Mis múltiples intentos de lectura del Ulises (París: Shakespeare and Company, 1922) de
James Joyce (Dublín, 1882 – Zúrich, 1941), siempre han sido un auténtico fracaso: un muro
infranqueable se levantaba y no alcanzaba a leer más de cien páginas. Novelas como esta, a
pesar de ser consideradas obras maestras del siglo XX, me dejan fuera de juego, pues su
importancia radica, sobre todo, en el trabajo de su materialidad lingüística. Claro, esto se
explica por mis limitaciones personales: al no hablar inglés, intentaba leerla traducida al
español.
Pero hace unos días llegó a mis manos James Joyce y la poética de lalengua en Ulises
(Lima: Fondo Editorial Facultad de Letras y Ciencias Sociales UNMSM y Editorial
Horizonte, 2025), ensayo del poeta Paolo de Lima, que nos proporciona las claves necesarias
para leer y comprender la aventura joyceana. Su excelente estudio se centra en analizar la
innovación lingüística, los cambios sintácticos, la rima o el ritmo de lalengua, transformando
la estructura de la novela y sus significados.
Y, si bien, con facilidad podemos comprender el aspecto simbólico de la novela, pues
cada capítulo nos remite a la Odisea de Homero, me pregunto si el intenso y renovador
trabajo de la materialidad de la lengua no constituye su límite, un abismo para todo lector de
la obra en otra idioma.
La obra de Paolo de Lima tiene el gran mérito de dar luz al mundo imaginario de
Joyce, de servirnos como un atento lazarillo para un mayor gozo estético, guiando nuestra
lectura del Ulises. También despierta en nosotros otras interrogaciones, esbozadas a partir de
un individuo que habla y lee en otro idioma y condicionado por otra realidad social y cultural.
¿Cómo considerar las irrupciones de una lengua nativa en la obra de un escritor que escribe en
una lengua hegemónica en su país? ¿Son manifestación de su estatus colonial, o un acto de
insurgencia, de rebeldía?
Pienso en el caso de José María Arguedas, en cuyas obras aparece la impronta del
quechua para plasmar su sensibilidad y la visión de mundo de una sociedad sometida. ¿Qué
nos dice eso sobre la relación entre lengua y poder, entre el lenguaje y la experiencia?
Paolo, mi gratitud por tu libro sobre mi vecino. Joyce vivió en el apartamento de
Valery Larbaud en 71 rue du CardinalLemoine, en el 5.º arrondissement de París, entre el 1 de
junio y el 30 de septiembre de 1921. Fue en ese espacio, justo a la espalda de mi casa, donde
prácticamente concluyó su obra maestra. En la fachada del edificio puede leerse una placa que
lo conmemora con la frase: “A achevé ici son roman Ulysse, ouvrage majeur de la littérature
du vingtième siècle” (“Concluyó aquí su novela Ulises, obra mayor de la literatura del siglo
XX”), junto a otra que recuerda que fue también la residencia del propio Larbaud. Estos
signos visibles de la historia literaria permanecen discretamente en el barrio, como huellas del
genio que habitó sus calles.
Tu atinada y lúcida lectura de Ulises me ayudará a remar en un nuevo intento, ver en
el otro –siempre diferente, siempre contradictorio– nuestra diversidad, nuestra propia
identidad.

Placas conmemorativas en casa de Valery Larbaud