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        Armazón de una novela
        
          Por Pedro Gandolfo
          Revista de Libros de El Mercurio. 4 de Octubre de 2009
        
        
        La última novela del escritor Mauricio Electorat (Santiago, 1960), Las   islas que van quedando, es un relato de aprendizaje y formación que cuenta   las dudas, anhelos, decepciones en el ámbito erótico de un joven escritor   chileno radicado en Barcelona llamado Boris Sandoval. También, cuando la   narración se centra en Barcelona, el protagonista es, además, la ciudad misma y   un grupo de emigrantes americanos que la habitan, la gozan y la sufren.
        Pero, en verdad, lo que importa a Electorat aquí es contar la historia de la   escritura de esa "educación sentimental" más que el itinerario de ésta. Sería la   riqueza de ese "meta-relato" lo que distingue a Las islas que van   quedando de las novelas rosa que el protagonista escribe (bajo "chistosos"   seudónimos literarios) para la colección "Jazmín". Es decir, sería ese énfasis   lo que salva los vaivenes eróticos y sentimentales de su trivialidad y logra   que, finalmente, se conviertan, en este relato, en el registro de un movimiento   fuera de lo común. La novela de Electorat reclama como contrapartida de esa   complejidad un lector especial, un lector también fuera de lo común, que no es   en nada similar a aquel ingenuo y sencillo lector de novelas rosa. El tono   paródico, los chispazos de humor y surrealismo (el duende "Don Lucho Pereira",   el perro con la cabeza de Fidel Castro) ceden, en el conjunto, a una gravedad y   patetismo trasuntada por el elaborado armazón formal y el personaje central pasa   a ser el lenguaje y sus potencialidades.
        La arquitectura de esta novela ha sido cuidadosamente (acaso en exceso)   planificada: no hay cabos sueltos. Se trata de una novela con distintos grados   de escritura, con novelas dentro de las novelas y otras novelas dentro de   aquellas novelas. Las islas que van quedando, cuyo autor es Mauricio   Electorat, contiene dentro de sí otra novela llamada igual que la primera,   incompleta, cuyo autor es el difunto escritor argentino Julián Soler, al que sus   amigos llaman "Sorel", aludiendo con ingenio irresistible al personaje de Rojo y negro. Esta segunda novela, a su turno, abarca, al menos otras   dos, cuyos personajes de pronto se cruzan y reúnen y mantienen una curiosa   correspondencia con los personajes de la primera: Boris (que pertenece al primer   grado o plano de ficción), un héroe o antihéroe inseguro y desorientado, cree   que algunos aspectos de su vida ya los ha leído en la obra inconclusa de Sorel   (es decir, en el segundo grado) que opera, entonces, para él como una suerte de   oráculo o quizás de guión. Aunque muerto en las primeras páginas del relato,   Julian Soler ("Sorel") sobrevive, de este modo, como un narrador en las sombras.   Son importantes también los componentes de la "realidad" que la novela   incorpora, valiéndose de diversas argucias y aumentando la complejidad de los   planos.
        El lenguaje apela a una amplia gama de recursos narrativos manejados por el   autor con gran oficio. El lector podrá deslizarse desde un narrador en primera   persona que monologa libremente hasta varios narradores en tercera persona con   distintos, tonos, estilos y perspectivas según el plano de la escritura en que   se hallen. Hay, por ejemplo, fragmentos que parecen extraídos de un breve   resumen enciclopédico (la información en cursiva acerca de la isla Juan   Fernández, páginas 95 y 96) o de guía turística (los datos y recomendaciones de   unas páginas más adelante). El registro es de preferencia coloquial, repleto de   localismos, pero combinados también con referencias muy cultas, todo ello en   coherencia con el perfil de los personajes, su educación y las circunstancias.   Otra técnica que destaca es la diversidad de diálogos (casi siempre domésticos y   cotidianos) a veces insertados directamente en el texto, cortando el orden   lineal de la frase, otras escuetamente por medio de guiones y otras después del   nombre de personaje. Así, por ejemplo: "Boris: vaya, vaya, vaya, se lo tenía   bien guardado, Milagro: y además, era loco por los productos del mar. Y a Boris:   es que con ustedes se juntaba a puro chupar, como dirías tú. Boris: no siempre".   En fin, la temporalidad está también intensamente trabajada con un cuidadoso y   variado empleo de los tiempos verbales.
        Como extenso, demasiado extenso (y acaso extemporáneo) homenaje a la   escritura y sus posibilidades, Electorat corrobora su oficio para manejar las   técnicas narrativas contemporáneas y su capacidad para planificar y controlar la   arquitectura de la novela. Sin embargo, en Las islas que van quedando se   echa de menos una revelación, algún "momento de verdad" capaz de remecer al   lector, un matiz de pensamiento o sentimiento vigorosos. Así, respecto de la   promesa de paraíso que envuelven el amor y las islas -el tópico de las novelas   rosa-, la inseguridad, el anhelo confuso y la suave desilusión propuestas por   esta novela no son sino la inversión ya conocida de ese tópico: una deuda   pendiente.