El correo del viento", LOM.
Por Cristián Geisse Navarro