OMAR PEREZ

 
 

 

 

Escritores de la indiferencia


Alberto Fuguet ganó un concurso literario para narrativa inédita, el jurado -Poli Délano, Martín Cerda y Alfonso Calderón- fue unánime. Y el libro inédito se convirtió muy pronto en su ópera prima, Sobredosis (1990), cuentos sobre jóvenes reventados cuyo mérito erala agilidad narrativa, una gran virtud entre tantos libros chilenos lateros. Los cuentos flirteaban con el pulp. Aunque su estilo no era nuevo en la literatura chilena, (algo del primer Skármeta y Carlos Olivares) el libro se vendió bastante y recibió abundante y festiva atención de la crítica. Nacía una estrella.

En 1991 apareció la primera novela de Fuguet, Mala Onda, historia urbana desenfadada y polémica. Aunque el crítico de El Mercurio, Ignacio Valente, irritado y desconsiderado, la calificó de "bodrio", la novela era entretenida y se hizo popular.

Sergio Gómez aceptó la propuesta estética y ética y publicó el 92 Adiós, Carlos Marx, nos vemos en Cielo, unos cuentos de jóvenes ya viejos, desencantados de no sé qué, cansados de no sé qué y que renunciaban a no sé qué.

Entonces, Fuguet y su escudero Gómez ya tenían diseñada una articulada política. Y la implementaron desde la Zona de Contacto de el diario El Mercurio. Hicieron la antología Cuentos con Walkman, con veinte jóvenes muy mercuriales. Literariamente nada impresionante. La mayoría no eran escritores. (Luego Pablo Illanes publicó Una mujer brutal, (2000); Ernesto Ayala, Noche ciega (2000); Hernán Rodríguez Matte, La vida según San Benito y Alfredo Sepúlveda, Sangre azul ).

Pero, no hay que engañarse. La antología era una excusa, un mero pretexto para una operación política en el mundo simbólico: el manifiesto de los indiferentes. Sostenían la más falsa de todas las políticas: la apolítica (la vetusta técnica del gremialismo integrista chileno). Suponer que no tenían política y que estaban después de todo. “tan apolíticos que llegan a ser ideológicos”, escribieron Fuguet y Gómez en la introducción. Una mentirilla de leyenda. La mirada histórica enseña que era la ideología dominante y conservadora. Era el fin de la historia, el fin de las ideologías, la religión liberal salpicada con irreverencia. El fin era cambiar el espectro mental. Desvanecidas las modas intelectuales del cuasimarxismo, el existencialismo, el estructuralismo y la semiología, proponían el desbloqueo para aceptar la sociedad multicanal en un entorno volátil.

Habían construido un estupendo trampolín. Fuguet y Gómez replicaron el ejercicio del manifiesto político, ahora más allá de las fronteras al publicar McOndo, antología que reunió a 17 escritores latinoamericanos que eran desconocidos fuera de su país y apenas conocidos en su propia casa. (Aunque algunos, pasados los años tienen, lo que los periodistas culturas llaman “un nombre” en la literatura latinoamericana: el argentino Rodrigo Fresán, el peruano Jaime Bayly o el mexicano David Toscaza.)

En la introducción Fuguet y Gómez se oponían al Macondo de García Márquez, es decir, al realismo mágico, y al izquierdismo político, que ya por entonces, estaba en el suelo. Le disparaban a un fantasma, a los epígonos de García Márquez. Eran redundantes. Se divertían tirándole con escopeta de plumillas a unos patos de feria que caen y aparecen luego levantados por el otro lado, unos patos que nunca se defienden, que están ahí para que uno se divierta. No importaba, “la gente puede ser tonta pero no inocente”, ha dicho Fuguet. En esta área, el de la política, su real objetivo era levantar, de modo muy descarado, muy livianos de cascos, la subcultura colonialista. Fuguet y Gómez eran catequistas, agit-prop del McDonald's, computadoras Mac y Coca-Cola. Todo para los consumidores que consumen: esa lumpenburguesía y ese lumpenproletariado latinoamericano.

( “Era broma”, Mcondo era “un homenaje” a Macondo, dice ahora Fuguet con la misma soltura de cuerpo.)
Han pasado los años y el facilismo ideológico del no estar ni ahí se desvanece en la confusión y la corrupción nacional. El imperio único desea la guerra y la sociedad endogámica chilena es un reality show. ¿Qué pasará? Alguien debe asumir con seriedad y aplomo la responsabilidad del destino del país. Hablemos en serio. Y entonces uno recuerda a escritores profundos, a los cuales deberíamos sacar de los archivos y releer, sin complejos, grandes escritores como por ejemplo, Gabriela Mistral, entre otros tantos latinoamericanos que nos dieron dignidad. Al final, somos todos latinos. We are southamerican rockers.


Escritoras (es) del año del perro


Alejandra Costamagna, Rafael Gumucio, Nona Fernández, Andrea Jeftanovic y Lina Meruane, parte de la novísima escuadra literaria chilena, nacieron alrededor del 1970, el año del perro. Según el horóscopo chino los perros son tímidos, desconfiados, fríos de entrada hasta que toman confianza y mueven la cola. Mas, los perros vacilan entre lo propicio y lo nefasto. Son espirituales pero, a la vez, son primos de chacales y dingos.

Fueron criados en el mismo jardín infantil: los talleres literarios de los autores de la nueva narrativa, Carlos Franz, Gonzalo Contreras, Jaime Collyer o Pia Barros. Estos canes son periodistas (Costamagna, Meruane) o bien relacionados con los mass media (Gumucio fue animador de televisión y Fernández escribe teleseries) y se notan ansiosos de fashion (cosmopolitismo y refinación) que la tribu literaria chilena no tiene, jamás ha tenido y ya jamás tendrá.

Literariamente apelan a la técnica teatral de la memoria emotiva de Stanislavski. La alusión les pincha emociones contenidas y así revelan el lado feo de la vida: la descomposición, la muerte, el abandono y las familias fracturadas.

Déjate caer. Un beso a mi madre y déjate caer

En el año del perro sus padres eran jóvenes testigos, quizás activos, del “proceso” (como se decía entonces), un proceso de cambio mundial y estaban –o así lo recordamos- llenos de ardor por cierta épica y se veía venir el desvarío de la historia. Y luego fueron víctimas o victimarios. Y ahora estos canes literarios, sin que nadie se los pida, vienen a pagar karma, a saldar la cuenta con sus padres. Vienen a pasar boleta.

¡Ejemplifique, señor!

Ejemplifico:
En voz baja (1998), la primera novela de Costamagna, en una narración lineal, con turbadora falta de humor y gusto por el melodrama, el padre de Amandita es llevado a un campo de concentración. Mientras tanto su mami le pega en la nuca con Lucas, otro “compañero”. Después el papi se recobra y se acuesta con la tía Bertita en México. En Cansado ya del sol (2002), la tercera novela de Costamagna, el protagonista es el cansancio. Manuel llega a México junto a su hija para escapar de su pasado en Chile. La culpa, la culpa tan católica lo lleva a emprender un peregrinaje melancólico de pueblo en pueblo.

Maturana en la novela El daño (1997) narra sobre dos amigas agobiadas que viajan al norte. Elisa arrastra una incestuosa relación con su padre alcohólico, que no sabe además si es su padre. Con ese stoff lento y moroso nadie viaja lozano.

En la novela de Nona Fernández, Mapocho (2002), la Rucia muerta, navega en un ataúd por la fetidez del río Mapocho. Busca a su hermano, el Indio, otro muerto, de amor incestuoso. En su infancia son separados violentamente de su padre. La madre llora por las noches.

Memorias prematuras (1999) de Gumucio, también va por sus padres, claro que con un humor fiero, que se agradece: “mi padrastro se cree guerrillero, mi padre se cree intelectual y mi madre se cree mi madre”. “Mi padre vive en una casa de ladrillos en la calle Jesús”). Comedia nupcial (2002) es la historia de un matrimonio de la edad de sus padres, sobrecargado, sin amor. En Gumucio –sin la bobería amelcochada del feeling fabricado- sonrojan las relaciones de esa pareja deserotizada y condenada. “Soy hijo de una generación de eternos adolescentes”, ha tartamudeado Gumucio

Andrea Jeftanovic en Escenarios de guerra (2000), Tamara, la protagonista cuenta -con cierta novedad estilística- de una familia desarraigada bajo la visión de la guerra en la patria del padre, y una madre infiel con un pintor de brocha gorda, y sus inicios amorosos con un tal Franz.

En Las Infantas (1988) de Lina Meruane las niñas Blanca y Gretel han sido abandonadas por sus madres, quedando al cuidado de padres inútiles, violentos y vejatorios. Celos y rivalidades en el seno de la casa familiar.

Usted, lector, ya se dio cuenta: esta literatura claustrofóbica y privada es el manifiesto de los Edipos, aunque la mayoría son mujeres y usted sabe como se llama eso. Sólo les falta sacarse los ojos. Los cachorros no encontraron otro lugar más sucio para mear que en su propia casa. Flirtean con la razón enferma, con el terror interno. Por un “descuido” del pensamie
nto chileno se ha disimulado nuestra tragedia social y el horror sentido no puede ser pensado. En público y en privado se habla con velos. El tío, la abuela y la nana con velos. En ese contexto cultural, el horror sentido es un licor de melancolía circulando por el cuerpo. Por eso estos canes se expresan desde la biología y chapotean en el horror vacui y donde otros nadan, estos se ahogan. Babys del duelo post-moderno necesitan ser arrullados. Arrurrú, perrito.

El crítico Rodrigo Canovas (Novela chilena, nuevas generaciones, 1997) bautizó a la última generación como la generación de los Huérfanos. Pero, no. Estos novísimos se linkean más bien con la ya vieja tradición de la novela del Escepticismo, de la generación del 50, de la que habló José Promis (La novela chilena del último siglo, 1993), novelas de ambientes decrépitos, cerrados, sórdidos y enajenados y de la cual otro José, José Donoso, “nuestro” Pepe, es el mentor.

Los canes son escritores busquillas, impacientes y de talento. Pero ¿Y si levantaran la cabeza, si levantaran la cabeza por encima de los muros de la reunión familiar del domingo, del mantelito blanco de la humilde mesa en que se comparte el pan familiar, si levantaran la cabeza y dejaran de regañar o corregir al papi por no haber hecho nada bueno o por haber follado con la tía, o por ser un vago, o por haber tenido una épica y ahora, desencantado, no tener nada?


La crisis de los treinta años


En tres meses el año 2003 ya demostró ser un año contingente y errático. Es un año que ya no permitirá la fuga. Sobre todo para los chilenos es un año de reinterpretaciones, por decirlo de algún modo. Hace treinta años se inició una era, y se rumorea, que está llegando a su fin. Se dice que no se ha escrito aún la novela de la dictadura de Pinochet. Se dice que de algún modo no se habría escrito algo esencial sobre ese periodo. Sospecho que lo dicen pues buscan la pomposa novela total, obra abarcadora, novelas como las de antes, tipo Conversación en la catedral, El Otoño del Patriarca o La Fiesta del Chivo, con visiones comprensivas y abarcadoras de la totalidad. Pero, eso está ahora en desuso. Esto lo sabe cualquiera: las nuevas generaciones ya no escriben así y ya difícilmente lo harán en el futuro. Tampoco nosotros, los lectores, leemos igual que antes. A libros posmodernos, lectores posmodernos. No leemos en forma recta, desde el comienzo hasta al final. Somos lectores civiles, de medios electrónicos e hipertextuales. Inferimos. Saltamos. Somos laicos. No leamos como un cura, buscando ontologías. Pero, si no hay novela total, hay mosaicos, y de diversa calidad. El listado es diverso y enorme y convendría en algún momento hacer una verdadera recopilación. Recordemos nuestras lecturas.

Las primeras novelas de la dictadura son la historia inmediata: el Chile allendista, su caída y la violencia inmediata: La guerra interna (1979) de Volodia Teitelboim, El paso de los gansos (1975) de Fernando Alegría, Salvador Allende (1973) de Enrique Lafourcade, Casa de Campo (1978) de José Donoso, A partir del fin (1981) de Hernán Valdés, La casa de los espíritus (1982) y De amor y de sombra (1984) de Isabel Allende, La sang dans la rue (1978) de Guillermo Atías, Actas de Marusia (1993) de Patricio Manns, Soñe que la nieve ardía (1975) de Antonio Skármeta, Los búfalos, los jerarcas y la huesera (1977) y Abel Rodríguez y sus hermanos (1981) de Ana Vásquez, Un día con su excelencia (1981) e Himno nacional (2001) de Fernando Jerez, La Casa Vacía de Carlos Cerda, La Desesperanza de José Donoso, El gran Taimado (1984) de Lafourcade, Cien águilas de Germán Marín, La muerte y la doncella (1992) de Ariel Dorfman.

Las novelas de la diáspora son también novelas de la dictadura: Eva Luna (1987) de Isabel Allende, El jardín de al lado (1981) de Donoso, No pasó nada (1980) y La insurrección (1985) de Antonio Skármeta, Frente a un hombre armado (1981) de Mauricio Wacquez, Nuestro años de verde olivo (2000) de Roberto Ampuero y Cobro revertido (1992) de José Leandro Urbina.

La generación de los ochenta ha escrito muchos, muchos cuentos sobre la dictadura y alguien debería juntarlos y hacer una antología. Pero también varias novelas: La Partida (1991) de Jorge Calvo, la mayoría de las novelas de Ramón Díaz Eterovic, Todo el amor en sus ojos (1990) de Diego Muñoz, A fuego eterno condenados (1994) de Roberto Rivera, Los años de la serpiente (1991) de Antonio Ostornol, Tengo miedo torero (2001) de Pedro Lemebel y Nocturno en Chile de Roberto Bolaño.

Hay, por lo demás, una abundante literatura testimonial: Chile: Prisión en Chile (1977) de Alejandro Witker, Dawson (1984) de Sergio Vuskovic, Chile, el estadio, los crímenes de la junta militar (1974) de Sergio Villegas, Tejas Verdes (1974) de Hernán Valdés, Nunca de rodillas (1974) de Rodrigo Rojas, Testigo presencial (1981) de Francisco Reyes, Diario de un preso político chileno (1979) de Haroldo Quintero, Cerco de púas (1977) de Aníbal Quijada, Chacabuco (1974) de Jorge Montealegre, Two Years in Chilean Concentration Camps (1977) de Belisario Henríquez, Viaje al infierno (1984) de Alberto Gamboa, Puchuncaví, resistencia cultural en campos de concentración chilenos (1979) de Urs Fietchner, Escribo sobre el dolor y esperanza de mis hermanos (1976) de Luis Alberto Corvalán, Prigué (1977) de Rolando Carrasco, Chile: 11808 horas en los campos de concentración (1975) de Manuel Cabieses, Isla 10 (1987) de Sergio Bitar, La vida a través de una reja (1981) de Osvaldo Ahumada, Tienes que Llegar Silbando de Franklin Quevedo y de Patricia Verdugo: Una herida abierta (1979), André de La Victoria (1984), Quemados vivos (1986), Los zarpazos del puma (1989), Operación siglo XX (1990), Tiempo de días claros (1990), Interferencia secreta (1998) y Bucarest (2001). Estos libros son algunos ejemplos de una lista no completa.

Una de los primeros testimonios de la nueva generación de escritores es Relato en el frente chileno publicada en Barcelona el año 1997 por Michell Bonnefoy, bajo el seudónimo de Ilario Da. Bonnefoy tenía apenas 21 años cuando publicó este libro. Es bueno recordar, para nuestra dignidad, que hubo muchos jóvenes que se resistieron activamente a la dictadura. Eran valientes y heroicos. Bonnefoy relata con la calidad de una gran novela, como tres jóvenes resisten a la dictadura y luego se pierden en una región siniestra, esas instituciones del horrorismo de Estado que existieron en Chile, donde el subhumano del guatón Romo, tenía su lugar de trabajo. Es una verdadera novela de terror y, a la vez, de héroes, ejemplo de jóvenes chilenos dignos. Relato del frente chileno, 26 años después de haber sido enviado a la imprenta por vez primera, ha sido recientemente reeditado en Santiago. Su relectura es toda una sorpresa. Yo, ciudadano chileno, la recomiendo como lectura voluntaria para los estudiantes.


Cuento sensual: Barros, Elphick, Collyer y Calvo

Sus cuentos son sensibles, sensuales y emotivos: Pía Barros, Lilian Elphick, Jaime Collyer y Jorge Calvo. No son experimentales, son de historias lineales, casi de libros temáticos y de densidad erótica. La literatura erótica-sensual, que alimenta nuestra imaginación calenturienta, se ha ido posicionando muy lentamente y con dificultad en los escritores chilenos. El erotismo, en el que se llama a cada cosa por su nombre, busca apaciguar la sed y vivir intensamente. Es el principio del placer, pero es también, eso lo sabemos, una galería de ofuscaciones, de miedos, de delirios, de turbaciones, de víctimas y de verdugos.

Pía Barros en Los que Sobran, entrega una versión muy limpia, casi clásica, de sus motivos: la soledad y el abandono. 16 relatos de personajes solos y dolidos. “Por amor, Madre, por amor estoy aquí. Sólo quiero la herencia de este suéter tuyo que no me he quitado en la semana entera que cuido tu agonía” así comienza el monólogo de una hija en el lecho de muerte de su madre en el cuento que se llama justamente Muertes. Es el mismo amor triste del huaso que se pasa rollos con su patrona también triste en Cuando se Espía la Carne. “Noche a noche, vuelvo callado, a hacerle el amor sin palabras. A veces, la oigo quejarse en el sueño, como si un dolor antiguo la arrasara”. Se repite la temática en Deudas pendientes, la historia de amor entre un ex convicto y una mujer que le enviaba cartas y en Tras lo perros del olvido en que muestra a Violeta Parra en sus últimos momentos torturada por el desamor. Están muy solos, muy desamparados, muy desolados los personajes de Pía Barros.

Necesito liberarme, estoy demasiado ahogada, libérenme de aquí. Eso es lo que dicen la mayoría de los personajes de los cuentos de Lilian Elphick El otro, afuera. Estos son claramente los cuentos del deseo. En One way ticket, una mujer prepara un viaje de fuga a la lujuria. Otra mujer en un hospital se pasa rollos con el amante de la enfermera. En Bajo Cero la protagonista realizará un viaje para no volver. El tema es recurrente. Hay sensualidad en los quince cuentos de esta antología. Esas ganas locas que tengo de amarte. Elphick no es gazmoña y yo como lector, tampoco. Por eso cuando el personaje parte diciendo en el cuento temible Los favores concedidos: "Si yo pudiera ir a verlo iría, pero mis piernas son anclas y esa voz cantando en los adentros: Coronela, no seas tan lacha, Coronela, tonta, sí, y todos los días la voz se repite hecha pedazos...." Yo leo esto: ella quiere, pero no puede. O mejor, como diría mi tío Pepe: ella quiere cachetearse con el otro, que está afuera, pero el otro ya tiene mujer. Es un doble deseo. ¿Entienden?

Sigmund Freud, en sus últimos días en Viena, se satisface, con distancia, con una cliente (o la llamaremos como antes: paciente). Es una paciente descontrolada y caliente llamada Berta Skoff. Frau Skoff no se queda tirada en el diván hablando de su infancia. Le realiza una Lewinsky al doctor Sigmund Freud y con esa buena mamada, obviamente, lo encanta. La anécdota es deliciosa y versátil y, me imagino, una fantasía recurrente para los que visitan un diván. Es el cuento Danubio Pardo de Jaime Collyer que está incluido en el libro de una selección de sus cuentos, Cuentos privados. Yo leo el cuento con humor como si fuera una caricatura del autor de La interpretación de los sueños. De algún modo lo es. Lo mismo sucede con el cuento Dios, está en tantas partes. Al escritor, -también una especie de caricatura, o cómics del escritor atormentado y con la creatividad en negro- se le muere la mina tan tempranamente y tan repentinamente que lo deja abatido. Luego se le aparece Dios dos veces. Collyer es versátil y educado y lo demuestra además en La Bestia en Casa, El Año de la Bomba y el único texto inédito del libro El Biógrafo de Thomas.

Jorge Calvo ha publicado Fin de la Inocencia, 14 cuentos en que la vida Escandinava- donde ha vivido largos años, ha contaminado sus cuentos, principalmente por ese tono brumoso, tenuemente gris y húmedo de los paisajes nórdicos. Una fría estación, flotando en la memoria, sobre el alba, mientras muere un amor, flanea por la bella Uppsala y escucha los pájaros cantar en su añosa catedral, mientras se vuelve todo su pasado a su memoria. Es el cuento Los Pájaros de la Catedral de Uppsala, en el que el protagonista ama a una sueca mientras se acuerda de otro amor, que está allá lejos en Santiago. La “pasión del midsommar”, el día del equinoccio sueco, es una fiesta y un mito erótico, esa bella noche iluminada de San Juan, es retratada en el cuento En medio del verano sueco: comer frutillas, beber aguardiente y danzar alrededor de tótem de flores, celebrar la fertilidad y la abundancia. Calvo habla de la inutilidad del paso del tiempo y de no llorar de amor. El tiempo nada olvida. Jorge Calvo demuestra que el tiempo nada olvida en Las raíces del abismo: las razones son tremendas: un señor descubre que su padre fue torturador y que de la violación a una presa política nació su hermano. El tiempo nada olvida.

 


Omar Pérez Santiago: Escritor chileno. Ha publicado en sueco, Malmö är litet (novela), La Pandilla de Malmö (poesía sueca en traducción), Memorias eróticas de un chileno en Suecia, (cuentos), Negrito no me hagas mal (novela-comic), Trompas de Falopio (novela, junto a Gabriel Caldés) Es guionista de La Novia de Borges . Columnista de Utopista pragmático de Santiago, Chile.
operezsantiago@yahoo.com
http://omarperezsantiago.galeon.com/


(Reproducción autorizada para Proyecto Patrimonio de los artículos publicados
en el Utopista Pragmático,
Santiago, Chile.
Febrero, marzo, abril, mayo del 2003)


 

 
 

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