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NO SER FELIZ CON REGINE OLSEN, EL TRISTE DANÉS, SØREN KIERKEGAARD.

Por Omar Pérez Santiago
Revista Off The Record, nr. 47, febrero 2023



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La historia que les contaré es ominosa.

Un día caminé desde el centro de Copenhague hasta el cementerio Assistens, el panteón danés donde  está la tumba de Kierkegaard, el patriarca del existencialismo; un danés triste, hipocondriaco y melancólico.

Kierkegaard era un danés tan triste como su nombre: Søren Kierkegaard, traducido como Severo Cementerio.

El primer libro que yo leí del danés triste fue el “Diario de un Seductor”. Ese libro no me pareció triste. En cambio, muy entretenido. Ese libro de galantería enrevesada me sirvió de inspiración cuando yo escribía mis cuentos de mi libro “Memorias eróticas de una chileno en Suecia”.

El dramaturgo chileno Juan Radrigán vivió unos días en mi casa de Malmö, en los años 80. Presentó su obra canónica, “Hechos Consumados” en el clásico Victoriateatern. Una tarde caminamos a la playa de Ribban.  Era verano. Hacia calor. El día reluciente. Al otro lado se veía la ciudad de Copenhague. Radrigán entonces habló de Kierkegaard. Radrigán había construido un personaje existencialista “con ojos de animal botao”, el triste y taciturno Emilio,  de su obra Hechos Consumados.  Radrigán nunca fue creído o cínico. Sobresale. Con seguridad, Radrigán, fue el primer y único escritor chileno en descubrir un Kierkegaard literario.

Primavera de 1837. Kierkegaard. Copenhague. El 8 o 9 de mayo, en la casa de un compañero de estudios de teología, un tal Peter Rørdam que tenía tres hermanas. Una amiga las acompañaba, Regine Olsen de 15 años. Dicen que Regine era realmente hermosa. Aunque sus retratos me hacen dudar.Cosa de gustos.  Quizá confunden su belleza con su buen gusto en el vestir, su moda elegante, flotante y alegre, su lindo peinado de rulos.De cualquier modo, bella o muy bella, Regine quedó registrada en la historia danesa.  

Ella 15, él 24.

Tres años después,  el 8 de septiembre de 1840, Kierkegaard le propuso matrimonio. Estaban los dos solos en el salón de la casa de Regine.

—Toca algo en el piano, Regine.

Entonces, de pronto, él agarró la partitura, la cerró con arrebato, la tiró sobre el piano y le dijo:

—Oh, ¡La música me trae sin cuidado, es a ti a quien quiero, a quien no he dejado de querer estos dos años!

Kierkegaard le regaló a Regina un anillo de compromiso, emblema de su amor.

Pero, pronto le acecha la duda, una lucha interior, una enojosa incertidumbre. Un año después, en el  verano del 1841, Kierkegaard pone fin a su compromiso matrimonial.

Regine primero le rogó con un riff de canción.

—¡No me dejes!

Luego Regine sacó de su pecho una nota escrita por Søren; la hizo pedazos y le dijo:

—Lo que has hecho es jugar conmigo a un juego atroz.

Le devolvió el anillo.

La comunidad de Copenhague era muy pequeña, un poco más de cien mil daneses. Un pueblín. Los rumores corrieron por sus calles de adoquines. Se preguntaron perplejos: ¿Es todo un pretexto? ¿Un pretexto de qué? ¿De qué huyes, Kierkegaard? ¿De qué estamos hablando?

Parece irracional, visceral, neurótico o sutilmente ominoso.

¿Auto tormento o añagaza o artificio?

Exasperados, los daneses murmuraban, tal como ahora se murmura en las hambrientas redes sociales sobre la separación de Shakira y Piqué.

En casa con su familia, Søren llora de angustia.

Nadie entendía bien por qué.

Era un llorón triste. Histrión.

—Me voy a Berlín, dijo.

Huir a Berlín siempre ha sido un consuelo para un filósofo o  un escritor. Un metaverso del mejor exilio.

Después, el verano de 1843, Regine se comprometió con el abogado Johan Frederik Schlegel.

En 1855, Kierkegaard se desplomó en la calle.

¡Plaf!

Lo llevaron al hospital Frederik. Murió a los 42 años de tuberculosis el 11 de noviembre de 1855.  

En uno de sus dedos el muerto triste tenía el anillo de compromiso, el emblema del amor. El anillo se conserva hoy en el Museo de Copenhague, un fetiche danés que ahora es un emblema del remordimiento.

Kierkegaard fue velado en la Vor Frue Kirke, la Iglesia de Nuestra Señora. Hacía frío en Copenhague, ese frío maldito y ese maligno viento de  noviembre. A pesar del frío y el viento, la juventud espiritual de Copenhague de los círculos literarios llenó la neoclásica catedral, para despedir al triste y gran escritor. Entre ellos estaba su vecino, el escritor de cuentos infantiles, hijo de un proletario, el célebre Hans Christian Andersen.

Un día caminé desde el centro de Copenhague hasta el cementerio Assistens, el panteón danés. Visité la tumba donde  está enterrado el gran Kierkegaard, el danés triste, hipocondriaco y melancólico.

Allí descansa también su ex novia, Regine Olsen, que murió anciana en 1904 a los 82 años; murió sin olvidar a su ex novio, su pasión de juventud.

Cementerio de grandes escritores. Allí también está enterrado el otro gran escritor danés, su célebre vecino, Hans Cristian Anderssen. Los rumores biográficos dicen que H. C. Andersen también murió casto.

Y más al fondo del cementerio, la tumba del poeta romántico, Michel Strunge, muerto a los 27 años y de quien yo he traducido algunos de sus bellos poemas de amor juvenil.

 

 

 

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