Proyecto Patrimonio - 2003 | index | Omar Pérez Santiago | Autores |



 

Paradas en la hilacha

Madariaga, Szczaranski y Marín

 

por Omar Pérez Santiago

 


Ingreso a la modernizada y grata biblioteca pública de San Miguel con un lote de libros leídos. Olga Cáceres, la amable y eficiente directora, me ha reservado unos testimonios de féminas chilenas. “No he tenido tiempo de leerlos”, me dice mientras los registra. “Los leeré y de ahí te cuento”, le digo.

Mónica Madariaga fue matea, según su testimonio en La verdad y la honestidad se pagan caro (2002). Mas las aventuras de esta matea son de módico riesgo. Madariaga -abogada de escasos amores, hija de una familia de la avenida Bustamante, cuatro hermanos- cuenta con lengua oficinesca y tono dogmático sobre su rol de Ministra de Justicia y de Educación durante la dictadura de su primo, el innombrable. El libro tiene pocas alusiones a su vida, pero comienza y termina dando sablazos a los gusanos, o sea a los grises. Y si bien los mediocres aumentan día a día, Madariaga abusa de sus espuelas. Ni siquiera se apiada de una empleada que se suicidó en su departamento de Carlos Antúnez. También carece de vínculo con lo popular y se nota en las imágenes obsoletas: “valle de lágrimas”, “liberal de tomo y lomo”, etc. A su libro le falta oxígeno.

Gladys Marín, la chica de Curepto, antes de su lamentable enfermedad, escribió su libro La Vida es hoy (2002) casi siempre en plural, “nosotros fuimos, estábamos”. Es la voz de la warrior comunista. Joven diputada de notorias minifaldas, su exilio, la pérdida del amor de su vida, la clandestinidad. Una vida de película, digna de ser contada. Su autobiografía desentona, sin embargo. La reiteración de frases hechas alertan y distraen. De pronto entra en un camino intimista, de vacaciones en el sur de Chile, habla con la gente, recordando a viejos camaradas de la zona, recuerda a Jorge Muñoz, su marido desaparecido, padre de sus dos hijos. Todo bien. Está hablando ella. La auténtica. Pero de pronto le da rabia que la transnacional, que la globalización y que no sé que cuanto. Gladys Marín se niega a quedarse consigo misma. Marín ha viajado por el mundo, pero ella no se deja sorprender, no ve ciudades, ni arquitecturas, ni estatuas. “No hay que acomodarse al exilio”.


Mónica Madariaga salía de abogado en 1966 cuando la eslava-chilena Clara Szczaranski entraba a la escuela de derecho en Pío Nono. La foto sofisticada de la portada del libro El bisel del espejo: mi ventana es en blanco y negro, su rostro blanco como pote de leche inclinado, lleva un abrigo oscuro hasta los tobillos (“el abrigo de todos los días”). Depresiva endógena, novela su vida como si fuera dolorosa y oscura, intimista y contemplativa. Su unión a los comunistas en la universidad, el exilio italiano, su amor con Jorge Coulon de Inti Illimani, su carrera de abogado y Catalina, la hija que nació moribunda, su ángel de la guarda. El libro de Szczaranski es sutil pero pretencioso e inútilmente espeso en ciertos capítulos. Ella despliega el mito continuo de que los rabanitos eran serios desde chicos, esquivos a la hora de desbocarse.
Las tres mujeres puntualizan su acción pública.

(Largas páginas de Szczaranski sobre sus pugnas como presidenta de la CDE, o los detalles de Marín frente a esta u otra escaramuza política. El libro de Madariaga es un cuaderno de quejas, cahier de doléances).

Esas cantinelas también me aturden.

Les cuesta bajarse del púlpito a estas damas.

Comen mucho ají verde.

La autobiografía, figura de figuras -memoria, metáfora y sujeto- es una autorreflexión, una organización del pasado, el arte de recordar. La autobiografía con lucidez retórica –fresco uso del lenguaje, metáforas nuevas- es una vía para llegar a un público transversal.

Estos libros de memorias políticas, de cierto brillo oficioso, de mujeres que se saben y consideran paradigmáticas y representativas de su época. Mujeres ejemplares que proponen una visión a través del camino personal. Lo importante, pues, en estas narraciones no es lo autobiográfico en sí sino el rol colectivo de sus historias. A cada pajarillo le gusta su nido.

En este sentido, el libro de Szczaranski tiene más lógica interna de los tres. Su protagonista conecta míticamente su historia con un resultado colectivo nacional. Representa a una nueva mujer, moderna, sofisticada, culta. Cuando Szczaranski remonta su rol histórico a su padre, un joven polaco que participó en la revolución socialista, y el eurocomunismo de su exilio, ella busca establecer una continuidad entre los viejos europeos y ciertos actores europeizados de la Concertación. Ella encarnaría el ideal civil de la gauche divine (la izquierda sin pueblo, la izquierda sin revolución).

Los casos de Madariaga y Marín, son aún más problemáticos.

Gladys Marín simboliza un comunismo del 5%.

¿A quién representa Madariaga hoy? A los “burbujistas”. Participaron de una dictadura inhumana, y se dieron cuenta too late. Traidora para los suyos, oportunista para los otros, su nivel representativo es un puente roto. Su nula efectividad narrativa va en paralelo con su merengue efectividad política.

De cualquier modo, las tres son mujeres erguidas, orgullosas y quieren el mundo para cambiarlo. Mujeres del poder, recibidas con alfombras rojas, títulos de gobierno y respetadas por líderes políticos, tienen en común su altísima valoración sobre ellas mismas y un brío de mariscales de la justicia. Mujeres muy paradas en la hilacha, (como otra que yo conozco).

Un par de semanas y vuelvo ahora a la biblioteca de San Miguel con los libros leídos y una tarjeta de saludos navideños para Olga Cáceres y sus colaboradores.

Extiendo el saludo a ustedes amigos, los leedores. Sean felices. Sean muy felices.


 

 

Proyecto Patrimonio— Año 2003 
A Página Principal
| A Archivo Omar Pérez Santiago | A Archivo de Autores |

www.letras.s5.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez S.
e-mail: oso301@hotmail.com
Omar Pérez Santiago: Paradas en la hilacha: Madariaga, Szczaranski y Marín
por Omar Pérez Santiago.
Fuente: utopista pragmático, diciembre 2003)