HOJA 
RODANTE
PABLO 
DE ROKHA: HOMENAJE A LA TORMENTA
Alejandro 
Zenteno Chávez
(Desde 
México)
Este 
10 de septiembre de 2006 se cumplieron 38 años de la muerte de uno de los 
poetas fundamentales de la poesía latinoamericana y del mundo, un guerrero 
cuyo corazón fue un puño, una roca, una bomba de rebeldía 
lanzada al huracán de la tormenta humana; una voz emparentada con el trueno 
y que viene desde el siglo XX como un derrumbe de columnas gigantescas. Sólo 
hay un artista latinoamericano que se equipare a Pablo de Rokha, y ese es José 
Clemente Orozco. Ambos titanes, chileno y mexicano, plasmaron la epopeya del hombre 
en llamas y sus obras estuvieron siempre a la altura de las circunstancias. Homenaje 
al gran poeta desconocido, RAPSODIA EN DO DE PECHO reinicia la publicación 
de HOJA RODANTE, proyecto de ilustración y poesía llevado a cabo 
junto con el grabador Adolfo Mexiac y su compañera Paty. La rapsodia también 
es un grito libertario, un intento de cantar a la altura del militante de las 
letras cuya voz alimenta el fuego libertario en la entraña de los siglos. 
 
"Pablo de Rokha no es sólo el 
más grande poeta de América, 
sino el más grande de la 
lengua castellana en el siglo XX."
León Felipe
 
RAPSODIA 
EN DO DE PECHO PARA PABLO DE ROKHA
Por 
Alejandro Zenteno Chávez
Junto a la roca durísima 
de tu voz,
frente a tu sepulcro de titán embalsamado por la Eternidad 
que te llevaste,
escalando tu palabra de volcán silente, de murmullos 
abisales que acumulan cataclismos; 
recurriendo al trueno y al relámpago 
para alcanzar el tono de tu sangre,
para nombrar tu iluminada rebeldía 
que levantaste como rosal de fuego contra las divinidades opresoras,
hoy 
vengo aquí para cantar tu lucha, tu vida y tu muerte,
la epopeya interminable 
que resuena con tus versos.
 No recurro al acento lírico de tus contemporáneos
ni 
al purismo insoportable de los míos:
no recurro a la palabra que se 
pule en alabastrada consonante 
ni a las sílabas que fluyen de una flauta 
que convoca a ratas y ratones de las capillas oficiales:
rufianes pequeños 
y grandes cuyo verso es una lengüeteada de mezquindad y oportunismo,
marejada 
de hienas que negaron tu voz, que combatieron tu bandera sin presentarse
........ 
jamás a la batalla,
atacándote con el dardo aborrecible de la 
intriga,
distribuyéndose los premios como tandas en un club de señoritas,
paseando 
su trasero en los pasillos oficiales de las letras.
 Para nombrarte,
para 
cantar en el tono de tu epopeya donde vivos y muertos se aglutinan
en una embestida 
contra el cielo, en una avalancha contra Dios
y contra todo aquello que hace 
posible el genocidio, 
la miseria gigantesca que la humanidad arrastra en su 
cadena de oprobio; 
para dar sentido a la palabra que restituya dignidad al 
hombre,
armo mi voz con la espada antigua de la rapsodia homérica,
armo 
mi sangre de sonidos antiquísimos que nacen de los huesos fraguados en 
batallas infinitas,
conformados con el polvo y la ceniza de los corazones incendiados 
en la hoguera de la historia
y avanzo en marejada de versículos con 
un caudal de combatientes
 que multiplican este canto que es de todos y de 
nadie. 
 
 Tú mismo sabías, Pablo de Rokha,
que el acento 
que emprendiste,
la batalla que asumió tu espíritu 
fue para 
dar "voz y estilo" a un pueblo maniatado y humillado,
soportando 
a sus espaldas 
el yugo denigrante de los siglos acumulados en ración 
de latigazos.
Así tu corazón se desplegó como velamen 
de pellejo enrojecido
 en los atardeceres de la humanidad
y se replegó 
en un puño para caer hacia la noche 
como bola de fuego al interior 
de la tragedia.
Así tu sangre iluminó las venas que saltaban 
por tu cuello y por tus brazos
como las sogas de un bajel atravesado por el 
viento y sus espadas
 en la tormenta que enciende el heroísmo. 
 
Luchabas y rugías acorralado por una tropa de mandíbulas, 
luchabas 
incansablemente hasta despedazar y evidenciar las máscaras de seres esquivos:
tinglado 
de farsantes que revolotean sobre el cadáver 
 de la paz, sobre el esqueleto 
despedazado de la democracia
y levantan el letrero ignominioso del "mercado 
libre"
y el trillado y cacareado eslogan de la "libertad de pensamiento".
 
Cargando como Ulises un costal de mitologías sobre un mar de mutilados 
y cadáveres,
arrancando las cadenas que durante generaciones y generaciones
 
sometieron a los guerreros más profundos de la entraña,
despedazando 
las mordazas que impidieron el acento al rojo vivo en la campana de la Tierra,
avanzaste 
contra la muralla del patíbulo
armado con un martillo sonoro destinado 
al vidrio inerte de los líricos afeminados
y con una hoz para alcanzar 
el cuello de los zopilotes que llegaron
 al festín de las soberanías 
americanas
ultrajadas por el imperialismo.
 
 Nada te importó, 
Pablo de Rokha,
que al momento de fajarte,
al momento de emprender el ataque 
suicida contra los portaviones y los búnkers enemigos,
aquellos que 
te acompañaban en el alarde, 
aquellos que levantaron contigo la bandera 
roja de la revuelta popular,
aquellos "revolucionarios profesionales" 
de coyuntura y arribismo,
aquellos militantes falsos que tanto aborreciste 
huyeran en tropel de señoritas
y te quedaras solo,
"completamente 
solo",
ungido sin embargo con tu rabia indestructible,
ostentando 
tu corona de santo y de demonio que refulge a medio corazón de la batalla, 
luchando "por la grandeza y la certeza de la pelea", 
luchando 
interminablemente como sólo tu espíritu podía persistir
en 
un mundo como éste. 
 Guerrero de la voz,
guerrillero alimentado 
de tragedias que golpean sus tambores al
 interior de tus pellejos,
enfurecido 
a media plaza de una lucha eterna, fuiste, 
indudablemente,
el protagonista 
de un concierto de naciones, 
carbón y fuego en el sepulcro colectivo 
donde los muertos se levantan
 a escupir a sus verdugos,
tizón y 
acero
en el río de las letras americanas.
 Pero nadie como tú, 
maestro,
se revistió con la bandera ensangrentada de los pueblos mancillados.
Nadie 
como tú asumió el destino de los proletarios y los parias
 ungidos 
con harapos, bendecidos a patadas en al altar de las 
 humillaciones y los 
fanatismos. 
Nadie como tú cedió jamás un ápice 
contra los opresores y sus bandas de asesinos,
y quienes tampoco descansan 
en su afán de someter a los rebaños
y masacrar a los rebeldes.
 
Tu vida fue por tanto apenas una ofrenda 
en la lucha inmortal donde tu canto 
se incorpora.
Tu lucha fue obsesión por exprimir el tiempo de tu carne,
para 
cantar desde tus vísceras y gritar desde tus huesos.
Sabías, 
Pablo de Rokha,
que el poco más de medio siglo que tendrías para 
plasmar esta epopeya,
era tan sólo un tiempo efímero en la caravana 
de la historia.
Así tu carne y tu alma, tu entera energía
se 
dispuso a confrontar la Eternidad, a desmenuzar el infinito,
escalando con 
tu voz como un tornado que asciende en su vorágine
para asaltar el cielo 
y sus jardines flotantes de imaginerías 
y arrancar estrellas al uniforme 
ignominioso
de los dioses indignos.
 Nada importó
que los cortesanos 
de la palabra,
los maestros del artificio verbal,
los cosechadores de prebendas 
y repartidores de migajas,
pospusieran tu reconocimiento.
Y cuando al fin, 
a los 71 años que forjaste en el horno de tu vida,
se levantó 
el velo que inútilmente trató de nublar 
 tu estrella, tu hoguera 
de corazones y de puños, 
el Premio Nacional que recibiste fue apenas 
un diploma de colegio
para el hombre cuya voz se emparentó con el silbido 
de tornados y huracanes 
 
y entonó su do de pecho con el trueno que atraviesa del oriente
 hasta 
el poniente
y del sur al norte imperialista 
derrumbando columnas y monumentos 
de bovinos canonizados
y llevando su borrasca hasta la cumbre y el interior 
profundo
de los volcanes andinos.
 Los últimos años de 
tu vida, Pablo de Rokha,
los pasaste rumiando una amargura indescriptible,
rabiando 
y contrarrabiando desde tus huesos atravesados
 por cuchillos como muertes 
calcificadas,
arrastrando el cofre de tu corazón que el pecho no pudo 
soportar
y donde se guardaban los tesoros más íntimos, las banderas, 
los retratos...
y ese "gran anillo matrimonial herido a la manera de 
palomas que se deshojan como congojas";
ese anillo de compromiso inmaculado 
con Winétt, tu compañera entrañable 
que se entregó 
completamente a tu destino, a tu piel y tu sangre,
y caminó contigo 
palpitando incluso después de aquella muerte 
que te dejó con 
una cara de "cadáver apaleado", 
con un "fuego 
negro" apenumbrando la habitación de tu memoria
y "arañando 
la perdida felicidad en los escombros"…
 Cayendo pozo adentro en 
el convulsionado siglo XX,
confrontando las batallas literarias o políticas,
recriminado 
por tu insobornable marxismo-leninismo
que levantaste contra todas las banderas 
opresoras,
contra los gerentes de la usura y de la plusvalía 
(padres 
y abuelos de la globalización que ahora nos invade);
combatiendo con 
tu propio cuerpo que las batallas, los desvelos, los 
 reumatismos y el hambre
convirtieron 
en poco más que un fardo de carne y huesos sostenidos
 tan sólo 
por una pasión tan grande como los sufrimientos de la especie,
llegaste 
a la encrucijada de tu propia muerte
en aquel septiembre del 68.
 No 
había tribunal que pudiera articular un juicio en contra de tu obra.
No 
había juez que pudiera sostenerte la mirada
sin sentir vergüenza.
Sólo 
el crimen, la puñalada, el ojo oculto del francotirador,
la granizada 
de piedras anónimas,
era la manera de aniquilarte,
de abatir tu fortaleza 
bombardeada de calumnias.
Por eso, Pablo de Rokha, 
no otorgaste espacio 
para celebrar el homicidio
y decidiste concluir tú mismo la fracción 
de vida 
que te tocó habitar,
el cuerpo que la historia, la epopeya 
del hombre,
te prestó para que llevaras adelante
tu obra gigantesca,
el 
legado de insobornable rebeldía que dejaste.
 De tus huesos molidos 
y estrujados en el trapiche de las revoluciones
crecen las espigas de los horizontes 
libertarios.
De la sangre que el revólver esparció por las habitaciones 
de todo el mundo
se alimentaron las banderas y los soles que ahora nos sostienen
contra 
todos los presagios
y contra todas las infamias.
Yo levanto mi puño 
como una copa de luz enrojecida con tu muerte
y canto la rebeldía que 
persiste
en el fuego de tu verso.
 
 

PABLO 
DE ROKHA
(Obra)
Nota: la enorme extensión 
de las obras de Pablo de Rokha es otra causa de su pobre difusión. Difícilmente 
se reeditan completos sus libros, algunos con hasta 800 páginas, por lo 
cual casi siempre se dan a conocer extractos o selección de poemas. La 
siguiente es una lista incompleta, pero incluye los fundamentales.
Versos 
de infancia (1916)
Sátira (1918)
Los Gemidos (1922)
U (1926)
Heroísmo 
sin alegría (1927)
Suramérica (1927)
Satanás (1927)
Ecuación. 
Canto de la fórmula estética (1929)
Escritura de Raymundo Contreras 
(1929)
Jesucristo (1937)
Moisés (1937)
Gran Temperatura (1937)
Cuarenta 
y un poetas jóvenes de Chile (1943)
Arenga sobre el arte (1949)
Fuego 
Negro (1953)
Antología (1954)
Neruda y yo (1955)
Idioma del Mundo 
(1958)
Genio del Pueblo (1960)
Acero de Invierno(1961)
Canto de fuego 
a China popular (1963)
Estilo de Masas (1965)
Mundo a Mundo (1966)
Poemas 
rimados o asonantados (1966)
Tercetos dantescos a Casiano Basualto (1966)
Mis 
grandes poemas -póstumo- (1969)