En unos días, el domingo 16 de noviembre, iré caminado a  un colegio para votar en las elecciones presidenciales de Chile. 
          
          Iré con una extraña sensación.
          
          Sé que la elección puede darnos sorpresas, como abrir un  oscuro desván. No sabemos bien lo que va a salir de allí.
          
          Para mi desánimo, no veo en los candidatos o candidatas interés  en la educación, en el arte y en las ideas dentro de las escuelas públicas  básicas. Más de un millón de estudiantes en riesgo, y parece que a ningún  candidato le importa construir un futuro mejor, ayudar a las nuevas  generaciones a tener un mejor desarrollo emocional. 
          
          Los jóvenes, los niños y las niñas buscan respuestas y significados,  ¿qué hay para ofrecerles? Los estudiantes buscan un espacio para desarrollarse.  Buscan profundidad sobre las grandes preguntas de la vida, un lugar donde se  distingue entre lo correcto y lo incorrecto, el bien y el mal, un lugar donde  la libertad no consiste en hacer lo que se quiera, sino en encontrar una paz  más profunda. Buscan un terreno firme.  Pero,  su vida se parece al mundo de las novelas de Thomas Bernhard: no hay consuelo,  ni promesa de gracia, ni fe en las futuras generaciones.
          
          ¿Qué candidato o candidata les habla a esos niños y  jóvenes de las escuelas públicas, más un millón de niños y niñas? 
          
          En cambio, me da la impresión que los candidatos hablan mucho  de sí mismos, como si fuesen un comercial de una sociedad narcisista donde  parece que solloza lo insulso. Tengo el sentimiento que los candidatos creen  que todo es un manto político omnipresente, la llamada hiperpolítica, según lo  llama el joven belga Anton Jäger. Lo que comes, dónde vives, cómo te vistes,  quién eres, la poesía, el arte, etc: todo lo interpretan erróneamente como  decisiones políticas.
          
          Recuerdo que ha habido épocas gloriosas en Chile donde se  construyeron escuelas, museos, bibliotecas. Esas cosas recuerdo.
          
          Hoy la vida es volátil para los niños y jóvenes en las  escuelas públicas. Chicos que nacieron pobres y morirán pobres. Las profesoras  hacen el mejor esfuerzo. Pero a la salida les acecha el narco tráfico, como si  fuese un vendedor ambulante. Y, en su casa, la soledad. Almas solitarias. Las  redes sociales refuerzan una tendencia individualista, la errancia y el  desarraigo en comunidades digitales fluidas y a menudo superficiales y presumidas.  Surfean como extraviados, ciegos. Los tientan a ser influencers, ser una  fachada, formas de participación efímeras, como pompas de jabón.  
          
          Están más solos que un calcetín huacho, más solitarios  que cuando nosotros éramos jóvenes y jugábamos a la pelota en la calle con los  vecinos. El nihilismo sube por sus escaleras silenciosamente, sube al cuarto  donde ellos son ermitaños conectados. 
          
          Es el nihilismo el que los acosa, la falta de fe.
          
          «Errante y extranjero serás en la tierra», es el castigo  divino en el Génesis.
          
          Me gustaría mucho equivocarme, pero siento que hay un sutil  silencio en los candidatos y candidatas que no es capaz de responder a estas  preguntas. 
          
          ¿Quizás no sea señal de una crisis política, sino de un  vacío cultural —sí, espiritual—?
          
          El Nobel de literatura, el poeta T. S. Eliot escribió  sobre algo que llamó lo prepolítico:  la cultura, el arte y las ideas preceden a la política.
          
          ¿Qué tal si construimos pequeños teatros en todas las escuelas  públicas de Chile? ¿Qué tal si esos teatros los dirigen jóvenes profesionales  del arte, como poetas, dramaturgos, músicos?
          
          Desde que descubrimos el fuego hemos querido deshacernos  de la oscuridad.
          
          Así iré a votar el domingo.
          
          Luego pasaré a comprar unas empanadas de pino y de  camarón queso. Luego almorzaremos en familia.   Y luego, con seguridad, en la sobremesa contaré viejas historias  familiares, claro, con algún detalle nuevo sobre personas muy concretas.
          
          
  
            
        
        
         
        
        
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          Omar Pérez-Santiago es autor de los libros  “Memorias eróticas de un chileno en Suecia”, “Allende el Retorno”, “Barrio  Lastarria” y “Nefilim en Alhué”