La brisa salina se mezcló con un fuerte olor a pichí. Petra Ersdotter y Miguel Emebé caminan por el puerto. Ella llevaba su guagua dormida en brazos. No podían creer lo que estaba sucediendo en Valparaíso. El olor a pichí era tan fuerte que hasta su guagua, en su sueño infantil, soltó un leve gemido de disgusto, o tal vez, un gemido de asco.
Llegaron a la pulpería “El Cuchillo Negro” del barrio Puerto. Buscaban el punto de una reunión clandestina del movimiento de resistencia cuyo lema era:
¡Contra la canalla Tecno-Oligarca! ¡No al control de las mentes!
Cuando ingresaron al Cuchillo Negro el bar parecía haber sido tomado por corpulentos sicarios del tren de Aragua, sujetos de quisca y cuentas pendientes. Besaban a unas chimbirocas de cortas minifaldas.
En otro rincón, casi invisibles en la penumbra, había un grupo de diluidos nuevos artistas, grafiteros y poetas veinteañeros de la Universidad de Playa Ancha que toman vino “Cartonier”, comen salchichas de manteca con pan de soya y merquén. Dos gatos piñuflas, zarrapastrosos, esperan que caiga un trozo de longaniza.
Petra los saluda y, confundida, les pregunta por si saben de una reunión.
Una chica se rascó la cabeza. Era delgada y parecía una leve sombra con su vestido y sus pantis negros y su maquillaje albo de vampiro. Ella le respondió con curiosa voz gutural:
—No. Nosotros somos del colectivo “Síndrome Burnout”.
—¿Síndrome Burnout?
—Sí, estamos acabados emocionalmente. Sin energías.
—Jua jua jua…
Todo el grupo lanzó una carcajada.
Ella agregó con ácido y cruel cinismo:
—Somos de Valparaíso Patrimonio de la Inhumanidad.
—Jua jua jua…
Con sus sarcasmos el grupo de jóvenes estallan de nuevo en carcajadas.
Sus risotadas retumban en el lúgubre local
Al ver la cara de desconcierto de Petra, la mujer vampira agrega suavizándose levemente:
—Oye, Gringa…
—Me llamo Petra…
—Oye, Gringa Petra: en este puerto solo hay escaleras al infierno, grietas, violencia, drogas, soledad, desolación y desesperanza. Barrios quemados. Tala. Dolor. Los quiltros andan apiñados y se tomaron el poder. Los guarenes son los okupas de la Avenida Argentina.
A Petra Ersdotter y Miguel Emebé les costó entender que estaba sucediendo.
Petro y Miguel se habían imaginado El Cuchillo Negro como un faro de resplandor o dulce crepúsculo aterciopelado, pero, en cambio, era un abismo.
La pulpería El Cuchillo Negro, donde se reuniría un nuevo movimiento de resistencia, era solamente un sucucho de sicarios y un reducto de jóvenes porteños, que entre el polvo, el fracaso y la pena, sienten dolidos que la vida carece de sentido y valor. Desangrándose, se queman el corazón a fuego lento. Beben vino Cartonier como si intentaran olvidarlo todo.
Una bartender vestida con chaleco negro y chaqueta blanca estaba detrás de un largo mostrador de madera. Colgaba papeles con los pedidos de los paisanos y les servía tragos. La muchacha era bonita, porteña buenamoza: tenía unos grandes dientes frontales prominentes como de coneja, nariz pequeña y respingada, labios finos, ojos grandes y expresivos.
Sonrió de modo sencillo y dejó ver sus dientes frontales. Desde lejos les hizo una señal.
Petra y Miguel se acercaron con algo de esperanza.
—Me llamo Alicia.
Sacó un reloj de su chaqueta y aplicó una clave. Así con un leve clic una pequeña puerta se abrió detrás de ella.
—Entren ahí, dijo.
Su voz era mandante pero hermosa, como si silbara por entre sus grandes dientes frontales.
Petra y Miguel empujaron la puerta y vieron una escalera que daba a un difuso y largo túnel subterráneo.
Una nueva curiosidad repentina los llevo a cruzar la entrada secreta y bajar pensando que irían a un sitio mejor que este.
Así Petra, Miguel y su guagua comenzaron una aventura subterránea, tratando de no tropezar en la penumbra.
Al final había un salón con 20 nativos digitales de la generación Z. Jóvenes tranquilos. Silenciosos. Trabajaban en computadores y líneas de celulares encendidos. Era una moderna plataforma tech que les permitía acceder, crear, gestionar o intercambiar contenido, servicios o productos a través de la web o aplicaciones.
—Aquí se construye una realidad paralela—, dijo Alicia, la dientes de coneja—. Una de las formas de rebelión actuales pasa por Internet, la tecnología es un espacio de contrapoder.
Petra y Miguel quedaron por un momento boquiabiertos.
—Desde aquí, jóvenes porteños difuman en su ordenador y su teléfono móvil las fronteras entre lo real, lo digital y la imaginación.
—¿De qué se trata?
—Se trata de ser libre. Crear un mundo paralelo que tiene capacidad de desplazar la realidad, transformar las cosas.
Petra y Miguel estaban un poco asustados.
—Es conocido como el reality shifting chileno.
—¿Qué es el reality shifting?
—Es una práctica imaginativa híbrida que genera nuevos mundos a través de la imaginación y la fantasía donde podemos proyectar y jugar con nuestra identidad y nuestros sueños.
—¿Se puede transformar el mundo a través de la imaginación y los sueños digitales? preguntó Miguel.
Alicia, la mujer con cara de coneja, rápidamente lo apuntó con el dedo índice y contestó con fe, imperativa:
—Es primordial que entiendan de una vez que llegar a destino solo se logra si transitamos en armonía, apoyándonos entre todos, sin distingos odiosos que no hagan detener o ralentizar la marcha. No se trata de ser el único o el primero en llegar a la meta. Se trata de que juntos crucemos el mismo horizonte. No es necesario ser el primero para ser uno. Así muy pocas cosas son imposibles.