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OBRA NEGRA


Pedro Granados




UNO
Hallarme en Santo Domingo es estar dentro de mi inconsciente

Hallarme en Santo Domingo es estar dentro de mi inconsciente. Ya te lo dije, besé sus nalgas hasta los tiernos pelos. Una corbata michi es aquella espléndida mujer. Una ola enorme ceñida asombrosamente por la cintura. Responde al nombre de Miledy. Te dije que era negra como una yegua negra y, ambas, harto sensibles de los muslos también. Y quemante, que hacía arder el lecho. E insaciable, de un centenar de polvos por noche. Polvo en las cóncavas palmas, en los oídos, hasta en los breves y como hipnotizados pies. Mole de carne y de amor de negra esclava, es mi Miledy. La reina de Hato Mayor.

Continuamos, pues, con la República Dominicana; mejor dicho, seguimos ya para siempre muy dentro de ella. Quizá esto merezca una explicación, una argumentación que de algún modo -nada enfático- nos oriente. Nacidos en el Perú, de padres andinos, limeños de primera generación y habitantes de un barrio popular en la capital donde el morenaje constituía lo minoritario, lo "otro" e, intuíamos desde niños, lo prohibido; es lógico imaginarse, pues, lo felices que nos sentimos ahora rodeados de morenos, de sabrosísimas negras, más bien, como el trébol bienhechor de una sola hoja que es mi Miledy.

 



DOS
El sudor
le gana al poema.
La alcantarilla
a mi voz.
Una irregularidad, apenas.
Un terrón de azúcar desconcertado
ante tantísimo eco.
Así el niño que vende,
y la muchacha que compro
ni con palabras
ni con besos.
Poesía de cara a la desconcertante
habilidad de unas serranas
de uñas multicolores
y engominados labios.
El sudor
puede más que la sed.
Porque aquél es secreto y el anhelo
sólo puede mover montañas.
Poco a poco
corto trocitos
que añado a mi licuadora.
A la noche de Santo Domingo
es preciso palanquearla con un fierro
antes de asirla y cortarla bien.
Noche densa y aceitosa que resbala
-como por un embudo-
hacia las nalgas de mi ocasional muchacha.
Muchísimo más negras que su propia cara.





TRES
Una muchacha negra
va uniendo los cabos
de lo desconocido.
En veinte uñas
-y conectado a ella-
yo más bien soy su instrumento.
Una bocina por donde escapa
un nudo de ruidos
monocordes y muy antiguos.






CUATRO
La noche no depende de ti.
Esta noche, este cuello de botella
que compulsivamente atraviesas,
para nada depende de ti.
El semen tuyo, agua furtiva
que te asemeja a un arrollo
o a una chispa inocente,
en realidad no te pertenece.
Te has perdido en la noche
-como en el juego de los niños-
y no has vuelto ni han vuelto a encontrarte.
Sólo recuerdas el manso viento de la gente.
Sólo recuerdas el brillo de aquellos ojos:
una luz resbalando resignada
frente a tu puerta.
Todas las anécdotas al respecto
se reducen a esto.
Todo lo que has vivido también.
Una calle modesta y muy mal iluminada
y compulsivamente atravesada. Y la noche.

 



CINCO
Al paso. No te apures.
Hasta el hoyo del papel
o de aquella india
de perfil tan moreno.
¿Qué es lo que se mueve
por ahí? Más ná.
Montao, y qué.
Con oro, y qué.
Como dice Chicho Severino
en su tan conocida bachata.
Hay problemas. Al poema
lo defendemos con un par de botellas rotas,
salvo si nos vienen con piedras.
Entonces, nos vamos.
Me llamas para atrás. Cónchole.
Ante la curva de la piedra
prefiero la de tu vestido.
Y encaramado como un mango
tu tan sinuoso paso espero.
¡Bendito palo!

 



SEIS
Amas el lugar
donde tu cuerpo
alguna vez pensó.
Alguna vez se cubrió
de pudor y asomaron
incontenibles lágrimas.
Defines, permites,
que lo hallado
transite libre,
anónimo,
como sobre una
soleada calle corriente.
Lágrimas de sorpresa,
de alegría
no menos que de temor.
Anónimos e indiferentes
los hallazgos.
Transeúntes que van y vienen.
Agradable sol.

 



SIETE
Inventar Brasil
Inventar Brasil.
No existe alternativa.
Una tierra infinitamente femenina.
Con cicatrices sobre unas piernas muy bellas.
Con una vulva casi sin vello.
No sabía si era capaz
-cuando la contemplé desnuda por primera vez-
de penetrar tamaña pequeñez,
tamaña concentrada bravura.
Pero la vida es un milagro grande.
Como Brasil. Como la música
que crea y recrea su gente.
No sabía si era capaz
de soportar el despiadado espectáculo
de sus piernas macizas
y de su culo nacido
tan repentinamente de las olas.
Fuimos tierra y cielo ensartados
por el mismísimo anzuelo del oriente.
No sabía si era capaz.
De su alegre y abierta
sabiduría.




OCHO
Sobre una promesa.
No de amor. De vida
simplemente. Azul.
Azul el cielo
y tu sexo de tan moreno.
Risa como la tuya
jamás así me había
desanudado.
Ni diente como el tuyo
nunca así mordido.
Perrito, putico como yo
inmejorablemente acompañado.
Altas las velas
navego y pienso.
Justo a tiempo, pienso.
Entre tanto desperdicio
de palabras
y restos de cariño
y manipulación
de lo que es bueno y de lo que es malo.
Me abandono
y te encuentro.
Te husmeo
e incrédulo te hallo.
Llenándome las sábanas impecables.
Pero menos tersas y menos firmes
que tu piel con que me cubro
y que tus pliegues dominicanos
donde me cobijo.
Ya podemos hablar
-en nuestro mundo globalizándose
a la gringa-
que es incomparablemente mejor
tratar de hacerlo a la morena.
De hacérselo
mientras tengamos tiempo.
Sobre una promesa.
No de amor. De vida
simplemente.

 




NUEVE
............................ A Julia

Entre el estruendo de las voces
-incluidas aquellas que se atribuyen al amor-.
Contra este desplazamiento y erosión constante
que es la vida.
Desde los muchos recuerdos
-con una verdadera cuña contra mi clavo-
allí está toda tu boca.

 

 


DIEZ

Llegados a los cincuenta años.
A punto ya ensartados
y presurosamente removidos.
Ayer morí. Deseé la muerte
y fui prontamente escuchado.
Clamé por Germán, por los míos,
por los que alguna vez nos conocieron
y a puro fuego lento
los sabores del amor nos enseñaron.
Estoy enamorado de una mujer
treinta años menor que él.
De aquél que desconozco.
Que aparece ahora a la intemperie,
miserable y desolado.
Briosa muchacha. Hermosa
en sus diecinueve ángulos
y en su centro de llama
equidistante y oculta.
Y estoy preso y estoy ridículo.
Llamándola insistentemente
para pedirle mi mendrugo de pan,
mi maná de cielo y de vida.
Torpe hombre merecedor
de la más abundante de las lástimas.
Clamé para morirme
como un chico asustado
y polvoriento. Y me morí.
Me caí ahí hondo y lloré.
Por mí, por nosotros
lloré. Por la vida
que da vuelta en la esquina
y de pronto ya se nos pierde.
Por nosotros lloré. Muertos
e insepultos todavía.
Y ya reconciliados.
Y aún así desconocidos.





ONCE
Natalie

Como en los sueños.
Zumurrub en las calles de El Conde.
Pedazo de piedra y de bolero.
Diego, El Cigala, en la voz
y Bebo Valdez, en los acordes.
Haitiana de sesenta
en casi infantil sortija.
Y en pechos altos y delicados.
Y en mirada de hada, por más señas.
Abuela mía e hija mía, a un tiempo.
Allanamiento para la muerte.
Ligazón con el más allá. Penas.
En un médano de El Conde
donde llegamos un día
a ser felices.
Yo y él y un nosotros, vivo,
aunque casi ya imperceptible.
Nosotros, el que conmigo va
y mi corazón extraviados
en pasaje tan íntimo y estrecho.
Lo que es soñado en toda una vida, cumplido.
Lo que es quizá temido, ahora por venir.
Ambar las calles por el momento
nada nos dicen.
Frente del día ante excitada palmera
hoy por hoy nos alivia.
Lo cumplido que cobrará su alto precio.
A pesar de la dicha.
Que pasa rápido mientras nos colma.
Que parece increíble de tan real.
Que de tan real se marcha
de pronto. Pero no desaparece.

 



DOCE
Contra el secreto
de la interpretación. Lloro.
Hace días. Hace tiempo
que llorar quería.
Tanto tiempo que no entiendo.
Tantas horas que constituyen
ahora mismo mis pasos.
Mi cara de perro asomándose
en cualquier esquina.
Mi hermano Eduardo falleció hace un mes.
Murió como pobre, pero sin deudas.
Murió como pobre, pero sin dudas.
Sus manos no tenían dudas.
Tampoco su voz. Ni su amor.
Mi hermana Elena pagó los gastos
del crematorio. Y Lucy, su viuda,
guarda por nosotros las cenizas.
En todo esto, yo no participé sino
poniéndole los ojos en blanco
a una morena. Chivilla y blanquísima de ojos
mi negra. Igualita a la muerte.

 




TRECE
Tu ano oscuro y cagón,
insoportable.
Quiero comerme tu mierda.
Amada mía. Esposa mía.
Quiero enredarme en tu pelambre.
Para no sucumbir sobre este piso
encerado. Encerrado entre los vidrios
de la gente.
Cómeme la pinga a pedazos.
Méteme la lengua.
Revuelve tu saliva en la mía.
Para no bajar por esta alfombra
hasta el otro mundo.
Para no soportar los hedores
de esta absurda higiene.
Mánchame. Llévame
entre tus dedos bien torneados
y finos. Sudados.
Para no estarme aquí,
en este lugar. Ni en ninguno otro
que se le parezca.

 




CATORCE
El invierno nos pone la realidad
más cerca de los ojos.
Pura literatura es el invierno.
Vívida, por gris.
Palpable, por tan encapsulada.
Ante toda esta realidad
un culo bien redondo
es lo que más necesitamos.
Un huayruro del tamaño
de nuestra esperanza.
Por eso pienso en Elimane,
repaso su correo
de hace unas horas.
La repaso desnuda
contra las paredes color blanco humo
de nuestra habitación en Haití.
Bajándose el calzón, tan alegre, y subiéndose
con la mejor de sus sonrisas.

 




QUINCE
Una honda bocanada de aire.
Espejos, pequeños y borrosos,
circundándonos y reflejándonos.
La muerte está cerca. Pero tú
incluso más próxima.
Alzo la mano. Acaricio tus cabellos
y tus senos.
Amoratado por la emoción.
Estallo. Desaparezco.
Poca cosa es la vida ante emoción tan cierta.
Tu cuerpo desnudo ha salido por mi ombligo
y desde mi vientre. Es así como te reconozco.
Tus piernas y tus caderas antes ya las había besado.
Como cada uno de tus brazos abiertos
y de tus labios por ahora cerrados.
Mi muerte en tus palabras.

 




DIECISEIS

Trance de poder
Ahora se puede escribir un poco
Cara cortada corazón cortado
Al rape
De las islas que van quedando
El brillo de las alas y el color
Escribir así de lo de siempre
Ahora más agudo
Con un palito en busca
De la araña reina
Así mi corazón oso y gozoso
Corazón atrevido
Y nuestro camino despejado
Desdibujado
Ilimitado
Una función seguida
De otra función
Doble continuado
Si me vez
Me intimido si me vez
Me enniño
Y retrocedo
Desacelero
Y te empapo
Obviame, entonces
De tres en tres ignórame
Ya desparecí
Ya estoy en el tiempo pasado
Ya me fui
Por eso ignórame
Y tenme aún mucho más a la mano
Como ahora
En que se puede tan sólo escribir
Tan sólo amar
Calladamente
Y por un milagro amar
Escribir a mar

 

PEDRO GRANADOS, Lima, Perú, 1955. Ph.D (Hispanic Language and Literatures) por Boston University; Master of Arts in Hispanic Studies, Brown University; Profesor de Lengua y Literatura Española, Instituto de Cooperación Iberoamericana (Madrid); y Bachiller en Humanidades, Pontificia Universidad Católica del Perú. Ha publicado Poéticas y utopías en la poesía de César Vallejo (Lima: Fondo editorial PUCP) y (México: Universidad Autónoma de Puebla, 2004). Además, los siguientes poemarios: Sin motivo aparente (1978), Juego de manos (1984), Vía expresa (1986), El muro de las memorias (1989), El fuego que no es el sol (1993), El corazón y la escritura (1996), Lo penúltimo (1998) y Desde el más allá (2002). Asimismo una novela: Prepucio carmesí (New Jersey: Ediciones Nuevo Espacio, 2000). Tiene en preparación, además, los libros de crítica “Globo de versos: poesía hispana y globalización” y “Cinco ensayos deseantes: De Cárcel de amor a la última poesía española”; aparte de la publicación de una nueva novela, Un chin de amor. Su obra crítica figura en revistas especializadas como Anales Galdosianos, Crítica, INTI, Alforja, Lexis, etc. y versa fundamentalmente sobre poesía contemporánea. Ha leído su poesía en varias partes del mundo: Festival Internacional de Poesía en Medellín, Casa de América en Madrid, Cornell University, Boston University, Universidad de Puerto Rico, etc.

 

 

 


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