La noche sangra botones en su carruaje roto.
Y mi alma dormida engendra múltiples rastrojos de viento,
Bajo un trueno, late mi corazón en este suelo de raíz sudaca.
Sueño a caudales una trilla a yegua suelta en los dominios de un Licantén ancestral a orillas del Mataquito,, mientras la tierra habla en voz baja
enceguecida de hambre.
El inmenso destello de los cerros enciende las ovejas tristes donde las avellanas
se acumulan en callejones empolvados distintos de tiempo sin merecer ni un
pedazo de pan.
Casi siempre hay un cielo indefenso que se empina para abrir un aliento en la fila
de ávidos hombres de campo. El aire empuja el tremendo fracaso que atenta
contra la única delicia de su cuerpo en un algodón de nube que sube al cielo y me
acaricia.
Hay veces en que el verbo se hace eterno y se alborota como un relámpago,
buscando un sueño en el que despierto a lo lejos en un atardecer blanco de
cenizas.
Tú, fuego oscuro me recuerda el verano en que la vida se esconde en las paredes
llenas de escorbuto.
Aun así te alzas por encima del mundo con tus manos tibias de amor furtivo.
Contigo aprendo de cóndores y espinos en un infinito de pájaros
De tu garganta brota el volcán que mas quiero el que me mira todos los días en
este leve hastío colonial.
A veces creo ser el poeta de los dioses, sin embargo me escondo siempre en los
humanos que son los que me buscan y me encuentran cada dos horas.
Cada noche, en este reloj diminuto, un trueno eterno te sigue hasta dar con tu
sombra y es mi mayor deseo, cuan inmensos pasos tímidos.