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80 años: Elin Wägner y Gabriela Mistral,
un lazo de amistad que trasciende el tiempo


Por Omar Pérez-Santiago

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El eco de un alma en la tierra sueca

Hace años, bajo el cielo gris de Suecia, mis pasos me llevaron al sereno cementerio de Lund. Allí, en la calma que solo la eternidad conoce, busqué la huella de una mujer extraordinaria, Elin Wägner. Su último deseo, un susurro desgarrador que atraviesa el tiempo, fue descansar junto a los restos de su madre, Anna, arrebatada de su lado cuando Elin apenas tenía tres años. Un vacío inmenso, una herida profunda que la acompañaría por siempre.

Elin Wägner (1882 - 1949) no fue solo una escritora; fue un faro, una figura luminosa que iluminó la vida cultural y social de Suecia. Fue una periodista incansable, una feminista de corazón ardiente, una ecologista que veía el futuro con ojos claros y una pacifista inquebrantable. Cada fibra de su ser vibraba con un propósito.

Nacida en la histórica calle Stålbro, en el corazón de la hermosa Lund, la tragedia tejió su sombra sobre su infancia. El llanto la encontró siendo una niña de apenas tres años: su madre, Anna, partió de este mundo debido a la fiebre puerperal, dejando un vacío que Elin sentiría como una zanja profunda en su alma. "Yo experimenté conscientemente esta tragedia", escribió Elin con una lucidez conmovedora. "De un plumazo me transformé de una niña de tres años vivaz, feliz y traviesa, en una pequeña silenciosa, que caminaba sola y miraba al cielo, donde estaba mi madre." Esta pérdida, este desgarro temprano, se convertiría en el motor de su voz. "Es posible que la muerte de mi madre me hiciera escritora", confesó alguna vez, revelando la cicatriz que forjó su arte.

Desde joven, su pluma afilada encontró su camino, resonando a los 21 años en el periódico "Helsingborgs Dagblad". Sus reseñas y artículos ya revelaban una mente brillante, un espíritu que no temía desafiar. En 1907, la vibrante Estocolmo la recibió, donde trabajó en la revista "Idun" y colaboró con el prestigioso "Dagens Nyheter". Pero Elin no solo escribía; ¡vivía cada palabra con fervor! Fue una defensora apasionada de la emancipación femenina, uniendo su voz a las mentes más brillantes de su generación en la "Landsföreningen för kvinnlig rösträtt" (Asociación Nacional para el Sufragio Femenino) en 1908. Su lucha, y la de innumerables mujeres valientes, dio frutos: el parlamento sueco aprobó el derecho al voto en 1919, y en 1921, las mujeres suecas, por fin, votaron por primera vez, con la misma voz que los hombres.

 

 

Sus obras, verdaderos espejos de su alma, exploraron con una valentía inigualable el sufragio femenino, el bienestar social y la inminente amenaza de la contaminación ambiental. "Pennskaftet" (Portalápices), publicada en 1910 y llevada al cine, la consagró como una de las feministas pioneras más influyentes de Suecia. Y en 1941, su "Väckarklocka" (Despertador) combinó una crítica social y cultural mordaz con una visión asombrosamente adelantada a su tiempo sobre la conciencia ambiental, un verdadero presagio.

Wägner también alzó su voz en el movimiento pacifista, un canto desgarrador por la paz en un mundo convulso. En 1935, viajó a Ginebra para hablar en la Sociedad de las Naciones, abogando por un "levantamiento sin armas de las mujeres contra la guerra", un acto de fe en la fuerza de la no violencia. Estuvo casada con el crítico literario John Landquist entre 1910 y 1922, una relación que navegó las aguas de su intensa vida.

Su verdadero legado fue el de una pensadora adelantada a su tiempo y una activista incansable por la justicia social, los derechos de las mujeres y la protección de nuestro precioso planeta, dejando una huella imborrable en la historia de Suecia y del mundo. Su trayectoria la llevó a la "Samfundet De Nio" (Sociedad de los Nueve) en 1937, una prestigiosa academia literaria, un reconocimiento a su brillantez. El culmen de su reconocimiento llegó en diciembre de 1944, cuando fue elegida miembro de la afamada Academia Sueca, fundada por el rey Gustavo III en 1786, un honor que selló su lugar en la historia.


El milagro de la amistad: Elin Wägner y Gabriela Mistral

Y entonces, en un giro mágico del destino, se produjo un milagro que entrelazaría almas. La presencia de Elin Wägner en la Academia Sueca fue determinante para que el Premio Nobel de Literatura encontrara su camino hacia Gabriela Mistral en 1945. Elin Wägner quedó cautivada, conmovida hasta lo más profundo, por la poesía de Gabriela Mistral. La nominó al premio Nobel, y en sus apuntes de 1945, un esbozo de su juicio literario revela la intensidad de su admiración:

"He tenido la sensación de haber encontrado aquí una enorme intensidad emocional liberada por el golpe del destino, de la misma manera que la energía atómica se libera por un bombardeo que penetra y divide el núcleo. Lo que sucede en esta liberación sigue el arquetipo de una reacción femenina: la pérdida que impulsa el gran canto fúnebre es la muerte de la personalidad, seguida de una nueva resurrección. La personalidad ya no está cerrada ni concentrada, se identifica con el mundo exterior, no solo con el mundo humano, sino con todos los seres vivos."

Elin Wägner nominó a Gabriela Mistral y luchó con firmeza, con pasión inquebrantable, desde las entrañas de la Academia. 

Así, ese año, 1945, Gabriela Mistral emprendió un viaje desde Brasil hasta Suecia para recibir su merecido galardón. Después de la ceremonia, Elin Wägner y Gabriela Mistral, dos almas gemelas unidas por la palabra, viajaron al santuario literario de Selma Lagerlöf en Mårbacka, la casa museo de la venerada escritora. Cenaron, sus risas resonaron en francés, revelando el espléndido sentido del humor que las unía. Pasaron la noche en Mårbacka, y al día siguiente, bajo la luz helada del crudo invierno sueco, envueltas en sus abrigos, salieron. A siete kilómetros de allí, en el apacible y pequeño cementerio de Östra Ämtervik, descansaba Selma Lagerlöf. Allí llegaron, con el corazón encogido, para rendir homenaje a la escritora que tanto veneraban.

 

 

Desde entonces, una amistad profunda y duradera se forjó, un lazo que se nutrió con la correspondencia, cada carta un puente entre sus almas. En enero de 1946, cuando un periódico estadounidense osó criticar el premio Nobel de Gabriela Mistral, tildándola de "demasiado inofensiva", Elin Wägner no dudó. Aquellos que la recordaron siempre dijeron que Elin Wägner era una persona radiante, alegre y acogedora, irónica, traviesa y divertidísima, pero también... ¡podía ser brava! Y Elin Wägner, con el corazón en la mano, salió inmediatamente a defender a su amiga. Publicó un artículo en el diario más importante de Estocolmo, Dagens Nyheter, "Större än Prometheus", "Más grande que Prometeo", el 22 de enero de 1946. La bajada de título era un manifiesto de amor y admiración: "La poesía de Gabriela Mistral es superior. Es pacífica e indiscutible. Su poesía es profundamente humana... su estilo y contenido plantean solo un mínimo de preguntas incómodas."

 

 

La puerta oscura de la muerte: El último legado y una despedida conmovedora

"Normalmente no se sabe cuál será el último día o viaje", escribió un día Elin Wägner, una premonición silenciosa. En 1948, el destino marcó su camino: se le descubrió un tumor en el estómago. Fue operada en noviembre de ese año en Estocolmo, pero el cáncer, implacable, ya había alcanzado el bazo. 

Antes de partir, en un último aliento creativo, Elin recopiló cuentos que se convirtieron en una colección con un tema femenino: "La Hilandera", publicado en 1948. 

Recuerdo haber leído ese libro de desbordante intensidad emocional, que comienza con un cuento de humor delirante llamado “La primera mujer”, una crítica mordaz y a la vez divertida sobre la primera parlamentaria que ingresa a un Congreso dominado por varones, un centro de poder masculino.

El viernes 7 de enero de 1949, a los 67 años, la vida de Elin Wägner se apagó, pero su espíritu brillaría eternamente. 

El cortejo, lento y solemne, recorrió medio kilómetro hasta la iglesia de Berg, situada en una colina, una tradición sueca. Atravesó silencioso las granjas con banderas a media asta, por un camino bordeado de abetos, mientras los vecinos desfilaban mudos en una larga y triste fila, entre ramos, coronas y flores en homenaje a la mujer que expresó la tenaz esperanza de una generación de mujeres. El poeta y secretario de la Academia Sueca, Anders Östling, depositó una gran corona de flores, pronunciando el primer discurso de una larga fila de despedidas, un adiós a una gigante.

Todo vuelve a tierra. 

El deseo de Elin Wägner, aquel que había marcado su infancia con una herida tan profunda, se cumplió. El ataúd fue llevado a Lund, donde fue enterrada en el cementerio de Norra, junto a su madre Anna, cerrando un círculo de vida y un legado que perdura en cada palabra, en cada lucha, en cada rincón de justicia que ella ayudó a forjar.

 Alguna vez, como dije al comienzo, cuando yo estudiaba en la Universidad de Lund, estuve allí, frente a su tumba. La lápida de Elin es discreta. La de su madre Anna apenas lleva estampada una simple paloma. A estos muertos, que vivieron con tal intensidad, la ostentación les ofende.





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