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Entre el útero cósmico y la ceniza:
José Antonio Mazzotti y la poesía como exceso
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La estrella más cercana de José Antonio Mazzotti. (J. M. Marthans, 2025, 85 páginas)

Paolo de Lima


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El poemario póstumo La estrella más cercana (J. M. Marthans, 2025) de José Antonio Mazzotti (Lima, 1961 – Boston, 2024), publicado un año después de su muerte, se inscribe en ese espacio incómodo donde la poesía no es solo forma estética, sino catástrofe íntima y archivo espectral. Mazzotti, uno de los poetas latinoamericanos más decisivos de fines del siglo XX, nos lega aquí un testamento que es, paradójicamente, menos un cierre que una abertura: la herida del lenguaje que se multiplica en imágenes inasibles.

El tono general del libro oscila entre lo visionario y lo elegíaco. Los poemas parecen siempre al borde de deshacerse, de volverse humo o espuma, como si el poeta ya estuviese escribiendo desde un más allá donde la memoria se mezcla con la combustión estelar. El ritmo no es solemne, sino entrecortado, lleno de giros inesperados, proliferaciones barrocas y repentinas condensaciones líricas. Esta forma convulsiva recuerda, en su exceso, tanto al modernismo visionario de Huidobro como a la respiración desbordada de Vallejo, pero llevada al registro contemporáneo de un sujeto que ya no confía en la promesa redentora de la vanguardia.

 

José Antonio Mazzotti



Formalmente, la obra despliega una heterogeneidad radical: fragmentos narrativos de infancia y viajes, evocaciones de paisajes familiares, imágenes cósmicas que desbordan cualquier marco autobiográfico. La “estrella más cercana” no es aquí un simple referente astronómico, sino la metáfora del doble movimiento: origen y destino, amor y aniquilación, útero y tumba. El libro está atravesado por un imaginario de remolinos, vórtices, incendios y mareas, como si la voz poética se aferrara a la materia en combustión para sostenerse frente a la disolución definitiva. Así, la diversidad de registros no fragmenta el poemario, sino que lo dota de una coherencia en la que lo íntimo y lo cósmico se entrelazan sin jerarquías.

Lo que impresiona no es solo la imaginería, sino la ética implícita: una apuesta por sostener el amor como única fe posible (“Amor, mi único credo y religión”, nos recuerda la cita inicial del sabio musulmán Ibn Arabi). En este sentido, la poesía de Mazzotti aquí no es un refugio, sino una praxis de la memoria como resistencia, una insistencia en que la vida –aun en su fragilidad y su inminente derrumbe– puede transformarse en intensidad compartida. Esa ética se anuncia desde el mismo umbral del libro, en el poema inaugural, donde la ruptura formal del título encarna el gesto de una escritura que rehúye toda transparencia.

El poema inicial, “Intro-ducción” –erróneamente normalizado en esta primera edición como “Introducción”– exhibe en su propio título la clave de una poética de la fisura: el guion que parte la palabra no es un mero juego gráfico, sino la señal de que todo ingreso al libro estará mediado por una ruptura, por un hiato donde lo dicho se abre en fragmentos. La “introducción” ya no es un umbral transparente, sino un tropiezo, un balbuceo que divide el acto de entrar (intro) del acto de decir (-ducción). En ese hiato, el libro anuncia que su poética será precisamente eso: un tránsito entre fragmentos, un desplazamiento donde el acceso a lo esencial se da siempre mediado por rupturas. Podría decirse que Mazzotti convierte la introducción en una “ducto-intro”: un canal turbulento por el que se filtra la experiencia, nunca en estado puro, sino contaminada, interrumpida. Lo vemos en los mismos versos iniciales, donde el viaje guiado por Virgilio no lleva al orden clásico de la Eneida, sino a “calles polvorientas” y “círculos de guano y azogue” (13). La forma fragmentada del título anticipa esta contaminación entre lo sublime y lo degradado, entre la tradición literaria y la materialidad local. De este modo, el guion opera como un signo de estilo: señala que toda entrada en la poesía de Mazzotti será siempre escindida, nunca inocente, y que la “estrella más cercana” no puede ser contemplada sin atravesar primero la opacidad de lo real.

A partir de ahí, los poemas van desplegando un archivo vital donde lo autobiográfico se entrelaza con lo histórico y lo político. En el poema “Felicidad”, la memoria se anuda a la violencia política y la fragilidad de la infancia: “El recuerdo pichón es una tarde en que la niebla moraba / con el asesinato de un presidente lejano. Era como una misa / silenciosa, un pacto cifrado de laceraciones invisibles” (17). Aquí, lo personal se inscribe en la historia colectiva: el asesinato lejano entra en la textura de la niñez, y la felicidad no es plenitud sino una reverberación quebrada. Lo político aparece como un eco traumático que se mezcla con la materia sensible de la memoria.

La dialéctica de vida y muerte, útero y tumba, atraviesa el libro entero. En “Mar-vientre”, por ejemplo, la voz se interroga: “¿Por qué tú? ¿Por qué la rosa que se corta debe / morir en el instante de su dicha?” (33). La metáfora de la rosa cortada condensa lo efímero de la belleza y la imposibilidad de separar el goce de su aniquilación. El mar –figura maternal y abismal– aparece como vientre y tumba al mismo tiempo, cumpliendo esa lógica de lo que James Joyce llamó en Ulises un “allwombing tomb” (tumba que todo-lo-engendra). En el tercer capítulo, “Proteo”, Stephen Dedalus imagina la materia como un útero universal que es también tumba, lugar de origen y de retorno: “Oomb, allwombing tomb”. Joyce desbarata así cualquier oposición entre génesis y final, mostrando que ambos se enroscan en el mismo espacio corporal.

Mazzotti recoge esa intuición, pero la reterritorializa en clave americana. El “mar-vientre” no es la abstracción de una matriz universal, sino el océano Pacífico como figura concreta: “Vuelve hacia el mar la vida que nos dona. / En el cielo de su abismo se sumerge la mirada” (33). Aquí, la placenta sideral de Joyce se traduce en el paisaje marino, con su violencia y su promesa de origen. Lo que en Joyce era el cuerpo materno como flujo devorador, en Mazzotti es la ola que arrastra, el oleaje que acaricia y destruye, la cicatriz que abre y sutura a la vez. En ambos casos, el espacio materno no es refugio, sino abismo donde la vida se confunde con su final. Esta apropiación de un motivo universal en clave local confirma la potencia de la escritura de Mazzotti: su capacidad de inscribir lo cósmico en el territorio concreto de la experiencia latinoamericana.

En La estrella más cercana incluso los espacios familiares se ven atravesados por la melancolía de lo perecedero. En “La casa en Santa Clara”, el recuerdo de los anfitriones se quiebra bajo el signo de lo industrial y lo mortal: “El humo de camiones como brontosaurios / hasta hoy babea / el rostro de los anfitriones” (37). La memoria no se conserva intacta: es contaminada por la modernidad, invadida por la violencia del progreso y su huella de humo. Así, lo íntimo y lo doméstico aparecen corroídos por las mismas fuerzas que modelan lo histórico y lo cósmico, integrando todos los niveles de la experiencia en un mismo remolino poético.

Hacia el final, en “XII”, la escritura se transmuta en plegaria amorosa y cósmica: “Vuelvo hacia ti, estrellita, vuelvo / lamido por tu luz que me penetra como ola / picante, arrebol de amatistas, pájaro / que timbra las puertas / de todos los amantes” (61). Aquí se condensa la ética del libro: el amor como única fe posible, como religión alternativa ante la caída de todas las otras. No se trata de una mística trascendental sino de un materialismo ardiente: la estrella no es un más allá, sino la materia encendida que penetra la vida y la devuelve a su exceso.

Si quisiéramos arriesgar una lectura en clave materialista podríamos decir que La estrella más cercana es un poemario sobre el goce, entendido como aquello que no encaja ni en la economía del placer ni en la lógica del duelo. Es un canto al exceso de la vida que persiste más allá de la vida misma. En esa persistencia radica la grandeza de este legado póstumo: la poesía de Mazzotti no es un monumento funerario, sino una chispa que sigue encendida, recordándonos que incluso después de la muerte del poeta el lenguaje puede arder.

 

 

 

Los poetas Domingo de Ramos y Manuel Liendo durante la presentación de
"La estrella más cercana" en el Jazz Zone de Miraflores
3 de septiembre de 2025





Publicado originalmente en la página web Círculo de Lectores (11 septiembre 2025).

 



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