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LA ESTRELLA ROJA QUE BRILLA SOBRE LA RUTA FUEGUINA.
Presentación de la novela “La estrella del mariachi yugoslavo” de Óscar Barrientos Bradasic
Lom Ediciones, 2024, 156 páginas

Por Rafael Cheuquelaf


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Debo partir esta presentación confesando que cuento con una ventaja por sobre el resto de los mortales, si se trata de disfrutar e identificarme con los libros de Oscar Barrientos Bradasic. Sucede que me llamo Rafael Cheuquelaf Bradasic y somos primos por parte de madre. Tenemos una diferencia de edad de solo un año y por ello no recordamos el momento en que nos conocimos. Nuestras respectivas infancias no se explican sin la presencia del otro. Tuvimos tempranas aficiones literarias comunes, centradas en autores como Julio Verne y Emilio Salgari. El patio de la casa de nuestro abuelo Antonio y los livings de nuestros respectivos hogares fueron escenarios de muchas aventuras intergalácticas imaginarias. El galpón de mi padre, que nos construía espadas y escudos de madera para que lucháramos cual infantiles gladiadores, fue el taller donde construimos una armadura inspirada en Ironman, hecha con hojalata que me regalaba el abuelo cuando iba a su metalúrgica. Y por supuesto, dibujamos comics, creando un panteón de personajes que emulaban a los clásicos superhéroes de DC y Marvel. Así como otros han vivido sus vidas en función del Dinero, el Poder o la Religión, creo que nosotros lo hemos hecho en torno a la Imaginación, ese concepto tan alabado y al mismo tiempo tan incomprendido, según sean las circunstancias. Cada uno de los libros de Oscar resuenan en el fondo de mi memoria, porque ahí hay fragmentos de viejas conversaciones, de anécdotas y noticias insólitas que alguna vez comentamos, y que vuelven a emerger en sus páginas bajo su propio y muy personal estilo.

Un lugar como Magallanes puede producir cosas extrañas a quienes poseen el poder o la maldición de estar constantemente imaginando lo que no existe. O mejor dicho, creando seres luminosos y criaturas oscuras que completen en nuestra mente el paisaje que habitamos. ¿Acaso no hacían exactamente eso los pueblos que durante milenios habitaron estas tierras, fabulando sin interferencia alguna hasta la llegada de los europeos? ¿No hacían eso también los cartógrafos que poblaban de monstruos sus mapas y los exploradores que, cuando regresaban de este confín, exageraban mucho de lo que habían visto? Es que si se trata de vivir como seres humanos, lo “real” nunca será suficiente. Siempre necesitaremos crear algo que no vemos ni podemos tocar, pero que pueda entenderse y transformarse en expresión de nuestros miedos y esperanzas.

No voy a contar aquí de que se trata el libro que nos convoca, “LA ESTRELLA DEL MARIACHI YUGOESLAVO”. Los libros aún no leídos son en sí mismo un misterio y a mí me gustan los misterios, sobre todo los que aún no han sido resueltos. Pero sí me gustaría detenerme en algunos de los aspectos de esta novela, a manera de provocación para quien decida abordar su enigma.

El primero de ellos es el paisaje en que se desarrolla, el de Tierra del Fuego. Como no recordar a Oscar Barrientos padre, mi tío, cuando contaba sobre lo que veía en sus andanzas por su amada isla, durante las décadas que trabajó en la Empresa Nacional del Petróleo. Y algo de su particular humor se refleja en la escritura de su hijo, doy fe de ello. Quien busque en este libro un relato de corte antropológico o un retrato idealizado de los parajes fueguinos se va a encontrar con algo muy diferente. No hay en sus páginas nada sobre ovejeros solitarios y esforzados buscadores de oro, ni de folclóricas partidas de truco y asados de cordero. La isla aquí es un espacio donde lo extraño y lo grotesco tienen su lugar, como lo es el desértico páramo en “Mad Max”, donde también son importantes los motores y las viejas camionetas.

Otro aspecto es la ocupación de su protagonista, Olegario Zaterlic. La palabra “criptozoólogo” nos remite de inmediato a tipos algo deschavetados, obsesionados con encontrar a Pie Grande o al Yeti, criaturas que supuestamente habitan muy lejos de nosotros, en California y los Himalayas. Recuerdo que cuando éramos niños Oscar y yo teníamos unos libros didácticos de la editorial española Plesa, que tenía colecciones sobre historia, naturaleza y tecnología. Y, extrañamente, también una colección sobre temas paranormales. Yo tenía dos de sus tres libros, uno dedicado a los fantasmas y otro sobre ovnis. Y él tenía el que me faltaba a mí, uno dedicado a los monstruos. En sus páginas, bellamente ilustradas, estaba Nessie, Grendel y otros del bestiario clásico y medieval. Y un detalle de ese libro, que al parecer ni yo ni Oscar olvidamos nunca, es que incluía un mapa de zonas lacustres donde supuestamente habitaban monstruos. Allí figuraba un cuerpo de agua fueguino: el Lago Blanco, uno de los escenarios en que transcurre esta novela. Un lugar rodeado de cerros boscosos y con cumbres de hielo y roca, donde no cuesta nada imaginar que algo grande y desconocido podría asomarse y clavar su mirada en nosotros.

También hay otro componente de esta novela que llamó mi atención y es lo que podríamos llamar su “villano”. En este caso, una cita a la clásica figura del “científico loco”, alguien que usa sus conocimientos para torcer las leyes de la Naturaleza a su entero capricho. Personajes como el dr. Víctor Frankenstein de Mary Shelley, el Dr. Moreau de H. G. Wells y el Dr. No de Ian Fleming se encerraban en sus dominios para crear monstruos o armas para dominar el mundo. En este libro, esta figura es un científico nazi llamado Leónidas Heck, que ha construido su laboratorio en lo profundo del bosque fueguino y allí trabaja para crear especies según el ideal de la “Biología Aria”. ¿Nazis en Tierra del Fuego? Para nada descabellado, si recordamos a Walter Rauff, oficial alemán que vivió oculto como capataz de una planta pesquera en Porvenir (o Bahía Devenir, como lo ha rebautizado Oscar Barrientos), conocido por haber asesinado a miles de judíos con sus “camiones de la muerte” y que después asesoró la construcción del campo de concentración de Isla Dawson. Y es que la Patagonia y Tierra del Fuego también son territorios en donde diversos personajes, algunos más oscuros que otros, han intentado recomenzar sus vidas lejos de un pasado que, finalmente, siempre los alcanza.

Y sin duda, el otro gran elemento es el que le da el título a este libro: el insólito cruce entre la cultura popular mexicana con la eslava. Concretamente, la Música Ranchera cultivada en la ex Yugoslavia, esa república federada y socialista creada por el líder partisano Josip Broz “Tito”. Un líder que, al plantarle cara a Josef Stalin y romper con la Unión Soviética, se ve en la necesidad de llenar el vacío que esto significa en materia de consumo de cine y música. Como una alternativa tanto a los productos de entretención rusos como estadounidenses, opta por importar la estética mexicana, con sus charros y revolucionarios que combaten a caballo y usaban los trenes como auténticos cuarteles móviles. Y sobre todo, una idea de virilidad ligada al combate, cuyo mayor exponente fue el “Indio Fernández”, cineasta famoso por su carácter volátil y director de la película “Un día de vida”, que llenó los cines yugoslavos al recordar a los espectadores balcánicos su propia historia de resistencia a la invasión nazi. Fue así como en los años 50’ y 60’s floreció el YU-MEX, un estilo musical híbrido que mezcló lo mexicano con lo eslavo, con cantantes como Slavko Perovic, que llegó a vender un millón de discos en un país de apenas 16 millones de habitantes. Hoy el YU-MEX es parte de la nostalgia por una república, que unió a distintas nacionalidades y que terminó por desintegrarse de un modo cruento. Es aquí que esta novela propone otra ucronía, la de un Magallanes en donde llegó el sonido del YU- MEX, cosa que hasta donde sabemos no ocurrió porque la música y el cine mexicanos ya llegaban directamente desde el país del norte por lo menos desde los años 30’s.

Sin embargo, el concepto de Yugoeslavia acompañó a los puntarenenses durante décadas. Nosotros mismos estudiamos en una escuela pública que llevaba ese nombre, aunque lo único que tuviera de ese país eran unos afiches turísticos pegados afuera de la oficina de la directora, que mostraban vistas de Dubrovnik y Zadar. Ahora que lo pienso, no deja de ser una rareza que en plena dictadura una escuela pública, apadrinada por el Regimiento de Telecomunicaciones, llevara el nombre de un país socialista. Hoy las cosas han cambiado bastante. Yugoeslavia ya no existe y el nombre de Croacia se sobreimpuso a esa escuela y al antiguo “Yugoslavenki Dom” (Club Yugoslavo).

Pero incluso las cosas desaparecidas pueden seguir existiendo como ideas, en el plano del Arte y la Imaginación. Y ser combinadas y reinterpretadas con audacia y humor, como Oscar Barrientos suele hacer en todas sus obras. Y “La Estrella del Mariachi Yugoeslavo” no es la excepción. Quedan todas y todos invitados a leerla, tomar una cerveza en el bar imaginario al borde de una polvorienta carretera fueguina que figura en sus páginas y conocer la delirante galería de personajes que su desbordante escritura nos regala.


 

 



Durante la presentación del libro:
Rafael Cheuquelaf, Óscar Barrientos Bradasic y Cristina Álvarez profesora de Literatura en UMAG



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