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Crítica literaria

Por Patricia Espinosa
Publicado en Las Últimas Noticias, del 16 de diciembre de 2016, al 13 de enero de 2017



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WhatsApp, amor
Jessica Atal. Uqbar Editores, 2016, 168 páginas.
LUN, 16 de Diciembre de 2016

"El que puede, puede", machacan en los programas de farándula, justificando con simpleza los costosos gustos que se dan los famosos. Esto se puede aplicar también a ciertos libros, en los cuales parece no haber otra justificación que un gesto voluntarioso, donde importa un bledo el valor estético del texto a comerciar. Así llegamos entonces a publicaciones alejadas de cualquier mérito literario, como resulta ser el caso de WhatsApp, amor, de Jessica Atal, novela que sólo consigue hacernos perder el tiempo y el dinero, porque no hay absolutamente nada en este volumen que impida asociarlo con calificativos como intragable, inútil o fatuo en su grado máximo.

El centro, y el todo, de esta narración es una pareja de amantes que gasta sus días en reconciliarse y discutir por naderías a través de WhatsApp. Hombre y Mujer, así denominados, son personajes ABC1 cercanos a los cuarenta años. Él se mueve entre Santiago y el mundo, especialmente Nueva York, mientras ella se encuentra "en un suburbio de Santiago llamado Gaza". La mención a Gaza, Nablus y Ramallah no son más que adornos, indicios carcomidos por los claustrofóbicos diálogos de este par de aburridos y cretinos personajes.

Entonces, lo primero que hay que tener es paciencia, infinita paciencia, para aguantar los "wasapeos" entre Hombre y Mujer durante 32 días, entre el martes 31 de marzo y el viernes 1 de mayo de un año cualquiera. Y lo segundo, fuerza, templanza más bien, para intentar soportar un verdadero tsunami de reflexiones y diálogos tan insulsos como cursis. Basta con abrir cualquier página para que surja un "yo te amo como nadie y como nunca nadie te amará" o "quiero decir que la vida no es eterna y estamos filosofando sobre la rosa y el amor en vez de vivirlo".

Si se trata de mencionar desaciertos, que son innumerables, el premio mayor se lo lleva la débil construcción de intimidad. Una cosa es que la pareja sea un ejemplo de pacatería y otra es que sus diálogos carezcan de toda profundidad o acercamiento a zonas ocultas o turbias propias de una pareja. Así, todo se vuelve hueco y presuntuoso.

En medio de todo este desperdicio, hasta la preciada tensión dramática folletinesca se anula por redundancia. La pareja está permanentemente discutiendo, amenazándose con terminar, pero usando un habla formal. Es decir, ni el ímpetu más intenso los hace desprenderse de la necesidad de distinción, con lo que se potencia la mirada idealizada de la élite a la que pertenecen.

Porque, claro, debe quedar demasiado en evidencia que estamos frente a "gente" sofisticada y con dinero.

Ciertamente, la narración se enfoca más en la mujer que en su contraparte. El es configurado con mayor condescendencia. Ella, en cambio, es expuesta como una víctima de la dependencia masculina, pero también como una manipuladora y aprovechadora encubierta. Una cesante que se gasta trescientos mil pesos en una tarde en el mall, además de ser adicta a las telenovelas turcas y cuentista inédita.

Aproximar la dramaturgia con la novela —uno de los intentos de este libro, al igual que la crítica a la comunicación vía chat— queda reducido a cero ante la falta de vuelo literario y la indolencia en el tratamiento del sujeto femenino. En último término, esta escritura demuestra el triunfo de la mirada patriarcal, ya que casi no enjuicia lo masculino y naturaliza hasta el límite lo femenino ubicándolo en el terreno de las emociones, la dependencia y la debilidad intelectual.

 

 

Alma
Matías Correa. Random House, 2016, 253 páginas.
LUN, 23 de Diciembre de 2016

EI lenguaje neutro —casi desprovisto de giros nacionales, es decir, con clara vocación internacional—, la frase larga, el párrafo extenso, los viajes cruciales para el crecimiento espiritual, la mezcla de ambientes tradicionales y exóticos, la incontinencia descriptiva de los espacios, la redundancia en el carácter de personajes de elite, todos víctimas de dramones filosóficos de fácil digestión, convierten a Matías Correa, aquí, en el hijo pródigo de Contreras & Collyer y, por ende, de la añeja Nueva Narrativa.

En su afán de rendir culto al pasado, Alma se ciñe a una de las grandes obsesiones de la narrativa chilena, la familia abordada desde una mirada celebratoria, porque Correa asume que toda crisis familiar no es más que una pequeña espina, apenas un mal paso antes del alcanzar la consagración de la unidad natural marcada por el determinismo de sangre.

El libro se abre y cierra con la voz de una mujer que transfiere al lector la historia de una familia. Esta narradora confirma que ha cumplido el deseo de Ene Lorca, su pareja. Ene, una mujer joven y rica, antes de perder la memoria por una enfermedad degenerativa, solicita a su novia que le escriba una biografia. La destinataria de este material será Alma, hija de Ene, quien en su adultez tendrá la posibilidad de conocer mediante tal material los detalles de su estirpe materna.

La narradora y Ene se dedican profesionalmente a la elaboración de biografias de personas fallecidas, labor que las obliga a recopilar datos dispersos en la web. En esta ocasión, la tarea será bastante fácil de realizar, ya que Ene entregó todos sus recuerdos a la narradora. Este personaje, la narradora que arma la biografia novelada, es uno de los errores técnicos más evidentes del relato, ya que no alcanza siquiera a asumir un nombre, un perfil, y menos a tener una psicología. Salvo la relación sentimental que mantiene con Ene, que no es profundizada, no hay razón alguna para su presencia, limitándose a ser sólo una función, fácilmente reemplazable por un narrador en tercera persona omnisciente.

Correa cae con suma facilidad en el desenfreno ficcional, introduciendo innumerables microhistorias que diluyen la construcción de los personajes y que convierten la anécdota en un intento fracasado por demostrar destreza narrativa. Los múltiples cuentecillos, que parecen rendir homenaje a Rivera Letelier, por lo pasados a realismo mágico, nos aproximan, entre otras cosas, a un mago que levita y que se comunica en una jerigonza idéntica a la del pajarraco Guru Guru, a un desfachatado pintor "loco lindo", a una cantante europea que seduce con su arte a un pequeño villorrio, a un murciélago que fuma e incluso a un mono tití diestro en el manejo de una tablet.

Claramente, el autor no sabe adónde dirigir su emprendimiento narrativo, rellenando con atolondrado fervor una estructura simplona y confundida en su errática polifonía. Alma no es más que una seguidilla de patinadas, donde destaca el desorden argumental, que impide jerarquizar las tensiones y los puntos nodales capaces de arraigar personajes y acciones. La dispersión incide también en la insegura propuesta de un personaje con el peso suficiente como para asumir el protagonismo y abandonar la mera superficie de sus posibles contradicciones. Ni siquiera al momento de mitificar la familia, el máximo empeño del autor, la novela se afirma, ya que convierte la gestación de una hija en un talismán que mágicamente asegura la felicidad plena y la pervivencia de la estirpe y su memoria.

 

 

 


Xampurria. Somos del lof de los que no tienen lof
Javier Milanca Olivares. Pehuén, 2016, 121 páginas.
LUN 30 de diciembre de 2016

Existe un evidente desequilibrio de géneros en la producción de autores mapuches. Mientras la poesía ha logrado destacar y encontrar lectores sobre todo en espacios universitarios, la narrativa en la posdictadura ha sido escasa. Recién a partir del año 2000 comenzó a conformarse lo que podemos denominar un pequeño corpus, con el cual la crítica mantiene una deuda importante, donde cabe mencionar a Graciela Huinao Alarcón, Mariela Fuentealba Millaguir y Javier Milanca Olivares.

Xampurria. Somos del lof de los que no tienen lof, tercer libro de Milanca, reúne una diversidad de narraciones en torno a personajes característicos del mundo popular chileno. Aparecen así hombres y mujeres marginados, condenados a la pobreza y la falta de oportunidades, y, por lo mismo, carentes de esperanzas y proyecciones. Estos personajes, que habitan pequeños poblados y ciudades a lo largo del país, representan todo aquello que la metrópolis neoliberal desecha. Y si bien se remarca la exclusión, queda espacio para personajes que desafían sus condiciones materiales de existencia y que luchan contra la muerte.

Ahora bien, cuando Milanca se aproxima a lo mapuche, su actitud narrativa cambia. En principio, porque incluye un relato de origen que servirá de marco para múltiples historias. La leyenda, el mito ancestral, adquiere aquí un modo realista, alejado de lo mágico. Surge así, desde la rabia, la denuncia al colono que impuso sus leyes, la pobreza, el despojo de tierras y la derrota cíclica; elementos que fluyen imparables para manifestar la violencia que sufre el mapuche, la histórica prepotencia chilena y el abandono. Sin un tono elegiaco para abordar a las víctimas, lo cual habría sido plenamente justificado, el libro gira hacia lo documental, donde los vencidos buscan recuperar su cultura originaria y, a la vez, resignificar a la dominante, sin ninguna esperanza de redención del adversario. En este sentido, el volumen actualiza la novela del realismo social del 38, donde la demanda de cambio social pasa por un proceso de toma de conciencia del derrotado y la posibilidad de restablecer la comunidad.

"Xampurria", como señala el prólogo de Femando Pairican, es una palabra despectiva que significa mestizo o híbrido, tal como la escritura de Milanca, quien trabaja en el interior de un mestizaje que no busca evitar tomar partido por lo mapuche, dejando en claro que la hibridez no es una excusa que justifique opciones de medias tintas La opción ejecutada permite suponer que Xampurria es un libro de pasaje, un tránsito que se va alejando de una postura identitaria conformada por los polos chileno y mapuche.

Milanca utiliza un fraseo bullente, recargando de imágenes virulentas sus relatos, pero también de símbolos de templanza. Su escritura llena de entusiasmo remarca perfiles, sensaciones de placer y experiencias de comunión con la belleza, siempre pertenecientes al ámbito de lo privado, lo íntimo, propio de la particular mirada de un individuo. Xampurria es un libro destacable tanto en términos literarios como culturales, doble condición que permite no sólo reflexionar sobre los modos de exterminio al que es sometido el pueblo mapuche, sino también sobre la estética mestiza y los procedimientos que lleven a superar la imposición de formatos y hablas que, en última instancia, han contribuido prácticamente a borrar la narrativa mapuche.

 

 



Adiciones palermitanas
German Marín. Alfaguara, 2016, 201 páginas.
LUN, 6 de Enero de 2017

Mientras un hotel se cae a pedazos, un hombre escribe una ficción sobre el fin de su vida y de una época. Éste es apenas el punto inicial de esta nueva novela de Germán Marín, en la que el dramatismo de temas tan espesos como el tiempo, la vejez, la modernidad y la nostalgia es combatido por el descarado humor negro del protagonista, quien se da maña para constatar que el único salvavidas posible, antes de la caída absoluta, es el deseo.

Adiciones palermitanas es un libro donde se reiteran las preocupaciones literarias de Marín, pero desde un ángulo distinto. La escritura, nuevamente, tiene una función vital para el personaje central, un funcionario jubilado de la Biblioteca Nacional, cuyo principal pasatiempo es hacer una novela sobre el hotel Palermo. Ubicado en Santiago Centro, el hotel, que funciona en una antigua casona construida con el dinero del salitre, se ha convertido en un decadente albergue parejero y en el hogar de una pequeña tropa de solitarios residentes.

El escritor de la novela y el conserje del hotel Palermo, su álter ego, se ubican en una suerte de bisagra, entre el pasado y el presente, desde donde constatan la ruina de sí mismos y de todo lo que los rodea. Sin embargo, hay una diferencia entre ambos: mientras el escritor carece de proyectos y expectativas, el personaje de su novela sueña con abandonar alguna vez el Palermo y convenirse en dueño de un hotel costero.

La narración del escritor —ceñida a un estilo autobiográfico—y la secuencia de capítulos de la novela que escribe son las dos zonas que conforman este volumen. Ambos niveles se retroalimentan, se espejean progresivamente, dando lugar a una historia modulada en una doble dimensión. El libro que escribe el anciano presagia el fin del hotel y, con ello, de toda una época y de todo un segmento social, la clase media "republicana", incluyendo al propio escritor.

Marín consigue construir un personaje fuerte, sólido en su condición de macho anciano, con un cuerpo que ya no responde, pero intelectualmente lúcido, lo que le permite enfrentar su vejez de frente, sin escabullirse. Su voz, cuya actitud derrotista no logra ocultar una poderosa ansiedad de vida, es uno de los grandes aciertos de esta novela, que en ningún momento se deja arrastrar por el decadentismo. Marín realza el sarcasmo, liberando con ello a la novela de toda carga nostálgica y pesarosa. El escritor-protagonista rompe su tono cabizbajo y con ello su prosa contenida, para dejarse llevar por una voz apasionada que se ridiculiza sin piedad. Sin la más mínima conmiseración, el personaje, autoconfigurado poco menos que como una piltrafa, detalla sus fallas orgánicas, el desgaste de su cuerpo, sus frustrados galanteos, su irreprimible lascivia y, lo principal, su entusiasmo por la escritura.

Emir Rodríguez Monegal señaló alguna vez que la literatura latinoamericana era adicta a las catástrofes. Este libro de Marín se inserta en esta tradición, a través de un sujeto que confronta la crisis de una época escribiendo una novela de la crisis. Sirviéndose de ficciones encadenadas, el jubilado escritor intenta montar una novela y consolidar un estilo, dejando constancia de que lo imperfecto y el error son partes esenciales del género y de la literatura. Este vigoroso entusiasmo por la experimentación es expuesto al modo de un monólogo conversado, cercano, donde escribir y desear se revelan como las más poderosas barreras contra la ruina.

 

 


Quiltras
Arelis Uribe. Los Libros de la Mujer Rota, 2016, 85 páginas.
LUN, 13 de enero de 2017

Haciéndole frente al cada vez más intenso desprecio mediático, social y político hacia las mujeres por el que pasa el país, la literatura desde y sobre lo femenino aumenta con evidente fuerza. En la narrativa, estos intentos resultan casi siempre orientados a construir personajes femeninos en constantes procesos de subversión. Así ocurre en Quiltras, primer libro de relatos de Arelis Uribe, en el que destaca la conformación de la mujer, la trama mínima, el tono testimonial y confidencial, donde la búsqueda afectiva resulta determinante.

Estilísticamente, Uribe se vuelca a la frase corta, los perfiles rápidos, la configuración inmediata de espacios, el detalle sinestésico y emocional. Además, pone su mirada en personajes femeninos que se sacuden de la óptica patriarcal, para la cual las mujeres sólo pueden ser madres, musas o perras. Su prioridad son mujeres comunes, anónimas, sin capital social, económico o intelectual, desprovistas de empoderamiento o de lazos con alguna élite. En cada una de estas siete narraciones, se insiste en relaciones amorosas sin discurso amoroso, aunque suene a paradoja.

Dos aspectos destacables en estas narraciones son la ambigua condición etaria de las protagonistas, en cuanto a constitución del discurso, donde se mezcla el tono adulto con el adolescente o infantil. A lo anterior habría que sumar la negación de la experiencia como aprendizaje, lo que redunda en personajes que no aprenden de los errores o fracasos, y por tanto sus vidas carecen de proyección y epifanías; en su reemplazo, surgen pequeños placeres, donde la emoción máxima pasa por una impetuosa y delicada sintonía afectiva, instancia en extremo precaria que se rompe cuando las protagonistas toman conciencia de la diferencia social o la pertenencia a clases antagónicas. Roto el encanto inicial, las visiones de mundo, rutinas, costumbres y hasta la textura de la piel, los aromas y los modos de habla interfieren en la conformación de la pareja.

Para Uribe, la clase y el género son elementos centrales. Más aun, resulta innovador que la autora asuma el orden de clase como un aspecto crucial en la composición heterogénea de lo femenino. Porque no hay un en sí femenino, aquel que tanto les gusta a los patriarcas antigénero. Por el contrario, Uribe pone en escena a mujeres que se aman y dejan de amarse con y sin resentimiento, o se proyectan como aborrecibles y encantadoras, ingenuas y sabias en su derrota y en su voluntad de recomenzar y resistir.

Aquí, las relaciones amorosas entre chicas resultan naturalizadas, lo cual es sin duda un cambio generacional potente en lo que a tratamiento literario del tema se refiere. La diferencialidad se va construyendo en la indocilidad, nos dicen estos relatos, desasidos de esencialismos, conscientes de su remisión a un contexto que se rearma para destruir todo aquello que suene a emancipación. Aun cuando habría resultado necesario explorar con mayor desparpajo en las violencias de género, la hechura de la subversión femenina que propone Uribe resulta bastante acertada en su tratamiento.

Quiltras consigue que el tiempo narrativo decante en un tiempo histórico que parece alzarse en su contra con una velocidad impresionante. Lejana a la sentimentalidad melodramática, Uribe, con agudeza, se toma el universo afectivo sin sumisión ni mansedumbre, algo bastante complejo de realizar. Además, y lo más importante, destaca su habilidad para movilizar género y clase como fuerzas constitutivas de su mundo narrativo.



 

 

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Crítica literaria
WhatsApp, amor, de Jessica Atal; Alma, de Matías Correa; Xampurria. Somos del lof de los que no tienen lof, de Javier Milanca Olivares; Adiciones palermitanas, de German Marín; Quiltras, de Arelis Uribe.
Por Patricia Espinosa.
Publicado en Las Últimas Noticias, del 16 de diciembre de 2016, al 13 de enero de 2017