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Crítica Literaria

Por Patricia Espinosa
Publicado en Las Últimas Noticias. 6 de mayo al 3 de junio de 2022



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Purranque
Cristian Opazo. Emecé, 2022, 141 páginas.
LUN, 6 de mayo 2022

Una de las características que le otorgan mayor fortaleza a la novela como género literario es su enorme flexibilidad. Como ejemplo tenemos este cruce entre documentalismo e intención lírica, un encuentro que genera un registro de la historia desde abajo, con un narrador en primera persona que no busca ser un eje excluyente del volumen. Purranque, de Cristian Oyarzo, es una novela asentada en la voz de un profesor de lingüística que arma un pequeño territorio en el que los afectos y la memoria significan todo lo que el personaje requiere para su buen vivir.

Cristian, el narrador y profesor, es de origen mapuche; su padre es peón y su madre asesora del hogar. Toma cursos de mapudungun en la universidad y mantiene una postura crítica hacia la academia por su exclusión del pueblo mapuche. Tiene una novia no vidente, profesora también, una familia extendida y muchas amistades. Jamás, pese a llevar más de una década en Santiago, ha perdido su vínculo con Purranque, su pueblo natal.

La narración asume la forma de fragmentos, en español y mapudungun, que conforman una serie de microcuentos encadenados a una estructura mayor difusa, sin origen y sin final. Esta transgresión a la novela tradicional permite leer diversas etapas de la vida de Cristian como si se tratara de estampas, partes autónomas, pero subterráneamente ligadas a un marco, justamente la vida del protagonista, donde emergen personajes y situaciones que se reiteran, como el tío fanático del fútbol, la infancia, la novia, el padre, el profesor de mapudungun.

El aspecto documental es lo que primero salta a la vista en esta escritura elaborada en un contexto político de crisis. Cristian registra, aunque sin perder de vista que es la visión de un individuo particular; por tanto, todo el relato aparece permeado por la subjetividad de su mirada, de sus sentimientos. El personaje carece de rabia, pero posee un manifiesto orgullo étnico. Su lengua y costumbres se mantienen incólumes en un contexto donde lo mapuche parece ser material limitado a la academia, las insignias en las mochilas y las banderas en las manifestaciones.

Un ángulo importante del protagonista es su tonalidad discursiva: "Hoy en la madrugada acaba de desbordarse el Forrahue. En internet hay una foto y los arcos de la cancha están sumergidos bajo el agua. Al fondo de la imagen se alcanza a ver mi vieja casa, cubierta hasta las ventanas. Son las nueve de la noche". Su palabra es acogedora, cargada a la ternura y la ingenuidad en el buen sentido. Mirar como un niño es una constante en esta narrativa, que en su acto de memoria también deja lugar a la risa, al disfrute. Además, sin que suene posero o intencionadamente vintage, utiliza términos arcaicos (como paletó, maula) y recoge diversas prácticas de su cultura relativas a creencias, costumbres, alimentación. Esos detalles permiten que el volumen configure una cultura desde sus bases cotidianas, domésticas, amistosas.

A veces Oyarzo cae en una actitud fabulística, abiertamente ejemplar; sin embargo, este desliz logra sortearlo a través de una prosa tenue, lírica, sin amaneramientos intelectuales. Su narración documenta la experiencia de vida de un mapuche urbano desde una arista novedosa. Las demandas de su pueblo, si bien están presentes, se representan sin consignas, sino más bien desde un estilo de vida precario, sostenido en el esfuerzo personal, la memoria viva y la resistencia cultural, dando como resultado un libro íntimo, profundo.

 

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Cristian Oyarzo, lingüista y profesor, nació en 1974 en Purranque, y "Purranque" es su primera publicación.

 

 


Subterfugio
Nicolás Poblete. Cuarto Propio, 2022, 370 págs.
LUN, 13 de mayo de 2022

Nicolás Poblete debe ser uno de los narradores chilenos más prolíficos de las últimas décadas. Sus novelas suelen poseer un estilo poco estridente pero escabroso en su acercamiento a las zonas más oscuras del ser humano. En Subterfugio, su nueva publicación, el autor vuelve a hurgar en las perturbaciones y traumas de sus personajes; sin embargo, esta vez va más allá, pues despliega una valiosa postura contracultural respecto al odio y la venganza.

Sebastián Parraguez es el protagonista de este relato; a través de su voz accedemos a su tortuosa intimidad. Cercano a los cuarenta años, ejerce como psicólogo y está emparejado con Sergio, un hombre mayor que se desplaza en silla de ruedas. Sebastián es un personaje lleno de capas divergentes y contradictorias. La soledad es parte de su vida, aunque no manifiesta pesadumbre por la falta de interlocutores. En realidad, es Susana, su propia terapeuta, quien compensa la carencia de amistades. Acude a ella buscando algún significado para un doloroso hecho que ocurrió en su niñez.

El volumen desarrolla de magnífica manera a un personaje torturado, encerrado en un pasado que lo acosa mediante constantes crisis. Poblete, no obstante, logra abrir la clausura emocional del protagonista gracias a la presencia de una singular mujer, María Ignacia Barrios, una joven paciente suya que arrastra una desgarradora historia familiar y cuyo padre fue compañero de curso de Sebastián. Ella se transformará en una verdadera obsesión para el psicólogo, trastornando su vida y, en particular, llevándolo a reflexiones y decisiones terribles.

La mayor apuesta de este libro es jugársela por negar la eficiencia de la práctica terapéutica. Años de tratamiento profesional contra el dolor no sirven más que para profundizar la herida. Conducidos por el espeso monólogo del protagonista, asistimos a un recorrido donde la mente y el cuerpo parecen insertos en un rito sacrificial: "Una de mis rodillas explosiona por dentro con un chasquido cuando me agacho y miro en las repisas inferiores. Por un instante pienso en que puedo desmayarme. Sangre en mi cabeza. Una sensación tan oscura, como la de unas manos acomodando una capucha; dedos haciendo descender la capucha hasta cubrir mi cuello, para luego ajustarla en torno a él con una cuerda".

Poblete insiste en que no es suficiente tener un oyente para iniciar la sanación. Se debe buscar una figura que ofrezca otra alternativa para poder romper el círculo del sufrimiento. Es decir, un o una cómplice que vaya más allá de la escucha. Es precisamente el surgimiento de este vínculo lo que el libro explora con una veracidad y profundidad excepcional, un vínculo sellado por un compromiso, más que de cura, de reparación. Y es aquí cuando el autor demuestra su capacidad para construir diálogos donde se imponen largos silencios, interrogantes que quedan abiertas y frases a medias; así, indaga de manera precisa en las dificultades de narrar el trauma, de representar la tormenta de dolor en la que está sumergido. Se establece de ese modo un liberador pacto entre víctimas que bien puede extrapolarse hacia una sociedad llena de victimarios.

Subterfugio es una novela audaz, de gran calibre, que se atreve con pericia a internarse en una de las grandes preguntas vinculadas a la violencia: ¿es posible la reparación? Una de las posibles respuestas aparece en esta arriesgada narración, que es de esperar logre romper con la indiferencia con que son recepcionadas tantas obras valiosas en el país.

 

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Nicolás Poblete (Santiago, 1971) es autor de una docena de novelas -entre ellas, "Dame pan y llámame perro". "Concepciones" y "No me ignores"- y de dos libros de cuentos.

 

 


El tercer paraíso
Cristian Alarcón. Alfaguara, 2022, 295 páginas.
LUN, 20 de mayo de 2022

La historia de un linaje cohabita en esta novela con la meditación sobre el fin de los tiempos y la posibilidad de volver a empezar, todo animado por una actitud optimista, cuya base será la revinculación de la humanidad con la naturaleza. El tercer paraíso, de Cristian Alarcón, desarrolla este planteamiento a partir de la ostentación de la inocencia y especialmente de la creencia en el despertar de una conciencia mágica.

El narrador y protagonista es un hombre de mediana edad, chileno, periodista, avecindado en Argentina desde hace más de veinte años. Junto a su hijo adoptado vive en un container instalado en un vergel cercano a la capital. Durante la pandemia ha manifestado un desmesurado interés por cultivar flores.

Tres líneas narrativas conforman el volumen: el presente del protagonista, su historia familiar y la reflexión sobre la vida. El segmento dedicado al recuerdo del linaje es el dominante, tanto por las páginas que se le dedican como por su nivel de profundidad. Predomina en él la descripción costumbrista orientada a exponer un estilo de vida provinciano y las funciones desempeñadas por madres y padres en un ambiente conservador. Pese a destacar aspectos negativos de los personajes, el autor termina siempre por honrar su lado bueno, convirtiéndolos cansinamente en ejemplos de vida: grandes personas que, si bien tienen algunas pequeñas pifias, lograron sostener a sus familias con firmeza y convicción.

Sobre el narrador, la novela asume una postura ambigua: limita la información sobre sí mismo, mientras exacerba su filosofia. Este desequilibrio en los focos tiene como gran efecto el adelgazamiento del personaje central, que es reducido a una voz que intenta probar una tesis.

Gilles Clément, un botánico denominado como "el jardinero filósofo", tiene un lugar preferencial en la genealogía de naturalistas que el narrador admira. Clément propone un jardín sin jerarquía entre variedades sofisticadas y los hierbajos, apostando por un desorden connatural a las especies, tal como podría suceder con una humanidad liberada de reglas.

El problema es que la admiración que el personaje manifiesta por la propuesta de Clément no va más allá de los límites del jardín. Tanto que la anarquía buscada a nivel de las plantas ni siquiera lograr traspasar un poco al resto del libro, que se encuentra atado a una configuración de la realidad simétrica, causalista y jerárquica.

Así, el volumen no consigue escapar a un diseño inflexible que lleva los acontecimientos a la epifanía salvífica, mágica, simbolizada por el jardín: "Tendrá nueve metros por tres y medio: unos treinta y un metros y medio cuadrados de paraíso"; "El cerco de mi jardín es como el de los cuentos, con maderas perfectamente alineadas la una al lado de la otra, de ochenta centímetros de alto, terminadas en punta y con una puertita como del País de las Maravillas".

Cuando busca generar microhistorias, Alarcón escribe con seguridad y acelera la prosa. Sin embargo, en el momento en que se centra en el protagonista todo se vuelve calmo, sin sustancia, ya que clausura el acceso a su intimidad. El tono de su escritura es sensible, aunque demasiado benevolente; además, mitifica todo aquello que se le cruza. El punto más débil, en todo caso, es la disolución del narrador en virtud de un proyecto filosófico que lo desrealiza y le resta espesor.

 

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Cristian Alarcón nació en La Unión en 1970. A los cinco años cruzó los Andes con su familia, y vive hasta hoy en Argentina, donde ejerce el periodismo de investigación. Es autor de los libros "Cuando me muera quiero que me toquen cumbia", "Si me querés, quereme transa" y "Un mar de castillos peronistas".


 


El aire que nos faltó
Magdalena Salazar. Emané, 2022, 115 páginas.
LUN, 27 de mayo de 2022

De alguna manera, Tolstói redactó la sentencia definitiva respecto a la narrativa sobre la familia: "Todas las familias felices se parecen, pero cada familia infeliz lo es a su manera". Con ello, el relato de la familia feliz fue relegado para siempre (y con justa razón) a un lugar secundario, marcado por lo ingenuo, por decirlo de una manera suave. Familia y felicidad no se llevan. El aire que nos faltó, de Magdalena Salazar, es una novela sobre una familia desgraciada, cuyos miembros se muestran temerosos de explorar las profundidades de lo que ha podido ser la razón de su infelicidad.

Cuatro segmentos componen esta novela. Se encargan de cada uno de los integrantes de una familia de clase media. El relato dispone las voces de la siguiente manera: primero el padre, sin nombre; luego la hija (Gracia), después el hijo (Juan), y finalmente, como cierre, la voz de la madre (Isabel). Voces adultas que manifiestan un excesivo "aire de familia" que conspira un poco contra la narración al igualar sus puntos de vista. Los personajes se miran a sí mismos y miran a los demás sin establecer diferencias de fondo.

Juan es el hijo mayor, fotógrafo, separado y padre de dos hijas, que se fue de casa muy joven. Gracia sufre una parálisis parcial que la mantiene enclaustrada en el hogar, porque así lo dispuso su madre, durante veinte años. Los hijos acusan a la madre de exceso de rigor y normas, frialdad y sobreprotección. El padre, por otro lado, siente nostalgia del pasado matrimonial y desazón por su presente solitario. La madre se justifica, ya que posee conciencia plena de lo paradójico que resulta su gran preocupación por la familia y su enorme apatía hacia ella.

Esta es una de esas novelas donde no queda espacio para algo que vaya más allá de la tristeza. Cada escena aparece cubierta de una suerte de barniz de melancolía por aquello que no fue. No hay, en todo caso, más allá de los años transcurridos, una propuesta de solución ante el fracaso. Esto implica la soterrada tesis de un destino maldito inserto, más que en esta familia, en la estructura familiar en sí misma.

Los mayores desaciertos de este relato son su tendencia a lo explícito, las comparaciones cándidas y la victimización de la mayor parte de los personajes. Los pesares de los estos quedan manifiestos de manera demasiado evidente. Al respecto la hija dice sobre su padre: "Quizás él también me ve como un maletín, aunque no creo, yo soy bastante más ruidosa, tendría que verme como un canasto o un bolso de playa, porque digo disparates y hablo desordenadamente".

Más allá de esos problemas, lo interesante en esta escritura es que Magdalena Salazar logra crear personajes comunes, reconocibles en su mediocridad, en especial padre y madre, que ejercen violencia simbólica porque no conocen otro modo de vivir. A lo positivo también hay que sumar la crítica a la naturalización de los roles dentro de una familia, proceso que inevitablemente llevaría hacia un empobrecimiento de las relaciones afectivas entre sus miembros. Esto da como resultado un proceso de violencia experimentado por cada individuo, que los erosiona para siempre.

Ante la violencia, aparentar sumisión: eso parece decirnos Salazar, en especial si se trata de una familia donde el daño ha calado tan profundo que no hay posibilidad de escape. El aire que nos faltó es una primera novela con irregularidades, pero que contiene una reflexión sobre el resentimiento filial que por momentos resulta bastante sugerente.

 

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"El aire que nos faltó" es la primera novela de Magdalena Salazar, quien antes publicó dos libros para niños (y niñas, claro), "Los restos del mundo" y "Semillas mapuche". La autora nació en Santiago en 1974.

 

 


Camino cerrado
Paula Ilabaca. Lom, 2022, 150 páginas.
LUN, 3 de junio de 2022

Amparo Leiva Caviedes, la protagonista de esta narración, es una detective introvertida, cargada de una tristeza inabordable pero firme en sus decisiones, y respetada por sus colegas de la Brigada de Homicidios, hecho meritorio que suele convertirse en una carga que, no obstante, el personaje sabe cómo llevar. Con esta, su segunda novela policial —la primera fue La regla de los nueve—, Paula Ilabaca se consagra como una de las voces más relevantes en el cultivo de este género a nivel nacional.

Camino cerrado es un relato detectivesco reflexivo, de atmósferas sombrías y personajes en apariencia evasivos pero que van dejando entrever con cautela sus objetivos La autora sigue un modelo narrativo que se asemeja a un conjunto de piezas que parecieran conformar una figura que nunca se completa del todo. Y este es uno de los grandes méritos del libro: dejar zonas abiertas, relatos a medias, personajes marginados.

En el presente, la detective Leiva es sometida a un sumario por causa de una posible práctica parafllica, lo que vuelve aun más inquietante su personalidad. Más allá de eso, está atrapada entre dos historias.

La primera está anclada en su pasado: la muerte por quemaduras de un joven escritor, que funciona claramente como un correlato que va ayudando a dibujar el perfil de la detective. La angustia provocada por el carácter inconcluso de ese suceso permite que nos sumerjamos en su intimidad y, además, abre la novela hacia una dimensión inesperada, lo fantástico. Todo y nada puede ser posible cuando Leiva se aproxima al joven escritor, con quien tiene un vínculo intelectual y filosófico gigantesco. La otra historia ocurre en el presente: Leiva está ocupada en el asesinato de una cajera de supermercado, una mujer casada que tenía un amante en su lugar de trabajo. La protagonista y su ayudante, el detective Urquiza, buscan al culpable. El relato expone el paso a paso de la investigación, secuencia que se cruza con la traición de su compañero de trabajo.

Ilabaca escribe con parsimonia, sobriedad, sin recargar su prosa. El tono lóbrego está siempre presente en sus palabras, que nos remiten a una realidad cargada de signos de extrañeza que solo Amparo percibe: "Siempre me dijeron que yo era la mejor. Quizás sí, quizás me destaqué, resolví lo que me pidieron, hice lo que me dijeron. Tuve en mis manos la verdad y la justicia y las apliqué; tuve el dolor y la muerte muy cerca y me adentré en ellos. Con las manos empuñadas o abiertas, ahí estuve. Esta puede ser mi historia y no". Es precisamente la ambigüedad uno de los rasgos más valiosos de este volumen, donde no se escabulle el objetivo de un policial, la resolución de un caso, pero tampoco se olvida jamás de que hay un personaje tras ello, donde se conjuga el trabajo con lo íntimo.

La institución policial y sus prácticas misóginas son expuestas de manera pulcra y sin rodeos. Tal es el caso de la diferencia entre lo que se ha entendido malamente como crimen pasional versus femicidio. La protagonista es una mujer que si bien pertenece a una institución a la cual debe obediencia, se expone desde una constante voluntad de emanciparse.

La inspectora es una mujer que va más allá de lo estereotipos. Es especial porque posee un espesor analítico excepcional para leer el mundo que le toca vivir, casi como una vidente, sin perder por ello racionalidad. Amparo Leiva es un personaje con carne, con patrones éticos sólidos, llena de signos opacos y giros perversos. Finalmente, es interesante corroborar que la novela dependa pero también se autonomice de la publicación anterior de Ilabaca. Como se puede advertir, Leiva es un personaje que, gratamente, ha venido para quedarse.

 

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"Camino cerrado" es la segunda novela de Paula Ilabaca; la anterior, "La regla de los nueve", apareció en 2016. Nacida en Santiago en 1979, la autora también ha publicado cuatro libros de poesía; dos de ellos: "La perla suelta suelta" y "Península".

 


 



 

 

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