La obra de esta escritora ha sido calificada como “propiamente femenina”, y a ella se la señala como una cultora eminente del género “erótico”. Lo dice en su prólogo Juan Carlos Lértora: “Se advierte aquí una marca personal que surge como la preocupación por encontrar un registro discursivo propiamente femenino, en que la personaje no es objeto erótico pasivo, sino activo; no el objeto de la escritura, de una descripción, sino sujeto a esa misma escritura” (subrayado añadido).
Lo que se plantea es nada menos que la existencia, y en tal caso el grado de logro alcanzado en él por la escritora en cuestión, de “un registro discursivo propiamente femenino”.

Pía Barros
De la definición que es posible extraer de lo dicho por Lértora, surge que ese “registro discursivo” consistiría, principalmente, en la situación de la personaje (subrayamos el articulo femenino, por excluyente). Es decir, bastaría con que el personaje fuera una mujer, siempre una mujer; que la voz narrativa no lo refiriera como ente pasivo; que no fuera el objeto sino el sujeto de la descripción (es decir que diga y no sea dicha), para que tuviéramos configurado “un registro discursivo propiamente femenino”.
Lo que faltó agregar es el indispensable requisito, implícito en el “discurso global”, de que todo esto lleve la firma responsable de una escritora y no de un escritor.
¿Y qué pasa si todo este programa lo cumple un escritor? ¿Se tiene, en ese caso, logrado “un registro discursivo propiamente femenino”? Margarita Yourcenar, en sus Memorias de Adriano, ¿encuentra un “registro discursivo” propiamente masculino?
Consta este volumen de 14 piezas, de formatos muy diversos aunque unidos por una línea estilística en la que muy difícilmente se pueden hallar durezas idiomáticas. Se trata, más bien, de una escritura dominada. En esta búsqueda expresiva, evidente en sus relatos, Pía Barros no hace violencia al idioma, pero no se queda atrás de él sino que amplía el límite de sus posibilidades expresivas. Considérese, de “Mordaza”: “El grito la aúlla hasta desfallecer”. (!)
Afirmar que el cuerpo femenino es la materia única o, al menos, la privilegiada en este conjunto de Pía Barros, sería por lo menos reducir la amplitud de su registro literario.
Si el erotismo es una reducción del amor al instante de la relación de los cuerpos, Pía Barros va mucho más allá y es capaz de un relato como “Iniciaciones”, verdadero canto de amor, lírico y nostálgico.
Pero, es claro, la mujer es la preocupación central en esta obra. No la mujer abstracta sino ese ser bien concreto que sufre desde la posesión sexual a la “posesión” de la maternidad, con todas las otras limitaciones anejas a su papel en esta sociedad.
Al amante de la literatura, a aquel que sea capaz del puro disfrute de una página, no lo dejará indiferente “Conmiseración”, “Navegaciones” ni “Deshabitados ante la ventana”. Pía Barros asume la alienación del hombre contemporáneo y para enfrentarla privilegia, es cierto, entre las soledades la de los cuerpos solos, y con ese símbolo traza retratos eficientes.
Algo menos logrados nos parecen relatos más extensos, en donde hay una línea argumental que se diluye, precisamente porque no es ella el propósito narrativo, lo que hace que las ambigüedades y sugerencias más bien corran por cuenta de la forma escogida que del objeto estricto de esa página. Anotamos en este sentido “Lo había odiado con pulcritud”, “Duerme”, “Desfiladero de iguanas”, y “Olor a madera y a silencio”, a pesar de los momentos deslumbrantes que hallamos, particularmente, en los dos últimos citados.
Más allá de dudosos elogios de mercado, Pía Barros es una escritora consagrada, vale decir, reconocida. Y es bueno para una literatura como la nuestra que así ocurra, y que no sea novedad el que se la lea y se la busque. Con este libro, se confirma lo ya sabido, pero se da un paso más. La indefensión del hombre contemporáneo, su dolorosa lucidez enfrentada a una realidad que jamás es negada, ha sido pocas veces mejor “servida” en la literatura como en esa confesión que nos espera en “Olor a madera y a silencio”: “-Ismael, gritó en la oscuridad. No puedo soñar, ayúdame”.
Con eso sólo, bastaría.