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¿PAOLO DE LIMA: POESÍA V/S POLÍTICA?
(Ponencia leída en la Conferencia de Latin American Studies
Association, Montreal, Canadá, 2007)

Por Cristián Gómez O.


Este ensayo tiene como objeto revisar y/o tratar de entender cómo y por qué, en la promoción poética de los años 90, en ese Perú que vale mucho más que un sol, el conflicto interno que asolara a ese país ha sido elidido o tratado de manera muy parcial, máxime si tenemos en cuenta el nivel de impacto que tuvo la guerra interna (1980-1992) en todos los ámbitos de la sociedad peruana(1). La tesis que manejo, adjudica a la figura del desencanto social y político como la causa o una de las causas de tal ausencia, aunque, como veremos en adelante, la condición de causa/efecto entre desencanto y enfriamiento político, entre el desengaño y la subsiguiente escasa participación política, serán puesta en duda.

Debiera partir, entonces, con una confesión: el último tiempo, me lo he pasado leyendo poesía peruana, en búsqueda de rastros del conflicto interno vivido en el país. La ecuación que hacía era la siguiente: la narrativa de ese país ha dado cuenta, digamos cabal, de los años de la violencia política que asolaron desde 1980 hasta mediados de los noventa al Perú. La denominación misma de "violencia política" o "década de la violencia política", es por sí misma caprichosa, y más tarde volveremos sobre ella. Pero siguiendo con la ecuación: lo que yo buscaba era encontrar los mismos rasgos, las mismas evidencias con que la narrativa enfrentase la guerra senderista y la consiguiente represión estatal. Sobra decir que me había metido solo en un camino sin salida.

Más inteligente de mi parte hubiera sido, proceder en búsqueda de una historización de la poesía peruana más reciente, para, recién entonces, abordar aquellos grupos que a partir de la década del '80 marcaron de manera singular (e irrepetible), el pulso de esta relación entre los dos polos enunciados en el título. En esta perspectiva, debo decir que para mí ha sido vital para entender el desarrollo de la poesía de los noventas, el haber leído previamente lo que hicieran antes poetas como Róger Santiváñez, Dalmacia Ruiz Rosas y Domingo de Ramos, autores vinculados al ya conocido movimiento Kloaka, de tan efímera duración (1982-1984) como de permanente influencia en los poetas que vendrían después de ellos. Aunque los contextos entre ambas promociones no sean exactamente los mismos, tampoco se puede minimizar el impacto que tendrían en toda la sociedad peruana (en la que estos poetas se encuentran particularmente insertos) los hechos de violencia producto de la escalada senderista y, a posteriori, la dictadura de Montesinos y Fujimori: ya sea en los ochenta, ya en la década posterior, los signos de la violencia se encuentran por todas partes, aun cuando la naturaleza de ella sea de un origen distinto (lo que no significa, tampoco, que no estén íntima y mutuamente emparentadas).

Con todo lo que nos proponemos plantear es que 1) primero, cualquier lectura que no considere la oblicuidad del decir en la poesía de Paolo de Lima (Cansancio, 1995 y Mundo arcano, 2002), terminará dando palos lamentablemente de ciego, extraviándose por los meandros de la militancia y la inmediatez, cuando aquí lo que opera en primer lugar es la opacidad de un lenguaje que llamará la atención antes sobre sí mismo que sobre su eventual referente, que es otro concepto a discutir. Es precisamente esta autorreferencialidad, de la que hace gala este poeta en poemas de su segundo libro, la que interpretamos como una respuesta formal ante el desencanto, una reacción simbólica ante este fenómeno, contradiciéndolo en su esencia(2). Y, en segundo lugar, trataremos de ver las continuidades y también las líneas de fuga que puedan emparentar fundamentalmente al movimiento Kloaka con la poética de los noventas, de existir esta como conjunto relativamente homogéneo.

Para referirnos, aunque sea someramente, al Movimiento Kloaka y a lo que significó esta agrupación de poetas fervorosamente marginales, hay que tener en cuenta la debacle en que se hallaba el Perú al momento de su origen. Subsecuente al optimismo por el retorno a un gobierno democrático bajo la presidencia de Fernando Belaúnde Terry, sobrevendría la arremetida de Sendero Luminoso, que aun cuando se había estado incubando desde hacía diez años, sería con motivo de las elecciones de 1980 que empezaría a realizar sus primeras acciones armadas, en una escalada que en un par de años alcanzaría vastas regiones del Perú.

Guerra popular o no, el debate aún está abierto en el Perú(3), lo cierto es que la asonada senderista tuvo y tiene todavía su impacto en la sociedad de este país claramente demarcado. Si hablamos de la enrevesada narración de la memoria post-traumática en el Perú, implícitamente hacemos alusión al sentido que pueda tener actualmente la relación de esa guerra interna, sentido que se ha intentado dilucidar tanto política como simbólicamente, en especial por parte de la literatura en este último caso. Sin embargo, ambas explicaciones difieren en la narración que le otorgan a los hechos, i.e., en el sentido que en última instancia quieren que éstos tengan. Para Félix Reátegui (2006), a quien sigo en estos temas, existe una diferencia fundamental entre la narración oficial de la violencia en el Perú y la que de ella hace el quehacer literario. Aun cuando ambas se pretenden como una justificación de aquellos hechos violentos que había que castigar y de actos que supuestamente se habrían hecho por el bien de todos, entre una y otra media la univocidad de la verdad o la mentira oficial y colectiva, ante la particularidad de un personaje y su propio aquí, su propio ahora: los poetas y narradores peruanos han elegido no hacer historia, sino discutirla.

Consecuentemente con esto, la poesía de Róger Santiváñez, ícono contracultural de los ochenta y activo miembro de Kloaka, nos puede servir para ilustrar ese paso desde los momentos más álgidos de la estrategia senderista y el posterior desencanto que envolvería a buena parte de la sociedad peruana, sus poetas incluidos.

Bastaría con revisar algún poema de El chico que se declaraba con la mirada (1988), algún otro de Eucaristía (2004), para reseñar el agua que ha pasado por debajo de los puentes en esos dieciséis años que separan ambas publicaciones. Si en el primero de estos libros, el Perú estaba bajo el apogeo del pensamiento Gonzalo y los apagones que ya afectaban a Lima y los auto-bombas que eran pan de cada día, en el segundo asistimos a la retirada neoliberal de las pasiones y una especie de globalización que se asume textualmente a través de una serie de estrategias que la convierten menos en un tema que en un mecanismo de producción del texto.

Si en el primero de estos libros Santiváñez declaraba "Fuiti Guzmán. Abimael Guzmán. Quiere decir "Bueno". Hombre bueno. Barba gorda. Jefe supremo. Dios. Semi-dios. Matar"(4), ya en el segundo notamos que si bien no hay un retiro del escenario público, de lo que podríamos llamar grosso modo una cuestión social, sí es evidente su separación de aguas, el deslinde con una poesía más militante y/o panfletaria: "Me hicieron doler pero reconocer que/El dolor político no es otro tema de/Mi canción nunca me metí en la trinchera/(…) En las guerras no creo en nadie soy/Un lumpen maldita la hora en que hablé/Con un lumpen no soy un lumpen soy". Mazzotti y Zapata(5) plantean que la alteridad representada por Kloaka traduce la violencia del texto social en el texto poético, llevando a fondo la ruptura morfológica y sintáctica del discurso poético, creando en este último la tensión y el dislocamiento recogidos del sujeto social del cual el sujeto de la escritura procede y al cual también se dirige; paradójicamente, esto puede aplicarse de alguna manera a Paolo de Lima, en la medida en que éste también es capaz de llevar al poema la tensión provocada por el interregno político que le tocara vivir a los miembros de la generación del '90: presos entre el comienzo de la debacle de Sendero, una vez producida la captura de Guzmán en el '92, fueron testigos también de la corrupción y la represión desatadas que vinieron de la mano del gobierno fujimontesinista.

Cuando Mazzotti y Zapata señalan, a propósito de Dalmacia de Ruiz-Rosas y la represión del cuerpo socialmente desmembrado, que en ella

no hay una intención directamente política, sino una intención de constituir un discurso que dé cuenta del estado general de barbarie que tiene sus puntos de aparición más evidentes en la abundancia de cadáveres producidos mediante métodos violentos(6)

de algún modo anticipan esa poética de los noventas que puede no ser directamente política, pero que a su manera da cuenta del estado general de incertidumbres en que vivía la sociedad peruana de aquella época. Luis Fernando Chueca, en un conocido ensayo publicado en la revista Lienzo, en el año 2001(7), plantea que una de las tendencias más nítidas de los noventa es el intimismo, sobre el cual se explaya señalando que

Alguien podría acusar a este "espacio" de autobiográfico y simplista; pero es claro que en sus más interesantes representantes lo que hay es un proyecto literario (y por ello una retórica, en el mejor sentido de la palabra), no la trascripción directa de vivencias y emociones de los autores. No se piense, entonces, que se trata de una poesía ligera o light. El adelgazamiento del mundo que existe en los textos responde sin duda a otros objetivos.

Este adelgazamiento, está extensamente desarrollado en su primer libro, Cansancio, cuyo sólo título sería índice suficiente como para suponer un cambio en la orientación de cierta poesía peruana. Sin embargo, existe una retracción y un repliegue que nos parece aún más interesante en su segundo libro, Mundo arcano, especialmente en aquellos poemas que, a falta de un nombre mejor, tildaremos de urbanos. Mi renuencia a etiquetarlos con un adjetivo que rápidamente invita a pensar en la espacialización de la palabra, a hacer caso más del contenido que de la forma que es ese contenido, se debe a que estos poemas -que insisto, provisoriamente llamaré urbanos- son en realidad poemas sobre la poesía urbana, y, si pudiéramos ir más lejos, poemas sobre la poesía urbana limeña, sobre la una y otra vez tan socorrida representación de Lima en la literatura peruana, tema que daría para un capítulo aparte.

Los poemas a los que me refiero tienen títulos neutros pero elocuentes. El primero de ellos se llama lisa y llanamente "Un poema sobre la ciudad". El segundo, que es una especie de continuación de este último, se titula, ni más ni menos, "Un poema sobre…etc": un poema en dos partes, si se quiere, pero cada una de ellas abordando aspectos diferentes. El primero de estos textos repite casi como en una letanía el pie forzado del infinitivo escribir, con las múltiples variaciones de lo que eventualmente podría ser el escribir un poema (ponga el adjetivo que quiera) sobre la ciudad. Sin embargo, las estrofas que conformaban estos verbos no conjugados se interrumpen por dípticos que parecieran cuestionar todo lo señalado por el verbo escribir:

Este es un poema sobre la ciudad
¿Este es un poema sobre la ciudad?

El segundo de los poemas citados pareciera ser una suerte de puesta en práctica de las posibilidades planteadas y cuestionadas en el primero de estos poemas. Pero este llevar a cabo, este poema de manos a la obra sólo alcanza otro tipo de enumeración, que en la desnudez y el desprendimiento de su verso no hace sino reiterar con monotonía algunos lugares comunes en torno a la urbe: latas vacías de Coca-cola, ruido, caos, soledad, multitud, mi casa, la calle, el trabajo. Son indiferentes los componentes de la lista, porque la ciudad está ahí como un hecho dado, tal vez como una condena. No sin lucidez el poeta cierra esta enumeración con el desgano -y la impotencia, también- de ese "etc." con que se cierra la lista, aun cuando quede igualmente abierta.

Cuando Luis Fernando Chueca hace mención del desencanto, tiene la necesaria lucidez como para situarlo en el contexto peruano, donde la caída del Muro de Berlín y el supuesto fin de la historia y de las ideologías, sonaba en Perú como un chiste o un exabrupto: lo que, sin embargo, gracias al descalabro de la primera administración de Alan García y el descrédito, real e interesado, en que se hallaba sumida la clase política tradicional, sí dio pábulo para que el inmediatismo y una cínica lucidez fueran la más común moneda de cambio de la época.

Lo que aquí hemos querido plantear, en relación con este contexto más reciente, es que los desarrollos formales que observamos, especialmente en Mundo arcano, respecto de poéticas anteriores, son explicables a partir del desencanto, pero no en tanto frustración de grandes esperanzas, sino en tanto una posibilidad de partir de cero. No se desilusiona quien no ha conocido otra cosa, y quisiéramos plantearnos que las demandas sociales insatisfechas durante los años de la(s) dictaduras(s) militar(es), no vieron producirse, con el retorno de una democracia sobre todo formal y en transición, como fue el gobierno de Belaúnde, ninguno de los cambios largamente esperados. No tiene mucho sentido el desencanto cuando las bases de sustentación social de las antiguas prácticas políticas, no ha (en su esencia) cambiado. En otras palabras: en 1980 no se volvió sólo a la democracia, sino también a una partitocracia que, visto en retrospectiva, parece haber estado hibernando mientras no estuvo en el poder. El fujimontesinismo que le siguió, con su aire proclamadamente tecnocrático y de mano dura, no fue una negación de aquella, sino simplemente su rostro más perverso. Los poemas de Paolo de Lima, a partir del desencanto de esos años noventa, son una modificación de las estéticas precedentes y una respuesta simbólica ante ese escenario(8).

 


 

NOTAS

(1) Me apoyo para esta afirmación en el artículo de Luis Fernando Chueca, "Consagración de lo diverso: una lectura de la poesía peruana de los noventa", aparecido en la revista Lienzo, número 22, Universidad de Lima, 2001; pp. 61-132; tomado de Proyecto Patrimonio, http://www.letras.s5.com/lp160105.htm.
En él, Chueca plantea, como veremos hacia el final de este artículo, que la poética del noventa marca un retrotraerse hacia una interioridad de la que aparentemente se ausenta la contingencia. Recalcamos el aparente.

(2) No inhabilita lo hasta aquí sostenido, sino que más bien lo ratifica, la reciente publicación de una antología con mirada retrospectiva como Memorias in santas (Roxana Crisólogo, Miguel Ildefonso compiladores, Programa Democracia y Transformación Global/Centro de la mujer peruana Flora Tristán, Lima, 2007), la cual reúne, según versa el subtítulo que aparece en la portada, "poesía escrita por mujeres sobre la violencia política". Habría que partir diciendo que algunos de los poemas que allí aparecen, como los de Rossella Di Paolo, es difícil, por lo menos en una primera lectura, asociarlos con el tema de la violencia política. Pero tampoco es algo que podamos descartar de buenas a primeras. Como bien dice Carmen Ollé, en el prólogo que acompaña a esta selección, la representación en la poesía (y, podríamos decir, en toda la literatura) hace mucho que dejó atrás cualquier teoría del reflejo, y el sólo hecho de clamar por una literatura de la violencia, como al parecer lo hacen algunos críticos de acuerdo a lo señalado por ella, revela no sólo mal gusto sino escasa visión para comprender, con todos los matices que el caso amerita, la relación entre literatura y sociedad no como un constructo ya hecho, terminado y estático, sino en permanente evolución y mutua influencia. Si, por una parte, la producción literaria obedece en cierta medida a su contexto (lo que es muy distinto a decir que la determina), no es menos cierto que la representación de tal realidad se hace a través, entre otras mediaciones, de la ideología a la que responda el autor, de la carga también ideológica que utilice el lenguaje que él o ella emplee y de la que tal vez ni siquiera sea consciente, etc. En un pasaje que no está demás citar aquí, Fredric Jameson (Documentos de cultura, documentos de barbarie, Visor, Madrid, España, 1989) señala, refiriéndose a las vanguardias de principios del siglo XX en su versión anglosajona, que "incluso si nuestra meta, como analistas literarios, es más bien demostrar las maneras en que el modernismo -lejos de ser un mero reflejo de la cosificación de la vida social a fines del siglo XIX- es también una rebeldía contra esa cosificación y un acto simbólico que implica toda una compensación utópica de la creciente deshumanización en el nivel de la vida cotidiana, nos vemos obligados primero a establecer una continuidad entre esas zonas o sectores regionales -la práctica del lenguaje en la obra literaria, y la experiencia de la anomia, la estandarización, la desacralización racionalizante en el Umwelt o mundo de la vida cotidiana- de tal manera que la última pueda verse como aquella situación, dilema, contradicción o subtexto determinados respecto de los cuales la primera viene a ser una resolución o solución simbólica". Ahora bien, este subtexto (que no debe identificarse, de acuerdo a la perspectiva de Jameson, con vaguedades del tipo de un trasfondo histórico) es lo que Althusser identifica como la causa ausente, que no es otra que la Historia. Jameson agrega entonces que nuestro acceso a ella, vedado a cualquier forma de inmediatez, pero tampoco vinculado necesariamente a la tendencia post-estructuralista que, al leerla meramente como un texto, intenta hacer desaparecer el referente, pasa necesariamente por su textualización. Ésta, sin embargo, no puede ocultar su inconsciente político, i.e., la parte no dicha, intencionadamente o no silenciada o administrada hasta donde el texto es capaz de hacerlo, aun cuando sus trazos queden impresos en él. Estas textualizaciones, decíamos, funcionan como estrategias de contención, que sólo es posible de ser desenmascaradas si las confrontamos "con el ideal de totalidad que implican y a la vez reprimen" (F. Jameson. Op.cit., p. 45); ideal de totalidad que es otra forma de referirse a la Historia. Para volver ahora a los poemas de la antología, podríamos señalar entonces que muchos de estos textos pueden leerse como una respuesta simbólica y/o formal ante la irresolución política de la época: entrampadas entre la representación del senderismo y las distintas formas de la debacle democrática o autoritaria (ya sea en la ineficiencia aprista, ya en la corrupción desatada del fujimorismo), las poetas incluidas en Memorias in santas atraviesan el campo de fuego sin salir indemnes de él. Por el contrario: si el recurso a un lenguaje hermético (Rossella di Paolo, Grecia Cáceres) encuentra su fiel de la balanza en la afirmación más evidente de Montse Álvarez o Rosina Valcárcel, tanto la una como la otra suponen un contexto de producción muy específico, aun cuando hagan referencias a éste veladas por las mutuas condicionantes ideológicas que mediatizan ambos tipos de aproximación, sea este más bien explícito (Álvarez-Valcarcel) o no tan inmediato (Cáceres, Di Paolo), ninguna, sin embargo, se salva, por así decirlo, de estar inmersas e inmersos en una situación de violencia física, de violencia política y, por cierto, ideológica.

Por último: respecto de la tesis del desencanto como uno de los referentes de la generación del noventa y su "renuencia" a tematizar la violencia política de aquellos (por lo menos a tematizar de una manera obvia e inmediata), la reunión de estos poemas no la desdice, primero porque poetas como Cecilia Podestá y Rosina Valcarcel, entre otras, forman parte de otros grupos generacionales, para empezar. Y, segundo, aquelaas autoras que sí integrarían los noventas desde el punto de vista etáreo, no presentan un corpus suficientemente amplio referido al tema. Victoria Guerrero, por ejemplo, publica Ya nadie incendia el mundo en el año 2005, ofreciendo una mirada retrospectiva del tema. Su libro de 1996, en cambio, titulado Cisnes estrangulados, es considerado por el poeta y crítico Luis Fernando Chueca como parte de una corriente que se vale del coloquialismo y del discurso de la cotidianidad, y que "no se asocia a un proyecto de representación de los sectores subalternos de la sociedad (claro en el "espacio" anterior), sino que apela a una comunicación aparentemente directa de experiencias cotidianas por parte de sujetos claramente identificables con la clase media". Véase tb. la nota número 7 para mayores antecedentes respecto de estos poetas, entre los cuales Chueca también incluye a Paolo de Lima.

(3) Según Oswaldo Reynoso, los doce años del levantamiento armado de Sendero constituyeron una "Guerra popular", en tanto aquellos que murieron de ambos bandos provenían en su gran mayoría de las clases más desposeídas. Esta afirmación, hecha en la presentación limeña de Toda la sangre (Faverón, 2006), antología que reúne cuentos que tratan del tema de la violencia política, incluyendo todo el espectro político peruano, ha sido ampliamente discutida tanto por el mismo Gustavo Faverón y otros narradores peruanos, como Iván Thays, quien en su blog Moleskine literario (http://notasmoleskine.blogspot.com/2006/11/lo-que-dijo-oswaldo.html) señala la procedencia de las afirmaciones de Reynoso y -según Thays- su inexactitud.

(4) Santiváñez, Róger. Dolores Morales de Santiváñez. Selección de poesía (1975-2005). Hipocampo editores&asaltoalcielo. Lima, Perú, 2006.

(5) Mazzotti, José Antonio y Zapata, Miguel Ángel. El bosque de los huesos. Antología de la Nueva Poesía Peruana (1963-1993). Ediciones El Tucán de Virginia. México, 1995. Allí se vislumbran dos vertientes en la poesía peruana de los ochenta, una cultista, hiperlúdica y libresca; la otra vanguardista y cercana a un discurso esquizoide (lejanamente emparentada con el todavía influyente Trilce de Vallejo), cuya mejor representación estuvo en manos de Kloaka.

(6) Mazzotti, José Antonio y Zapata, Miguel Ángel. Op. cit., pp. 48-49. Las cursivas en la cita son mías.

(7) Chueca, Luis Fernando. "Consagración de lo diverso: una lectura de la poesía peruana de los noventa", aparecido en Lienzo 22, Universidad de Lima, 2001; pp. 61-132; tomado de Proyecto Patrimonio, http://www.letras.s5.com/lp160105.htm

(8) Esta ponencia forma parte de un trabajo de mayor extensión y es aún una versión preliminar.

 

 

 

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